Terminaba abril de 1974. El editorial del primer número de El Peronista, la revista que había reemplazado a El Descamisado tras su clausura la semana anterior, decía: “Sabemos bien que existen proyectos contrapuestos entre nosotros y la burocracia. Pero mucho más que eso nos interesa que el pueblo demuestre lo que piensa de todo este proceso y que allí, en la plaza, frente a Perón y Perón frente al pueblo, se pongan las cosas en claro”.
Esa revista de tirada masiva era la voz de la organización Montoneros, por ese entonces el eje de la izquierda peronista.
Se acercaba la convocatoria del Día de los Trabajadores y Juan Domingo Perón iba a hablar desde el histórico balcón que fue testigo del surgimiento del peronismo. Habían pasado casi 19 años desde el derrocamiento.
-Pero el problema, General, son los infiltrados que hay en el gobierno popular, que dificultan ese reencuentro –dijo Horacio Mendizábal, uno de los líderes montoneros, en la reunión en la que Perón llamó a todos los sectores juveniles para tratar de evitar conflictos el 1° de mayo.
Perón lo miró en silencio, ceñudo. Mendizábal se refirió, tras cartón, a los lineamientos que les había dado a todos los presentes el coronel retirado Vicente Damasco, que ya había organizado -con éxito- los actos de asunción de Perón el 12 de octubre de 1973. Damasco les había pedido a todos que fueran sin banderas propias, que todos llevaran la celeste y blanca.
A la reunión con Damasco habían asistido desde Rodolfo Galimberti, Carlos Caride y el propio Mendizábal, hasta Alberto Brito Lima, Julio Yessi y Francisco Gaitán. Brito Lima Y Yessi expresaban a la derecha: el Comando de Organización y la Juventud Peronista de la República Argentina (“La JotaPerra”), respectivamente. Gaitán era del Movimiento Revolucionario Peronista, del ala izquierda, pero diferenciados de Montoneros.
-Por supuesto –dijo Mendizábal- que estamos de acuerdo en que la bandera nacional es una sola y todos los argentinos nos identificamos en ella, pero no creemos que la unidad nacional exija que cada sector tenga que dejar de expresarse.
-¡No vamos a permitir que se dirijan así a nuestro General! –lo interrumpió Gaitán. Perón seguía callado.
Mendizábal no se dio por enterado y dijo que estaban preocupados por la detención de Alberto Camps y de Eusebio Maestre. Una semana antes, diez tipos de civil con dos coches y una camioneta habían secuestrado en la calle a dos militantes montoneros -Maestre y Luisa Galli-; dos días después, con la misma metodología se llevaron a Camps, sobreviviente de Trelew, y a su esposa, Rosa Pargas de Camps.
En los dos casos empezaron a torturarlos de inmediato: la camioneta donde se los llevaron estaba equipada con camilla, picana y generador eléctrico. La Policía Federal tardó en reconocer que los tenía. A principios de abril, el comisario Alberto Villar había asumido al frente de esa fuerza. Ya la Triple A había empezado a actuar. Villar era una pieza clave en el armado de José López Rega, a su vez pieza clave del gabinete de Perón.
La palabra de Perón
Perón tomó la palabra:
-Momentito. Ese muchacho Maestre que usted está diciendo tiene una causa por portación de armas, le encontraron materiales para hacer explosivos...
El General tenía en sus manos una carpeta del escritorio y leía el informe policial.
-Nosotros no nos vamos a olvidar –siguió Perón mirando a Mendizábal- que una de nuestras obligaciones fundamentales como gobierno consiste en mantener el orden. Lo mismo le digo en lo que respecta al acto. En Ezeiza ocurrió lo que todos sabemos porque no hubo policía. Ese error no se va a repetir. Ahora la policía es nuestra, y va a controlar hasta el último manifestante.
Mendizábal estaba incómodo. Él mismo había estado en Roma, en noviembre de 1972, para dar el apoyo de Montoneros al primer viaje del líder. Pero este era el Perón que gobernaba y tomaba las decisiones, ya no era el exiliado que hacía convivir a todos los sectores.
A la salida del encuentro con Perón, Mendizábal hacía las primeras declaraciones de prensa de su vida:
-El encuentro fue auspicioso. Aunque hay diferencias, se han establecido bases para resolverlas, para llegar a una reconciliación.
El coronel Damasco se había llevado una sensación distinta seguramente. Había intentado, sin éxito, que Rodolfo Galimberti y Alberto Brito Lima se dieran la mano. No lo consiguió.
La Tendencia
Si había una medida de la incidencia de los sectores que acompañaban a Montoneros en la sociedad argentina, basta mencionar que el semanario El Descamisado -aparecido en mayo de 1973- tenía una tirada de 100.000 ejemplares. Las regionales de la Juventud Peronista (JP) cubrían todo el país y tenían como figura visible a Galimberti. Sin embargo, no solo el gobierno había cerrado El Descamisado sino que el propio Perón, unos días antes, había desplazado de la titularidad de la JP a Galimberti, quien había hecho referencia a la necesidad de armar “milicias populares”. En su lugar asumía Juan Carlos “el Canca” Gullo, tan carismático como comprometido con la izquierda peronista.
Capítulo aparte representaba el gran crecimiento de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) en gremios industriales donde parecía que el sindicalismo tradicional no iba a encontrar adversarios. Eso sí, el asesinato de José Ignacio Rucci, en septiembre de 1973, aunque no hubiera sido admitido, había sido obra de un comando montonero. Rucci era el secretario general de la CGT, cuyas columnas ocuparían un lugar muy importante en la plaza el 1° de mayo.
Un sector de la JP, tras la muerte de Rucci, había tomado distancia y había se identificaba como “JP Lealtad”.
Llegó el día
Era cerca del mediodía del miércoles 1° de mayo y docenas de micros de la columna Norte de la JP estaban detenidos en la avenida General Paz, ante una barrera policial impresionante. Las radios informaban que lo mismo pasaba en el puente Avellaneda, donde los uniformados pararon a unos 300 micros procedentes de La Plata y el sur del conurbano. Los accesos desde el oeste, especialmente en Liniers, presentaban el mismo cuadro.
Para “el Canca” Gullo y los jefes de las demás regionales el diálogo con el comisario Villar no era sencillo. Sin embargo, al cabo de más de una hora, los cordones policiales empezaron a aflojar.
A esas horas, Perón inauguraba el 99° período de sesiones ordinarias del Congreso. Fue el único de este tercer período y el décimo como Presidente.
-Aislaremos a los violentos y a los inadaptados –decía el Presidente a diputados y senadores-. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la ley. Las fuerzas del orden -–pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden del cambio en profundidad- han de imponerse sobre las fuerzas del desorden entre las que se incluyen, por cierto, las del viejo orden de la explotación de las naciones por el imperialismo y la explotación de los hombres por quienes son sus hermanos y debieran comportarse como tales.
Cerca del Congreso, a la altura del Hospital de Clínicas, estaban las nutridas columnas de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), que encararon por Diagonal Norte hacia la Plaza de Mayo. No bien llegaron, los agentes les indicaron que debían quitarse los brazaletes identificatorios.
-Si nos sacamos los brazaletes nadie va a saber a quién hacerle caso si se arma quilombo –dijo un militante con tono didáctico.
-Dale, sigan, pero no armen ustedes el quilombo –le contestó otro didáctico policía.
Todas las columnas de “la tendencia” tenían como epicentro el cruce de las avenidas Belgrano y 9 de Julio para avanzar por la Diagonal Sur aunque algunos ingresaban por la Norte. Tenían que situarse en el ala norte de la Plaza, del lado que da para la Catedral y el Banco Nación. Había un diagrama preciso para evitar que sectores enfrentados estuvieran juntos.
Desde el edificio de la CGT en la calle Azopardo también partían las columnas sindicales y sus líderes también tenían brazaletes. Esas columnas estarían del lado sur, hacia el ministerio de Economía.
No solo la plaza estaba parcelada y con grietas. El balcón desde el que hablaría Perón tenía una enorme mampara de vidrio blindado.
Carnaval o asamblea popular
Pese a que el aire se cortaba con gillette, Damasco había organizado el acto como una fiesta. Eso sí, en los techos del Ministerio de Economía, muchachos de civil exhibían armas largas. Eran parte del Comando de Organización y de algunos llevados por el ministro de Bienestar Social, José López Rega.
-¡Compañeros, ahora vamos a saludar todos a la reina del Trabajo, que ha sido elegida entre 24 jóvenes maravillosas, una por cada provincia argentina, y será coronada por la compañera vicepresidenta de la Nación, la señora Isabel Martínez de Perón! –dijo el locutor desde la Casa Rosada.
-¡No rompan más las bolas/ Evita hay una sola! ¡No rompan más las bolas/ Evita hay una sola! -contestaron miles desde el lado de la Catedral mientras desde el costado izquierdo –mirando desde el balcón- aplaudían.
Los gritos de enojo copaban el espacio sonoro.
-¡No queremos carnaval/ asamblea popular! ¡No queremos carnaval/ asamblea popular!
Pero desde la izquierda -geográfica- los cánticos de la Juventud Sindical, la JPRA y de la derecha peronista eran otros:
-¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas! ¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!
No había avenida del medio, ni neutrales. Habría unas 80.000 personas y, probablemente, el 60 por ciento era de la izquierda peronista.
La trifulca y los estúpidos
Además de los brazaletes con siglas distintas, al compás de los gritos empezaron a verse los palos. Y los palos empezaron a blandirse hasta que más de una cabeza fue blanco de los golpes. Propios y ajenos se valieron de ellos. Muchos también llevaban armas cortas pero, milagrosamente, no había disparos.
Eran las cinco de la tarde. Quizá no en punto, pero fue el momento en el cual el líder salió al balcón y levantó los brazos. Por un momento, los gritos se unieron:
-¡Perón, Perón!
Sin embargo, fue fugaz.
-¡Perón/ Evita/ la patria socialista! –de un lado.
-¡Perón/ Evita /la patria peronista! –del otro.
Perón parecía poner la cuota de calma. Pero eso también duró poco. Sus brazos aleteaban en un claro pedido de silencio. Formado en el mando de tropa, recurrió a hablar con vehemencia y así acallar los gritos.
-¡Compañeros! Hace hoy veinte años que en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque venían tiempos difíciles.
Desde abajo, las columnas montoneras tenían su propio libreto.
-¡Se va a acabar/ se va a acabar/ la burocracia sindical!
Eso no cayó bien al General y salió al cruce.
-No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, ¡pese a estos estúpidos que gritan!
-¡Montoneros, carajo! ¡Montoneros, carajo!
-Decía que a través de estos veinte años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, ¡y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años!
-¡¿Qué pasa, qué pasa/ qué pasa General/ que está lleno de gorilas/ el gobierno popular?!
-Por eso, compañeros, quiero que esta primera reunión del día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica, y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya sonado el escarmiento.
-¡Rucci, traidor/ saludos a Vandor! ¡Rucci, traidor/ saludos a Vandor!
Esas consignas eran un grito de guerra. Augusto Timoteo Vandor había sido asesinado en junio de 1969 por un comando que no había firmado el atentado pero que siempre se dijo que fueron los incipientes Descamisados, luego fusionados con Montoneros. José Ignacio Rucci también sufrió un ataque mortal en septiembre de 1973.
A su vez, la izquierda peronista había sufrido decenas de atentados mortales por parte de las fuerzas armadas, de seguridad y de comandos de la derecha peronista. De modo espontáneo, la militancia de la tendencia lanzaba gritos de rechazo y de insultos al propio Perón.
-¡Compañeros! Nos hemos reunido nueve años en esta misma plaza, y en esta misma plaza hemos estado todos de acuerdo en la lucha que hemos realizado por las reivindicaciones del pueblo argentino. Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes con todo lo que hemos hecho.
Perón seguía:
-¡Compañeros! Anhelamos que nuestro movimiento sepa ponerse a tono con el momento que vivimos. La clase trabajadora argentina, como columna vertebral de nuestro movimiento, es la que ha de llevar adelante los estandartes de nuestra lucha. Por eso compañeros, esta reunión, en esta plaza, como en los buenos tiempos, debe afirmar una decisión absoluta para que en el futuro cada cual ocupe el lugar que le corresponde en la lucha que, si los malvados no cejan, hemos de hacer.
La retirada
Los dirigentes del sector combativo no sabían qué hacer frente a la encerrona que se planteaba. Sus propias agrupaciones se estaban retirando. Tenían walkies talkies y trataron de evitar una estampida, pedían a sus enlaces que retuvieran a la gente.
Uno de los que intentaba calmar los ánimos era Paco Urondo, cuadro dirigente de las FAR y luego de Montoneros. Pero en ese momento no había jerarquía que valiera. La avenida Diagonal Norte empezó a registrar el camino de vuelta anticipado de miles y miles de militantes de la izquierda peronista.
Perón, mampara mediante, vio por primera vez en su vida cómo tanta gente le daba la espalda. Gente que había gritado “la vida por Perón”. Muchos de quienes habían dicho eso efectivamente habían muerto por Perón. Por impotencia, por astucia, por omnipotencia, por una combinación de factores, a solo dos meses de su muerte, el General dijo:
-¡Compañeros! Tras ese agradecimiento y esa gratitud puedo asegurarles que los días venideros serían para la reconstrucción nacional y la liberación de la Nación y el pueblo argentinos. Repito, compañeros, que será para la reconstrucción del país, y en esa tarea está empeñado a fondo el gobierno. Será también para la liberación, no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan de adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero.
En medio del caos, con grupos de la derecha que le pusieron leña y palos a las palabras del líder, Perón seguía hablando desde su balcón:
-Finalmente, compañeros, deseo que continúen con nuestros artistas que también son hombres de trabajo; que los escuchen y los sigan con alegría, con esa alegría de la que nos hablaba Eva Perón, a través del apotegma de que en este país los niños han de aprender a reír desde su infancia.
Editoriales por izquierda y por derecha
Esa noche, en distintos lugares, muchos tuvieron la sensación de que habían participado de uno de esos cortes que la historia recuerda muchos años. En su siguiente edición, El Peronista resumía la lectura montonera: “A cada párrafo la fractura se agudizó, algo que nunca conoció el peronismo en sus 30 años de historia. Increíble desencuentro entre el pueblo y su líder, esta vez cara a cara, sin chivos emisarios de por medio, sin cercos ni bujerías. Y tampoco fue la automarginación de grupos esclarecidos: más del 60 por ciento de los concurrentes le dio la espalda al General. La plaza casi vacía ya no fue insinuar un descontento sino la afirmación de un desacuerdo, de un rechazo; con dolor, con bronca y tristeza, pero con decisión. Y ese hecho, guste o no, es lamentablemente el suceso trascendente de la jornada. Más allá de que el General se haya jugado por la burocracia sindical, como lo venía haciendo cada vez con más energía en los últimos meses. Perón perdió la calma, llamó a la represión, a la guerra interna (...) Pero no nos engañemos: una cosa es que los trabajadores en su gran mayoría se hayan ido al no ser escuchados y muy otra es que le regalemos el peronismo a los burócratas que quieren desnaturalizarlo. Porque la esencia revolucionaria del peronismo es el pueblo movilizado y participando en las decisiones de su gobierno y de su Movimiento. Y nosotros seguimos reafirmando que por eso somos peronistas.”
Del otro lado de la Plaza, el editorial de la revista de ultraderecha El Caudiillo, planteaba: “El Pueblo Peronista se calentó las manos en las hogueras encendidas con las banderas de los ‘montos’. Mejor signo de la reacción popular imposible. Ahora, ¿quién va a discutir con el General? ¿Quién tiene la verdad y quién tiene al Pueblo: Perón o Firmenich? Frente a esta alternativa volvemos a enunciar otro precepto justicialista: ‘Los que sean de Perón que se vengan al montón’. La Argentina Potencia está en marcha. La Revolución Justicialista sin enemigos poderosos en lo interno –porque a los imperialistas podemos correrlos como en Obligado-. Tenemos todo un pueblo leal a Perón, que cree fanáticamente en Perón, que obedece ciegamente a Perón y que combate ardorosamente por Perón cuando así lo exige el Caudillo. Así es compañeros que lo dicho en el primer número es una verdad ‘grande como una casa’: ¡La Tendencia se acabó; el que manda es Perón! Porque es así y porque Perón manda”.
Las aguas dentro del peronismo habían quedado definitivamente divididas.
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