“No recuerdo haberme sentido nunca tan despierta”, le dice Thelma a Louise antes de que las dos decidan saltar de la mano hacia el único destino que las hará libres. Muchas de las chicas que crecimos en los noventa también despertamos con ellas: con Thelma & Louise supimos que aunque el mundo nos diera pocas chances, podíamos ser protagonistas de nuestra propia historia; podíamos volar al infinito porque no estábamos solas.
Las comedias románticas nos habían enseñado a soñar con el auto descapotable, los anteojos de sol enormes y el pañuelo atado sobre el pelo al viento. La película de Ridley Scott que esta semana cumplió treinta años nos dijo que no hacía falta sentarse en el asiento del acompañante. El sueño era posible, pero además podíamos manejar nosotras.
Son muchas las razones que hicieron que la road movie por la que tanto Geena Davis como Susan Sarandon fueron nominadas al Oscar marcase un antes y un después, igual que son muchas las que hacen que se mantenga vigente a tres décadas de su estreno, el 24 de mayo de 1991. Aquellas amigas que en solo dos días cambiaban la rutina y el maltrato por la aventura de la ruta compartida; y el rouge y los peinados prolijos, por polvo, pistolas y sombreros de cowboys, mientras la trama pasaba de la comedia al drama, y del crimen al Western, sin perder nunca el humor ni la sensibilidad, hablaban de un nuevo lugar de las mujeres en Hollywood y en la sociedad. Davis y Sarandon eran el centro de una fábula donde, hasta en el final, donde las rodea un ejército de varones, todos ellos son apenas personajes secundarios. Y no necesitaban ser santas ni perfectas para ganarse el protagónico. Sus Thelma y Louise eran complejas, queribles y luminosas, pero también tenían zonas oscuras, traumas; eran capaces de hacer mal y de vengarse, incluso por todo el género. Y eso era definitivamente una novedad.
Callie Khouri era asistente de producción de una agencia de publicidad en Los Angeles cuando escribió la idea, en 1987: “Dos mujeres entran en un espiral delictivo. Se van de la ciudad y dejan atrás a sus trabajos y a sus familias. Matan a un tipo, roban una tienda y se acuestan con un chico más joven”. Era nada más que una sinopsis escrita en un memo, pero era poderosa. Partía de darle a esas dos mujeres el tipo de papel de acción que Hollywood le asignaba habitualmente a los actores; ella y sus personajes iban a romper las reglas. Khouri escribió a mano la mitad del guión que cuatro años después Ridley Scott dirigió con un presupuesto multimillonario, y por el que terminó ganando un Oscar, un Bafta y un Golden Globe.
Seis años antes, la caricaturista Alison Bechdel había popularizado un test que se usa hasta hoy para medir las brechas de género en el cine. Las películas pasan el test cuando: 1) aparecen al menos dos personajes femeninos con nombre, 2) esos personajes hablan entre sí, 3) hablan sobre algo que no sea un hombre. En 1985, Alien era la única que pasaba la prueba. 1991 fue una bisagra: además de Thelma & Louise, la heroína Sarah Connor se hacía fuerte para salvar sola al mundo y a su hijo en Terminator II, y la detective Clarice Starling de Jodie Foster enfrentaba a un psicópata para atrapar a un femicida serial en El silencio de los inocentes.
Parecía un avance definitivo, aunque como dijo la misma Davis en la reunión por los 25 años del film de Ridley Scott: “Cada año aparece una película que se supone que va a cambiar las cosas en la industria. Pero después eso no ocurre”. Para muestra basta ver la última entrega de los Oscars, en la que mientras varios se quejaban de que la corrección política obliga a que la diversidad del casting prime sobre las historias, la mitad de las películas nominadas no pasó el test.
Para Davis, el guión de Khouri fue “revolucionario” porque creó “personajes que están a cargo de su propio destino hasta el final, por amargo que sea. Personajes femeninos a cargo de sí mismos”. También era revolucionario en su manera de contar lo que el feminismo llama “cultura de la violación”. En la brutal escena que altera el curso del viaje y las vidas de las dos amigas, Louise interrumpe el ataque sexual contra Thelma. No le dispara al agresor en el acto, sino cuando no muestra arrepentimiento por lo que hizo.
“Cuando una mujer llora así es porque no se está divirtiendo”. Louise le dice a ese hombre en el estacionamiento del bar que “No es No” tres décadas antes de que el movimiento de mujeres lo convierta en un saludable cliché. Pero las protagonistas no pueden ir a la policía y denunciar que fue en defensa propia: “No vivimos en un mundo así, Thelma”. No viven en un mundo que les crea a las mujeres, es lo que dice también Louise, y todavía falta mucho para el #YoTeCreo.
Louise cree porque también fue víctima. Algo que no se nombra le pasó en Texas. La camarera del bar también sabe; cuando el investigador interpretado por Harvey Keitel –el único varón bueno de la historia– la interroga sobre el cadáver, dice que espera que haya sido su esposa, que puede haber sido “cualquier marido, cualquier mujer”. Igual que del otro lado de la pantalla, las mujeres sabemos, porque todas pasamos por algún tipo de violencia machista alguna vez.
En el documental Catching Sight of Thelma & Louise (2017), Jennifer Townsend vuelve a entrevistar veinticinco años después a espectadores y fans a los que les había hecho un cuestionario sobre sus reacciones al momento del estreno del film. Una mujer dice que “hay muchas más Thelmas ahí afuera de lo que la gente imagina”. Otra, que todos los hombres de la trama le recuerdan a algún miembro de su familia.
En efecto, parte de la gracia de la película que Fito Páez haría canción, y miles de amigas en todo el mundo invocarían como un nombre de guerra antes de lanzarse a la aventura –”hagamos la gran Thelma y Louise”–, es que los personajes masculinos resultan tan estereotipados como solían estarlo las mujeres en las historias contadas por varones. Desde el marido tonto y gruñón, hasta el chico malo, pero joven, sexy y lindo –demasiado lindo, ¡fue el primer papel importante de Brad Pitt!–, al que se le perdona todo, hasta que les robe y las delate, por una noche de sexo casual. La idea de que las mujeres podemos mirar, desear, y levantarnos a alguien en medio del camino solo porque está bueno, también fue revolucionaria para su época. Tanto como la de vengarse con humor de todos los piropos callejeros cuando, ya sobre el final, explotan a los tiros el camión del libidinoso con el que se cruzaron todo el viaje.
Solo pasaron tres días, pero, para entonces, Thelma Dickinson y Louise Sawyer ya no son las de la selfie. “Algo cambió en mí y ya no puedo volver. No podría vivir”, dice el personaje de Davis. Fuera de la ficción, su transformación también fue inmediata. Desde que interpretó a Thelma, Davis se convirtió en una activista de la representación de las mujeres en el cine y la televisión, y en 2004 creó el Geena Davis Institute on Gender in Media, que ha exigido paridad mucho antes de que el movimiento Time’s Up y el #MeToo se volvieran virales. “Ese papel cambió para siempre mi forma de considerar y elegir los demás. Siempre pienso: ‘¿Qué van a decir las espectadoras cuando vean esta película?’”
Sarandon tampoco ha dudado en decir que Louise la hizo feminista, y lleva una vida de militancia por los derechos de las mujeres y las minorías. Llegó a ser detenida en 2018 por protestar contra la política migratoria de Donald Trump bajo una consigna que no parece ajena a Louise: “Las mujeres desobedecen”. Fue ella quien el martes pasado le recordó a su compañera de ruta el aniversario de la película en Twitter: “Todavía no puedo creer que hayan pasado treinta años desde el día en que Geena y yo tuvimos nuestra aventura épica. Sigo agradecida de ser parte de eso… voy a tener que ir a Los Angeles a celebrar con mi chica”. Igual que entonces, Davis fue contundente: “Todavía saltaría feliz de un acantilado con vos, querida mía”.
Al momento de su estreno, sin embargo, aquel salto contra el patriarcado fue considerado demasiado provocativo para un sector de la crítica, que hasta tildó al film de fascista. Que solo Khourie se llevara en 1991 un Oscar por el guión era en parte una respuesta tranquilizadora de la Academia –siempre atenta al mainstream–, para los que decían haber visto dos horas de feminismo tóxico y violento (aunque se viera apenas un cadáver en toda la película). En todo caso, el problema también estaba resuelto en el guión: las protagonistas eran castigadas con la muerte por su provocación.
Vista a la distancia, revalorizar su legado es también entender en contexto que Thelma & Louise fue tan revolucionaria como pudo, y allanó el camino para que se contaran otras historias en las que las mujeres ya no fueran víctimas perpetuas de sus traumas, ni pagaran con todos sus ahorros por dormir con el chico lindo, ni tuvieran que saltar al vacío un segundo después de besarse. Para que se contaran historias en las que, como dice Davis, las mujeres por fin “estuvieran a cargo de su destino”.
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