El último lunes, el hospital Dr. Horacio Heller, el segundo en importancia de Neuquén, sufrió un colapso total. Durante unas dos horas y media, entre las 12 y las 14:30, se ordenó el cierre de las puertas de la guardia de emergencia. No importaba si se trataba de un paciente con insuficiencia respiratoria o con un principio e infarto. El desborde ocasionado por el abrupto crecimiento de nuevos casos graves de COVID-19 obligó a las autoridades a dejar a personas desesperadas en las puertas del centro de salud.
“Hay que reconocer que esto ha superado cualquier previsión, cálculo y presunción de gravedad”, afirma hoy, cuatro días después, Víctor Noli, el director ejecutivo del hospital Heller, en una charla con Infobae.
“En ese momento del mediodía, me bombardeaban el teléfono desde todas las áreas del hospital. Cada zona estaba desbordada y no había lugar para sumar más gente. Yo le permití al personal de la guardia que tomara la decisión que creyera necesaria. Fueron ellos quienes tuvieron que cerrar la puerta y comunicarles a futuros pacientes que se tenían que quedar a esperar en la calle. Fue un momento horrible y de extrema tensión para nuestro personal de salud y para la gente”, completó.
El hospital se había saturado por completo. La guardia, que se había diseñado originalmente para la atención a 6 personas, contaba en ese momento con 15 pacientes, en su mayoría contagiados de coronavirus. Las improvisadas camas en los pasillos de las zonas críticas o en los consultorios de los médicos de los boxes de la primera atención de emergentología ya no eran suficientes.
De acuerdo a los datos publicados por el Ministerio de Salud provincial en la noche del jueves, Neuquén presentó una ocupación total (100%) de camas de terapia intensiva y marcó nuevos récords diarios de contagios (1.229) y de fallecidos (22).
Noli habla con preocupación ante el panorama que se avecina al hospital Heller. Más cuando se trata de un centro de salud que no fue considerado en el inicio de la pandemia como un Hospital COVID y que debió adaptarse a las circunstancias aún sin el personal específico necesario.
“Este hospital está emplazado en la zona Oeste de Neuquén capital, muy urbana, y tiene una responsabilidad sanitaria de 100 mil personas. Es de complejidad 6, por lo que no cuenta con terapia intensiva, sino intermedia. En el inicio de la pandemia, este hospital fue el único de la capital destinado a atender todo el resto de las patologías que hubiera en la provincia, menos COVID-19”, detalló el director del centro.
“Recién a mediados de agosto nos comunicaron que íbamos a tener que empezar a aceptar pacientes de coronavirus. El problema era que nosotros no teníamos la capacitación ni preparación que habían tenido otros hospitales. Incluso, mientras los demás aprendían con áreas relajadas, porque el brote no era tal todavía, nosotros contábamos con una actividad cargada debido a todo el resto de patologías. El personal se capacitó gracias a la tarea de una única intensivista y a una entusiasta del área respiratoria. Pero hoy tenemos a una mayoría del equipo que son médicos clínicos y emergentólogos que ni en sus peores sueños imaginaron vivir situaciones como las que están viviendo en estos días”.
Noli vuelve al último lunes, el día del colapso, y recuerda la que fue quizás la escena más dura de la segunda ola en su hospital: “Ese día por la tarde entró muy grave un folclorista que es muy conocido en toda nuestra comunidad. Una persona muy querida. Nos golpeó mucho a todos. Encima, al margen del colapso del hospital, su situación al ingresar era tan grave que ni aún contando con un respirador y una cama exclusiva para él se hubiera salvado”.
“Mi equipo fue honesto y le reveló a toda su familia que ya no había nada más que hacer. Y les permitió ingresar a darle el último adiós. Él todavía estaba consciente y ya sabía lo que iba a pasar. En ese momento lloraron todos: el propio paciente, la familia, sus hijos chiquitos y hasta los médicos. Por eso, yo valoro la entereza y la honestidad con la que se manejó mi equipo en una situación tan conmocionante por la magnitud de esa persona en la provincia. Me dieron orgullo”.
En su rol de líder de equipo, Noli destacó la importancia de que el personal de su hospital pueda mantenerse firme a nivel emocional, aún cuando la realidad parece demostrarle que su trabajo nunca alcanza: “El problema es que nosotros sentimos que lo damos todo, que tenemos insumos, material, todo, pero aún así no alcanza. Es como sentir que está todo listo para ir a la guerra, pero cuando estás ahí, ves que el enemigo te sobrepasa en número y en capacidad bélica y te hace sentir impotente. Y nosotros no estamos acostumbrados a eso”.
El coronavirus y la violencia
Por el momento, la ocupación de camas terapia intensiva en Córdoba se mantiene en números razonables en comparación a la gran mayoría de las provincias. De acuerdo a cifras publicadas por el Ministerio de Salud de la Nación, hasta el 26 de mayo, las camas UTI de los sistemas sanitarios públicos y privados cordobeses apenas alcanzaban el 57,1 por ciento de ocupación.
Sin embargo, hay pequeñas historias particulares que reflejan la crisis y las dificultades para atender la pandemia en zonas geográficas peculiares.
Daniela Olmos es médica de planta del área de terapia intensiva del hospital Príncipe de Asturias, ubicado dentro del barrio Villa Libertador, en las afueras de Córdoba capital.
“Es un hospital muy chiquito, de pocas camas de terapia intensiva, pero que se encuentra en un lugar de muchas dificultades. Está ubicado en una de las denominadas zonas rojas en cuanto a la seguridad. Entonces, nosotros tuvimos que dividir el área de terapia intensiva entre los pacientes de COVID-19, por un lado, y los pacientes con traumas, heridas de armas blancas y de armas de fuego, por el otro”, describió.
Desde hace dos semanas, el hospital Príncipe de Asturias tiene sus seis camas de terapia intensiva ocupadas. También están ocupadas las cuatro camas que fueron “improvisadas” para atender casos de terapia intensiva. Si bien aún existe la capacidad de maniobra de trasladar a pacientes a centros más grandes o al ámbito privado, en los últimos días, Olmos y todo el equipo de salud del hospital conviven con lo que llaman “camas calientes”: cama que se desocupa es ocupada de inmediato por otro paciente que estaba a la espera.
Esta incertidumbre e incógnita sobre la disponibilidad de nuevas plazas es otro de los factores que aporta su granito de arena a un clima cada vez más violento en el vínculo entre el equipo de salud y las familias de los pacientes.
“Desde hace un tiempo, especialmente en este año noté un incremento claro de la violencia, pero ya hablo de violencia como sociedad. Ni siquiera algo puntual del hospital. Es que hay muy poca empatía y solidaridad”, relata Olmos.
“Hubo situaciones en que un familiar al que se le comunicaba una mala noticia empezaba a romper los vidrios del área donde estemos. También hubo casos de médicos que han sufridos destrozos en sus autos y hasta robos. Y eso te hunde moralmente. Uno siempre trata de acompañar en los momentos más difíciles, pero nosotros también atravesamos situaciones muy estresantes”, agregó.
Olmos advierte con preocupación el panorama al que se enfrenta Córdoba en las próximas semanas. Lo mismo ocurre con las autoridades del resto de los hospitales de la capital. “Por el momento, tenemos la capacidad de que cualquier paciente que tenga que esperar cama, lo pueda hacer dentro de un hospital y con una mínima atención, no en su casa. Pero algunos hospitales ya armaron carpas prehospitalarias en las afueras para atender a los nuevos pacientes cuando se desborde. Estas carpas tienen la función de que los pacientes no esperen a sentirse mal”.
Precisamente, a lo largo del último mes, Olmos advirtió con preocupación la cantidad de pacientes menores de 55 años que acudieron al hospital con síntomas de COVID-19 ya muy avanzados.
“Es que hay mucha gente muy humilde que empieza a tener fatiga o unos pocos síntomas y se comienza a meter pastillas. El problema es que, a diferencia de la primera ola, ahora este es un grupo etario activo. Entonces, aguantan lo máximo que pueden porque tienen la necesidad de no faltar a sus trabajos. No pueden arriesgarse a perderlo”, completó.
La humanización en la terapia
Enrique Agüero es uno de los coordinadores de la terapia intensiva del Hospital Regional Ramón Carrillo, el más importante de todo Santiago del Estero. Con una ocupación de entre el 94 y 98% de las camas de terapia intensiva, el especialista, también jefe de terapia del sanatorio Alberdi, fue testigo y hasta protagonizó dramas humanos extremos dentro del centro de salud.
“Hay que tener en cuenta que acá en Santiago prácticamente nos conocemos entre todos. Entonces, ante cada paciente que ingresa o cuando a un familiar o un paciente que uno conoce de la vida le tenés que decir que no hay lugar, ahí se pone en juego todo lo emocional”, afirmó a Infobae.
Desde el inicio de la pandemia, en marzo de 2020, Agüero ya perdió a 15 colegas del ámbito de la salud. “El primer fallecido de nuestro equipo fue quien fuera mi primer jefe en la sala de clínicas, el doctor Wálter Frías, de 53 años. Encima se me murió a mí, así que imaginen lo que fue. Me impactó muchísimo”.
“A ese tipo de situaciones, hay que sumar que tenemos mucha baja de personal por contagios que aún existen. Médicos que se recuperan del virus pero quedan con secuelas motoras o respiratorias que les impiden volver a trabajar, hay cuadros de depresión, ataques de pánico. Y hay experiencias personales que son dramáticas”, agregó.
Sin ir más lejos, en el transcurso de la última semana, se vivió una escena tan dolorosa como inimaginable dentro del cuerpo de profesionales: “Uno de los médicos de la terapia perdió a su padre por COVID-19 justo cuando él estaba de guardia y cuando lo estaba atendiendo. Al principio habíamos intentado cubrirlo para que no tenga que vivir eso, pero cuando su padre mejoró decidió volver. En horas el cuadro de salud empeoró muchísimo y justo se murió cuando su hijo estaba trabajando en la terapia. El papá también era médico”.
El vínculo cercano con la mayoría de los vecinos de la ciudad y la saturación de la terapia intensiva dejó a Agüero en un clima de dudas, incertidumbre y hasta culpa. “Recibimos llamados de conocidos todo el tiempo, todos los días. Nos piden una cama para internarse, para la madre, el tío, un hermano. Es un ruego constante. Y tener que negarle la cama a un conocido, a alguien que querés, es una de las sensaciones más feas que se te puedan ocurrir. Porque ahí también se puede poner en juego la relación con esa persona. Y todos tienen que entender que nosotros hacemos lo que podemos”.
Freno ante un panorama angustiante
El Ministerio de Salud de la Nación informó en su último parte que en todo el país hay un 76,2% de ocupación de las camas de terapia intensiva y hay unas 6.802 personas internadas en esa área.
De acuerdo a las cifras recogidas el 26 de mayo, las cuatro provincias más comprometidas son Santa Fe, Río Negro, Formosa y Neuquén, con más de un 90% de ocupación.
En paralelo, la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva realiza de manera semanal una suerte de relevamiento, mediante una encuesta anónima con sus afiliados, sobre el cuadro de situación en las áreas de terapia intensiva de todo el país.
En ese estudio transversal observacional participaron representantes de áreas de terapia intensiva del ámbito público y privado en todo el país y se permite disponer de una muestra dinámica sobre la evolución en la ocupación.
De acuerdo al último estudio de SATI, donde participaron 186 Unidades de Terapia Intensiva de todo el país con un total de 3.598 camas, se observó una tasa de ocupación del 90 por ciento, de los cuales el 58 por ciento pertenece a pacientes de COVID-19 positivos.
“En el AMBA, el pico se vio hace tres semanas y ahora bajó parcialmente, pero se estableció en una meseta del 92 por ciento de ocupación. Que es una meseta muy alta. Al igual que en la primera ola, cuando se alivianó en el AMBA, empezó a distribuirse en el interior”, le explicó a Infobae Carina Balasini, titular regional de CABA y PBA de SATI, quien es una de las analistas de las muestras.
“El problema está en que los pacientes de ahora tienen una internación prolongada de 25 días o un mes. Por lo tanto, si uno habla de que el 5 por ciento de los contagiados requieren terapia intensiva y estamos teniendo 30.000 nuevos afectados por día, significa que dentro de 15 días va a haber más de 1.000 pacientes con esa necesidad. Y eso implica que para que haya 1.000 camas de terapia libres tendrán que salir otros 1.000 pacientes de las camas. Y es por eso que creemos que el déficit de las camas va a seguir persistiendo por un tiempo”, analizó.
La crisis de las secuelas
Se suponía que el drama del COVID-19 no le iba a pasar tan de cerca a la terapista Carina Tolosa. Es que esta co-conductora de terapia intensiva del hospital San Juan Bautista, de Catamarca había sido designada para dirigir el área de las enfermedades polivalentes, la ya coloquialmente llamada “terapia no COVID”.
Pero el daño que podía causar el virus fue impensado, incluso hasta subestimado. Hoy, en un centro de salud al que le queda apenas el 15% de las camas de terapia disponibles, las afecciones causadas por el coronavirus inundaron de pacientes las dos salas de terapia intensivas que se habían preparado. Unos por el contagio del virus activo. Otros, por las secuelas.
“En las últimas semanas y cada vez más seguido empezaron a aparecer pacientes en mi área de terapias polivalentes con cuadros de salud muy complicados a raíz de las secuelas del COVID”, le explicó a Infobae.
“Son pacientes que ya recibieron el alta epidemiológica y que tuvieron que volver a internarse porque persistían los daños respiratorios o motores”.
Tolosa indicó que en la actualidad, dentro del área de polivalentes, se encuentran tres pacientes que ya no están contagiados de coronavirus y que están conectados a un respirador mecánico.
“Este virus se come los pulmones, los consume. Es una cosa impresionante lo que hace. Incluso hay veces que los pacientes vienen con sintomatología leve, les hacés una placa y te preguntás: ¿Cómo es que esta persona está respirando?”, reflexionó.
La terapista indicó que los casos de pacientes recuperados con secuelas graves se empezó a convertir en una tendencia preocupante: “Son personas que pasaron 14 o 21 días internados y ahora vuelven con oxígeno y asistencia mecánica respiratoria. Es muy duro”
Al drama de tener que lidiar con casos d conocidos o de familiares de amigos, Tolosa sumó el agotamiento físico que padecen aquellos médicos y enfermeros que atienden durante todos sus turnos a pacientes graves de COVID-19.
“El respirador no lo puede manejar cualquiera porque todos los pacientes no ventilan de la misma manera. Cada paciente tiene su modo de acuerdo a su patología. Y esta patología es muy agresiva y tiene etapas con formas muy rápidas”, detalló.
“Hay pacientes que llevan más de 25 días en terapia intensiva y eso supone un desgaste físico enorme para los terapistas. La mayoría de estos pacientes graves sufren de obesidad y el proceso de pronarlos (ponerlos boca abajo) y despronarlos supone un nivel de desgaste muy alto. Eso se suma al agotamiento mental y al estrés emocional que cada uno conlleva”, describió.
Elegir quién vive
Pasan los días y Claudia Fernández, la coordinadora del área de terapia intensiva del hospital Escuela Y De Clínicas Virgen María De Fátima, de La Rioja, recibe cada vez más pacientes procedentes del interior de la provincia.
La saturación de uno de los dos hospitales más grandes de la provincia es completa desde hace días. De tal manera, la titular del área advirtió que se acerca el momento que más temió durante toda la pandemia: “Está por llegar la hora de que tengamos que elegir quién usa el respirador y quién no, el momento de dar prioridad de atención a una persona por sobre otra”, le afirmó a Infobae.
“Suena duro porque incluso me puede llegar a pasar a mí de tener que elegir entre mi abuelo de 75 años o un chico de 29. Tratamos de no desamparar a nadie, pero ante una situación tan límite como la que estamos en nuestro hospital uno tendrá que ver cómo distribuir la asistencia”, agregó.
El transcurso del último mes y medio supuso un nivel de desgaste mental, de angustia y de un desorden en la rutina familiar de Fernández. Todavía le persigue la voz de un niño que escuchó a lo lejos durante un llamado con la familia de un paciente que ya no tenía posibilidades de sobrevida: “Estaba hablando por teléfono con la esposa de un paciente que estaba terminal y de repente se lo escuchó al hijito decirle a su mamá ‘Avisale a papi que lo estoy esperando’. Ese tipo de cosas te hunden porque ya sabes cómo va a terminar todo y no podés hacer nada”.
Asimismo, el nivel de demanda que le genera el área de terapia intensiva saturada comenzó a afectarle de manera directa en su vida personal: “Es que al margen de las horas que tenemos que pasar en nuestros turnos, cuando volvemos a casa, hay que empezar a llamar a las familias para darles los informes. Y no son informes como los personales que uno daba en el hospital antes de la pandemia. Hay que tener en cuenta que esta gente no puede ver a sus familiares internados y cada vez que los llamás aprovechan para hacerte todas las preguntas posibles. Con la entrega de un solo informe puede durar 40 minutos”.
Al igual que todos los protagonistas de la historia, Fernández aseguró que el pedido de solidaridad que los profesionales de la salud le pueden hacer a la sociedad es el de cumplir con los protocolos básicos de cuidado: usar barbijo o tapabocas, evitar las aglomeraciones en lugares cerrados sin ventilación y el lavado de manos con jabón.
“Ves a la gente que sigue en la calle y notás que no toman conciencia de lo que está en juego. Y no tomarán conciencia hasta que les pase a alguien cercano. El tema es que cuando les llega, recién ahí se van a dar cuenta de que tener una cama con respirador hoy es un lujo”.
El pedido de Claudia Fernández resuena a unos 1.300 kilómetros de distancia, en Neuquén capital, también cerca de una sala de terapia, donde Víctor Noli, el director del hospital Heller sentencia: “Espero que la gente en la calle nos ayude y se ayude a sí misma. Las situaciones de zozobra que vivimos esta semana fueron inimaginables. Espero que no tengamos ni que considerar una tercera ola porque eso supondría un virus aún más fuerte. Y la verdad que… basta ya. Basta ya”.
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