El comodoro inglés John Brett Purvis fue uno de los comandantes navales durante el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata en 1843. Nunca sabría que la sola mención de su apellido en el Palacio San José, en Entre Ríos, o en el entorno de Justo José de Urquiza pondría la piel de gallina a más de uno. Claro que no sería por él, sino por el perro del líder entrerriano, que fue quien lo bautizó con el apellido del británico.
Según los testimonios de la época, parece que el perro Purvis era más malo que todos los enemigos de la Confederación juntos.
Urquiza lo había recogido de cachorro en la Banda Oriental y rápidamente el animal lo tomó como único amo y sólo le respondía a él. Era un perro grande, de pelo oscuro. Para Urquiza fue una ocurrencia ponerle al animal el nombre “del anciano y simpático almirante”, al decir de Domingo Faustino Sarmiento, quien fue el que dejó la mejor descripción del can en su libro “Campaña en el Ejército Grande”, cuando acompañó a Urquiza como boletinero luego del pronunciamiento contra Juan Manuel de Rosas y en su cartera de bolsillo apuntaba, día a día, sus impresiones de esa campaña.
El perro muerde
El sanjuanino, que amaba a los animales, fue uno de los que padeció a este “enorme perro”, como lo describió.
“Muerde horriblemente a todo el que se acerca a la tienda de su amo. Esta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde”, se quejó Sarmiento. La orden en contrario era “¡Quieto Purvis!” y el animal se paralizaba. Hasta su propio dueño se sorprendía de la extrema fidelidad del animal.
Purvis siempre se mantenía al lado de Urquiza. No solo en su casa, sino que además lo acompañaba a las batallas. No existía estampido de cañón o fuego de fusilería que lo espantase. Inmutable, permanecía junto a su dueño. Como en el combate de India Muerta, donde un proyectil de cañón impactó cerca de donde estaba, lo hizo revolcar unos metros pero rápidamente se incorporó como si nada.
El animal era el líder de los otros perros del lugar y lo seguían a todas partes, menos en los combates, donde cuando empezaban los disparos todos se desbandaban, menos él.
El animal se hizo famoso por su fiereza y se transformó en un verdadero suplicio para quien era llamado por Urquiza o pretendía visitarlo. “Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima”, describe Sarmiento. “Un ¡Purvis! del general, en que le intima quedarse quieto, la primera señal de bienvenida”.
El propio futuro presidente llevaba una suerte de ranking de víctimas del animal. Le había dejado la marca de sus colmillos a Angel Elías, el secretario de Urquiza; al barón de Grati lo había mordido cuatro veces; también al comandante de uno de sus cuerpos. Hasta a Pedro Teófilo, uno de los hijos del general. “Y a ciento más”, aclaró.
¿Qué significaba para Sarmiento tener que ir a la carpa o al despacho donde trabajaba Urquiza? El lo explica: “Que se imagine cualquiera las emociones que debía experimentar cada ciudadano argentino al penetrar en aquel antro, con el sombrero en la mano, los ojos fijos en el monstruoso perro, su salvación pendiente de un grito dado un segundo más tarde del momento oportuno, mostrando ante un extraño síntomas de terror que nos presentaban en una luz desfavorable y a veces ridícula”. El también contó que cuando en una oportunidad fue convocado por Urquiza a su tienda, acudió con su mano derecha sobre el puño de su sable, dispuesto a todo. Sarmiento confesó que el corazón se le salía de su pecho, aunque se proponía aparentar tranquilidad.
La primera vez que Sarmiento se encontró con el general José María Paz éste, en tono confidencial, sabiendo que había estado con Urquiza, le preguntó: “¿Le mordió el perro Purvis?” –”No ha podido morderme, general, es que usted me ve aquí. Siempre tenía la punta de la espada entre él y yo”.
Con el tiempo, se dieron cuenta que el propio Urquiza utilizaba al perro para demostrar su simpatía o antipatía para con sus visitantes. Si dejaba que el animal mordiese, esa persona no era del agrado del líder entrerriano, pero si impedía que el animal se abalanzase sobre la persona, era señal de simpatía.
El animal quedó inmortalizado en el cuadro que el artista uruguayo Juan Manuel Blanes, entonces de 27 años, pintó entre 1856 y 1857 sobre la batalla de Caseros. Durante algunos años, Urquiza le encargó ocho cuadros -de 2,50 por 0,90- sobre las batallas que había ganado; además Blanes pintó ocho obras relacionadas a San José, a la Virgen y al Vía Crucis para la capilla del palacio, por lo que cobró 5160 pesos fuertes. El artista italiano Carlo Penuti, que acompañó al ejército de Urquiza, también incluyó al perro en algunas de sus obras.
Para cuando Urquiza fue asesinado en abril de 1870, Purvis ya había muerto. Se fue de este mundo con una asignatura pendiente: nunca pudo morder a Sarmiento.