Dieciséis minutos antes de las cinco de la mañana del 1 de mayo de 1982 un avión Avro Vulcan británico arrojó 21 bombas sobre la península donde se encuentra el aeropuerto de las islas Malvinas. Los radares del Ejército y de la Fuerza Aérea lo detectaron pero el piloto tuvo la pericia de no ingresar en el alcance de los sistemas de armas antiaéreos argentinos. Tal vez confiados en que el sol hubiera relajado las alertas, cuatro horas más tarde, dos escuadrillas británicas de aviones Sea Harrier atacaron otra vez las instalaciones de la península con sus bombas y cañones de 30 mm. Esta vez sí todos los sistemas de la artillería antiaérea se activaron y el Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 (GADA 601), derribó dos Sea Harrier del Escuadrón Aéreo Naval 801. La diplomacia había dejado el lugar a las armas.
Varias décadas habían pasado desde la creación de los primeros elementos antiaéreos del Ejército Argentino. Es que la fuerza terrestre, pionera de la aeronáutica militar desde 1912, ya en los años 30´ comenzó a trabajar en sistemas antiaéreos. Al igual que en el resto del mundo la aparición del avión como arma de guerra había originado a su vez una industria que ideaba armas para combatirlo.
Pero lo cierto es que aquella madrugada, a cargo del teniente coronel Héctor Lubin Arias, los artilleros de esta unidad del Ejército Argentino sellaron el Bautismo de Fuego de la Artillería Antiaérea de nuestro país.
Ya había terminado abril y las tropas argentinas apostadas en las Islas llevaban semanas perfeccionando sus posiciones. El clima festivo producto de la emoción popular por la conquista militar había mermado, y la certeza de la proximidad de las operaciones aceleraba los preparativos. El GADA 601 tenía sus posiciones primarias en la defensa de Puerto Argentino y también había destacado una sección en apoyo de la Fuerza de tareas posicionada en Darwin, casi a 80 km al sur oeste en la misma Isla Soledad. Ese 1 de mayo de 1982, la pista del aeropuerto fue el principal objetivo pero continuó operativa hasta el fin de la guerra gracias a la acción de los artilleros antiaéreos del Ejército Argentino. En una batalla como la de las Islas Malvinas, la actuación de la artillería antiaérea cobró gran importancia por el daño potencial de los ataques aéreos al tratarse de un territorio insular. En toda guerra la superioridad aérea inclina la balanza para que luego las fuerzas terrestres definan las operaciones. Los aviones afectan decididamente la preparación y el sostenimiento logístico de las fuerzas desplegadas en el teatro de operaciones. Malvinas no fue la excepción, las acciones aéreas tuvieron un importantísimo rol en intentar para cada bando lograr esa superioridad en el aire que permitiera trasladar tropas, pertrechos y abastecimientos por aire y agua en forma segura. Los aviones británicos buscaron continuamente las posiciones de artillería antiaérea y de campaña, las bases de helicópteros y aviones, las instalaciones logísticas y la afectación del poder de combate de las tropas desplegadas.
Y en esta batalla los hombres del combate antiaéreo tuvieron un destacado desempeño en diversas acciones de la campaña. En las islas fueron desplegados el GADA 601, y dos baterías más, una del GADA 101 y otra del GADA Mixto 602, además del Batallón Antiaéreo de la Infantería de Marina y elementos de artillería antiaérea de la Fuerza Aérea Argentina. Funcionaron como sistema y constituyeron la principal amenaza para la aviación enemiga, derribando 7 aviones y averiando otros. Por su eficiente accionar siempre fueron un blanco buscado. Además, cuando el combate en Darwin llegó al choque de las infanterías, los cañones antiaéreos bajaron sus ángulos y ejecutaron tiro terrestre en apoyo a la primera línea.
En toda la guerra también sumaron los esfuerzos las tropas terrestres que con sus acciones antiaéreas como el fuego reunido de fusiles o el fuego de misiles por parte de tropas especiales también lograron algunos derribos.
Lejos de lo que se cree, muchas de las armas y sistemas provistos a los elementos antiaéreos del Ejército constituían el estado del arte para la época. A esto se sumó el alto nivel de instrucción y el profesionalismo de sus oficiales, suboficiales y soldados conscriptos, lo que permitió que se consolidaran como un eficaz sistema de armas. Y a su vez tuvieron el decisivo valor agregado de su convencimiento y su espíritu de sacrificio, lo que los llevó a materializarse como verdaderos centinelas en una permanente guardia de las tropas desplegadas en el terreno. Así lo testifican los veteranos de ambos bandos, los que recibieron su cobertura defensiva y los que fueron blanco de su fuego. La prueba fehaciente de su sacrificio son sus nueve integrantes caídos en combate, seis soldados, dos suboficiales y un oficial, que desde el cementerio de Darwin testimonian la entrega a la Patria de la Artillería Antiaérea del Ejército Argentino.
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