Andrés Valenzuela tiene 29 años, vive en Boedo, estudia abogacía y trabaja de manera independiente en e-commerce. A fin de enero, se tomó una semana de vacaciones en Tandil junto a sus padres y su novia. Los cuatro se instalaron en una cabaña y disfrutaron de la vida en familia, hasta que volvieron a la Ciudad y el COVID-19 les mostró una de sus peores caras.
El 2 de febrero emprendieron la vuelta y, antes de llegar a sus casas, fueron a hisoparse tal como lo dispone el Gobierno de la Ciudad. Los cuatro recibieron el resultado negativo, pero Andrés empezó a sentirse engripado.
“Elegimos Tandil porque nos parecía alejado y tranquilo. Cuando volvimos, tenía un poco de tos pero le resté importancia porque no tenía otro síntoma. No me preocupé porque el hisopado me había dado negativo, pero después empecé a tener fiebre, cefalea y mucho dolor en el cuerpo. Así pasé varios días, hasta que volví a hisoparme por segunda vez. Me sentía tan mal que no pude ser auscultado, porque terminé desmayándome en la Unidad Febril de Urgencia. Luego, me llamaron para decirme que el resultado era positivo”, le contó a Infobae.
Pero no solo Andrés se contagió, sino que sus padres y su novia también dieron positivo. Sin embargo, él se llevó la peor parte ya que ellos tres solo desarrollaron síntomas leves y pudieron estar aislados en sus casas. “Tenía miedo por mi padre, que tiene 65 años y enfermedades preexistentes, como diabetes y mal de chagas, pero al final fui yo el que peor la pasó”.
Los médicos le indicaron que permaneciera en su casa y que estuviera alerta a los síntomas, pero la fiebre no bajaba de 38,5 grados y un día empezó a saturar mal. Entonces, fue a la guardia del Hospital Durand, donde el 6 de febrero fue internado de urgencia, ya que estaba transitando una neumonía bilateral.
“En seguida me pusieron oxígeno, la famosa bigotera, como la llaman los médicos. Al día siguiente, empeoré así que me colocaron una máscara de oxígeno de 15 litros, que es el máximo que te pueden dar en una habitación común. Estuve varios días así y, además, tomando corticoides pero el cuadro no mejoraba y los médicos me decían que me iban a tener que entubar. Me daba miedo porque no sabía si iba a salir vivo, porque sé que las probabilidades de sobrevida son bastante bajas. Me decían que lo único que yo podía hacer para evitar que me entubaran, era acostarme boca abajo para que los pulmones se expandieran, pero estuve así por varios días y el pronóstico no era nada alentador. Realmente, tenía mucho miedo”, dijo.
Unos días después y como el cuadro no mejoraba, lo trasladaron a Terapia Intermedia para que contara con una cama y un respirador por si lo necesitaba. Allí estuvo cuatro días y era el paciente más joven de la sala. Su novia iba a diario a recibir el parte médico y, en una oportunidad, le dijeron que se preparara para lo peor.
“Los médicos me decían me iban a entubar y a mi novia le avisaban que se preparara para lo peor. Yo le decía a la enfermera que tenía miedo y que me dijera qué más podía hacer para que no tuvieran que entubarme. Me pasé días enteros boca abajo, en una posición muy incómoda, pero era lo único que podía hacer para ver si mejoraba. Pensé que me iba a morir en el hospital”, afirmó.
“Cuando empecé a mejorar me mandaron a una habitación, pero me volvieron a poner la máscara de oxígeno. En los 23 días que estuve internado no pude dormir, porque tenía mucho miedo de ahogarme. No podía girar el cuerpo para tomar agua porque me ahogaba. Necesité una semana más, para que me fueran bajando la cantidad de oxígeno que necesitaba. No podía caminar porque perdí mucha masa muscular. En 23 días perdí 20 kilos. Salí muy descompensado”, expresó.
Cuando le dieron el alta médica y pudo volver a su casa, necesitó tres semanas para recuperar la musculatura y la capacidad respiratoria. Tuvo que seguir acostado boca abajo “Entre una cosa y la otra, pasé dos meses con todo esto. Me tocó un equipo médico muy bueno, que me atendió hasta que pude salir caminando. Muy despacio, pero por mis propios medios”.
Hace unos días, tuvo cita con el neumonólogo por los fuertes dolores que ahora siente en la espalda, a la altura de los pulmones, pero el médico le dijo que se quedara tranquilo. Además, hoy padece un trastorno de ansiedad generalizada, otra de las secuelas que le quedaron y por la que hoy se encuentra en tratamiento.
“Por momentos estoy bien y, al rato, siento que me ahogo. Me falta el aire, estoy agitado... El día que salí del hospital les agradecí mucho a los médicos y me puse a llorar desconsoladamente... El miedo a morirme, la incertidumbre de todos esos días... Ver la situación actual de la pandemia y que los sistemas de salud estén colapsados, hace que empeore cada día más con el trastorno de ansiedad”, afirmó.
“Yo trabajo por mi cuenta y si me enfermo no cobro. Pero a pesar de eso, entiendo que haya medidas de fuerza para cerrar e impedir la circulación, porque si no tenés salud, no tenés nada. Me cuidé muchísimo todo el año pasado. Como podía trabajar desde mi casa, evitaba salir. No vi para nada a mis amigos, no salí a ningún lado. Me cuidé un montón y, haberme enfermado de COVID-19, fue un golpe duro. Me fui solo 7 días de vacaciones porque las necesitaba y me contagié. Nadie está exento”.
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