El 4 de junio de 1996 una tormenta de viento en la cima del cerro El Plata, en Mendoza, provocó un desastre para la Fuerza Aérea que iba a tener consecuencias inimaginables. Ese día, la hélice de uno de sus helicópteros Lama de alta montaña de la IV Brigada Aérea falló y tuvo que aterrizar de emergencia en la cumbre. Para rescatar a sus tripulantes, un piloto y un mecánico salieron en otro Lama con el fin de traer de vuelva a los compañeros y amarrar el aparato a casi 6.000 metros de altura.
Pero cuando estaban por posarse sobre la nieve, la historia dio un giro abismal: una ráfaga de viento descendente envolvió la aeronave y, como si fuera un juguete en manos de un bebé, la estampó contra la pared sudeste de la montaña y la hizo añicos.
Tres semanas más tarde, el 26 de junio, cuando los pilotos del helicóptero que apoyado en la cima ya habían bajado a pie de aquel cerro, un escuadrón de rescatistas del Ejército, otro de la Fuerza Aérea, uno más del cuerpo de Alta Montaña de la Policía de Mendoza y dos jóvenes pero experimentados andinistas particulares como Roberto “Leroy” Villa y Nicolás Ibazeta, de 23 y 22 años, subieron a buscar a los pilotos del accidente.
Excepto Villa e Ibazeta, el resto decidió en algún momento de la subida hasta el tope de El Plata, por la cara sudoeste, se dio por vencido y volvió a la ciudad. Era pleno invierno y en lo más alto de la montaña el frío puede llegar a provocar una sensación térmica de -40 grados centígrados. Leroy y Nicolás siguieron, llegaron al final del camino pero jamás volvieron. Nadie nunca supo nada más de ellos hasta que dos semanas atrás, un joven montañista de 23 años los encontró congelados, momificados por el frío, con los cuerpos casi intactos, en la posición de dormidos con la que, muy probablemente, los mató una hipotermia, producto de una tormenta. Y días después un equipo de rescatistas los bajó para que los reconocieran sus familiares.
“Se mandó a un lugar muy difícil”, cuenta a Infobae Hugo Daniel Villa, hermano de Roberto, conocido en el mundo de la montaña como Rambito por su pasión por agregar algunos explosivos de más en las detonaciones que se ejecutan evitar avalanchas en las pistas de ski de la cordillera andina.
En aquellos años, “Rambito”, su hermano, Ibazeta y otro gran grupo de montañistas de la zona trabajaban como rescatistas en centros recreativos o contratados por privados. “La prioridad siempre salvar vidas. No te fijás en el tiempo, no te fijás en nada. Por eso Leroy y Nicolás subieron igual, aunque era pleno invierno y la cara sudoeste de El Plata es extrema”, explica, horas después de haberse reencontrado con su el cuerpo de su hermano, que hoy tendría 49 años y que, al fin y al cabo, pasó más tiempo a la espera de que alguien lo encuentre ya congelado en la montaña del que pudo disfrutar en vida.
Aquella semana de junio de 1996 los jóvenes subieron a buscar los cuerpos de los tripulantes del helicóptero Aérospatiale SA-315B Lama, matrícula H-62 de la Fuerza Aérea, el piloto Primer Teniente Alfredo Montenegro y el mecánico, Suboficial Principal Alberto Julián Mazagatos.
Según “Rambito”, fue por pedido de Fuerza Aérea. “Pasa esa historia y cae personal de la Fuerza Aérea a mi casa, porque somos reconocidos en la montaña, a ver si podíamos subir y ver la posibilidad de rescatar los cuerpos, o buscar a las personas con vida”, relata.
Originalmente iba a subir un equipo de cuatro. Además de Villa e Ibazeta estaban dispuestos a escalar otros dos rescatistas del grupo de amigos pero por diferentes razones no fueron. Uno acusó un problema estomacal y el otro, un tema familiar.
De acuerdo al relato de Hugo Villa, les habían encomendado buscar los cuerpos y la caja negra, y ver qué posibilidad había de sacarlos de ahí “porque es un lugar complicado”. Como habían pasado 22 días, las posibilidades de que estuvieran vivos eran casi nulas, por eso Villa e Ibazeta subieron de a par. “Si estaban muertos vos ubicás el lugar y va un grupo y los saca. Si estaban vivos eran pocos para dos personas, porque normalmente trabajábamos en grupo”, explica “Rambito” que, asegura que él no fue porque estaba trabajando en una mina de la Patagonia en ese momento.
“Por eso yo no sé quiénes de Fuerza Aérea nos contactaron. A mí me lo dijo mi mamá, que murió hace dos años sin poder volver a ver a Leroy. No hay papeles firmados”, aclara.
Una fuente de Fuerza Aérea consultada por Infobae descree de la versión del hermano de Villa. “Nosotros tenemos nuestro propio equipo de rescatistas. Y en aquel episodio además subieron de la Policía de Mendoza y el Ejército”, aclararon.
“El vuelo en montaña es muy peligroso, tenés que estar entrenado y conocer muy bien el lugar y el clima, las corrientes de viento ascendentes y descendentes en la zona del Cordón del Plata son muy fuertes”, detalló un experimentado piloto retirado de Fuerza Aérea que prefirió no revelar su identidad.
“No sé qué estaban haciendo los Lama ahí, no sé si les corresponde, si hacían maniobras. Salieron de Uspallata, los vieron pasar tipo 16. Y el siniestro fue 17.30. El Plata es una zona muy dura para volar, deben haber cuatro helicópteros. Uno está en la zona de Franklin y tres en la pared sur”, agrega Villa, que se pasó 25 años subiendo esa montaña para encontrar los cuerpos de su hermano y de Ibazeta.
“En la búsqueda encontré uno que hacía 11 años que estaba desaparecido. Bajé un radio para ver si podían sacarlo. Me dijeron que era un helicóptero chileno. Y los cuerpos deben estar todavía el hielo. Encontré el rotor, la radio, algunas bolsas de cama y así”, agregó.
Leroy empezó en el andinismo gracias a su hermano Hugo, que comenzó a trabajar en el centro de ski Los Penitentes en 1986 y para fines de ese año ya estaba integrado a la patrulla de rescate. Al año siguiente lo sumó a su hermano. “Cuando estábamos al ‘pepe’ bautizábamos cerros y escalábamos. Y de ahí no paramos más, nos perfeccionamos, hicimos cursos de primeros auxilios. Siempre en la montaña”, relata.
Leroy se convirtió apenas pasados los 20 años en un referente del montañismo de Mendoza. A los 22 escaló durante seis días la pared sur del Aconcagua, algo reservado para pocos. En esa aventura durmió “colgado” de la pared de hielo todos esos días. “El ya había estado en situaciones límite y había salido, era muy fuerte, tenía experiencia”, dice su hermano.
Por eso imagina que su hermano e Ibazeta murieron por el clima. “La dificultad en aquella época es que había mucho hielo, y había que escalar. A ellos les jugó mal el tiempo, les reventó la carpa estando dormidos. Ellos aparecen con los escarpines puestos, como dentro de la carpa. Seguramente hubo un viento muy fuerte, habrán entrado en hipotermia, no se dieron cuenta y murieron en dos minutos”, intuye Villa y da magnitud: “Calculá que en junio allá arriba hacen 30 grados bajo cero pero con un viento de 60 kilómetros por hora te la lleva a -45 grados”.
Hugo Villa buscó muchos años a su hermano y a su amigo, a quienes el jueves enterraron juntos en el cementerio de Uspallata. “Estuvieron juntitos tantos años, está bien que sigan así”, dice Hugo.
El hermano del andinista aparecido estuvo dos décadas tratando de encontrar a los jóvenes. “Anduvimos mucho buscándolos, todos los años subimos, entramos por diferentes zonas y nunca tuvimos un resultado feliz. Ahora se dio y bueno, estoy contento”, admite.
Recuerda que pasó una vez exactamente por el lugar donde Juan Cruz Rodríguez encontró a Leroy y a Nicolás. “Pero había mucha nieve, estaban tapados cuando pasamos por ese filo. En esa salida tardamos ocho días en dar toda la vuelta. Porque entramos por el oeste, pasamos a la sur. Y pasamos por el filo ese. Eso fue en 1996, el año que no volvieron. Estuve cuatro meses buscándolos pero nunca los encontré. Ahora lo pienso y me da mucha bronca porque pasé por arriba de ellos, estaban tapados por un manto de 2,50 o 3 metros”, se emociona.
La montaña tiene su propio código. La Naturaleza puede ser feroz y antojadiza. Los mensajes los emite cuando quiere. La montaña traga y devuelve, nunca ningún humano sabrá cuándo lo hará. En 2019, un reconocido andinista que bajaba de una expedición al Cerro Niveros encontró el helicóptero de la Fuerza Aérea y uno de los cuerpos que el viento había revoleado aquella tarde de 1996.
Las pruebas de ADN confirmaron que se trataba de Alfredo Montenegro. El piloto tenía 31 años y su pareja esperaba un hijo cuando él murió. Quien sabe cuándo será el momento en que la montaña decida que también es hora de recuperar al mecánico Mazagatos.
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