A Gonzalo Sacco lo había abrazado la incertidumbre mucho antes de que el COVID-19 captara las primeras planas mundiales. Para marzo de 2020, cuando la enfermedad comenzó a propagarse en Argentina, su pizzería ubicada en la localidad bonaerense de Bernal ya se había devorado todos sus ahorros.
El confinamiento decretado en aquel entonces por el presidente Alberto Fernández puso patas para arriba las mesas y sillas de todos los locales gastronómicos del país. Incluido el suyo, por supuesto. Sin clientes, sin circulación y sin respuestas, Gonzalo intentó -al igual que la totalidad de los comerciantes- salvar su negocio y no dejar a nadie en la calle.
“Durante 2019, después de la corrida cambiaria post elecciones, vacié todos mis ahorros para que la pizzería siguiera funcionando. Eran USD 5.000, todo lo que tenía. Cuando empezó la cuarentena decidimos pedir un préstamo bancario de $850 mil para no ponerles excusas a nuestros empleados. La caída de marzo a junio de 2020 fue muy severa”, explicó Gonzálo en diálogo con Infobae.
Junto a su mujer Soledad había comprado “El Nuevo Candil” de Bernal en 2018. “La pizzería tiene 42 años. Adquirimos el fondo de comercio porque los dueños originales estaban cansados. Apareció la posibilidad y lo manejamos con Sol. Yo en ese momento trabajaba en la planta impresora de un diario. Pero cerró y me dediqué a fondo en este proyecto. Y los números no daban, pero cuando se transformó en mi actividad principal empezó a tomar otro rumbo”, sostuvo.
Y continuó: “El negocio fue creciendo pero la cuarentena nos golpeó, como a todos. Perdimos el 60% de la facturación. Mi mujer se quedó sin su trabajo en un restaurante”.
Gonzalo se apoyaba su cabeza sobre la almohada y pensaba en números. Cuando despertaba ocurría lo mismo: sacaba cuentas, buscaba ideas y recorría otros negocios para entender qué podía demandar un público que -en general- iba a permanecer confinado. “Obvio que pensé en cerrar y estaba abierto a hacer cualquier otra cosa. Le dije a Sol: ‘Si tengo que ser Uber a la noche, lo hago, no tengo ningún problema’. Podía dividir mis fuerzas en buscar otro trabajo. Pero preferí poner toda mi energía y atención en el negocio, buscar más herramientas que dividirme”.
“Mi familia vive de la pizzería. Y al caer el 60% de la facturación nos atrasamos con los gastos de mi casa. De facturar $70 mil por día pasamos a hacer $15 mil. Con eso pagamos sueldos y no nos atrasamos con los proveedores. Después, por suerte, el gobierno nacional nos ayudó y en junio del año pasado cobramos la ATP (Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción)”, contó Gonzalo.
Aquel cimbronazo hizo tambalear la estructura de su pizzería. Pero no lo derrumbó. Gonzalo recordó: “El préstamo lo obtuvimos en mayo o junio de 2020. Durante marzo y abril me dolía la panza. Liquidamos los últimos ahorros para poder pagar los servicios en casa. Yo quería ganar tiempo. Sabía que si pasaba el invierno y llegaba a octubre, el laburo iba a repuntar”.
La claridad de aquel pensamiento posicionó la estructura de su comercio familiar para los últimos meses de 2020. “Entendí lo que era sufrir la ansiedad. El préstamo nos ayudó, pero sabíamos que estábamos 40% más endeudados. Y nos endeudamos para seguir de pie. Empecé a remarla con platos del día. Atendía el teléfono y repartía los pedidos. Lo hicimos sin perder la esencia de la pizzería. No quería realizar las cosas a cualquier costo”, explicó.
El arribo de la primavera y la cercanía del verano le entregaron los primeros brotes favorables de una jugada arriesgada, la cual caminó de la mano junto a los costos fijos, al aumento de la materia prima y la imposibilidad de aumentar los precios en la carta para evitar que las ventas vuelvan a descender.
“Para mantener la estructura del negocio tenemos que facturar a partir de $800 mil por mes. Por eso lo abrimos los siete días. Pero entendemos que trabajamos de lo que nos gusta: yo atiendo a los clientes como me gustaría que me atiendan a mi”, dijo el papá de Luca y Dante.
De quedarse sin pizzería a la apertura de una nueva sucursal
“Se acercó un amigo que también es cliente y apostó en nosotros, porque ve el laburo que hacemos. A esta altura del año teníamos un nudo en la panza y hoy nos encontramos con esta situación: en julio vamos a abrir un nuevo local en el centro de Quilmes que se va a llamar igual. Y estamos contentos porque necesitamos ocho personas para comenzar. Eso es trabajo. Y cuando avance todo esto y volvamos a la normalidad, precisaremos más”, reveló el comerciante.
Luego remarcó: “No me gusta pegarle al país en el que estoy viviendo, me da de comer y le doy trabajo a gente. Y estamos por abrir un nuevo local que va a dar más puestos de trabajo. Uno mueve una rueda: el que me baja harina, va a bajarme el doble. El que baja muzzarella, me baja el doble. Ser comerciante en Argentina es muy difícil, lo sé. Y soy una persona que trata de hacer foco en lo bueno. Yo sigo creyendo en mi país, en tener proyectos acá”.
“Hace 10 años viví tres meses en Barcelona, trabajé allá. Cuando volví, lo primero que pensé fue que acá no está todo tan mal. Obvio que la inseguridad asusta, pero a veces el relato de Europa nos encanta. Pasa algo en Europa y no decimos nada. Cuando pasa acá somos un desastre. Idealizamos mucho la vida de allá. Entiendo y coincido en algunas cuestiones de respeto entre las personas, pero acá hay muy buena gente, que quiere lo mejor para el otro”, continuó Gonzalo.
Y completó: “Me encanta proyectar acá, no pienso en irme a vivir afuera. Con mi mujer insultamos por muchas cosas que tenemos que vivir, pero me encanta mi país. No me desalienta, al contrario: creo que podemos tener una Argentina diferente”.
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