Cuando el 18 de junio de 1815 Napoleón Bonaparte fue derrotado en Waterloo, las tropas vencedoras descubrieron en su carruaje que dejó abandonado en el campo de batalla una versión completa, en francés de El Príncipe, la obra más conocida de Nicolás Maquiavelo.
Lo valioso de esta copia es que contenía un increíble número de anotaciones marginales del propio Napoleón que hacía tiempo venía realizando, aun cuando estuvo confinado en la isla de Elba. Maquiavelo, quien ha sido definido de muchas formas: desde símbolo del Renacentismo, autor impío, inmoral, referente de la concepción moderna de Estado, patriota y republicano, ¿era realmente maquiavélico?
Hijo de una familia de cierto renombre en Florencia, había nacido el 3 de mayo de 1469. Su papá Bernardo era un jurisconsulto que no tenía fortuna, pero que su familia, en el pasado, habían desempeñado cargos de importancia en Florencia. Nicolás era un joven de mediana estatura, delgado, de ojos vivaces, cabellos oscuros, que solía tener la boca siempre apretada. En su primera formación se nutrió leyendo a los pensadores antiguos, como Cicerón, Tucídides, Tito Livio, Polibio y Plutarco.
Su primer puesto fue administrativo en el gobierno de Florencia. Tenía sus ideas que las sustentaría, a lo largo de su vida, en base al conocimiento del individuo y del estudio de la historia. En 1506 organizó una reforma militar, armando una milicia nacional y prescindiendo de mercenarios, que cambiaban de mando al mejor postor. Su obra Diálogos del arte de la guerra es una anticipación teórica de los modernos ejércitos nacionales.
Cuando en 1512 las tropas florentinas fueron derrotados en Prato por el ejército español al servicio del Papa Julio II su nombre apareció en una lista de conspiradores. Sin haber estado realmente comprometido -sí sus amigos Piero Boscoli y Agostino Capponi- fue arrestado y torturado. “He estado muy cerca de la muerte, he soportado todos los dolores, y Dios y mi conciencia me han salvado”.
Cuando asumió León X al papado, fue liberado gracias a una amnistía general, pero los Médicis -la poderosa familia florentina de banqueros que manejó Florencia durante el Renacimiento- lo acusó de haber conspirado contra ellos. Sería nuevamente arrestado y confinado en la granja familiar en San’t Andrea en Percussina, en el municipio de San Casciano in Val di Pesa, a unos quince kilómetros al sur de la ciudad de Florencia. Lo acompañaron su esposa Marietta Corsini, sus cuatro hijos y sus aventuras extra matrimoniales.
En ese tiempo comenzó a escribir Sobre los principados, que pasaría a la historia como El Príncipe. Se inspiró observando a la gente que iba a la posada “L’ Albergaccio” (La mala posada) contigua a su casa, donde concurría todas las noches después de cenar, vestido con ropas comunes. Se sentaba en una mesa al fondo, junto a la chimenea. “En compañía habitual del posadero, de un carnicero, de un mozo del molino y de dos peones de las canteras, me encanallo todo el día con ellos jugando a la cricca o al tric-trac” (un juego de dados). Se hacía preparar carne cocida en vino, col negra e hinojos silvestres.
También en esta época fue cuando escribió Discursos sobre las primeras décadas de Tito Livio, algunas comedias como Clizia y La Mandrágora, historias que giran entorno a conflictos entre un joven y un viejo por los favores de una muchacha. El Príncipe recién se publicaría cinco años después de su muerte.
A lo largo de la historia, la obra de Maquiavelo no tuvo una buena prensa. Ha sido señalado de ser el precursor de la perversión política y moral, a tal punto que en Gran Bretaña al Príncipe de las Tinieblas se lo llamaba “Old Nick” (viejo Nicolás) por él. Se soslayó su condición de humanista y de hombre del Renacimiento, formado en base a la lectura concienzuda de los autores clásicos. Fue a partir de éstos que Maquiavelo sostuvo que había que tomarlos como punto de partida para la enseñanza y explicación de la política.
Con una visión realista, separó la moral de la política y afirmaba que ésta última transitaba por sus propios carriles, independientemente de la economía y de la sociedad. Comprobó que el ejercicio del poder solía apartarse de los caminos de la lealtad y la ética.
Admitía que la política poseía reglas que podían ser amorales. “He considerado apropiado representar las cosas como son de verdad en la realidad, en lugar de como son imaginadas”, explicó.
La frase más conocida que “el fin justifica los medios” no fue escrita por él, y surgió de una interpretación que se hizo sobre una anotación hecha por Napoleón Bonaparte. Otros la atribuyen a teólogo jesuita alemán Hermann Busenbaum: “Cuando el fin es lícito, también los medios son lícitos”, según se lee en su manual de teología moral de 1650. Por el contrario Maquiavelo sostuvo que los hombres en el poder, deberían ser juzgados por los resultados obtenidos, y si éstos no se alcanzan, los medios que haya utilizado para alcanzarlos tendrían que ser perdonados.
Gran observador del individuo escribió cómo era en realidad el ejercicio del poder y no cómo debería ser. Porque El Príncipe es una suerte de manual de instrucciones sobre cómo ejercer el poder en forma eficiente.
Planeaba para Italia convertirla en un Estado unitario, pero en su tiempo era un país aún muy identificado con lo medieval y ninguno de los estados italianos de entonces tenían el poder suficiente para acometer dicha empresa. Ese sueño de Maquiavelo recién lo cumplirían Camillo Benso, conde de Cavour, Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi 300 años más tarde.
Estudiosos de Maquiavelo afirman que para la escritura de El Príncipe se inspiró en la figura del hábil César Borgia, hijo natural del cardenal Rodrigo Borgia. Sus dotes como soldado y su permanente búsqueda desmedida del poder hicieron que fuera admirado y odiado con la misma intensidad. Para Maquiavelo, era una suerte de modelo del príncipe para gobernar.
“El temor al príncipe se mantiene por un temor al castigo que nunca nos abandona”, escribió. Sin embargo, le dedicó el libro a los Médicis, en un intento por congraciarse con ellos, cosa que logró ya que el cardenal Giulio de Médicis, una vez convertido en el Papa Clemente VII, lo empleó para diversas misiones diplomáticas. Al tener éxito en sus gestiones, le dio más trabajo y le encargó la escritura de dos obras. Ellas fueron El arte de la guerra (la única publicada en vida de Maquiavelo, en 1521) e Historias florentinas, que terminó en 1525.
Se ganó la antipatía de la iglesia al remarcar su decadencia y la necesidad de una reforma. “Ser religioso era una de las cualidades que el príncipe debía aparentar tener”, remarcaba e insistía en que no era anticlerical. Sus ideas se aproximaban a que Jesucristo y no el Papa era la cabeza verdadera de la iglesia. El Príncipe pasaría a integrar el índice de libros prohibidos por la iglesia. “Este libro ha sido escrito por el dedo mismo del diablo”, sentenció el cardenal Reginald Pole, arzobispo de Canterbury.
La tesis repetida por años que Maquiavelo era un partidario de la dictadura se derrumba con solo leer su obra, que lo refleja como un republicano. Tuvo el valor de hablar, en su época, de cuestiones tales como la virtud, la fortuna, el bien común y la guerra.
Cuando los ejércitos de Carlos V, en su enfrentamiento con el Papa, franceses y turcos saquearon Roma en 1527 y sitiaron a Clemente VII, un nuevo movimiento popular volcó el tablero a favor de la república en Florencia y los viejos amigos y aliados de Maquiavelo se alejaron de él y le dieron la espalda.
Sorpresivamente enfermó y falleció el 21 de junio de 1527. Sus restos permanecieron ignorados durante dos siglos y medio hasta que gracias a una suscripción popular a fines del siglo XVIII se construyó un magnífico mausoleo en la iglesia de Santa Croce. Descansa cerca de otros ilustres italianos, como Galileo Galilei y Miguel Angel Buonarotti.
Su epitafio lo dice todo: “Ningún elogio podría expresar la grandeza de este nombre: Nicolás Maquiavelo. Murió en 1527”. Y en el cuarto centenario de su nacimiento, se colocó una placa en el frente de la casa que habitó: “A Nicolás Maquiavelo. Aquel que inspiró y propugnó la liberación de Italia escribiendo sus obras inmortales sobre el arte de mantener y defender la patria con tropas nacionales”.
Mientras tanto, la casa en San’t Andrea en Percussina es una atracción turística que mantiene vivo el espíritu de Nicolás, el gran incomprendido de la historia política, y el que alguna vez escribió que el “verdadero modo de llegar al paraíso es aprender el camino del infierno para eludirlo”.
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