Mara pide sandías -una de sus frutas favoritas-, hojas de palma, disfruta rascarse el lomo contra los árboles, tirarse tierra colorada encima, jugar con el agua y recorrer todo el día los largos caminos del Santuario de Elefantes de Brasil (SEB). Lo hace junto a Rana, la elefanta de unos 45 años que le dio la bienvenida y se mostró muy cercana cuando, algo temerosa, comenzó a conocer ese nuevo hogar. Fueron tan conmovedores los gritos que dio al verla que se sospecha que habrían coincidido en algún lugar durante la infancia. Más tarde hizo amistad con Bambi, de 58 años, la última en ingresar desde el zoológico de Leme de Sao Paulo. A ellas, como a Maia y Lady (las otras dos habitantes de ese lugar paradisiaco en medio del Mato Grosso) la crueldad humana las había condenado a la tortura, pero la bondad de un gran grupo de personas logró que puedan vivir sus últimos años en manada, el lazo más fuerte que tiene la especie.
Nadie sabe qué día nació Mara, pero sí que fue en la India hace unos 55 años y que siendo apenas una bebé la arrancaron de su madre para hacerla vivir una vida de tormentos. Sus captores la habrían sometido (como aún acostumbran) a entrenamientos basados en duros golpes con látigos, cadenas y lanzas de hierro afilado que enterraban en sus patas, entre otras técnicas de castigo, para neutralizar a los elefantes y obligarlos a hacer distintos “trucos”.
Poco después fue vendida a un zoológico de Alemania por la empresa Tierpark Hagenbeck e inmediatamente revendida a la familia Tejedor, que tenía varios circos en Argentina. En Buenos Aires también fue usada como atracción de verano en las playas para que los niños jugaran encima de ella. Durante unos 25 años fue sometida en espectáculos circenses con los que recorrió todo el país, en tiempos en que ver animales exóticos adornados o parados en dos patas era una salida familiar de fin de semana. También era obligada a dormir encadenada por sus pies, lo que le dejó una lesión que aún se le nota cuando camina. Tras un decomiso judicial al Circo Rodas por maltrato animal, en 1995 Mara fue entregada bajo depósito al entonces Zoológico de Palermo, cuando ver especies cautivas era considerado “educativo”. En ese recinto de estilo indio permaneció otros 25 años.
Su vida de confinamiento terminó el 9 de mayo de 2020, mientras el mundo estaba paralizado por el avance de la pandemia por el coronavirus y en medio del aislamiento obligatorio que cerró las fronteras entre Argentina y Brasil. Su viaje había sido pactado para el 31 de marzo y esa medida hizo creer que, una vez más, el destino le jugaría en contra. Fue gracias al trabajo de ambas naciones que los límites internacionales se abrieron para darle paso a una pequeña caravana. Fue un hito en la historia del animalismo y convertió a Mara en la primera elefanta de este suelo en recuperar su dignidad. El primer intento había sido con Pelusa, pero murió poco antes de partir en el zoológico de La Plata.
El 13 de mayo del año pasado, la vida de la querida elefanta cambió para siempre. Estos meses estuvieron marcados “por las amistades que ha encontrado”, le asegura a Infobae Scott Blais, director del Santuario de Elefantes de Brasil. También está emocionada al repasar este primer año Alejandra García, miembro de la Fundación Franz Weber en Argentina y coordinadora del Proyecto ELE (Estrategia para la Liberación de Elefantes), que comenzó el pedido formal por el traslado de Mara ante las autoridades. Ella resumió: “Me gusta decir que se cumple un año de Mara siendo elefanta por primera vez”.
Scott Blais sonríe al hablar de Mara. En cada trasmisión en vivo que realiza desde la cuenta de Facebook del Global Sanctuary for Elephants la observa y se muestra feliz, mientras cuenta cada avance y ocurrencias de la elefanta. Mara saca su carácter a hora del desayuno, intercambia “trompetazos” (como califica a los gritos que emite para comunicarse con Rana o Bambi, sus amigas), se muestra cada días más segura y disfruta de la compañía de su manada.
“Este ha sido un año glorioso para Mara. Hubo algunas dificultades debido al compromiso físico crónico que tiene y que fue causado por las décadas de cautiverio, pero hoy su vida es completamente diferente a la de hace un año. Estos meses se han definido por las amistades que ha encontrado en Rana y Bambi”, le resume Blais a Infobae y cuenta cómo son las amigas de Mara: “Rana es la ‘roca’ pasiva; ella siempre está ahí para Mara como una guardiana fuerte pero suave y sutil. Bambi es sin duda la ‘guardia de seguridad’ de Mara, que hace todo lo necesario para protegerla, incluso cuando Mara no necesita protección en absoluto porque, sin dudas, tiene el control de sí, yendo a donde desea en cualquier momento. El surgimiento y evolución de estas amistades ha sido el punto focal de este primer año ya que juntas están redescubriendo quiénes son debajo del trauma del cautiverio y quiénes en la manada”.
Para él, ser testigo directo de los progresos de cada elefante rescatado son experiencias que emocionalmente sobrepasan todo. “He sido infinitamente bendecido por la oportunidad de observar cómo muchos elefantes llegan para tener una nueva vida en el santuario y para cada uno siempre hay lágrimas de alegría y asombro porque son elefantes que soportaron décadas de privaciones física, emocional y socialmente; por eso, cuando finalmente pueden tener la oportunidad de vivir con autonomía, de elegir el camino que quieren recorrer y con quién compartir su tiempo, realmente, no hay palabras para explicar el impacto que eso tiene en sus vidas y lo que significa en nuestros corazones”, asegura emocionado.
En ese tono, agrega que haber sido testigo del nacimiento de la amistad entre Mara y Rana fue “una alegría mutua”. “Rana tiene un espíritu precioso y anhelaba que una amiga la abrazara plenamente. Como recordarás, la llegada de Rana al centro recepción y de cuidado de elefantes fue excesiva (se ríe), por decir lo mínimo porque, inicialmente, fue algo intimidante para Mara, pero en pocos días pudo notar y sentir el hermoso espíritu de Rana y no tardó en abrir su corazón a nuevas posibilidades mientras juntas se embarcaban en un hermoso viaje de amistad”.
Ese lazo que les fue negado, representa el mayor nexo en la vida de los elefantes, y recuperarlo es lo más importante que les puede pasar luego de tanto tiempo privados de su libertad y de su integridad como individuos.
“La recuperación de los traumas provocados por el cautiverio es compleja. —sigue Blais— Si bien desempeñamos un papel como sus cuidadores, no hay comparación con el impacto positivo que solo puede provenir de sus pares. Las personas no tenemos manera de llegar a entender qué significa haber sido alejados de las familias y ser tratados como un objeto de entretenimiento como tampoco nos es posible entender completamente la profundidad de las emociones que sienten los elefantes y todo lo que han debido reprimir para sobrevivir. Es imposible para nosotros tratar de describir, con nuestro limitado lenguaje, lo que significa para ellos después de cinco décadas encontrar a un miembro de la manada con quien poder compartir cada momento, cada día y cada noche; explorar los límites del santuario, tener a quien proteger y con quien sentirse protegidos, con quien compartir sus historias y apoyarse mientras procesan su pasado”, explica el hombre que a los 15 años supo que dedicaría su vida a ser testigo de esos renacimientos y, junto a su esposa Kat, fundó este santuario. “Es glorioso verlas caminar una al lado del otra, ver cómo se miran y ver las capas de inseguridad y dolor caer a un lado mientras celebran su nueva vida juntas”.
Blais, que antes del SEB fundó The Elephant Sanctuary en Tennessee, no quiso dejar de agradecer “la predisposición del gobierno argentino, el de la Ciudad y los ciudadanos de Buenos Aires para darle a Mara una nueva vida”.
Emocionado, finaliza: “Mara tiene un pasado oscuro creado por la mano de los humanos, pero ahora, gracias al buen corazón de humanos que trabajan para corregir los errores de nuestro pasado, tiene una segunda oportunidad de vivir disfrutando y dejar que el mundo vea su hermoso espíritu. El brillo en sus ojos lo dice todo”.
El adiós de Mara al Ecoparque
En la tarde del sábado 9 de mayo de 2020, el cielo de Buenos Aires estaba azul. La brisa fría contaba la llegada del otoño al igual que las hojas que decoraban las veredas porteñas. El aislamiento era obligatorio y los carteles de “Quedate en casa” vestían la ciudad. Solo en ocasiones especiales permitían que las personas se reunieran, distancia social mediante, en el mismo lugar. Despedir a Mara fue una de ellas.
La mañana comenzó con el operativo de traslado en el interior del Ecoparque. El grupo que estuvo a su cuidado en los últimos años y que la entrenó para ingresar a la caja trasportadora y aceptar los tratamientos para poder viajar iniciaba su propia despedida. Afuera esperaba un reducido pero potente grupo de activistas animalista de SinZoo, independientes y vecinos que no dejaban de preguntar qué estaba pasando allí dentro. Quienes tenían vista privilegiada desde sus balcones enviaban fotos a los de abajo para seguir el minuto a minuto.
Como si supiera qué estaba sucediendo (seguramente siempre lo supo), Mara dio por última vez una vuelta por el recinto que ocupó 25 años, miró a sus lados e ingresó a la caja dispuesta a dejar atrás esos 50 años de privaciones. Una grúa la levantó con sumo cuidado y la colocó en el camión preparado para su viaje. El sueño de muchos se trocaba con la realidad y no hubo tapabocas que pudieran esconder tantas sonrisas.
En absoluto y emotivo silencio, a las 19:36, las puertas laterales del Ecoparque se abrieron para dejar pasar al vehículo que la transportaba. Hubo sollozos y puños apretados para seguir su paso lento. Un grupo ahora mayor la saludaba con la mano. Todos sus cuidadores la acompañaron unos metros entre llantos. La emoción de ser testigo de la liberación de una elefanta que vivió más de 50 años confinada superó cualquier sentimiento antes experimentado. Entre susurros, los presentes le deseaban “¡Buen viaje, Mara!”, “¡Feliz vida, Maruca!”, “¡Feliz vida, gorda!”...
Recién cuando el camión comenzó a doblar en la esquina de Avenida Sarmiento para tomar Avenida del Libertador, el grito “¡liberación animal!” del grupo que desde 2012 reclama por el traslado de todos los animales que aún quedan en el Ecoparque cerró la jornada. Así se fue Mara, la elefanta que había ingresado por la misma puerta en octubre de 1995 montada en un camión sin techo.
El viaje fue largo: 2.700 kilómetros y 109 horas en ruta. Se hicieron paradas cada dos o tres horas para chequear que estuviera bien, darle agua y alimentarla. Por la noche, hubo algunas horas más de descanso para el equipo a cargo. “Haber estado allí fue muy emocionante y también lo fue ver cómo trataban a Mara las personas que la cuidaron y prepararon para que llegara a su libertad y ver las reacciones de Mara cuando le hablaban o cantaban”, confió emocionado Federico Sordo, integrante de la Fundación Franz Weber y responsable de registrar con su cámara el camino de Mara, a quien acompañó hasta la frontera con Brasil al igual que algunos cuidadores del Ecoparque, que le dieron la posta a los especialistas del SEB que la llevaron a su nuevo hogar donde un gran recibimiento la esperaba.
“Estamos realmente muy contentos y emocionados por haber acompañado a Mara y porque salió todo según lo planeado”, había contado Federico Iglesias, subsecretario a cargo del Ecoparque porteño, que llegó hasta Brasil junto a la veterinaria de la elefanta y una de las cuidadoras.
Finalmente, el 13 de mayo poco antes de las 14.00 (hora argentina), Mara llegó al santuario acompañada desde la trasmisión vía streaming por unas 10 mil personas. Salió despacio, se tomó su tiempo, bebió del agua que le ofreció Blais mientras miraba desde adentro el único santuario de elefantes de América del Sur y las casi 1.100 hectáreas; y recorrió el espacio preparado para su recepción. Allí pasó su primera noche a la luz de las estrellas.
De fondo se escuchaban los trompazos (o “trompetazos”, como los define Blais) de las otras elefantas que se acercaban para tratar de ver a la nueva integrante de la manada. No pasó mucho tiempo para que Rana se acercara a ella, corriendo, batiendo sus orejas en total demostración de felicidad (esa es la reacción eufórica que detalló el director del santuario). “Parecía que Rana la hubiera reconocido de algún pasado en común, o que sintiera una conexión con ella. Fue una reacción muy típica de Rana, con vocalizaciones muy, muy fuertes, que al principio fueron un poco intimidantes para Mara porque ella es más insegura. Pero como también es muy curiosa, la miró, se acercó, se olieron y con cautela Mara finalmente la tocó con su trompa, algo que no hacía desde hacía décadas”, dijo.
“Me gusta decir que no se cumple un año de la llegada de Mara al SEB, sino que se cumple un año de Mara siendo elefanta por primera vez. Verla allí junto a Rana y Bambi (sus mejores amigas) es una imagen de perfección, el resumen de lo que los profesionales del Santuario otorgan de forma única a los elefantes cautivos en zoos y circos: dignidad, respeto, y la atención personalizada y altamente cualificada de veterinarios y directivos del lugar”, opina García que también lamentó porque “muchos, desde aquella primera vez en que empezamos a hablar del traslado de Mara, no paran de pronosticar lo peor para ella y hasta han llegado a afirmar que Mara estaba muerta... Mara sigue allí, haciendo progresos, siendo feliz, viviendo en compañía de otras elefantas, caminando por terrenos extensos, pastando de forma natural… Siendo una elefanta por primera vez. No puedo ser más feliz por ella, y por todos los elefantes que pronto podrán viajar para vivir esta misma experiencia. Se lo merecen, se lo debemos”.
Meses después, le tocó a Mara recibir a otra elefanta, Bambi. Desde entonces, la manada es de tres. Mara camina junto a Rana y Bambi. Juegan, recorren el santuario, experimentan, se bañan en la laguna, juegan con el agua... Viven.
El conmovedor álbum de fotos de la elefanta Mara en Brasil
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