Santos Condori tiene 44 años y se define como un sobreviviente, convencido de que por algún motivo que aún no descubre sigue con vida. Se contagió de COVID-19 en mayo y junio del año pasado; y en abril de este años el virus volvió a su cuerpo. Aún no sabe cómo ni cuándo lo contrajo en ninguna de las tres oportunidades porque, asegura, que siempre tomó todas las medidas sanitarias recomendadas. Sin embargo, atando cabos, cree que pudo ser en el momento en que atendió al delivery en la puerta de su casa del Barrio 31 o quizás cuando estuvo internado con síntomas varios de manera preventiva y pasó 4 días junto a personas infectadas en un hospital.
La segunda vez que el virus lo atacó fue la peor, porque volvió a solo 15 días de recibir la primera alta médica y porque, asegura, “lo sentí en mi cuerpo por meses. No podía caminar, ni respirar y apenas tomaba agua de a sorbos porque sentía que me ahogaba”, le confió la angustia de esos días a Infobae.
En abril de este año reconoció nuevamente los síntomas y, con más experiencia, se aisló en su propia casa para no contagiar a ninguno de sus cuatro hijos ni a su esposa Olga. “Por suerte ninguno contrajo la enfermedad en todo este tiempo”, dice tranquilo y con detalles repasa cada uno de los terribles síntomas que tuvo, las sensaciones y lo que describe como “el olor de la COVID”.
La historia de un sobreviviente
Santos nació en La Paz, Bolivia. Su padre es arquitecto y trabajaba en obras de la construcción. Un día, como otros tantos, lo acompañó para recorrer el avance del trabajo. Subió a un andamio, porque quería ver qué hacía un albañil que sin querer ni verlo lo empujó al agacharse. “Caí dos pisos, de frente y me rompí el tabique. Me dolía todo el cuerpo”.
En la década de 1980 su familia decidió mudarse a Buenos Aires y él se quedó en su ciudad junto a hermano. Recién se unió a ellos en 2001. No vino a probar suerte porque en su ciudad natal se había recibido de maestro mayor de obras y se había casado con la mujer de la que se enamoró a los 17 años. Pero extrañaba tanto a sus padres y hermanos que decidió unirse a ellos en la aventura argentina.
A días de mudarse al Barrio 31 sufrió el primer asalto: tres hombres armados lo atacaron. Puso resistencia y cantandole retruco a la osadía, los maleantes le abrieron la cabeza a culatazos. Sobrevivió. Años más tarde, en una situación similar recibió cuatro puñaladas que le reventaron los intestinos. “El médico me contó que me abrió todo para sacarlos, limpiarlos y cerrar las cuatro heridas que me dejaron. Dijo que realmente me salvé de milagro y que ese día volví a nacer”, recuerda sobre el ataque del que creyó no salir adelante, pero una vez más sobrevivió.
“Durante la cuarentena, económicamente, con mi familia la pasamos mal por no poder trabajar porque la construcción estaba frenada y como con mi esposa tenemos cuatro hijos, las cosas se pusieron difíciles”, dice sobre esa angustia que, mirando atrás no fue la mayor: lo peor lo vivió en carne propia a partir de mayo.
“Nos cuidábamos mucho, con todas las medidas que indicaban, pero me contagié y sin saber cómo. Sentía nauseas, tuve diarrea, dolores de cabeza insoportables y mucha acidez. También sentía dolores muy fuertes en todo el cuerpo”, recuerda y detalla el listado de síntomas que lo llevaron en mayo al Hospital Rivadavia donde estuvo internado de manera preventiva.
Allí permaneció 4 días internado y muy cerca de otras personas, por lo que cree ese que pudo ser el lugar donde contrajo el virus. En su mente, el 21 de mayo de 2020 fue el día en que el coronavirus se metió en su cuerpo y no se retiró, asevera, hasta septiembre.
“A los 15 días de recibir la primea alta médica, volví a contagiarme”, cuenta casi resignado y repite que tampoco sabe cómo se contagió, pero que esa vez le vio la cara a la muerte. “Sentía pánico, me falta el aire y no podía respirar. El dolor era en todo el cuerpo, llegué a tener 41° de fiebre durante días e insomnio por 15 noches. Bajé 18 kilos, el cuerpo no me respondía, me ardían la espalda, las piernas, las manos, el estómago, vomitaba algo parecido a la grasa y tuve mucha ansiedad y hasta sentí pánico. Fue tan feo que sentí que me moría... Hasta me despedí de mi familia”, revive ese momento sumamente emocionado y vuelve a confiar: “Seguí por Jazmín Ángeles, mi beba de 3 años. De ella saqué fuerzas”.
“Recién en septiembre volví a caminar y en octubre a trabajar, pero me daba pánico estar en el auto, manejar. Sentía falta de aire y aún me costaba respirar”, dice. Salir de ese estado le costó más que antes porque esta vez estaba afectado emocionalmente, pero se recuperó de la enfermedad y una vez más, sobrevivió.
En abril de este año, tuvo aquella misma sensación de ahogo, de falta de olfato, algunos dolores. “Esa fue la nueva cepa”, asegura y explica que volvió a vomitar “esa especie de grasa que olía a lavandina mezclada con remedios... Le dije a mi esposa que ese es el olor del COVID en el cuerpo porque todas las veces lo sentí. Es un olor muy extraño que me pone en alerta”.
Una vez más, a base de paracetamol y vitaminas, Santos dice que volvió a sobrevivir, que ahora “me siento muy, muy bien y no le tengo miedo. Por suerte volví a trabajar, siempre con cuidados y con respeto a los clientes aunque lo suelo hacer en departamentos vacíos, pero voy a algunas casas manteniendo la distancia de la gente, que saben por lo que pasé”, aclara.
Al final de la entrevista, reitera que se siente tranquilo y entiende, mientras repasa su vida, que “por algo Dios me quiere en este mundo” y asegura que está buscando cuál es ese para qué.
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