Tenía 88 años, rechazó dos veces la vacuna y murió de COVID: “Mi abuela estaba segura de que no le iba a pasar nada”

Cesia (28) años se encontró con el mismo dilema al que se enfrentan hoy muchas familias, cuando un integrante no quiere vacunarse y el resto hace lo posible por convencerlo. “Como nieta, me dolía saber que su vida estaba en riesgo pero fue su decisión”, le dijo a Infobae

La última foto junto a su marido en el hospital donde falleció

Lucía Ignacia Basigaluz (88) nació en Montevideo, Uruguay, donde toda su vida trabajó como enfermera del Hospital Español, hasta que en los 80 la trasladaron al mismo nosocomio en Argentina y, desde entonces, se instaló en Villa Luro con su marido, Luis Jorge Lemes (86) y sus cuatro hijos.

Su nieta, Cesia Tamara Menis (28) le contó a Infobae que la pérdida de su abuela la devastó porque, a pesar de que intentó convencerla de todas las formas posibles de la importancia de vacunarse contra el COVID-19, siempre recibió un innegociable “No” como respuesta.

Cuando se inició la campaña de vacunación, tampoco su abuelo quería inocularse. Sin embargo, su nieta -que es asmática y espera ansiosa que llegue su turno para poder hacerlo- logró convencerlo. Pero, con su abuela, no hubo manera.

“Mis abuelos estaban muy indecisos y no se inscribieron. Después de un tiempo, logré convencer a mi abuelo y los anoté a los dos. Ella no quería saber nada, pero la anoté igual porque esperaba hacerla cambiar de opinión. Los inscribí en febrero y el turno llegó en abril. Aunque mi familia la llamó para insistirle, no hubo forma de llevarla. No quiso”, dijo Cesia.

Mi abuela estaba segura de que no le iba a pasar nada. No creía en la vacuna y pensaba que no le iba a hacer efecto. Yo le advertía que ya había estado internada por una neumonía y que, si se agarraba COVID, podía morir pero me decía que no tenía miedo. “No me quiero vacunar, andá a vacunarte vos”, me respondía. Desgraciadamente, preveía lo que le podía pasar”, explicó su nieta.

Cesia con sus abuelos, Lucía y Luis

Cesia le ganó por cansancio a su abuelo, quien finalmente cambió de parecer y le pidió a su nieta que lo llevara a vacunar pero, cuando llegó la fecha, no pudo hacerlo porque sufrió un broncoespasmo. Cuando lo volvieron a llamar, tampoco pudo inocularse, porque -desgraciadamente- ya se había contagiado de COVID. Su abuela rechazó ambos turnos.

Estuvieron más de un año sin salir. Se cuidaban muchísimo, pero a principios de mayo mi abuelo me llamó por teléfono y me dijo que tenía una mala noticia para darme. “De nuevo me siento mal y no voy a poder ir a vacunarme”. Lo hisoparon y dio positivo pero, como saturaba mal, lo internaron en el Instituto de Investigaciones Médicas “Alfredo Lanari”.

Mientras tanto y, a pesar de que su marido ya estaba internado, Lucía no presentaba síntomas. Hasta que finalmente, al cuarto día de hospitalización de Luis, aparecieron la tos, la fiebre y la baja saturación de oxígeno.

“Primero, internaron a mi abuelo y a los cuatro días a mi abuela en el mismo hospital, pero estaban en distintas habitaciones. Mi tía se ofreció a cuidarlos, porque ya había tenido dos veces COVID y desarrolló anticuerpos. Mi abuela no podía estar sola -porque era obesa y no podía moverse- y mi abuelo ya no podía ayudarla porque estaba enfermo, así que los tres terminaron internados en la misma habitación”, indicó.

Lucía tenía 88 años y vivía en Villa Luro

Los médicos le habían anticipado a la familia que el cuadro de Lucía era muy comprometido, pero su nieta siempre creyó se iba a recuperar porque era una mujer muy fuerte.

Con el correr de los días, la salud de Lucía se deterioraba de un manera incesante, mientras que su esposo -que es hipertenso- obtuvo el alta el 24 de mayo, pero le pidió a los médicos que lo dejaran quedarse un día más junto a su mujer. El médico lo autorizó y, al día siguiente, se enfrentó a la situación más triste de su vida

“Mi abuela siempre fue muy creyente y, cuando se empezó a sentir tan mal, mi tía le puso unas alabanzas evangélicas que le gustaban mucho. Cuando escuchó la canción “A tus pies”, se relajó del todo, dio tres suspiros, y partió de la mano del amor de su vida y de su hija”, expresó.

Muchas familias se enfrentan hoy al mismo dilema que tuvo Cesia: intentar convencer a los adultos mayores -o a personas jóvenes con comorbilidades- de la importancia de la vacuna. Pero, ante la negativa reiterada, no hay nada que hacer.

Sé que mi abuela era grande para tomar la decisión de no vacunarse, pero yo sabía que esto era una cuestión de vida o muerte. Siento que, si se hubiera vacunado, otra habría sido la historia. Estuvieron encerrados un año y por el pequeño descuido de ir a verlos, de pensar que no pasaba nada... Ya lo había vivido con un amigo, que hace dos meses perdió a su abuelo: un tío fue a verlos, los contagió y a los 15 días el hombre murió. Con esa historia en la cabeza, yo pedía que no fueran a verlos...”, lamentó.

“Creo que algunas personas mayores no toman conciencia. Me pasa lo mismo con mi papá, que tiene 67 años, y cuando lo voy a ver me pide que me saque el barbijo. Pero le explico que me lo dejo para cuidarlo a él y a mí misma. Siento que a la gente grande le cuesta más darse cuenta que su vida está en peligro”, agregó.

Cesia con sus abuelos en una vieja postal familiar

El matrimonio vivió 65 años juntos. Luis volvió a su casa donde ahora vive con su hija y otra de sus nietas, pero tiene que rearmar su vida a los 86 años.

“Está muy triste y con mucha angustia. Cuando mi abuela estaba mal, nos decía que si se salvaba la iba a cuidar hasta el último minuto de su vida. Se tenían un amor que no tenía límites. “Se fue la abuela”, nos puso en el grupo de WhatsApp de la familia la noche que falleció. Nos preguntaba cómo iba a seguir su vida sin ella, cómo iba a volver a su casa después de tantos años juntos... A los 86 años, tiene que rearmar su vida, a pesar de que nosotros lo acompañamos. Nos dice: “Voy a llorar hasta que me quede sin lágrimas”. Con 88 años, mi abuela manejaba todo y era la luz de la familia”, dijo Cesia.

Con todo el dolor del mundo, lamenta que su abuela se haya negado a recibir la vacuna y cree que la historia hoy podría ser muy diferente si hubiera aceptado inocularse.

“Tuvo la posibilidad y no quiso. Yo le decía que si no se vacunaba, no la iba a ir a ver más. Y me decía: “Bueno, entonces no vengas más”. Como nieta me dolía saber que su vida estaba en riesgo, pero fue su decisión. En cambio, mi abuelo se convenció de que había que vacunarse, y quería hacerlo cuanto antes”, destacó.

Hoy, Luis espera que le asignen un tercer turno para la vacuna que, por su edad, no tardará mucho en llegar. Con 58 años menos, Cesia tacha los días en el calendario esperando ser inoculada por su condición de riesgo.

“Tengo años 28 años y, desde que tengo uso de razón, soy asmática. Siempre, me tomé en serio al COVID-19. Pienso que es una lotería, porque nadie tiene nada comprado. Muchas personas me dicen que el barbijo no sirve, que todo es un invento, que la vacuna no funciona... Yo les digo que hoy, la única salvación que tenemos es la vacuna. Les insisto que, si tienen la posibilidad de vacunarse, lo hagan cuanto antes. Tenía dos compañeras de trabajo de 47 y de 62 años: ninguna se quería vacunar, pero las terminé convenciendo y ellas, a su vez, convencieron a sus maridos y hermanos”, dijo Cesia.

“No entiendo por qué la gente no se cuida. Se puede esperar para salir a pasear, pero el virus no espera y esto se paga con la vida. Si no nos cuidamos, esto no va a parar. Tampoco, entiendo por qué teniendo la posibilidad de hacerlo, muchas personas no se quieren vacunar. Me duele muchísimo haber cuidado tanto a mis abuelos y que todo haya terminado así. Pienso que, como familia, deberíamos haber hecho más: haber llevado a vacunar a mi abuela, no permitir que nadie fuera a verlos, ponernos más firmes con todos los cuidados... No sé... Me queda el sabor amargo de pensar que, tal vez, se podría haber hecho algo más y no se hizo”, finalizó.

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