Me contaba Héctor Starc: “Una noche de 1974 estábamos tocando en un club de Lanús o por ahí Violencia en el parque, y en medio de la canción empezamos a escuchar una pelea a los tiros. Nunca supimos de dónde venían ni para dónde iban, pero salimos los cuatro corriendo desesperados hasta la salida. De los instrumentos y los equipos se encargaba Dártagnan y a nosotros nos cubría Manteca, que era nuestro asistente. Un gigantón, pesadísimo.
Habíamos dejado el Fiat 1500 rural en la puerta cuando llegamos, siempre íbamos con ese auto que era mío a los shows. Subo yo de un lado y Emilio en el asiento del acompañante. Rodolfo y Neira iban atrás, la gente empezaba a desbandarse y estos dos no podían abrir la puerta porque estaba trabada. Emilio y yo les gritábamos que vayan por el otro lado pero del cagazo o nosotros no estábamos gritando o ellos no nos escuchaban. Hasta que al final se avivan y logran entrar por el lado opuesto. Huimos.
Una vez en el estudio, y un poco más calmado, empiezo a ver qué había pasado con la puerta que no habían podido abrir. Le toco la manija y nada, andaba pero no abría. Hasta que miro en el vértice de la ventanilla y veo la marca de un balazo que entró por el burlete que tenía la puerta, casi ni llegó a dañar el metal, entró finita por el burlete. Al auto no le paso nada, pero la bala entró derecho por ahi...”.
Eran años a pura bala en las calles oscuras en Buenos Aires.
Siempre supe que esas canciones que entran en la gente de verdad, sin maniobras de marketing ni billetazos radiales para difundir a lo estúpido, son esas canciones que pintan con absoluta presisión una época .
Violencia en el parque de Aquelarre era la canción de esos días, era la banda de sonido perfectamente adecuada para toda la monada en esos tiempos. Triste.
De la misma manera ocurre con muchas músicas. Por ejemplo La ciudad de la furia de Gustavo Cerati, del 88, que encierra en su lírica la hermosa descripción porteña “... Buenos Aires se ve tan susceptible”.
Y sí, después de empezar el año con la muerte del inolvidable Alberto Olmedo hasta ver cómo velozmente se acaba la primavera alfonsinista a manos del Plan Austral y las reminiscencias de la década anterior, no solo Buenos Aires, todos los que andábamos por acá, porteños o no, estábamos susceptibles, propensos a que nos pasara cualquier cosa.
Todos estábamos susceptibles. Nunca mas adecuado el adjetivo.
Violencia en el parque la hizo Emilio Del Guercio y no fue parte de un álbum de Aquelarre, sino que salió como simple casi al mismo tiempo que el gran disco Brumas, con Ceremonias para disolver de lado B. Muy progresivo todo.
Aquelarre nace de las cenizas de Almendra, cuando el baterista Rodolfo García, quien murió hace unos días generando una gran ola de tristeza en todos los que lo conocimos, le comenta a Héctor Starc su idea de formar un nuevo grupo. Héctor tenía su propio trio, con Black en la batería y Machi Rufino en el bajo. que venían de tocar con Pappo, pero acuerda con García a los que se suma Emilio Del Guercio, que era el bajista de Almendra. Con el tiempo Hugo González Neira, músico de Litto Nebbia. aporta su teclado y ese cuarteto es Aquelarre.
Sacan su primer disco en el 72, que se llamaba Aquelarre simplemente, un par de años después otro que se llama Candiles, que si bien no son un éxito abrumador les alcanza para hacerse de unos cuantos miles de chiquillos que llenaban sus shows.
Yo era uno de estos chicos, así que recuerdo a esa temprana edad el efecto que causaban sus canciones en mi atribuladito cerebrillo. Después, en 1974 llega Brumas y es más de lo mismo, afortunadamente para todos esos acólitos que tarareaban sus largas canciones en coros de recreo de colegio, hasta que de la nada, cuando nadie lo esperaba, Violencia en el parque empieza a sonar en Modart en la Noche.
Acá hago un aparte para mencionar al que fue EL programa musical de radio iniciático para todos los adolescentes de los años 70´s. Modart en la Noche, con la insuperada locución de Pedro Aníbal Mansilla y la endiosada musicalización de Juan José Fernández Padrón, maestro de maestros. Para mí el mejor de todos en toda la historia de la radio, capaz de mezclar a David Bowie con Sabú sin lastimar a nadie, el primero que puso discos en el aire de Tyranosaurus Rex y de Pink Floyd y de Cacho Castaña y del genial italiano Drupi. Allí sonó por primera vez Violencia en el Parque.
Starc dixit: “Me acuerdo que una noche estaba en casa escuchando Modart en la Noche y de repente empieza a sonar nuestro tema, me emocioné, me quedé paralizado escuchándolo. Era la primera vez que una canción de Aquelarre sonaba en la radio...”.
Así de increíble pero cierto, las radios no pasaban música rock básicamente porque el rock todavía era cosa nueva, y esos hippies díscolos no eran chicos fáciles para los programadores de la época. Siempre rendían más al aire radial Sandro o Palito Ortega o Fernando de Madariaga, vaya uno a saber por qué. De manera que la decisión de Fernández Padrón fue un gran paso para el desarrollo del rock en los medios de comunicación. Siempre hay uno que hace las cosas primero, y Fernández Padrón era siempre el primero, por eso aun queda en la memoria de todos los que escuchábamos los sonidos de ese gran programa.
Entonces Aquelarre, esa banda que comenzó ensayando en una casona de Haedo que pertenecía a Jorge Pistocchi, un nombre importante en el rock argentino creador años después de la revista Pan Caliente, ahora era bastante popular.
Presentan con enorme éxito ya en el 75 Brumas y Siesta en el teatro Coliseo y, sorpresivamente, unos meses después, emigran a España.
”La verdad es que a nosotros no nos perseguía nadie, o no nos enteramos. La decisión de irnos a España la tomamos entre todos, viendo la que se venía acá. Estaba todo mal en todos lados, y siempre los primeros que garpan son los artistas. Así que nos fuimos a probar cómo nos iba allá”, recuerda Héctor Starc.
”Llegamos a Barcelona y un tiempo después nos fuimos a Madrid. Nosotros íbamos al aeropuerto a recibir a los que iban llegando, a Moris, a Roque Narvaja. Aquelarre ya estaba trabajando allá y obviamente estábamos para dar una mano a todos los que cayeran. El primero que llego atrás nuestro fue Moris, nos divertíamos bastante. Habíamos comprado un par de escarabajos Volkswagen en Holanda y nos fuimos vía Francia hacia Londres. Ese viaje fue de los Monthy Pyton. El anecdotario es para otra nota”, dice.
Pasó que había un lugar, una especie de pub extravagante que era de unos argentinos llamado Poncho, donde asiduamente tocaba Aquelarre y ahí es donde hacen conocer al gran público de la movida hispana a Moris, solo con su guitarra. También sucedió que una noche tocando en un festival madrileño, mientras estaban en los camarines, escuchan a un adolescente rubio de jopo que empieza su set con un tema de Pappo´s Blues. Al asomarse se encuentran con el pibito que bajaba del escenario y era nomás Ariel Rot, también exiliado allá con su familia y que ya se destacaba por su incipiente estilo, el que después hiciera historia en Tequila y Los Rodríguez.
Héctor Starc otra vez para el final:
”¿Entendés lo que pasa, Bobby? Nosotros, Luis, Pappo, tocábamos y abríamos puertas mas allá de la guita, la fama o cualquiera de esas cosas. Éramos felices creando, expresándonos, sabiendo que todos juntos para el mismo lado siempre es mejor. Por eso el rock fue lo que fue en este país y trascendió más allá de la frontera”.
Y acá hago mías unas palabras que creo ya confesé, pero bien vale la pena. De una vuelta de Andrés Calamaro a Europa, en el abrazo de despedida y para evitar tristezas por llegar, me dijo: “Tranquilo Bobby, el horizonte no es el río”.
Y todo esto en medio de la enorme perdida de Rodolfo García, eximio baterista de Almendra y Aquelarre que estará siempre en nuestros corazones.
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