Entre el río y el camino conocido como De las Cañitas, el lugar era un cañaveral y un pantanal, más cuando los desbordes por las sudestadas o temporales lo inundaban. Referenciaba a la quinta Las Cañitas, situada en tierras encerradas en lo que hoy es avenida del Libertador y Luis María Campos. En un potrero se corrían y se apostaban a las carreras de cuadreras y de sortijas, hasta que la policía llegaba y la fiesta concluía.
Décadas más tarde, por la zona se estableció un hipódromo entre el Parque Tres de Febrero y los llamados alfalfares de Juan Manuel de Rosas, actualmente el barrio de Belgrano, en un predio de 60 hectáreas. La inauguración fue el domingo 7 de mayo de 1876 y las diez mil personas que asistieron, entre las que pudieron ingresar y los que quedaron del lado de afuera del alambrado perimetral, demostraba que el turf sería un deporte muy popular. Nacía el hipódromo de Palermo.
La costumbre de correr
Los primeros caballos habían venido a estas tierras en 1536 con Pedro de Mendoza, y los animales por siglos se criaron libremente. Dicen que una de las primeras cruzas con caballos foráneos fue con la monta de William Carr Beresford, el general inglés que ocupó Buenos Aires en 1806.
La costumbre de la carrera de caballos tiene su origen en la Inglaterra de comienzos del siglo XVIII. Las primeras organizadas en el país eran “a la inglesa”, trayectos rectos que podían ir de 150 a 500 metros, dos jinetes, cada uno por su carril delimitados por estacas. En 1849 el escocés Diego White armó la primera pista oval en el barrio de Núñez y creó con otros coterráneos la Foreign Amateur Racing Society. Por 1857 en Belgrano la gente se entretenía con el circo de las carreras.
El día de la inauguración en Palermo fue todo un acontecimiento. Los tranvías llegaban cargados de gente y el ferrocarril no dio abasto, a pesar de los 50 vagones extra que incluyó, y que paraba en la estación que habría de llamarse “Hipódromo”. Cerca estaba la alameda Sarmiento, por la que paseaba la sociedad porteña.
La entrada equivalía a la mitad de lo que cobraba un obrero por una jornada de trabajo. El precio se encarecía si se iba a caballo o en carruaje. El acceso a la tribuna era más caro y los palcos, más aún.
Los ánimos se caldearon. Estaban los que se quejaban porque la entrada era cara y se sumaban las protestas de los que no podían ingresar porque el lugar estaba colmado. La tribuna tenía una capacidad para 1600 personas y existían cuarenta palcos para familias.
Los que tuvieron suerte vieron la primera carrera, que ganó el caballo “Resbaloso”. Luego, se correrían seis más.
Las carreras captaron la atención y el fanatismo de la clase alta. En 1883 el hipódromo comenzó a ser administrado por el Jockey Club, fundado el 15 de abril de 1882 por Carlos Pellegrini, conocido por todos como “el gringo” por su apellido italiano, aunque le gustaba aclarar que su padre era francés y que su madre llevaba sangre inglesa. Ese club fue concebido como un centro social que perseguía el propósito de organizar y promover el turf en el país. Hasta convenció al presidente Roca, quien en 1883 le adjudicó al club, por única vez, una partida del presupuesto nacional para el mejoramiento de la raza caballar. Se elaboró un reglamento para las carreras y trabajó en el perfeccionamiento de la raza a través de la creación del Stud Book, un registro genealógico de los animales de sangre pura de carrera introducidos o nacidos en el país.
Dos años después de su apertura, se celebró por primera vez el Gran Premio Nacional, y el evento contó con la presencia del presidente de la República, Julio A. Roca. En esa oportunidad, cruzó primero el disco Souvenir, montado por un jockey uruguayo de tan solo 11 años. Quedaría la costumbre que para Gran Premio Nacional concurriese el primer mandatario junto a su gabinete.
Era un deporte muy popular manejado por la oligarquía local. En 1908 contrataron al arquitecto francés Louis Faure Dujarric que, adoptando un estilo neoclásico, modificó las construcciones originales. Las cuatro tribunas, Paddock, Oficial, Especial y Nueva fueron ampliadas y en cada una podían acomodarse 2000 espectadores. Había un servicio de restaurante atendido por el Hotel de la Paix y un sector de jardines para esparcimiento. La Oficial es patrimonio histórico de la ciudad.
Entre esa tribuna y la Paddock colocaron un reloj, encargado a un fabricante alemán. Estas modificaciones vinieron como anillo al dedo para los festejos del centenario, en 1910, en el que el hipódromo brilló como nunca.
La pista principal de arena mide 2400 metros y posee 28 metros de ancho, donde pueden competir hasta 21 caballos; mientras que la de césped es de 2200 metros por 20.
Tenía un programa de carreras tal que rápidamente se hizo muy popular y masivo. Llegó a vender, en 1912, un millón de entradas.
En sus pistas hicieron historia jockeys como Domingo Torterolo, Máximo Acosta e Irineo Leguisamo, éste último muy amigo de Carlos Gardel. Montaba su caballo Lunático, que ganó en ocho oportunidades.
Botafogo y Grey Fox
Por sus pistas compitieron los mejores caballos y jockeys que hicieron historia. Como también quedó en la historia la memorable competencia entre dos caballos, Botafogo y Grey Fox. Botafogo había sido adquirido por Diego de Alvear y cuando comprobaron que tenía un tic en uno de sus remos, pretendió devolverlo, sin suerte. 1917 fue un año inolvidable, ya que ganó 11 carreras y obtuvo la cuádruple corona. Era imbatible. Cuando el 3 de noviembre de 1918 se disputó el Gran Premio Carlos Pellegrini, se descontaba una victoria de Botafogo, montado por el jockey Jesús Bastías. Sorpresivamente perdió por un cuerpo y un cuarto con Grey Fox, un tordillo, con Domingo Torterolo como jockey. Alvear argumentó que “mi caballo no puede perder” y desafió a Saturnino Unzué, dueño de Grey Fox, a una carrera, los dos caballos solos.
La revancha fue el 17 de noviembre a las 15 horas. A las 11 debieron cerrarse las puertas porque el hipódromo estaba colmado por 30 mil personas. Nadie quería perderse la carrera. Ni los cientos que se acomodaron sobre el terraplén del ferrocarril.
Los dueños apostaron diez mil pesos cada uno, que serían donados a entidades benéficas. Botafogo ganó el desafío al sacarle 50 metros de ventaja, marcando un récord mundial. Botafogo no corrió más. Murió en el haras Chapadmalal el 18 de abril de 1922.
Muchos caballos hicieron historia, como Yatasto, bautizado como el caballo del pueblo, o Naná, la potranca ganadora del primer Jockey Club.
También hubo hechos de sangre. Como aquel domingo de octubre de 1929 cuando Julio Valea, una hampón conocido como el “Gallego Julio”, que había sido detenido 31 veces por la Policía y procesado en 7, con tres homicidios en su haber, presenciaba desde el techo de su automóvil una carrera en la que participaba un caballo de su propiedad. Por su prontuario tenía la entrada prohibida al hipódromo. Sería asesinado por la espalda con un disparo de winchester, posiblemente por encargo de su rival, Juan Ruggiero, el matón del dirigente conservador Alberto Barceló.
El 21 de mayo de 1953 el Estado expropió el hipódromo y lo administró Lotería Nacional y Casinos. Años después volvería a sus manos. Los cambios fueron sucediéndose: en 1967 dejaron de usarse las cintas en las partidas reemplazándolas por partidores automáticos y en 1971 comenzó a correr de noche. Con el retorno de la democracia en 1983 las carreras empezaron a transmitirse por televisión, en la década del 90 Carlos Menem lo privatizó y desde el 5 de agosto de 1992 es administrado por la sociedad anónima Hipódromo Argentino de Palermo.
Desde hace unos años, la actividad del Hipódromo se diversificó. Además de organizar 120 carreras al año, se incorporaron slots. Hoy, las salas que los albergan se encuentran dentro de las 10 operaciones de tragamonedas más grandes y modernas del mundo. Y sus espacios verdes, sobre la curva de Dorrego, son aprovechados para realizar conciertos y eventos culturales.
Cuando surgió, el turf fue un deporte muy popular, en el que Pellegrini había tenido mucho que ver en eso de tener un hipódromo versión nacional, reflejos de los existentes en Gran Bretaña o en Francia. No en balde un gran premio lo recuerda.
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