A 90 km al este de Puerto Argentino se encuentra el istmo de Darwin-Pradera del Ganso (Goose Green), que tiene dos pequeñas poblaciones de aproximadamente 300 habitantes. Es una zona llana, sin vegetación ni alturas importantes, comunicada con San Carlos y la capital por dos caminos que en realidad eran sendas apenas transitables. Poseía una precaria pista desde donde solo podían operar aviones livianos. La zona estaba defendida, por lo que inicialmente se denominó Fuerza de Tareas Mercedes y luego Agrupación Litoral; conformada por el desgastado Regimiento de Infantería 12 (RI 12), a órdenes del teniente coronel Ítalo Piaggi que, después de ser “paseado” por la Patagonia, fue enviado a las islas para recalar al fin en Darwin; con su personal agotado, escasas armas pesadas y munición y, lo peor, sin una clara misión. Se lo reforzó con dos obuses de artillería de 105 mm del GA 4 a órdenes del teniente primero Carlos A. Chanampa; una sección de artillería antiaérea (Oerlinkon-Contraves con dos cañones bitubo de 35 mm) a cargo del subteniente Claudio O. Braghini; una compañía del RI 25 al mando del teniente primero Daniel Esteban, y una sección del RI 8. Todos con limitaciones logísticas. En el lugar operaban 150 hombres de la Fuerza Aérea a órdenes del vicecomodoro Wilson Pedrozo que, como destacamento aéreo, no pudo participar activamente en el combate.
El 24 de mayo de 1982, el general Omar E. Parada recibió la orden del general Mario B. Menéndez de trasladar su puesto de comando de Puerto Argentino a Darwin -donde el enfrentamiento con el enemigo era inminente-, para hacerse cargo de las operaciones de las unidades a su mando (Agrupación Litoral), pero nunca pudo cumplimentarla, adujo inconvenientes para el desplazamiento en helicóptero. Personalmente aprecio que podría haberlo hecho en camión, en moto, a caballo, o en el Falcon de Menéndez; desconozco si tenía alguna limitación física. Por su parte, antes de desembarcar, el general inglés Julian Thompson dijo a sus hombres: “Los jefes de las fuerzas de tierra actuarán como vienen haciéndolo desde hace dos mil años. La única diferencia entre Aníbal y nosotros es que él iba en elefante y nosotros tendremos que caminar”. Al respecto, el general Oscar Jofre dijo: “El general Parada, que había seguido la evolución de ese combate a través de los medios de comunicaciones radioeléctricas en Puerto Argentino…”. Me consta personalmente lo expresado por Jofre. Parada nunca estuvo en Darwin-Pradera del Ganso, por lo que desconocía sus características, y no compartió las vicisitudes y privaciones de sus soldados, tampoco el estado operativo, logístico y fundamentalmente la moral de la Agrupación Litoral, que debió haber conducido. En cambio, lo hizo desde un confortable puesto de comando en el centro de Puerto Argentino. Las órdenes de Parada eran imposibles de cumplir y reñidas con elementales principios tácticos.
A pesar de ello, sus subordinados combatieron en forma encomiable, exhibiendo valentía y profesionalidad ante un enemigo totalmente superior en número, en armamento, en adiestramiento y con apoyo de fuego naval y aéreo del cual las fuerzas del teniente coronel Piaggi carecían.
Es elocuente recordar que el día 28 de mayo el teniente Roberto Estévez del RI 25 se lanzó al ataque a la cabeza de su sección a través del fuego de la artillería y fusilería enemiga, a pesar de encontrarse herido en un hombro y en una pierna. Finalmente fue alcanzado por un impacto en un ojo cuando dirigía el fuego de la propia artillería. Murió junto con uno de sus hombres, el soldado Fabricio Carrascul. Ese mismo día se produjo un confuso episodio en que un disparo propio no identificado mató al jefe del batallón de Paracaidistas 2, teniente coronel Herbert Jones.
El teniente primero Chanampa relató: “Al finalizar el combate, y producida la rendición, se acercaron a la posición de mis dos obuses de 105 mm unos oficiales ingleses, y el de mayor jerarquía me preguntó si yo era el jefe. Ante mi respuesta afirmativa, me manifestó que realmente estaba admirado ya que esperaba encontrar una unidad de artillería (18 obuses) y no dos piezas. Que realmente la cadencia de fuego los había confundido, y la efectividad del mismo había sido el peor obstáculo que debieron soportar” (Balza, M. coordinador; Malvinas: Relatos de soldados, Biblioteca del Suboficial, volumen 154, pág. 26).
El subteniente Ernesto O. Peluffo, del RI 12, herido en combate, nos recuerda: “El fuego era intenso y no podíamos replegarnos. El enemigo, en castellano y en inglés, nos intimaba rendición (…) Teníamos muertos y heridos. Habíamos consumido casi toda la munición y el combate estaba definido y la superioridad británica era abrumadora (…) En la mañana del 29 de mayo llegaron médicos y enfermeros ingleses y nos prestaron la primera asistencia médica; luego, en un breve vuelo en helicóptero, nos transportaron a San Carlos y desde allí al buque hospital Uganda. Posteriormente regresé al continente en el buque hospital Bahía Paraíso (Balza, M., coordinador, Ob Cit, págs. 32 y 33).
La disminuida Agrupación Litoral resistió más de lo razonable. Uno de sus pelotones defendía un local conocido como “la Escuela”, que fue atacado por paracaidistas ingleses con todo tipo de proyectiles; el edificio se incendió: “Cuándo abrieron las puertas, todo lo que quedaba de los defensores argentinos era una masa de cuerpos calcinados, retorcidos y carbonizados, imposibles de identificar” (The Sunday Times Insight Team, Una cara de la moneda, Editorial Hyspamérica, Bs As, 1983, pág. 342).
Es elocuente y también conmovedor el relato del soldado Sergio Daniel Rodríguez del RI 25, herido en combate: “La noche del 28 de mayo me hirieron en combate junto con el soldado Horacio L. Giraudo, que falleció casi de inmediato. Los británicos me efectuaron los primeros auxilios (…) Sé que todos mis compañeros caídos, con el teniente Estévez a la cabeza, deben estar ahora en el paraíso de los valientes, y vaya mi recuerdo sincero y emocionado a todos ellos (…) A la mañana siguiente nos llevaron a un hospital de campaña inglés en San Carlos y allí me efectuaron dos operaciones, una colostomía (ano contra natura) y una laparoscopía (búsqueda en el interior de mi cuerpo tratando de localizar fragmentos de proyectil). Luego fui trasladado al buque hospital Uganda; allí un capellán inglés que hablaba un buen castellano me dijo: “Para vos, la guerra se terminó” (Balza M, Coordinador, Así peleamos Malvinas, Biblioteca Soldados, 1994, págs. 270 y 271).
El enemigo aseguró que entre el 27 y 29 de mayo dispararon miles de proyectiles de distintos tipos desde cinco naves; también emplearon misiles filoguiados Milan (alcance 2.000 m) y sus aviones Harrier lanzaron centenares de minas antipersona. Reconocen que encontraron una inesperada y fuerte defensa argentina. Uno de ellos, Clive Livingstone, dijo: “Tantas mentiras que se nos dijeron que no querían pelear, y están peleando como leones”. Su compatriota, John Crosland, agregó: “Ninguna de las compañías parecía capaz de lanzarse a través del campo abierto y poner fin al equilibrio sangriento impuesto por los argentinos”.
La Agrupación Litoral tuvo 48 muertos (36 del RI 12 y 12 del RI 25), el número de heridos se estima en el doble de esas cifras. No trascendieron las bajas británicas pero se estiman en no menos de 30 muertos. Excepto los heridos graves, los prisioneros argentinos regresaron a Montevideo el 12 de junio en el buque inglés Norlandhull. Con gran ingratitud, el general Leopoldo F. Galtieri, al más puro estilo hitleriano, manifestó que había que actuar con la máxima dureza con quienes se rindieran; y procedió de inmediato a pasar a retiro obligatorio al teniente coronel Piaggi, escondiendo el regreso de los bravos soldados. Sin embargo, el almirante Sandy Woodward al respecto, dijo: “Que los militares ingleses expresaron privadamente su sorpresa ante la resistencia de los soldados argentinos, a menudo descriptos como conscriptos sin experiencia que no pueden compararse con los profesionales de Londres. Una guarnición pequeña, por ejemplo, había luchado fieramente a ocho kilómetros al norte de Puerto Darwin contra una fuerza inglesa abrumadoramente superior, algo así como ochenta contra cuatrocientos (…) Los informes no oficiales dijeron que los paracaidistas ingleses debieron recurrir a un concentrado fuego de artillería y morteros para desalojarlos” (Los cien días, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1996, pág. 167).
He tratado de describir sintéticamente un combate del orden de treinta y seis horas y narrar la realidad de la guerra, que contrasta con el “factor CNN”, que en una pantalla de televisión nos muestra ilusiones entusiastas, magníficos portaaviones, estilizados aviones, tanques, artillería y soldados equipados con una surrealista tecnología, pero nos oculta la muerte, el dolor, la sangre, las mutilaciones y el llanto de cientos de familias. Recuerdo y comparto totalmente las palabras del papa Juan Pablo ll en 1982, en Londres: “La guerra debería pertenecer a un trágico pasado de la historia y no tener lugar en la agenda futura de la humanidad”. No puedo dejar de reiterar que a pesar de todo lo narrado, Malvinas fue una guerra atípica, en el sentido de que ambos bandos respetamos los usos y leyes de los conflictos armados y la dignidad del enemigo, a diferencia de los conflictos anteriores, posteriores y, aún, actuales. A principios del siglo XIX, el militar y filósofo prusiano Karl Von Clausewitz aseguró: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Hoy es interesante también recordar lo expresado a fines del siglo pasado por el militar y político israelí Yitzhak Rabin: “El sendero de la paz es mejor que el sendero de la guerra”. También estoy convencido de que nadie odia más la guerra que aquellos que la conocimos, y que un militar cumple mejor su misión cuando, mediante una efectiva disuasión, gana la paz que cuando hace y gana la guerra.
El general Martín Balza es Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.
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