Habla desde un parador de ruta en La Banda, Santiago del Estero. Natty Petrosino vuelve a Bahía Blanca, su ciudad, después de hacer lo que mejor le sale: ayudar al prójimo. A sus queridos y desolados wichis de Divisadero, una localidad ubicada a 300 kilómetros de Las Lomitas, en lo profundo de la provincia de Formosa. Acaba de dejarles un enorme camión con donaciones, que ella calcula como “unos tres de los que llevé siempre”. Se va, pero por pocos días: su regreso a la ciudad del sur bonaerense tiene que ver con cargar otro camión y poner proa al norte nuevamente.
“Aquí vengo, desde la selva -le dice por teléfono a Infobae-. Entregué lo que mi querida Gabriela Arias Uriburu y otras personas me ayudan a conseguir para dar a las comunidades. Y ahora en Bahía están juntando más. Es una ciudad elegida por Dios, porque dan para que siete mil personas puedan comer. El señor nunca abandona en este planeta”.
En esta oportunidad, Natty no tuvo problemas en ingresar a la provincia. En noviembre del año pasado, en cambio, no bien esta mujer de 83 años puso un pie en Formosa con tres camiones repletos de donaciones, intentaron expulsarla de esa provincia con el pretexto de violar el artículo 250 del Código Penal, que dice “quien viole las medidas adoptadas por las autoridades competentes para impedir la propagación de la epidemia, recibirá prisión de seis meses a dos años”. Costaba creer semejante flagelación a esa mujer, que era capaz de dormir en el suelo pero no abandonar su misión.
“Ahora no hubo inconvenientes, pero esa vez Gildo (Insfrán, el gobernador formoseño) hizo ese escándalo de no dejarme estar, me puse firme y le dije ‘matame si querés, pero no voy a soportar este absurdo’. Si tenía hisopado, todo… Se hizo tanto escándalo, todos se enteraron. Y ese ruido hizo ver el testimonio que queremos dejar”, continúa.
En Divisadero, Natty permaneció esta vez una semana. Desde su silla de ruedas controló que todo fuera entregado junto a sus tres colaboradores más estrechos en aquella localidad. En la ruta, cuenta lo que hizo esta vez: “Hablé mucho con la gente de ahí. Ellos son los nuevos pobladores de este planeta. Son los puros, son maravillosos los aborígenes. Tienen un despertar, una alegría, una inocencia que ni siquiera nuestro idioma han aceptado, siguen con su lengua originaria”. Aunque su hijo Juan Francisco -al que adoptó cuando tenía 17 días de vida y sumó a sus otros dos hijos, Jorge y Eduardo- se haya encargado de enseñarles español a un grupo para que puedan comunicarse con quienes lleguen desde afuera de sus comunidades.
Antes de regresar, Natty les dejó un mensaje segundos antes de subir a una camioneta para tomar la ruta: “Yo renuncié a todo, y al que renuncia a todo le pasará lo mismo que a mi. Pero para eso, decía un amigo mío, hay que haber muerto y resucitar, como me sucedió. Estar del otro lado. Porque es muy difícil, acá, poder renunciar totalmente… El evangelio dice que ‘desde la perla del sur -y Argentina es lo que está más al sur del planeta- saldrá la salvación’. Ustedes, comportándose bien, le van a demostrar al mundo la salvación. Es muy grande lo que están haciendo. Muy grande lo que tenemos que hacer. Que parece venir a dar. Y no, no… Vivir el evangelio es enseñarle a la gente, compartir lo que tenés…”.
A ese cambio, -o “la renuncia”, como ella dice- Natty lo experimentó a los 27 años. Ella era una conocida modelo, pero entonces vivió una situación límite, de esas de las que no se vuelve igual. Le descubrieron un tumor en el oído medio. Durante la operación para extirparlo tuvo una muerte clínica. Y nunca más fue la misma. A partir de esa mojón dedicó su vida a Dios y a brindarse a los demás. Recorrió el país y también el exterior. En Nicaragua colaboró tras el paso del huracán Mitch en 1998, cuando murieron 3800 personas. Y llegó hasta Kazajistán, Moscú y Chernobyl. Desde entonces, también la llaman “la Madre Teresa argentina”.
Aunque por su edad y la actividad que desarrolla podría tener administrada la vacuna contra el COVID-19, Natty señala tajante que no se la aplicará. “No me vacuné, ni me voy a vacunar, porque yo confío en Dios. Y no lo haré porque estuve trabajando entre sidosos y tuberculosos, y en el medio de la selva durante 64 años y nunca tuve problemas de salud desde que me entregué a Dios. Lo único que me pasó es quebrarme una pierna (ríe). Pero no estoy en contra de las vacunas. El que considera que para su cuerpo físico necesita un mecánico, adelante. Dios también creó eso”.
Natty percibe que su vida entre la gente está llegando a su fin, y lo dice: “Cuando llega el momento de partir no hay nada que pueda detenerlo ni cinco minutos más de lo que Dios disponga. Cuando la puerta se abre, los médicos pueden ayudar, pero la partida es inexorable. Que me lo demuestren si no es así. Yo estoy cerca, tengo 83 años, mi vehículo está gastado. Pero estoy feliz y entregada a reunirme con Dios, a encontrarme con mi padre eterno.
-¿Por qué dice eso?
-Por el apuro que tiene en que haga todo, que entregue todo, que hable con ustedes. Yo lo acepto como Jesús aceptó su muerte terrible en la cruz. La muerte y el nacimiento son una sola cosa…
-¿Cómo transita la pandemia?
-Vea. Cuando se destruyó Sodoma y Gomorra, Dios dijo que la próxima vez no iba a intervenir. Esta pandemia la creó el hombre, es su obra. Porque a China, por pelear con Estados Unidos, se le escapó de un laboratorio este virus. Pero ahora, Dios resolverá este problema. No tenemos que temer a la pandemia. Tenemos que compartir y amar. Yo creo que sonó la hora en que el planeta no puede sufrir más dolores. La hora en que no tenemos que padecer temblando porque nos pongan una bomba o poniendo rejas en tu casa. Es la hora de la sanación del planeta, está llegando.
Natty se despide, dice que debe regresar al camino. Ese que recorre desde hace tres décadas para llevar ayuda, consuelo y enseñanzas a Formosa. Pero esta vez, su adiós parece ir más allá de un simple “hasta luego”: “Voy a volver calculo que en 15 días, cuando junte todo en Bahía Blanca. Llevamos 13 milenios de la era adánica, estos 30 años míos son poco tiempo. Parece mucho acá abajo, pero son segundos arriba. Así que pienso quedarme en Divisadero hasta que Dios disponga de mí”.
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