7.45 PM. Buenos Aires. Un hombre toma el último sorbo de un whisky sin hielo. En otra mesa, un matrimonio y su pequeño hijo se apuran en comer una picada con gaseosa. Los que más ansiedad muestran son los jubilados que juegan al ajedrez. Uno de ellos mira de reojo el reloj del local y dice: “Vamos que nos sacan la roja”. La moza, Antonia, sonríe, pero luego se desanima: “Si esto sigue así, esto va a terminar cerrando”: Esto es “La Academia”, en Callao entre Sarmiento y Corrientes, un histórico bar de Corrientes, cuando Corrientes era la avenida que nunca duerme. El cartel del lugar parece utópico: “Desde 1930 abierto las 24 horas los 365 días del año”. La moza y el encargado comienzan a poner las sillas arriba de las mesas. En una de las mesas, dos policías miran la hora y toman café.En la veredas, las personas van con cierta prisa. Por el toque de queda dispuesto por el Gobierno de ocho de la noche a seis de la mañana, los que ahora circulan por la calle hacen todo a las apuradas. Como si buscaran borrar las huellas en una ciudad que en 15 minutos será prohibida.
8 PM. Las pizzerías ofrecen delivery. Hay filas. Una pareja pasea un perro. Otra camina de la mano como si nada fuera a ocurrir. En Suipacha, en una escuela de danza, hay una vidriera iluminada pero sólo se ven esculturas. La más saliente es de una bailarina. No hay, al menos a simple vista, sereno ni recepcionista. “Es como una noche en el museo”, dice Franco, el fotoperiodista de Infobae. El microcentro es más microcentro que nunca. Al menos en esa soledad de noche que lo caracteriza. “No voy al parador de Retiro porque te tratan como chorros, hay detector de metales”, dice un hombre en situación de calle que busca comida en un contenedor.
8.30 PM. En teoría el toque de queda lleva media hora, pero en la avenida 9 de Julio circulan autos como un día normal de pandemia. Algunos colectivos trasladan unas diez personas por unidad. Parejas y familias caminan por avenida Corrientes. Miran los teatros cerrados, con sus marquesinas de obras que tuvieron que ser levantadas. En la puerta del teatro San Martín un hombre vende garrapiñada.
8.45 PM. Estación de subte Diagonal Norte. En el andén, dos personas esperan a la última formación. A la salida de la estación, una pareja de ancianos toma mate y fuma. Ella llena el crucigrama de un diario de hace dos días mientras él tiene la mirada perdida. A unos metros, en una pared alguien pintó “Bienvenides a Sarajevo”. “No le tenemos miedo al COVID, le tenemos miedo a morir en la calle. Hace dos meses dormimos acá, sin colchón, tirados sobre una frazada. La pensión en la que vivíamos fue clausurada. ¿Por qué no le tengo miedo al virus? Mirá, uso barbijo, me cuido, pero tengo cosas peores: un tumor en el pecho izquierdo, EPOC, un riñón más chico y la vesícula jodida”, dice Viviana, de 57 años. Su pareja, Rafael, de 77 años, llegó de España a los 20 años. “Tuve muchos trabajos, el último fue en una veterinaria. Ahora lustro zapatos. Cuando cierra el subte venimos a este rinconcito y cuando arranca, nos vamos”, dice. El está sentado en una silla giratoria vieja y ella arriba de un cajoncito. Tienen una valija que, cuentan, un ladrón les arrebató cuando dormían. “Lo corrí y la dejó tirada. Gracias a Dios la pudimos recuperar”, narra Viviana. Los dos agradecen a los vecinos que le dejan comida o agua caliente para tomar mate.
9 PM. En la estación Carlos Pellegrini, un policía mira una pantalla donde se ven cuatro cámaras. Afuera comenzaron los controles. En la esquina de Corrientes y 9 de Julio está uno de los puntos donde los policías controlan que nadie que no esté autorizado (no sea esencial) circule por la calle durante el toque de queda. “De 20 a 6 quedate en casa”, dice una leyenda en un cartel gigante de la 9 de Julio. En la estación Constitución parten los últimos trenes. Los policías controlan. Uno de ellos está ante una pantalla gigante en la que ve los movimientos de la gente que entra y sale.
9.30 PM. ”La gente tiene que ser responsable. Los peores días son los del fin de semana, cuando vemos a muchos jóvenes y no tan jóvenes que circulan en el horario no permitido. Nosotros, que estamos todo el tiempo en la calle, vemos la desesperación de los médicos, la llegada de las ambulancias en los hospitales, las morgueras”, dice un policía a Infobae. El Ministerio de Salud de la Nación informó el miércoles que en las últimas 24 horas se registraron 663 muertes y 24.079 nuevos contagios de coronavirus. Con estos datos, el total de infectados desde que comenzó la pandemia asciende a 3.071.496 y las víctimas fatales son 65.865.
10 PM. Infobae inicia una recorrida por algunos de los hospitales de la ciudad. El Anchorena, el Otamendi, el Argerich, el Hospital de Clínicas, el sanatorio Los Arcos, el Finochietto, el Fernández, el Guemes, pero el panorama, al menos desde la puerta de cada uno de ellos, no es alarmante. Las ambulancias están estacionadas. En algunos de ellos hay personas esperando en la guardia. En CABA, hoy se encuentran ocupadas el 83,2% de las camas de terapia intensiva. Esta recorrida por esos hospitales se repetirá cada una hora y la situación será la misma.
10.30 PM. A la vuelta del Fernández, un camión de gran porte carga oxígeno para el hospital. Cerca de ahí, en Medicus, en otro camión cargan los residuos. Al menos hay cincuenta cajas con basura. “Por el COVID ahora hay el doble de la basura. Lo que hacemos es un compactamiento ecológico”, dice uno de los hombres que carga las cajas.
11 PM. En bicicleta o moto, los repartidores de comida atraviesan la ciudad de un lado a otro. Con sus mochilas o cajas sobre sus espaldas, algunos van a toda velocidad, como kamikazes nocturnos. “Con el toque de queda trabajamos mucho más”, dice Luciana, una joven que al momento de cruzarse con Infobae llevaba tres pedidos a San Telmo.
11.30 PM. Los distintos Palermos, desde el Hollywood al Soho, parecen atravesados por una pausa. Como si alguien hubiese apretado Stop en una cámara. Los restaurantes dejaron de ofrecer comida delivery y sólo algunos kioscos permanecen abiertos.
00.00 AM En plaza Once, mujeres dominicanas se prostituyen mientras algunos jóvenes dan vueltas. Las luces de la plaza están encendidas, pero a diferencia de un día normal es como una sombra. Infobae recorre Constitución. En la zona roja hay más chicas trans que mujeres. “La pandemia se llevó a varias compañeras. Yo trabajaba, pero tuve que volver a hacer la calle. Igual festejamos si tenemos un cliente por día. Está durísimo. En medio de tanta muerte, nosotras aportamos alegría. Sostenemos al mundo, como dice Camila Sosa Villada en su libro Las Malas”, dice Pamela Cutipa, vestida de negro, aros con forma de dados y zapatos con taco alto. A su lado está su compañera, que cada vez que pasa un auto se saca un tapado animal print y muestra sus dos pechos. Están en la calle Pavón.
0.35 AM La recorrida entra en una meseta. Los hospitales siguen sin movimiento en la puerta. Hasta que por avenida Santa Fe y Azcuénaga se acerca una ambulancia. Enseguida se activa la sirena. Es la primera en lo que va de la noche. Dos minutos después, en Santa Fe y Ayacucho, la calle está cortada por dos patrulleros. Chocaron una ambulancia, cuya rueda delantera derecha quedó prácticamente salida, contra un Fiat Siena blanco cuyo frente terminó destrozado. “Es un milagro que el conductor haya resultado ileso. La doctora y el chofer de la ambulancia tampoco tuvieron lesiones”, dice una mujer policía.
1.35 AM La zona roja de Palermo, en El Rosedal, ofrece un paisaje parecido al habitual, salvo que circulan menos autos. “Vengan, yo los guío, van a poder hacernos fotos”, invita Jimena Salazar, una travesti que baila y va de acá para allá para mitigar el frío. Aparecen sus compañeras. Algunas posan de espalda. Otras abrazadas. Una de ellas se va detrás de un árbol con un cliente. “Está cada vez más duro. Quedamos a la deriva. Con esto del toque de queda no tenemos clientes. Nos estamos muriendo de hambre”, dice Jimena. Y cuenta que Luciana, una de sus compañeras, tuvo un problema con un cliente que no le quiso pagar. Ella sacó un destornillador, le rayó el auto, le rompió el tapizado y lo amenazó. El hombre terminó por pagar. En ese acto, la travesti pareció condensar toda la furia por las injusticias que sufren desde que deciden salir al mundo. Después de contar eso, Jimena y sus compañeras bailan. “Soy la Veneno”, dice en referencia a la serie que narra la historia de la travesti más famosa y glamorosa de España.
2.10 AM Una mujer policía toma nota ante un joven que no puede argumentar qué hacía a esa hora en la calle. éEl le dice que es esencial y que su celular no tiene crédito y por eso no le muestra la aplicación. Están en Cabildo y Lacroze. En el sobrevuelo de Infobae sobre las calles porteñas, que duró más de doce horas, no se vieron tantas situaciones como esta.
2.35 AM Recorrida por La Boca. Nadie en la calle. Se destacan los murales nuevos en homenaje a Diego Maradona. En San Telmo, las estatuas de Mafalda y sus compañeros de aventuras son las únicas que dominan la atmósfera de soledad que invade las calles. En La Casa Rosada hay algunas ventanas abiertas. ¿Será para ventilar? El Congreso está iluminado, al igual que el CCK.
3 AM En Once, un grupo de hombres y mujeres carga bolsas blancas de cartones que suben a un camión. “Esto nos hace acordar a la crisis del 2001, pero ahora encima con esta peste horrible”, dice una mujer que lleva un barbijo con los colores de River. En otros sectores de la ciudad, como Abasto y Almagro, hay otros camiones llenos de bolsa de arpillera blanca.
3.30 AM. Buenos Aires es habitado por el silencio. En la avenida Córdoba, un hombre camina solo. No lleva barbijo. Y se mueve con calma, como si hubiese sido transportado de otro tiempo. Un tiempo sin pandemia. Camina mientras en algunos departamentos se ven luces. La imagen recuerda a “El peatón”, un cuento de Ray Bradbury en el que un hombre camina solo en una ciudad desolada. Todos y todas están en sus casas. Hasta que un patrullero sin conductor, que emite una voz metálica, lo detiene. Y la ciudad queda vacía.
4 AM La ciudad está desolada. Se parece a la Buenos Aires que describió Ezequiel Martínez Estrada: una ciudad que de noche es más expresiva y profunda. Una ciudad que no necesita de las personas. Que se vale por sí sola. “Allí adquiere su sentido cósmico, sideral, telúrico. La población entera es atraída por las iluminaciones públicas de las avenidas insomnes. La noche concierta con el estado de ánimo de Buenos Aires. La animación nocturna es una euforia de droga espiritual. La santa noche”, escribió Estada en La Cabeza de Goliat, esa especie de biblia porteña que no pierde vigencia. En la avenida Corrientes, a la altura del Obelisco, algunos carteles gigantes, en las alturas, siguen iluminados, otros ofrecen un número de teléfono para buscar empresas que quieren publicitar. Otros carteles murieron: están apagados, como haciendo duelo por una ciudad desértica.
4.30 AM El Obelisco, el rulo de la avenida 25 de mayo, las plazas del Congreso, Parque Lezama, el Planetario, el Barrio Chino, entre otros lugares al aire libre, hacen que, desde las alturas, la ciudad sea una ciudad solitaria. Y sin furia.
5 AM Nueva recorrida por los hospitales. Algunos enfermeros y enfermeras, médicos y médicas, hacen el cambio de turno. Los que salen, lo hacen agotados. Los que entran, lo hacen un poco menos agotados. “Estar vacunados nos da fortaleza y más seguridad, pero si no se frenan los contagios esto va a ser insostenible”, dice María Eva, enfermera del Otamendi que también trabaja en el Hospital de Clínicas.
5.30 Recorrida por Puerto Madero. El Casino flotante tiene las luces encendidas, pero está cerrado. Lo mismo el Faena. Las luces parecieran contradecir la realidad irrefutable: no hay gente. Por las calles, de repente, un hombre hace footing con el barbijo en la mano
6.00 AM Terminó el toque de queda. La ciudad parece otra. Como de un golpe de vista, las calles comienzan a ser transitadas por taxis, autos particulares, camiones, colectivos. Y hombres y mujeres que salen de sus casas para ir a sus trabajos. Diarieros que abren sus puestos, Alrededor del hall central de la estación de trenes de Constitución, los vendedores ambulantes ofrecen chipá a 30 pesos la media docena, café a 50 pesos, una factura a 20 pesos. En 15 minutos comenzarán a llegar los trenes desde La Plata, Ezeiza y Alejandro Korn.
6.15 AM La estación Constitución es una marea de gente. “Viene el malón”, dice el mozo de uno de los cafés que está ubicado en la estación. Un policía pide orden por un megáfono. A medida que llegan los trenes, la muchedumbre copa ese sector de la ciudad. Bajan del tren, cruzan el molinete, muestran la aplicación CUIDAR y para muchos de ellos y ellas el viaje no termina ahí. Suben como autómatas a colectivos o toman el subte hacia sus trabajos. Comienza otro día. Falta una hora y cuarto para que amanezca. Las calles de Buenos Aires recobran la vida que parecía perdida. Con ruidos, olores, imágenes. Todo vuelve a empezar.
Fotos: Franco Fafasuli
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