Bautista tiene 6 años y vive en Comodoro Rivadavia. “La palabra coronavirus me da bronca”, dice. Desde Mendoza, Emma de 4, espera que vacunen a sus abuelos así puede ir a visitarlos a Rosario sin ponerlos en riesgo. “Los vi una vez en una videollamada, pero a mí me gusta estar en su casa”, explica.
A Ariana, de 10 años, no le molestar quedarse en su casa, pero se siente sola. “Mamá y papá trabajan todo el día y no tienen tiempo para jugar conmigo”, cuenta desde la Resistencia, provincia de Chaco. Máximo, en cambio, lamenta no poder ir a la escuela ni interactuar con sus amiguitos. Tiene 4 años y vive en Rosario.
Los testimonios forman parte de una investigación que llevó adelante UNICEF, entre agosto de 2020 y febrero de 2021, junto a la Asociación Civil INTERCAMBIOS y el Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús, donde se estudió el efecto del COVID-19 en la salud mental de niños, niñas, adolescentes. También se profundizó en los vínculos familiares, la escolaridad, las emociones y sentimientos y las percepciones del futuro.
De las conclusiones -a las que se arribó luego de entrevistar a 780 niñas, niños y adolescentes de entre 3 y 18 años, residentes en seis conglomerados urbanos pertenecientes a las seis regiones del país (San Salvador de Jujuy, Resistencia, Mendoza, Rosario, CABA, AMBA y Comodoro Rivadavia)- se desprendió que la capacidad de jugar permitió a los chicos y las chicas elaborar y simbolizar la Pandemia.
“Juegan a ser ‘doctor o doctora’, a perseguir al ‘virus zombie’ o encontrar científicos que crean vacunas: se involucran como agentes de cambio del mundo que los rodea y de esta manera, elaboran sus emociones”, indica el estudio de UNICEF.
Según los especialistas, durante el último año, los niños desplegaron capacidad lúdica y creatividad. A través del juego, encontraron formas de expresión y de comunicación para hacer frente al confinamiento y el distanciamiento social de sus vínculos afectivos. No obstante, el equipo de investigación alertó que, en los últimos meses, con la prolongación de la situación, se empieza a percibir un “creciente agotamiento de esta capacidad de adaptación”.
“Los chicos y las chicas encontraron en el juego una manera para hacer frente al malestar provocado por la pandemia y de proteger su salud mental, pero a medida que la situación se extiende en el tiempo y se complejiza, con la aparición de nuevas cepas y el incremento de casos, necesitan nuevas herramientas para procesar todo lo que ocurre a su alrededor”, afirma Olga Izasa, Representante Adjunta de UNICEF Argentina.
Y agrega: “En ese sentido, el acompañamiento de padres, madres, personas adultas de referencia es fundamental para explicar, contener y ayudar a procesar la angustia y la incertidumbre que genera esta segunda ola de COVID-19”.
La investigación también evidencia la necesidad de recuperar los espacios de intimidad que se perdieron durante el confinamiento: la construcción de “casitas” o “carpas” de juego, permiten recuperar cierta autonomía dentro del hogar. Sin embargo, en muchos casos, el déficit habitacional lo impide: en el 39% de los hogares relevados para el estudio, los niños y las niñas no tenía lugar para jugar en sus casas.
Si bien el juego funcionó como “escudo protector” de la salud mental de niñas y niños, poco antes de cumplirse el primer año de pandemia en el país ya se empezaban a observar signos de agotamiento. El estudio de UNICEF alerta que entre los chicos y las chicas de 3 a 12 años se observan estados de mayor irritabilidad, mal humor, enojo, fastidio e intolerancia. En algunos casos, se manifestaron cambios o trastornos en la alimentación y/o el sueño.
Entre las y los adolescentes el impacto del encierro es mayor. La falta de intercambio con sus pares y referentes adultos fuera del hogar se expresa en altibajos emocionales, desgano, enojo, irritabilidad, angustia y resignación: la mitad de los encuestados refirió sentirse triste y un tercio manifestó sentimientos de soledad durante todo el período. Estas emociones, en especial en quienes están cercanos a la finalización del ciclo secundario, aparecen ligadas a los sentimientos respecto al futuro.
“Lo peor de todo es la incertidumbre. El no saber qué es lo que va a pasar ni en este momento ni más adelante”, dice Itatí, de 17 años, desde Rosario.
El estudio de UNICEF incluye recomendaciones para las familias. En primer lugar, sugiere escuchar las preocupaciones y malestares que tanto niñas, niños como adolescentes pueden tener ante la pandemia. Respetar sus opiniones y emociones, favorecer la expresión de sus pensamientos y hacerlos partícipes en la toma de decisiones. Es importante promover espacios lúdicos o artísticos, donde tengan posibilidades de expresarse, sobre todo en momentos en que las actividades fuera del hogar sufren restricciones.
Muchas de las emociones que expresan los chicos y las chicas son manifestaciones esperables, que requieren acompañamiento de los adultos y no constituyen patologías en sí mismas. No obstante, se aconseja estar atentos a las manifestaciones recurrentes de desgano y apatía, que requieren de la consulta en los servicios de salud mental.
FAMILIA, ESCUELA, CUIDADOS Y PROYECCIÓN FUTURO
El estudio de UNICEF analizó, a partir de las producciones de las niñas y los niños (audios, videos, dibujos, narraciones) y los grupos focales con adolescentes, el impacto de la pandemia en su salud mental en cuatro dimensiones: familia, escuela, cuidado y proyección de futuro.
En el plano familiar, entre las niñas y los niños de 3 a 12 años, la valoración positiva durante el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) se vinculó a la sensación de protección de parte de los adultos referentes. El lugar de la madre es central en el proceso de cuidado y genera sobrecarga de las tareas domésticas sobre las mujeres.
Entre las y los adolescentes el ASPO aumentó los conflictos intergeneracionales: la falta de espacios de intimidad en el ámbito familiar genera malestar y dificulta la construcción de autonomía. “Atraviesan esta situación con extrañeza e incertidumbre, a la vez que comienzan a naturalizarla. Esperan la recuperación y vuelta de hábitos, actividades y formas de organización del espacio y el tiempo que precedieron a la pandemia, aunque al percibir que habrá condiciones particulares para esa ‘nueva normalidad’ lo elaboran con sentidos contradictorios y ambivalentes”, sostiene el informe.
En el ámbito escolar, la suspensión de las clases presenciales reflejó un gran impacto emocional para las niñas, niños, y adolescentes de todos los sectores sociales. Por eso, el regreso a la escuela disminuyó emociones como la angustia y la soledad, el enojo, la irritabilidad, la tristeza, los cambios en el sueño y alimentación que se presentan en períodos de aislamiento social. Para la mayoría, la educación a través de plataformas virtuales genera cierto agobio por la cantidad de tareas que no comprenden o no pueden realizar solas y solos y condicionalidades por la falta de dispositivos o de acceso a Internet.
Con respecto al cuidado la preocupación prioritaria entre las niñas y niños de 6 a 12 años es cuidar a madres, padres, familiares, amigas, amigos, vecinos y vecinas. “Los chicos y las chicas conocen las medidas de cuidado y promueven su implementación”, sostiene el estudio de UNICEF.
Un dato interesante: entre las y los adolescentes se expresó malestar por ser considerados como “propagadores de los contagios”. Los jóvenes se reivindican como un grupo que conoce e implementa las medidas de protección y que cuida de las poblaciones con mayor riesgo. Reclaman mayor participación y protagonismo en los protocolos de cuidados escolares. “La estigmatización, junto a la percepción de no ser tenidos en cuenta, no favorece la construcción de ciudadanía”, se reflexiona en el informe.
En tanto al futuro, para las y los niños de 3 a 12 años la vuelta a la presencialidad escolar era la expectativa de futuro más importante durante el ASPO. También anhelaban volver a los espacios públicos, e irse de vacaciones o viaje para ver a sus familiares. A partir del DISPO comenzaron a proyectar una vuelta a una “nueva normalidad”. Para las y los adolescentes, en cambio, las restricciones están ligadas a las pérdidas de proyectos futuros. La vacuna aparece como un horizonte alentador y expresan optimismo y esperanza al respecto.
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