“Me junté a los 14 años. Alberto tenía 22. Somos de Machagai, cerca de Resistencia, en el Chaco. En ese momento era un pueblito, sin asfalto ni nada. Formamos pareja juntados nomás. Y cuando estuve embarazada de la segunda hija nos casamos por civil. Yo tomé muy en serio el noviazgo, porque fue dura mi niñez y encontrarme con Alberto, que era trabajador y que me brindaba lo mejor, me compraba lo que necesitaba… me sentía muy bien. Sabía que juntarme iba a ser como cambiar mi vida”.
Esther habla de un tirón. Suavecito y sin yeísmo. Hace 50 años que convive con Alberto. Pero su historia, con algunos grises y oscuros, todavía se repite de punta a punta: casi el 5% de las niñas y adolescentes del país están casadas o en situación de convivencia. Es decir, alrededor de 231 mil menores de 18 años. En su mayoría, con hombres bastante más grandes. Así lo expresa un informe de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) en el marco del Proyecto Matrimonios y Uniones Convivenciales en la Argentina, con apoyo del Fondo Fiduciario de ONU Mujeres para la Lucha contra la Violencia.
“Es una deuda pendiente hacer mención a las uniones y matrimonios infantiles como una forma de violencia contra las niñas, porque les compromete el resto de sus vidas. Estas niñas suelen dejar el colegio, van a ser madres precoces y a incrementar su pobreza. Hay que trabajar para cambiar pautas socio-culturales y desnaturalizarlas”, remarca Mabel Bianco, médica feminista y presidenta de FEIM.
La organización incluye a la Argentina en un contexto regional que preocupa: las tendencias demuestran que América Latina y el Caribe (ALC) es la única zona del mundo que en los últimos 10 años no ha registrado descensos significativos de matrimonios y uniones convivenciales infantiles.
Bianco aumenta la lupa sobre los números locales: “Según el último Censo, hay varones conviviendo. Un tercio de todas las personas con menos de 18 años que conviven son varones, y dos tercios son mujeres. La diferencia es que cuando los convivientes son los varones oscilan en tener parejas uno o dos años mayores. Mientras que las nenas y las adolescentes se juntan con varones que, en promedio, les llevan entre 10 y 15 años”.
Niñas; ni madres ni esposas
“Matrimonio infantil, temprano y forzado” es el concepto aceptado en los documentos de las Naciones Unidas a nivel internacional para describir las uniones que ocurren antes de los 18 años de edad; momento que, según la Convención sobre los Derechos del Niño, representa el final de la infancia.
Se entiende que la unión es forzada cuando uno o ambos no consintieron libremente. Si no cumplieron 15 años es siempre forzada, ya que no tienen capacidad de consentir. El término incluso cuestiona si los matrimonios o uniones infantiles implican realmente una decisión, si se toman en cuenta las pocas expectativas futuras para las niñas, el trabajo doméstico, el control que muchas veces viven en sus hogares de origen y el limitado compromiso hacia su educación por parte de las familias.
Con su propia historia Esther le pone palabras a las historias de tantas otras: “Ya no estudiaba cuando me fui a vivir con Alberto. Hice hasta cuarto grado y a duras penas. Yo quería estudiar pero en mi casa había muchos problemas. Desde muy chiquita trabajé, de niñera o iba con mi mamá a hacer limpieza. Cargaba el agua para que mi mamá lavara la ropa de las patronas o a veces barría los patios. Éramos ochos hermanos, siete mujeres y un varón. Mi hermana mayor se fue a trabajar a Resistencia de muy chica. Yo me junté a los 14. Casi todas nos criamos en casas ajenas”.
El estudio de FEIM señala una directa relación de estas uniones tempranas con problemáticas como el abandono escolar, la maternidad adolescente y el aumento de la violencia de género. Por ejemplo, las provincias de Misiones, Chaco y Formosa lideran las cifras de niñas y adolescentes madres que viven en matrimonio o convivencia.
El relato de Esther no es la excepción: “Perdí tres embarazos antes de mi primera hija. No sé por qué causas. Al día de hoy pienso que al ser tan jovencita capaz que mi cuerpo no resistía los embarazos. No sé. Habré quedado embarazada por primera vez a los 15 años. Al no tener conocimientos de las pastillas anticonceptivas nunca me cuidé, por eso al poquito tiempo de juntada quedé embarazada”.
Sin embargo, los abordajes no pueden ser lineales ni homogéneos. Porque mientras Misiones y Chaco presentan altos porcentajes de madres menores de 20 años convivientes con primaria y ciclo básico completos, en Buenos Aires la maternidad aumenta en los niveles más bajos de escolaridad. Múltiples factores se ponen sobre la mesa.
En diálogo con Infobae, la psicóloga y consultora para FEIM, Cecilia Correa explica la importancia de analizar a partir de una mirada interseccional: “En las uniones tempranas se da un entrecruzamiento de distintas violencias. Pero hay que entender que una niña o adolescente de una comunidad indígena o que vive una situación de pobreza o en una zona rural es diferente de otra niña o adolescente que también vive en matrimonio pero en una ciudad, por ejemplo. La interseccionalidad nos permite, entonces, cruzar desde el género las distintas identidades para conocer el contexto y cómo son las desigualdades de las estructuras de poder que existen, y para proponer políticas públicas para que todos los derechos sean accesibles para todas las niñas y adolescentes”.
Violencias múltiples
Mención aparte merece el vínculo causal de los matrimonios o uniones convivenciales infantiles, entendidas como violencia, con otras formas de violencias. Según datos de la Corte Suprema de Justicia, 119 niñas y adolescentes fueron víctimas de femicidio, tanto directo como vinculado entre 2017 y 2019; y 72 niñas y adolescentes de entre 14 y 19 años, víctimas directas de femicidio. El 50% de manos de parejas y ex parejas convivientes.
“La violencia contra las niñas menores de 14 años es ejercida por los padres y/o padrastros, y en las adolescentes de 15 a 18 años por varones jóvenes de hasta 29 años. El tipo de violencia que prima es la física y psicológica, pero además inciden violencias de tipo simbólica, sexual y económica, especialmente para el rango de 15 a 19 años”, detallan desde FEIM.
Y agregan: “El aislamiento, la restricción de la libertad y el embarazo posicionan a las niñas y adolescentes en una relación desigual de poder con sus parejas y con la imposibilidad de acceder a información, atención de su salud, educación y a sus redes familiares, volviéndose un círculo peligroso de violencia. Esto último se vio incrementado con el COVID”.
Lo personal es político
Entre las conclusiones, el informe de FEIM plantea que el matrimonio y las uniones convivenciales infantiles son consideradas pertenecientes al ámbito familiar y privado; y que ciertos mandatos culturales y ancestrales y los roles estereotipados de género contribuyen a su persistencia y naturalización.
Esther parió seis hijos. Cuatro varones y dos mujeres. “Con mi experiencia, a mis hijas siempre les di consejos. Igualmente decidieron juntarse muy jóvenes. Pero en lo que insistí fue en que no se carguen con hijos, porque después se encuentran atadas y no es fácil”.
Mabel Bianco pone el foco también en las trayectorias familiares: “¿Existen determinantes a nivel familiar que inciden y favorecen para que haya niñas que entran en uniones? Nosotras creemos que tenemos que explorar distintas intervenciones frente a la variedad de determinantes. Y además tenerlo en cuenta en las formaciones en el marco de la Ley Micaela. Debemos impactar con cambios para concientizar sobre las uniones y matrimonios infantiles. Hay que decir que son formas de violencia y trabajar para desnaturalizarlas”.
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