Los habitantes de Junín, en la provincia de Buenos Aires, dicen que ellos ya vivieron tres olas de la pandemia. La primera, por octubre del 2020; la tercera, ahora mismo, con camas de terapia intensiva al 100% y el colapso a la vuelta de la esquina. Pero hubo una segunda ola, dicen, enero de este año.
No fue solo por la suba de casos propiciada por las fiestas de fin de año, sino que se completó con un revés para el sistema sanitario de la ciudad: una de sus clínicas privadas, IMEC (Instituto Médico de la Comunidad), de pronto cerró sus puertas.
“El año pasado, llegando al mes de diciembre, se enfermó nuestro jefe de terapia intensiva. Estuvo muy grave de salud, le costó mucho recuperarse. Después de eso fuimos perdiendo a nivel laboral al equipo humano de terapia intensiva, nos quedamos sin terapia intensiva en un momento, y es muy difícil funcionar en una institución médica sin una UTI. Y eso llevó también a que esa falta de mano de obra se trasladara a toda la parte de clínica”, cuenta Gimena Figgini, subgerente médica de IMEC.
“Los médicos se fueron enfermando y ya no quisieron volver y la terapia se desgranó y no se pudo volver a armar”, explica, ante la consulta de por qué se fueron los médicos.
Ante ese panorama, y con los números en rojo por los altos costos que tiene afrontar la pandemia, los dueños de la clínica decidieron cerrarla. Fue la tormenta perfecta: ante una oleada de la pandemia, de pronto la ciudad se quedó sin las camas de toda una institución.
Entonces entró en escena el protagonista de esta historia. Gonzalo Sainz Vargas era un médico de la institución y del Hospital Interzonal de Junín. Nacido en Oruro, Bolivia, y formado como médico en La Plata, llegó a Junín para hacer su residencia y nunca se fue. Se enamoró de la ciudad, luego se enamoró de una mujer en la ciudad -María Rosa-, y armó su familia. Hoy tienen dos hijos: Gonzalo y Tomás, médico y abogado respectivamente.
Por enero del 2021, además de atender pacientes -es médico clínico-, estaba tramitando su jubilación. Tras 25 años de trabajar para el PAMI, había decidido dejar su puesto. El panorama que tenía por delante era bajar revoluciones y descansar más. La historia le tenía reservado otro lugar.
El otro protagonista de la historia es en realidad una institución: el PAMI. Frente a la posibilidad de perder todas esas camas de la clínica, que trabajaba mucho con afiliados al PAMI, el organismo liderado por Luana Volnovich firmó un acuerdo con los dueños de IMEC, hizo un salvataje económico, y decidieron reabrir la clínica, que estuvo cerrada durante enero, febrero y marzo.
El elegido para asumir como gerente de la nueva gestión fui justamente Sainz Vargas, que ya estaba con la cabeza en el retiro. “Que hoy esté abierta para los jubilados una clínica que estaba cerrada es muy importante. Hemos tratado de resurgirla y en este momento es la mayor felicidad que tengo: brindarle a Junín una clínica a disposición. Yo me pregunto todos los días qué hubiese pasado en este momento de la pandemia, donde no tenemos camas disponibles, si esta clínica no estuviera disponible”, dice ahora, desde su oficina.
Es difícil describirlo con tanto barbijo (él usa dos). Tiene el pelo entrecano, usa anteojos, habla pausado y sin apuros, como si cada frase fuera un diagnóstico. Tiene -se percibe eso- una calma. Pero todo alrededor se mueve: pasan camilleros por el pasillo, enfermeras en busca de algún elemento, un médico que le dice cómo evolucionó tal paciente.
Reabrieron la clínica IMEC el 5 de abril. Estuvo cerrada durante enero, febrero y marzo. En diez días se llenaron las 40 camas de internación que tienen. Seis de esas camas son de terapia intensiva (3 COVID, 3 no COVID), que fue rearmada con nueva apertura, con el antiguo Jefe de Terapia de regreso.
“Es fundamental la clínica porque Junín está con un déficit de camas. Realmente hay una demanda muy grande tanto en sala general como de terapia intensiva. Por eso fue un enorme beneficio para los afiliados de PAMI y sobre todo para los abuelos y las abuelas de Junín”, dice Mariano Ballester, Presidente del Directorio de la clínica y parte del “triunvirato público-privado” que dirige la institución hoy.
Gonzalo Sainz Vargas dice no se pregunta por qué aceptó la oferta. Dice que se lo ofrecieron porque luego de tantos años trabajando en PAMI, conoce mucho las prestaciones y los programas, y eso ayuda a gestionar. Es mucho lo que se necesita, no solo dinero sino médicos y un poco de suerte. “Hoy por hoy no podemos sumar pacientes de gravedad, a la mañana estábamos al 100%. Pero es muy dinámico. Desgraciadamente hay mucha liberación de camas pero por fallecimiento”, dice durante la tarde en que transcurre esta entrevista.
-¿Qué lo llevó, a los 66 años y a punto de retirarse, en medio de una pandemia, a hacerse cargo de una clínica?
-No me lo pregunto. Es vocación. Son ganas de devolver a la sociedad lo que la sociedad me dio toda la vida. Es querer hacer algo bueno en este momento en que se necesita.
-¿Su familia no le dijo que se quede en su casa y se retire?
-Me lo plantearon pero les dije que no, que esto es lo que yo quiero hacer.
-¿No le da miedo?
-No me lo planteé. Probablemente tenga miedo, fijate que tengo doble barbijo. Estoy atendiendo gente todos los días y no sé si viene un paciente COVID o no. Teóricamente no, pero uno no sabe qué paciente puede tener COVID sin saberlo. Pero creo que si tuviera más miedo que otra cosa no estaría acá. Es difícil trabajar con todos los protocolos, los cuidados, los equipos… No es una cosa fácil, y hay que destacar a cada instante el trabajo de todos los empleados de la salud. Cada uno podría estar en su casa y sin embargo están acá, trabajando, sacrificándose.
-¿Dirigir una clínica es cansador?
-No te das cuenta. Una vez que estás metido, son puras necesidades: falta oxígeno, faltan medicamentos, hay que tratar de comprar algo, pedir algo al hospital, reforzar tal sala… Hay otra cosa que descubrí en la pandemia: la solidadirad que tienen las instituciones, las privadas y las públicas eh. Capaz que era antes igual, pero yo la descubrí ahora. Y eso es bueno.
-¿Le da miedo la situación de Junín en relación a la pandemia?
-Es que no lo puedo resolver con miedo. Tengo que estar lúcido y tomar las situaciones acordes al momento. Sinceramente, no puedo tener miedo. Trato de acompañar, trato de calmar… porque no es fácil. Viene un médico y te dice: qué hacemos con esto. Y nosotros tenemos que actuar, gestionar. Siempre tiene que haber una alternativa.
-¿Qué es para usted la medicina?
-Es mi vocación, que no sé cómo la descubrí. Es una satisfacción, es amor, es lo que me gusta hacer. Y hacerlo bien. Siempre quise ser médico, desde chico.
-¿Por qué decidió estudiar acá en la Argentina?
-Siempre milité en un espacio de justicia social. Vine y llegué a la Universidad de La Plata, donde milité en la juventud universitaria, y a partir de ahí surgió mi visión social, justicialista… y es el camino que elegí y no me fue mal, porque siento satisfacción de poder colaborar. Soy un agradecido de la vida. Y es necesario devolver algo.
-¿Hay colaboración entre clínicas? ¿Hablan seguido para derivarse pacientes?
-Todos los días. Todo el tiempo. Junín es una ciudad muy linda que a pesar de ser grande nos conocemos mucho entre los colegas. La pandemia la estamos pasando con mucha colaboración entre instituciones. Tenemos un paciente y nos llamamos, nos preguntamos si tenemos camas… Realmente te dan ganas de seguir trabajando cuando tenés este tipo de respuesta y colaboración. Lo mismo con los empleados, acá le ponen el lomo todos: camilleros, empleadas de limpieza, cocineros… No solamente es la enfermera y el médico, hay toda una estructura que está funcionando.
-Estaba a punto de retirarse y terminó dirigiendo una clínica en medio de una pandemia. ¿Es un resumen justo de su historia reciente?
-Sí. Pero porque es un desafío que me propuse, y porque además se daban las condiciones para concatenar las dos cosas: tanto lo público como lo privado. Yo tenía un conocimiento de haber estado 25 años en el PAMI, conozco todas las prestaciones que brinda, y la idea es tratar de aprovechar eso para hacer más eficiente el trabajo insertándolo dentro de lo privado.
-¿Sigue pensando en retirarse cuando termine la pandemia?
-Qué difícil. Creo que no. Tendría que pensarlo en ese momento. Ahora mismo estoy en esto. Yo creo que en algún momento uno se tiene que retirar para dar lugar a los más jóvenes, pero ahora estoy acá y tengo que concentrarme. Con esta enfermedad no podemos prevenir qué es lo que va a pasar en el futuro. Muchos se llenan la boca diciendo lo que se debería haber hecho, pero todo el mundo habla con el diario del lunes. Y no tiene que ser así.
Fotos y video: Lihue Althabe.
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