En sus comienzos, Hanna Reitsch, nacida en 1912 en Hirschberg (actualmente en Polonia) tuvo la intención de convertirse en misionera en África. A tal fin aprendió a volar en una época en que pilotear aviones no era una opción para las mujeres. Sin embargo, esta estudiante de medicina batió 40 records de altitud, fue una de las primeras mujeres en volar planeadores, en probar un helicóptero, en conducir un jet y dirigir uno de los temibles V1.
Hanna aprendió a manejar planeadores en 1932 en la escuela de Grunen, donde conoció a Wernher von Braun –el célebre diseñador de cohetes– con quien mantuvo una amistad a lo largo de sus vidas. Los vuelos en planeador eran una forma de entrenar pilotos, cuando los aviones estaban prohibidos en Alemania por el Tratado de Versalles. Era la única mujer del grupo, y su primer despegue por poco termina en desastre, pero al poco tiempo demostró que era la mejor de su promoción. Solo un año más tarde batía un récord mundial de permanencia en el aire.
En 1934 viajó a Argentina y a Brasil en una expedición científica aeronáutica. El 9 de marzo llegaron a Buenos Aires con el planeador modelo Grunau Baby, que después se produjo en el país. Las acrobacias y locuras de los pilotos alemanes, entre los que se destacaba la pequeña figura de Hanna, maravillaron a los porteños. A su vuelta a Alemania, Wolfram Hirth, uno de los precursores de los vuelos sin motor, le ofreció ser piloto e instructora de planeadores. En 1936 se convirtió en la primera mujer en superar los 300 kilómetros volando sin motor. Un año más tarde, Hanna atravesaba los Alpes con el mismo aparato. Los records se sucedieron mientras su prestigio aumentaba, y fue invitada a exhibir sus habilidades en distintas partes del mundo.
En 1937 fue contratada como piloto de prueba de la recientemente creada Luftwaffe, donde realizó pruebas con el Junkers Ju 87, el temible Stuka y el Dornier Do 17. Es en ese año pilotea uno de los primeros prototipos de helicópteros Focke-Wulf. Estas proezas la convirtieron en la estrella de la propaganda nazi y fue recibida por el mismo Führer, con quien entabló una amistad personal.
En su condición de piloto condujo el primer jet, el Messerschmitt Me 163 Komet. En una de estas misiones sufrió un accidente del que salió con graves heridas, por las cuales su recuperación requirió cinco meses de internación. Fue entonces que conoció al general Robert Ritter von Greim con quien mantuvo un vínculo sentimental hasta el final de la guerra.
En 1942, realizó la prueba más arriesgada de su ya arriesgada vida, abordando uno de los temibles V1 que diseñaba su amigo von Braun. Hasta entonces las pruebas eran decepcionantes y los V1 terminaban estrellados. Varias bajas se habían producido entre los pilotos tratando de encontrar el problema, pero ninguno había sobrevivido para explicar porque la nave se salía de control. Fue entonces que Hanna accedió a participar de la prueba, y sorprendió a todos manteniendo el aparato en el aire, detectó el defecto y en lugar de saltar en paracaídas, aterrizó la nave dejando al aparato casi intacto.
En 1943, cuando la marea de la guerra se volcaba en contra del régimen nazi, participó en el programa de aviones suicidas. Si bien no se concretó en Alemania, los Kamikazes pasaron a la historia dejando una honda impresión por este gesto. En abril de 1945 el Reich colapsaba. Los rusos avanzaban sobre Berlín y las autoridades se encerraron en la cancillería en espera de un milagro. Fuera de ese reducto de fieles colaboradores, se comienza a conspirar contra Hitler, esperando llegar a un pacto para salvar lo que quedaba en pie de Alemania. En esas horas de duda, Hitler siente que Göring lo abandona y entonces convoca a von Greim a Berlín para nombrarlo jefe de la Luftwaffe.
Hanna se ofreció a pilotear el avión que condujo a von Greim a una Berlín sitiada por el enemigo. El 26 de abril logró aterrizar en el aeropuerto de Gatow, a pesar del hostigamiento de los tanques soviéticos. Como no podían llegar a la cancillería, Hanna propuso un plan audaz: aterrizar en la Puerta de Brandeburgo en pleno centro de Berlín. En el intento, el avión fue alcanzado por balas soviéticas y von Greim fue herido. Casi sin combustible, la nave que Hanna piloteaba logró su cometido, y ella rescató, con el avión en llamas, al general inconsciente. Esta instancia dramática fue relatada por la misma Hanna en su autobiografía Volar, mi vida. Ese día pasaron momentos de incertidumbre pues sabían que los soviéticos estaban cerca, pero un automóvil alemán los condujo a la cancillería. La otrora elegante Unter dan Linden estaba destrozada. Adolf Hitler salió al encuentro de la pareja. Hanna, que lo había conocido en sus años de esplendor, se impresionó por el aspecto: encorvado, le temblaba el brazo, y tenía la mirada ausente, así y todo, estaba pendiente de cuanto acontecía, y no se guardó una entusiasta felicitación a la piloto que no lo había traicionado.
Esa noche Hanna y Ritter la pasaron en el bunker bajo el fuego de la artillería soviética. La noche del 28, el Führer entró a la habitación que ocupaban y anunció: “Ahora también me ha traicionado Himmler”. Inmediatamente los instó a abandonar la cancillería antes que llegaran los rusos. Si lograban bombardear con aviones alemanes las posiciones enemigas quizás podían ganar unas horas hasta la llegada de las tropas al mando del general Wenck. Casi una quimera, pero era lo único que tenían.
En medio de bombas y estruendos, el jefe de Luftwaffe y Hanna llegaron a la jefatura de vuelos, donde los esperaba un Arado Ar 96. Ya era un milagro que hubiese llegado el avión hasta allí, y aún más que, en menos de 400 metros, pudieran elevarse y ponerse a salvo de la artillería. En las primeras ediciones de su autobiografía, Hanna relata cómo pudieron volar rumbo a Rechlin y ponerse a salvo, pero en una última versión agrega una enigmática pregunta: “¿no habré sido yo quien sacó a Hitler de Berlín?”, frase que alimenta la versión de que el Führer pudo haber escapado del cerco del ejército rojo y que el cadáver en la cancillería sería el de Ferdinand Beisel, el hombre que, por su parecido, reemplazaba a Hitler.
Pocas horas más tarde, en la madrugada del 30, von Greim y Reitsch escucharon la noticia de la muerte del líder alemán. Aun así, von Greim tenía una misión que cumplir y por una semana caótica trató de agrupar lo que quedaba de la aviación, aunque cada día se hacía más evidente lo que supuso desde un comienzo: la Luftwaffe había dejado de existir.
Ambos fueron capturados por los norteamericanos en Austria. Ella pasó 18 meses en prisión mientras von Greim era entregado a los soviéticos. Finalmente, el general prefirió suicidarse. Cinco años después Hanna volvió a volar en planeadores, y compitió en el campeonato mundial de 1952 en España, donde participó el argentino Luis Vicente Juez, quien obtuvo el primer puesto. Hanna recibió la medalla de bronce.
En 1959 fue a la India donde creó un centro de formación para pilotos de planeadores. En 1961 fue invitada a la Casa Blanca por el presidente Kennedy donde volvió a ver a su amigo von Braun, el jefe del programa espacial americano. Entre 1962 y 1966 dirigió una escuela de planeadores en Ghana y en 1979, poco antes de morir, batió un nuevo récord recorriendo 805 kilómetros sin motor.
Hanna Reitsch fue una figura valiente y polémica, a la que le costó reconocer que toda esa gente que había frecuentado y tanto admiraba, había cometido horribles crímenes de lesa humanidad. Las dos cruces de hierro que había ganado durante la guerra, le pesaron sobre el pecho hasta el final de sus días.
* Omar López Mato es escritor, historiador y autor del sitio Historia Hoy
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