Germán habla emocionado, satisfecho y un poco incrédulo. “Aposté a todo en plena pandemia. Y cuando digo todo, es todo. Vendí la única propiedad que tenía, el techo de mi hija, porque estaba convencido y me fue muy bien”, dice.
Desde hace nueve meses que Germán Zavala (36), junto a su mujer Priscila (34) y su hija Clara (9), dejaron la capital de Santa Fe para instalarte en el tranquilo pueblo de Sauce Viejo, de tan solo 8.500 habitantes. Un paso que hicieron como un salto al vacío.
Germán fue chofer de remís durante casi siete años. Arrancaba a las ocho y no volvió a su casa hasta pasadas las diez de la noche. “Eran 14 horas diarias arriba del auto. Lo hacía porque tenía que trabajar, gustar no me gustaba”, le cuenta a Infobae. Priscila, trabajaba como estilista en una peluquería de la ciudad. “Lo disfrutaba bastante, aunque no ganaba bien”, admite ella.
Ambos nacieron en Santa Fe, se conocieron hace más de una década por amigos en común, se casaron y luego llegó su primera y única hija. Entre los proyectos de familia -además de soñar con la casa propia- estaba la idea de tener un emprendimiento, algo que tardaron en lograr. “Quería ser mi jefe con mis tiempos y mis horarios. Siempre fui inquieto y busqué e investigué ideas para llevar a cabo. Muchas salieron mal, hasta que hace poco la pegamos”, admite.
Entre recorrido y recorrido, Germán, comenzó a sumergirse en el mundo de la zapatería de bebés. Un producto para nada sencillo de producir, menos para quienes no tienen conocimiento alguno en el rubro. “Nunca en mi vida había hecho un molde. Así que cuando salía de la remisería me ponía a mirar videos y tutoriales en las redes sociales. La convencí a Priscila de probar”, recuerda.
Así fue como juntos crearon los primeros moldes, los dibujaron y cosieron a mano con retazos reciclados que consiguieron. Prueba y error, una y otra vez. Hasta que una tarde, luego de varios intentos fallidos lograron su primera pieza. “Un zapatito de corderito. Se lo mandamos a la familia y les gustó... así que le dimos para adelante”.
Con sus ahorros compraron su primera máquina de coser para empezar de manera formal el emprendimiento. Para finales de 2019 lanzaron la marca, a la que llamaron Fachita Bebé (@fachitagr) . De a poco fueron creciendo.
El boom llegó en la pandemia. Con dedicación y perseverancia pasaron de vender 15 pares por mes a 350 por semana. Hoy son mayoristas y hacen envíos a todo el país. Para poder producir en cantidades lograron comprar una máquina industrial, incluso debieron sumar a una empleada.
Emigrar al pueblo desconocido, el gran salto
“Nos faltaba lugar en casa para poder seguir, entonces nos pusimos a buscar casas y encontramos una en Sauce Viejo”, recuerda. “Tenía espacio para un taller, jardín. pileta y el ritmo desacalerado de un pueblo…”.
Dejar todo por volver a empezar de cero no es una decisión sencilla. Mucho menos cuando el riesgo es grande. Pero se animaron a hacerlo. “Después de pensarlo varios meses, nos propusimos ir por todo, así que vendimos el departamento y nos la jugamos”, dice entusiasmado.
Pusieron los pies en Sauce Viejo en octubre de 2020. Compraron la casa que había ido a visitar unos meses antes y se mudaron. “Pasamos de un departamento de dos habitaciones a estar a una casa grande a una cuadra del río. Estamos en contacto directo con la naturaleza.... Tomamos mate al sol y con la caricia de los árboles, en la vereda. Es como otro mundo”, dice.
Hasta ahora Clara no pudo hacerse de nuevos amigos por el cierre de las clases presenciales, que pronto se retoman de manera virtual .”Igual está feliz porque juega libremente afuera y tiene mucho más espacio”.
Sauce Viejo se encuentra en un punto geográfico estratégico, ya que se accede rápidamente desde Rosario por la autopista. Además está a sólo 25 kilómetros de Santa Fe capital. Tiene dos escuelas primarias, un hospital público y varios supermercados. “Los habitantes andan en bicicleta o a pie. Es otro mundo”, cuentan.
Los Zavala solo van a Santa Fe para buscar géneros para sus zapatitos: “Es la única vez que nos subimos al auto. Cuando vamos nos impacta el ruido. Nos desacostumbrados, en Sauce a las siete se apaga todo y solo se escuchan los búhos”.
Pasar la pandemia en este pueblo no solo fue positivo para su emprendimiento, sino para vivir con menos encierro. “La gente es muy respetuosa sigue cada norma. Nunca hubo un descontrol de casos ni contagio. No es difícil mantener la distancia social por el ritmo del pueblo”.
El trabajo de estos emprendedores hoy recorre todo el país. No bajaron los brazos, se arriesgaron y experimentan la satisfacción del esfuerzo.
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