La imagen conmueve. El gesto traspasa la pantalla y es esperanzador. Pilar (8) abraza a su padre que está en sillas de ruedas y acaba de vencer la batalla contra el coronavirus luego de una larga internación de 45 días. No es un abrazo cualquiera, es un abrazo al alma.
La foto, tomada por un integrante de la familia, rápidamente se viralizó. Pero la historia detrás del tweet es aún más emocionante.
“Dios me dio otra oportunidad”, agradece Dario, una y otra vez. “No había esperanza. De un día para el otro, salí”, le cuenta conteniendo las lágrimas a Infobae. Del otro lado se escucha a Pilar, que desde que su padre volvía a casa no se le despega.
Dario Caceres (43) es camionero y padre de tres hijos: Ignacio (28), Santiago (23) y Pilar (8). Desde hace una década está casado con Valeria Esposito (49). Por su labor esencial jamás dejó de trabajar. Sus viajes incluyen recorridos por todo el país. Hasta que se enfermó.
“Volvió después de Semana Santa de un viaje a Necochea con 40 grados de fiebre. Se sentía muy mal. Al día siguiente se hizo hisopado, y a las 24 horas llegó el resultado positivo para coronavirus”, relata su mujer.
Todo fue muy veloz, la fiebre jamás cedió, y empezó a desarrollar problemas para respirar. Le ordenaron internación de inmediato. Tuvo que esperar 24 horas para una cama, y finalmente fue derivado al Sanatorio Antártida de Caballito donde ingresó directamente a terapia intensiva por su avanzado cuadro de neumonía bilateral.
Pero eso no fue todo. Mientras tanto, Valeria, en su casa de Villa Luzuriaga, ya manifestaba síntomas compatibles de COVID. Ella también se contagió. “La verdad es que no podía ocuparme de mí, tenía que contener a mi hija Pilar. Además estaba pendiente de Darío que estaba internado en un estado delicado, entonces tomaba antifebriles”, recuerda.
Esos días los roles se invirtieron. Pilar se ocupó de cuidar a su madre con comida e incluso le tomaba la saturación de oxígeno. “Es nuestro sol”, dicen a dúo los papás.
Darío, que peleaba por su vida, finalmente debió ser conectado a un respirador. Sus pulmones estaban endurecidos. Eso fue lo último que supo Valeria, ya que también debió ser hospitalizada en la clínica San Juan de Dios.
Los días internada, Valeria los recuerda con angustia. “No llegue a estar conectada al respirador como mi marido pero si necesite oxígeno por el nivel bajo de saturación”.
“Estas muy sola, sin contacto con tus seres queridos, además ves constantemente gente morir al lado tuyo. Por eso no entiendo cómo la gente no toma conciencia de la gravedad de esta pandemia”.
Pilar estuvo al cuidado de sus hermanos y su madrina. “Me preocupaba dejarla sola, pero finalmente ocurrió. Ella igual se portó como una campeona, es nuestro sol porque no fue nada fácil, cada rato me preguntaba por él, y reclamaba sus besos y abrazos”.
El alta de Valeria llegó al décimo día. Ahora tiene con los chequeos de rutina, ir al cardiólogo y al neumonólogo. No lo hizo aún porque la situación de salud de su marido fue critica.
La batalla de Darío
‘Los partes médicos que recibí eran aterradores. Más de una vez me dijeron que no iba a sobrevivir, aunque la vida nos dio revancha”, cuenta entre lágrimas.
La familia pidió cadena de oraciones para los enfermeros, y el personal de la salud se unió a ellos. “Me recuperé por el amor que recibí de tanta gente”, admite agradecido. “Día por medio me acercaba a la puerta del sanatorio a pedirle a Dios un milagro, Pili le dejaba cantidad y dibujos de aliento a su padre que luego le acercaron a terapia”, agrega Valeria.
En la casa todos se preguntaban si se volverían a ver. Ya los médicos habían perdido las esperanzas. Mientras tanto Dario seguía dando pelea. Finalmente, el día 39 revirtió su cuadro. Y en cinco días le dieron el alta hospitalario. Perdió más de 15 kilos, solo camina con andador, y aún tiene dolor en las articulaciones debido al tiempo de cama.
Frente a la noticia que volvería a casa, amigos, y familiares directos se acercaron a la puerta de la clínica a recibirlo. Todos llevaban una remera que leía “Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros” y una enorme pancarta para recibirlo. Ni bien cruzó la puerta en la silla de ruedas, Pilar corrió a abrazarlo. Un abrazo que debió esperar 45 días, pero que no será el último.
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