Un año antes de que el adolescente de Villa Fiorito Diego Armando Maradona debutara en la Primera División de Argentinos Juniors, en un partido intrascendente y a la vez memorable contra Talleres de Córdoba, el actor, poeta, dramaturgo y músico estadounidense Sam Shepard (1943-2017) escribió sobre su amigo Bob Dylan, mientras lo acompañaba en la célebre gira Rolling Thunder: “Si se resuelve un misterio, el caso se archiva. En este caso, en el caso de Dylan, el misterio no se resuelve nunca, de modo que el caso sigue en marcha. Sigue produciéndose una y otra vez. Durante años y años. ¿Y quién es este personaje de todos modos?”.
Se iba el año 1975 cuando Shepard abrió el “mito Dylan” con una pregunta. La inquietud quedó flotando en el viento para siempre, y cuatro décadas y un Premio Nobel de Literatura para Bob después, aquella frase aterrizó en la memoria prodigiosa de Elvio Pekarnik, un casi cincuentón que vive a tres cuadras de la cancha de Argentinos Juniors en un PH donde la única foto que hay (él odia aparecer en fotos) es de las dos máximas humanidades que enraizaron en su barrio, el barrio porteño de La Paternal: Pappo y Maradona.
A seis meses de la muerte de Diego, Pekarnik recita la frase de Shepard sin errores, como si la hubiera googleado un instante antes. Está sentado en la primera fila de los cuatro bancos de iglesia que la Asociación Atlética Argentinos Juniors instaló en el santuario de Maradona, bajo una de las tribunas del estadio que lleva su nombre, allí donde la frialdad de la división política de las comunas porteñas dice que eso es Villa Mitre pero para todo el mundo -y a nadie aquí se le ocurra discutirlo- es como afirma un grafitti: “La Paternal, tierra de D10S”.
“Dylan es el artista más grande del mundo, sí... vivo. Porque Diego ya no está, pero el atractivo que ambos personajes inyectaron en la cultura popular queda eternamente. Como el de Bob, el misterio de Maradona tampoco se resuelve nunca porque es un misterio demasiado grande para ser humano”, comenta con la voz fileteada por la emoción Elvio, comerciante de la Avenida San Martín, mientras se seca las lágrimas con las mangas de un buzo gris que le queda un poco grande, como a un niño.
Han pasado seis meses de aquel tenebroso 25 de noviembre que hundió al mundo en una congoja inigualable. Medio año sin Maradona de cuerpo presente. Pekarnik, como casi cualquier otro argentino, jamás imaginó que iba a experimentar esto que ocurre: Diego está muerto.
La Paternal adoptó a Diego cuando el club comprobó que ese chico -al que algunos le decían Pelusa y otros Aladino por razones obvias- no era un enano impostor e intuyó que cambiaría el curso de la historia. Entonces lo demás es conocido: en 1978 los dirigentes de Argentinos le consiguieron una casa en la calle Lascano 2258, a una distancia prudencial del pequeño estadio, para que dejara el conurbano sur y se mudara cerca con papá Diego, mamá Dalma Salvadora y sus hermanas y hermanitos.
Tantas décadas después, el barrio celebra al mito Maradona en tiempo presente continuo. La Paternal se convirtió en el último medio año en una especie de museo a cielo abierto que, quizá sólo como Nápoles, evoca a Diego Armando en las paredes de casi todas las cuadras.
El epicentro es el santuario, sobre la calle Boyacá. El interior del lugar está forrado de camisetas de todos los equipos del mundo, ofrendas que los admiradores del Diez dejaron durante la vigilia que espontáneamente se armó en este mismo sitio -que todavía no existía como tal- el día de la muerte y que los visitantes dejan aún.
“Recién ahora me animo a venir”, le dice Elvio al hombre empleado por el club para custodiar este pequeño espacio de recuerdo permanente a Maradona. “Yo tengo esa foto en casa”, comenta Pekarnik y señala la imagen que muestra a Diego y a Pappo abrazados, sonrientes y tan ajenos a la idea de la muerte que achicharra la piel.
Ese hombre que escucha sollozar a Elvio se llama Diego. Sí. Diego Vannucci. Nada es casual si nació en Paternal en 1977 y se llama como se llama Maradona. “A Diego lo vi dos veces en mi vida, una cuando tenía 16 años, ese lo recuerdo, lo cruzamos en la calle con mi viejo. Y la otra fue en mi bautismo: Maradona es mi padrino”, dice así como quien cuenta que vio llover.
El corazón y la jactancia del oficio de periodista es la duda. Pero Diego (Vannucci) la desintegra en un segundo, antes incluso de que el asombro deje camino a la sospecha. Camina hasta un costado, se agacha y recoge una foto apoyada entre el piso y la pared del santuario. “Miren, este es mi viejo y ese bebé soy yo. Ahí está Diego y atrás esa melena que ven es la de Jorge Cyterszpiler”, exhibe ante las bocas abiertas de Elvio, del fotógrafo Nicolás Stulberg, del cronista y de otro joven que acaba de entrar con el buzo de San Lorenzo para rendir su tributo al Diez.
El altar del santuario está coronado maravillosamente con un mural que retrata al Diego de rulos de fines de los 70, con la camiseta de Argentinos y la sonrisa del hombre que está por devorarse el mundo y ni siquiera sabe del todo lo que le espera. Ese Diego pleno de ilusión pre crucifixión está custodiado por una figura plástica de la Virgen de Luján y varias estampitas apoyadas a su alrededor, entre velas y rosarios: San Benito, Evita, San Cayetano, el Arcángel San Miguel, la Virgen de Guadalupe y el Gaucho Gil. Todos tiene algo en común a Maradona: fueron santificados por el pueblo y viven en su memoria mítica.
“Mi papá conocía del barrio a Cyterszpiler y le propuso que Diego fuera mi padrino y tuve la dicha de que Diego aceptó. Quedó marcado a fuego para toda mi vida”, cuenta Vannucci, quien considera un regalo de Maradona desde algún lugar abstracto del cosmos la decisión de las autoridades del club de ponerlo a cuidar el santuario. “No es casualidad que yo esté acá, me toca ser testigo de la emoción de la gente”, explica, conmovido Diego, el ahijado de Diego.
El joven del buzo de San Lorenzo se llama Lucas Seivane. Tiene 36 años y es DJ. Es de la generación que vio a Maradona más en YouTube que en los partidos en vivo y en directo. “El Diego es muy fuerte y vivir en La Paternal es muy fuerte. Es el segundo hogar de Maradona, yo de acá no me voy más”, sonríe.
A diferencia de Elvio, no es la primera vez que Lucas pisa el santuario. “Vengo una vez por semana y le charlo a la imagen de Maradona”, cuenta. “En el mundo somos argentinos gracias a él, poné eso”, reclama. Seivane también tiene su historia con Maradona. Fue la tarde en que el club hizo un homenaje al periodista Sergio Gendler, a finales de 2019. Los organizadores le pidieron que musicalizara la jornada. Y eso le permitió cruzarse con el Diez, que llegó de sorpresa para participar del evento.
“Puse play al Himno para el Diego”, se emociona y cuenta que se sacó una foto con él esa tarde. Entonces, señala al otro Diego, a Vannucci, y le comenta: “Maestro, yo tengo una foto que quiero dejarle acá al Diego, ¿podré traerla y hacerle un lugarcito?”.
El Diego que custodia la memoria del otro Diego acepta. Lucas va hasta su auto frenado en doble fila sobre Boyacá y vuelve con una foto impresa en un papel tamaño A3. Están él y Maradona y nadie alrededor, adentro de la cancha de Argentinos. “Fue muy loco, en un momento la gente estaba tan encima de él que pidió que lo dejen caminar solo. Y yo lo dejé un rato y después me le acerqué. Pensé que me iba a mandar a la mierda cuando le pedí una foto pero no. Me dijo ‘claro, papá', y acá está, se la vine a traer a Diego”, cuenta Lucas con una sonrisa que se ve aun detrás del barbijo.
“Yo estaba el día que Diego se probó en Argentinos Juniors”
“¿Vos querés saber qué pasa en La Paternal con Diego? Andá a la casa de deportes Sporting, de acá a la vuelta”, sugiere Elvio, como quien abre una puerta a otro mundo. En la esquina de Gavilán y Alvarez Jonte, frente un boliche cerrado que tiene varios murales de Diego, una estatua y la réplica del rastrojero con el que viajaban los Cebollitas, está este local de ropa deportiva que atiende Rodolfo Fernández. “Tengo 83 años y pasé 83 años en Argentinos Juniors”, se presenta, mucho gusto.
“Yo estaba el día que Diego se probó en Argentinos”. Así muestra sus credenciales este comerciante que es parte de la historia viviente de La Paternal y del club. Fernández era muy amigo de Francis Cornejo, el DT de los Cebollitas. Fanático de Argentinos Juniors siempre estuvo metido en la vida del club y salía a “cazar” talentos en la periferia de Buenos Aires. Por eso Rodolfo escuchó el nombre Maradona unos días antes del día de la Aparición del Niño Prodigio.
“Acá vino un pibe que se llama Goyo Carrizo. Lo probaron, Francis lo aprobó enseguida y le dijo ‘vení todos los días’. Y el pibe le dijo ‘allá en la villa hay uno que es mejor que yo’. ‘¿Mejor que vos?’ ¿Y por qué no viene?’, le preguntó Francis”, cuenta Fernández.
Carrizo respondió: “Porque no tiene guita”. “Entonces Francis sacó un billete de 10 pesos, no me olvido más, de esos celestes grandes, y le dijo ‘mañana traelo’. Y al otro día llovía, vino acá, la cancha estaba inundada. La cancha del Malvinas, inundada. Fuimos a Parque Sarmiento, no se podía jugar. Y si no me equivoco, casi seguro que lo probó en la loma de Constituyentes y General Paz porque el agua ahí caía”, recuerda el hombre, cuyo local es otro museo de la memorabilia del Bicho, con camisetas históricas, fotos de los más grandes cracks que pasaron por el club y, por supuesto, varias de Maradona.
Fernández era muy amigo de Cornejo y juntos fueron a ver jugadores por todos lados. El comerciante conserva la silla desde donde Francis miraba a los futuros futbolistas del club. También tiene su gorrito tradicional con el que vio las primeras gambetas de Maradona.
“Yo estaba en la barranca con él. Dieguito pasó al lado mío. Mirá, Francis nunca me habló de un jugador. Y ese día pasó al lado mío y me dijo: ‘¿Vio lo que es eso?’. Y ahí empezó la discusión”, introduce Fernández.
La discusión entre los adultos que vieron al Mesías del fútbol mundial era si ese chiquito de Villa Fiorito era efectivamente un niño o un impostor. “Creíamos que era un enano que se venía a probar y se quedaba con unos mangos”, ríe Rodolfo. Pero lo dice en serio.
“Y Yayo Trotta, el del rastrojero, que el hijo jugaba de 2 en los Cebollitas, le dijo a Francis ‘Y vamos hasta Fiorito, mire si es un niño’. Pero Francis decía ‘Noooo, con la calidad que juega este pibe no puede tener 9 años’. Y al final fueron”, se emociona Rodolfo, testigo presencial del día que, entre el barro del terraplén de la General Paz, surgió Diego Armando Maradona.
La última vez que Fernández vio a Maradona fue en el homenaje a Gendler, dónde si no en La Paternal. “Yo estaba en la platea con mi hija y mi señora y vino alguien del club y me avisó: ‘Mirá, llamó Diego, que está llegando y que te espera abajo’. Bueno, fui, me abrazó y charlamos mucho”.
Rodolfo, que ya tenía 81, se maravilló por la memoria de Diego. Recordaba todo lo de su infancia, se acordaba de sus hijos, de todo. Fernández también tiene cuadro a cuadro la historia del Diego niño y adolescente en La Paternal. “Diego era un pibito bueno, el más bueno del mundo. Era humilde, sencillo, nunca se la creyó de que era el mejor ni nada por el estilo. Era buen compañero. Nunca se olvidó de sus orígenes. Para mí, siendo de Argentinos, imagínate, como Diego no hubo otro. Mirá que vi jugadores extraordinarios en este club”, remarca, orgulloso.
Aquella tarde de 2019 la temperatura era altísima. Maradona le pidió que fuera con él a través del campo de juego a saludar a la gente que estaba en la tribuna frente a la platea. “Vamos que ahí la gente se está cagando de calor, acompañame”, le dijo. El anciano se emociona. “Diego no murió. A Diego lo mataron”, se enoja, como si la fuerza por la negación del fin de la existencia de Maradona apretara sobre su pecho.
“Hablamos mucho”, repite Rodolfo, emocionado. Hay un solo momento en que a Fernández le baja la espuma del amor que siente por el Diez. Y es cuando lo recuerda con la camiseta de Boca, club que él prefiere no nombrar. “Ese cuadro de la franja amarilla”, dice casi con asco futbolero.
“Ese día hablamos mucho, ¿querés que te cuente cómo terminó la charla?”, insiste Rodolfo, con la cara enfundada en un barbijo que tiene de un lado la figura de Maradona vestido como jugador de Argentinos y del otro, el escudo del club. Y claro que sí, el cronista y el fotógrafo de Infobae quieren que la cuente.
“El me dice: ‘Usted nunca me mintió a mí y yo tampoco les mentí a ustedes, ¿le puedo hacer una pregunta?’.”
Y yo lo frené: ‘Antes de que vos me hagas la pregunta, yo te voy a hacer una a vos’. Le digo: ‘¿Por qué nunca quisiste ir a comer o a tomar algo con Francis, vos y yo?’. Y me respondió: ‘Porque sé lo que me iba a preguntar Francis’”.
“‘Mirá, lo que te iba a preguntar Francis yo no lo sé, lo que te voy a preguntar yo sí. Que nos miraras a los ojos a nosotros dos y nos dijeras que sos de Boca’. Y me dijo: ‘Por eso no fui nunca a comer con ustedes’. ¡Es que Diego era de Independiente!”, sonríe Rodolfo.
A las pruebas que circulan por Internet sobre la preferencia de Maradona sobre el Rey de Copas, Fernández agrega una más. Cuenta que en febrero de 1979, cuando Argentinos cumplió los 75 años de su fundación se organizó la celebración, que era un partido en cancha de Vélez contra Talleres de Córdoba, Diego sólo puso una condición: “Hagan un partido con cualquiera pero que Bochini juegue para nosotros”.
“Esa fue la última charla”, reitera Rodolfo, con los ojos estancados bajo las lágrimas.
- ¿Y Maradona qué le quería preguntar?
- Él me preguntó: “Dígame, de los Maradona, ¿usted a quién más quiere?”. Y yo le dije: “¿A quién más quise? A tu viejo, sin ninguna duda”. Y me abrazó y nos largamos a llorar.
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