En el actual territorio de la republica Argentina, vaya uno a saber los motivos, inclusive desde antes de la creación del país, hubo en sus habitantes cierta tendencia al culto a los muertos ilustres.
A lo largo de nuestra historia, muchos difuntos han pasado a los libros no solo por sus hazañas, sino por el periplo de sus cuerpos una vez fallecidos. ¿Por qué está esa atracción a los difuntos ilustres?, ¿Qué atraen tanto a los seguidores de sus ideas y a los detractores de estas? Veamos en un simple pantallazo, algunos de los periplos post-morten de algunos de nuestros personajes del panteón de héroes nacional y otros que no son tan conocidos.
Juan Galo Lavalle
9 de octubre de 1841 en la localidad de San Salvador de Jujuy murió el Gral. Juan Galo Lavalle, un personaje controversial, tanto en vida, como por las causas de su muerte. Esteban Echeverría dijo de él que era una “espada sin cabeza”. Que todo estaba en su mano y lo perdió. Fue el quien firmó la orden de fusilamiento de Manuel Dorrego. Pero volvamos a su ultimo día: Lavalle estaba alojado en la casa de Zenarrusa en el centro de Jujuy. Al amanecer, la casa había sido rodeada por el enemigo. Dicen que antes de salir de la misma, miró por el ojo de la cerradura y una certera bala dio cuenta de su vida: se alojó en la garganta y pereció en el acto.
Esa es la versión -hoy en día muy discutida-, de la muerte del Lavalle. Pedernera llegó en su auxilio, pero el general estaba muerto y su cuerpo tirado en el patio de la casa. Por tanto sus leales decidieron tomar el cuerpo y huir, porque en esa época era común exhibir la cabeza del enemigo en una pica en algún lugar público. Para evitar eso, llevaron su cadáver hacia el Alto Perú, antigua provincia de Charcas, hoy Bolivia. Pero son más de 300 km de distancia a 3000 m de altura. La cuestión no era un picnic y el calor agobiante de octubre hacía todo peor. Ya habían pasado Purmamarca y Tilcara, y el cuerpo de Lavalle -según narra Ernesto Sábato en “Sobre Héroes y Tumbas”- estaba hinchado y hediondo.
Estaban cerca de Huacalera (hoy en ese lugar esta el monolito que indica que por ahí pasa el trópico de Capricornio). Con ellos iba un francés llamado Alejandro Danel, que recomienda descarnar el cuerpo y llevarse solo los huesos. Ernesto Sábato en su libro nos dice que el cuerpo fue descarnado a orillas del arroyo Huacalera, otras versiones narran que fue dentro de la antigua capilla del lugar, hoy desparecida por un aluvión y ubicada a metros de la actual. Retiraron la carne, la enterraron en las inmediaciones de la capilla y limpiaron los huesos. El cráneo lo colocaron en un recipiente con miel y continuaron la marcha. Los huesos llegaron a Bolivia y en la iglesia de Potosí fueron depositados. Después de años volvieron a Buenos Aires para su sepultura final en el cementerio de la Recoleta, con una escala previa de algunos años en Chile. Todo este periplo le valió a Don Juan Galo que Ernesto Sábato y Eduardo Falú compusieran el famoso “Romance de la muerte de Juan Lavalle”.
Facundo Quiroga
“El tigre de los llanos” fue un político, militar, gobernador y caudillo argentino de la primera mitad del siglo XIX, partidario de un gobierno federal durante las guerras internas posteriores a la declaración de la independencia. Hacia el año 1835 llegó a consolidar una fuerte influencia y liderazgo sobre las provincias de La Rioja, San Juan, Catamarca, Tucumán, San Luis, Mendoza, Salta y Jujuy. Fue asesinado el 16 de febrero de 1835 de un tiro en un ojo, por Santos Pérez, que emboscó su carruaje Barranca Yaco, en el norte de la provincia de Córdoba. El cuerpo de Quiroga fue inhumado en la catedral de Córdoba, en el cementerio de los canónigos.
El 8 de enero de 1836, la viuda de Quiroga, María de los Dolores Fernández, reclamó el cadáver de su esposo. El traslado estuvo a cargo del Coronel Ramón Rodríguez, edecán de Rosas, y fue apoteótico, todo de color rojo punzó, los colores federales. El gobierno decretó honras fúnebres. El 7 de febrero el cadáver de Quiroga fue depositado en la iglesia de San José de Flores, el 19 de febrero de 1836 sus restos fueron homenajeados en la iglesia de San Francisco y luego trasladados al cementerio de la Recoleta. Su viuda hizo un primer sepulcro más modesto que el actual. El que vemos hoy fue construido en 1870 por su hija Mercedes y coronado por una de las más hermosas esculturas del cementerio de la Recoleta, la famosa “Dolorosa de Antonio Tartadini”. La tradición narra que el rostro de dicha escultura es la imagen de la esposa de Facundo.
Pero Facundo, aparentemente, ya no descansa de forma horizontal, sino vertical. Habían escondido el cuerpo, por temor a una profanación depositándolo en la pared de la bóveda puesto de pie. Y luego de muchas investigaciones con geo-radar por los muros perimetrales del sepulcro el 9 de diciembre del 2004, se pudo dar con un ataúd, puesto de pie en un muro, y se lo pudo observar por un hueco que se realzó en el mismo. ¿Es el ataúd de Facundo? No se sabrá a ciencia cierta hasta que sea abierto y realizado un estudio de ADN por medio de sus descendientes.
Manuel Dorrego
Militar y político argentino, se destacó como uno de los principales referentes del naciente federalismo rioplatense y fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires en dos oportunidades: en 1820 y entre 1827 y 1828. Fue derrocado por las fuerzas unitarias del general Juan Galo Lavalle, derrotado en la batalla de Navarro y fusilado por orden del mismo Lavalle.
La ejecución se llevó a cabo en el pueblo de Navarro el 13 de diciembre de 1828. Su cadáver fue enterrado por el padre Juan José Castañer, que era su primo. Al cumplirse el primer aniversario de su fusilamiento el gobernador Rosas estableció una comisión oficial que se dirigió el 13 de diciembre de 1829 a Navarro, a retirar el cuerpo de Dorrego, y se dejó constancia que había indicios ciertos de que luego de la ejecución hubo ensañamiento con el cadáver. Miguel de Villegas escribe al respecto del estado del cuerpo: “se encontró el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho…” .
John Murray Forres, Cónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires desde 1820 hasta 1831, describe en sus “Crónicas diplomáticas, once años en Buenos Aires”, como fue el sepelio: “…Esta solemne e impresionante ceremonia tuvo lugar antes de ayer, veintiuno del corriente. Fue transportado (el cuerpo desde Navarro) con gran cuidado a esta ciudad y depositado el 19 del corriente en la iglesia de la Piedad. El 20, día domingo, se ofreció una misa solemne a que concurrió muchísima gente. Un grupo respetable de ciudadanos armados hicieron guardia al féretro y por la tarde fue trasladado al Fuerte… donde el féretro fue conducido a la Catedral, seguido por el Gobernador, sus ministros y las autoridades públicas. La procesión marchó a lo largo de una fila de unos tres mil hombres armados, consistente en tropas regulares y de milicias. En la Catedral se ofreció, con gran pompa, una solemne misa a los acordes del Réquiem de Mozart, estando la iglesia apropiadamente decorada con crespones negros. A las cinco de la tarde, la misma procesión de la mañana se organizó de nuevo en la Catedral y acompañó al féretro hasta el gran cementerio católico llamado Iglesia de la Recoleta. El Gobernador, los ministros de estado y toda la procesión marchaban a pie. Las ceremonias fueron clausuradas con un corto y sentido discurso de S.E. el Gobernador, tras lo cual la inmensa concurrencia se dispersó pacíficamente y en orden”.
Justo José de Urquiza
Varias veces gobernador de la provincia de Entre Ríos, líder del Partido Federal y presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860, fue asesinado el 11 de abril de 1870 en su palacio de San José, Entre Ríos por una partida de su rival, Ricardo López Jordán.
Su cuerpo estaba sepultado en el cementerio público, pero su viuda, Dolores Costa, por temor a que fuera profanado, y luego de las autorizaciones de rigor, trasladó el ataúd el 25 de agosto de 1871 al templo parroquial. Fueron depositados en una cripta que el mismo Urquiza había hecho construir para sus padres y hermanos. Durante mucho tiempo se dio por hecho que el ataúd del Urquiza se encontraba detrás de la placa que la esposa había enviado a poner, supuestamente señalando el lugar donde reposa su cuerpo, pero no era así. Era obvio que su viuda temía que aun estando en el templo parroquial, el cuerpo pudiera ser motivo de una profanación. Al notar que su cuerpo no se encontraba donde supuestamente debía estar, comenzó la búsqueda del mismo por todo el espacio de la iglesia, pero sin éxito. En 1951 se realizó una segunda constatación del lugar y mientras golpeaban las paredes buscando sonidos huecos, un ladrillo se cayó y dejó al descubierto el único nicho sin identificación.
Levantada la tapa de este se encontraba un ataúd sobre cuya tapa de madera se hallaba una cruz de metal, con la inscripción ‘Gloria Deo’. Desclavada esta tapa de madera, apareció una caja de zinc, dentro de la cual se hallaba un cadáver cubierto con una mortaja, esta última en excelente estado de conservación. Los médicos legistas intervinientes, por medio de los estudios de los huesos, comprobaron que eran los de Urquiza. Los cuales habían permanecido más de 90 años ocultos por temor a alguna venganza.
Manuel Belgrano
Abogado, economista, periodista, político, diplomático y militar rioplatense de destacada actuación en la actual Argentina, el Paraguay y el Alto Perú durante las dos primeras décadas del siglo XIX. Belgrano morirá de hidropesía el 20 de junio de 1820.
Cumpliendo con su última voluntad, su cadáver fue amortajado con el hábito de los dominicos tal como era costumbre entre los terciarios de la orden de santo Domingo, de la que formaba parte y fue trasladado desde la casa paterna al Convento de Santo Domingo, recibiendo sepultura en el atrio por solicitud suya y por mayor humildad y no dentro del templo como lo están su padre y madre. Como su familia no tenía dinero para hacer la lápida para su tumba entonces se improvisó una con el mármol de una cómoda de su hermano Miguel Belgrano, la cual estaba pegada al muro de ingreso al templo.
El 4 de septiembre de 1902, una comisión designada por el presidente de la Nación, Julio Argentino Roca, procedió a exhumar los restos de Belgrano, para trasladarlos a la urna que fue depositada en el monumento que se inauguró en octubre de ese año en el mismo atrio de Santo Domingo. Levantada la lápida de la tumba del atrio, se retiraron los pocos huesos que quedaron y se colocaron sobre una bandeja de plata. Entre ellos se encontraron algunos dientes, uno de los cuales fue tomado por el ministro del interior, doctor Joaquín V. González, y otro por el ministro de Guerra, coronel Pablo Riccheri. Este hecho fue publicado y condenado por los principales diarios porteños y concluyó cuando el prior de Santo Domingo comentó, en cartas al diario La Prensa, que había recibido ambos dientes.
José de San Martin
Militar y político argentino y uno de los libertadores de Argentina, Chile y Perú. Es una de las dos figuras más trascendentes de la Guerra de Independencia Americana junto a Simón Bolívar. Falleció en Boulougne-Sur-Mer a la edad de 72 años, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850. Su cuerpo fue colocado en una capilla de la cripta de la Basílica de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Boulogne-sur-Mer y trasladado en 1861 a la bóveda de la familia González Balcarce, ubicado en el cementerio de Brunoy. En varias oportunidades se quisieron repatriar sus restos, pero su hija se negaba. Una vez fallecida está fue el presidente Nicolás Avellaneda quien logro traer sus restos el 28 de mayo de 1880. El primer lugar para depositar el cuerpo del general, había sido la capilla del bautisterio pero luego se decidió por la capilla de Ntra. Sra. De La Paz en la catedral de Buenos Aires. El mausoleo se envió en partes desde Europa. Este realizado en mármol rosado, la base es de mármol rojo de Francia y la lápida de mármol rojo imperial. El sarcófago es de color negro belga, fue obra del escultor francés Albert Ernest Carrier-Belleus, y allí deberían estar depositadas sus cenizas, pero ante la sorpresa de todos, San Martin estaba embalsamado y había sido depositado en tres ataúdes uno de plomo, otro de roble y el tercero de abeto. Cuando los restos llegan a Montevideo se le agrega un cuarto, porque el tercero estaba muy deteriorado. Es decir que no entraba en el receptáculo del sarcófago superior.
Mientras se terminaba la conclusión del monumento, el ataúd estuvo en la cripta de la catedral y hubo que sepultarlo debajo del monumento porque era tan voluminosa la estructura de tantos ataúdes que no calzaba en los espacios disponibles. Por si fuera poco, hubo otro problema: los cimientos de la catedral. Por tanto se lo sepulto inclinado, la única manera que pudo entrar. Es un mito el tema que fue sepultado con la cabeza hacia abajo e inclinado por ser masón. Porque ni bien llegaron sus restos se ofició una misa solemne en la catedral por su alma y el cabildo de la catedral asintió entonces complacido: “mirando como una de las preeminencias y de las glorias de la Iglesia metropolitana ser la depositaria de los restos de tan ilustre varón”. Así que el Libertador descansa inclinado dentro de su monumento.
Y así hay muchas otros eventos más de tinte necrófilo en nuestra historia: El padre del presidente Nicolás Avellaneda, Marcos, “el mártir de Metán” fue decapitado y su cabeza fue expuesta en una pica en la plaza central de san Miguel de Tucumán y, según la tradición, Fortunata García de García la sacó de noche y le dio sepultura en el convento de San Francisco. El 24 de agosto de 1881 una banda denominada “Los caballeros de la noche”, liderada por un noble belga llamado Alphonse Kerchowen de Pegnaranda robaron del cementerio de la Recoleta el ataúd con los restos mortales de doña Inés Indart de Dorrego, cuñada de Manuel Dorrego que había fallecido hacia poco y solicitaron recompensa para su devolución. El cráneo de Juan Moreira (con el cual jugaba a asustar un niño llamado Juan Domingo Perón, dado que estaba en la casa del Dr. Tomás Perón y Dominga Dutey, sus abuelos paternos) está en el museo de Luján. Hablar de los periplos del cadáver de Eva Perón seria escribir una biblioteca entera y muchos libros se han escrito sobre este tema; pero casi todos sabemos que terminó, antes de su repatriación en el cementerio mayor de Milán sepultada en la fosa 41 del campo 86 bajo el nombre de “María Maggi viuda de Magistris”. Al hermano de Eva Perón, Juan Duarte, después de muerto le cortaron su cabeza y Prospero Germán Fernández Alvariño la tendría en su despacho sobre le escritorio. En 1974 el ataúd con los restos de Pedro Eugenio Aramburu fue robado de su tumba en la Recoleta fue para usarlo como cambio del de Eva Perón. En junio de 1987, el partido Justicialista recibió una carta anónima, que afirmaba que las manos de Perón habían sido robadas y así fue efectivamente: su tumba había sido profanada, y se habían quitado las manos cortadas con una sierra, junto con otros objetos. Curiosamente al cadáver de Ernesto “che” Guevara, también le fueron amputadas sus manos.
Como vemos, algo hay en nuestro pueblo que posee cierta extraña atracción por los difuntos que poseyeron cierto poder y fama. Y su poder, extrañamente crece y se agiganta más después de muertos. En la novela “Santa Evita” de Tomás Eloy Martínez, pone en boca de Aramburu estas palabras dirigidas a Moori Koenig: “Muerta… esa mujer es todavía más peligrosa que cuando estaba viva…”.
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