Ni la extraordinaria Rosamund Pike -soberbia en Yo te cuido- logra evitar en la película Madame Curie (Netflix, dirección de Marjane Satrapi), el rol estereotipado dictado por la fiebre feminista. Si es mujer, forzosamente tiene que estar enojada con los hombres. Su Marie Curie no es la persona fuerte y decidida, pero tímida y reservada a la vez, que describen quienes la conocieron y hasta reflejan las fotografías, sino una en permanente desafío y al borde de la descortesía, confundiendo firmeza de carácter con insolencia.
Si hubo una mujer que recibió todos los reconocimientos en vida, esa fue Marie Curie. Primera de su género en recibir el Premio Nobel y la única hasta ahora en obtenerlo dos veces. Dos veces. Sus extraordinarios descubrimientos le trajeron tanta celebridad que era reconocida en la calle y hasta vio invadida su intimidad por el público admirador. Cuando la Royal Institution of London invitó a los Curie en 1903, Marie fue la primera mujer admitida en ese ámbito. La prensa británica hablaba de “Professor and Madame Curie” como padres del radio. La Real Sociedad de Londres les otorgó la medalla Davy. También fue la primera mujer en tener una cátedra en la Sorbona y la primera en ingresar a la Academia de Medicina. Desde 1911, integró al Conseil Solvay, una serie de conferencias científicas internacionales, a las que también asistía Albert Eisntein. Al concluir la Primera Guerra Mundial, durante la cual cumplió servicios como radióloga, fue nombrada vicepresidente de la Comisión para la Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones. Y en 1921 el presidente Warren G. Harding la recibió en la Casa Blanca y le entregó un gramo de radio comprado mediante una colecta pública en ocasión de una gira de Marie Curie por los Estados Unidos durante la cual fue aclamada como una estrella.
Aun así, hace un tiempo un diario anunciaba una serie sobre científicas ignoradas por la historia ilustrada con la foto de Marie Curie...
Es que, según el dogma feminista actual, mujer que vivió en el pasado es mujer que fue explotada por los varones, ninguneada, opacada y que, para poder cumplir su destino, tuvo que luchar a brazo partido contra el género opuesto.
Marie Curie no encaja en este esquema. Los varones de su vida, lejos de dominarla o negarla, la respaldaron y fueron factores clave de su trayectoria. Su padre le enseñó a leer y escribir a los 4 años; su esposo la consideró siempre su igual y cuando la investigación de Marie empezó a revelarse como trascendente, él dejó sus propias búsquedas para trabajar con ella. El suegro de Marie, hacía las veces de niñero para que la maternidad no interfiriera en la carrera de su nuera.
María Sklodowska nació en Varsovia en 1867, en un hogar que tampoco encaja en los estereotipos de género hoy postulados como corsés de los que ninguna mujer ni ningún varón podía escapar. La madre de María era directora de un prestigioso colegio de niñas. Tanto Marie como su hermana hicieron estudios universitarios en Francia.
Con gran sacrificio y espíritu independiente, a los 24 años, Marie se mudó a París para formarse como científica. En la Sorbona y en el plazo de pocos años se graduó en Física y en Matemáticas. Ella pensaba regresar a Polonia, pero su camino se cruzó con el de Pierre Curie, 35 años, 10 más que ella, que ya era un profesor destacado y un físico de renombre internacional. Dirigía el laboratorio de la Escuela de Química y Física Industrial e investigaba sobre cristales y sobre las propiedades magnéticas de los materiales.
Fue el encuentro de dos idealistas, austeros y consagrados sólo a su pasión por la ciencia. Retraída y tímida en apariencia, Marie era fuerte y decidida. También en eso se parecían. Se casaron en julio de 1895. Con el dinero que les regalaron compraron dos bicicletas para pasear, única distracción y único “lujo” que se permitían. En 1897 nació su primera hija, Irene, que seguiría los pasos de sus padres.
Buscando un tema para su tesis doctoral, Marie había dado con el descubrimiento del físico Henri Becquerel: algunos materiales, como el uranio, eran capaces de emitir rayos espontáneamente, rayos que podían atravesar otros cuerpos. Ese fenómeno, que hasta entonces había atraído poca atención -el propio autor del hallazgo se había limitado a consignarlo pero no siguió esa línea de búsqueda- interesó a Marie.
Su encuentro con Pierre Curie potenció estas inquietudes. El le abrió el laboratorio de la Escuela de Química. Pierre y su hermano construyeron un aparato para la medición de las corrientes eléctricas de alta precisión: fue la herramienta ideal para la investigación de Marie, que buscaba otros elementos que tuvieran propiedades análogas a las del uranio. Así descubrirían el radio y el polonio, bautizado de este modo en homenaje a la patria natal de Marie.
La particularidad del radio es desprender calor por sí mismo; estar siempre a una temperatura más elevada que el ambiente, 250° sobre cero, y emitir radiaciones capaces de atravesar todas las sustancias, incluso una placa de plomo de 6 cm de grosor. Y esa radiación la emite permaneciendo inmutable. Es decir, entrega energía sin verse disminuido en ese proceso. Propiedades que rompían con todos los principios de la física conocidos hasta entonces.
Para obtener unos decigramos de radio, los Curie debían procesar toneladas de material; un trabajo largo y físicamente esforzado, casi de fábrica, para seguir luego en el laboratorio.
“A veces tuve que pasar el día entero revolviendo una masa hirviente con una barra de hierro pesado casi tan grande como yo misma. Terminaba rota de cansancio al final del día”, escribió Marie sobre esa época dura, pero fructífera, que, pese a los sacrificios, recordaría como la más feliz de sus vidas.
Los primeros resultados de su investigación fueron tan fascinantes que Pierre dejó sus estudios de cristales y se unió a ella en el proyecto. En julio de 1898, Marie escribió: “Creemos que la sustancia que hemos extraído de la pecblenda (uraninita) contiene un metal no conocido hasta ahora, similar al bismuto en sus propiedades analíticas. (...) Sugerimos que se llame polonium por el nombre del país de origen de uno de nosotros”. En ese informe -nótese el plural-, usó por primera vez la palabra radioactividad. Pocos meses después, los Curie informaron a la Academia de Ciencia que habían dado con otra sustancia muy activa a la que sugerían llamar radio.
El 10 de diciembre de 1903, el premio Nobel de Física fue concedido a Pierre y Marie Curie, compartido con Henri Becquerel. El comité del Nobel explicó que Becquerel era distinguido por “el descubrimiento de la radioactividad espontánea” y los Curie por “los méritos extraordinarios de los que hicieron gala con sus investigaciones comunes sobre los fenómenos de las radiaciones descubiertas por el profesor Becquerel”.
Acá es donde la película incurre en la falsedad total: Pierre Curie viaja solo a recoger el Premio dejando a Marie en casa con Irène. Una escena bien patriarcal. Para completarla, ella le reprocha el querer quedarse con toda su gloria. Esta escena es una afrenta a la memoria de los Curie.
Es totalmente falso que Pierre haya intentado alguna vez robar los méritos de su esposa. Es cierto que la Academia de Ciencias de Francia nominó inicialmente sólo a Becquerel y a Pierre Curie. Pero cuando éste último se enteró, escribió a Estocolmo para solicitar la inclusión de Marie: “Si es cierto que están pensando seriamente en mí, me gustaría mucho que me consideren junto a Madame Curie respecto a nuestra investigación en cuerpos radioactivos”.
Es cierto que Marie no viajó a Estocolmo para recoger el premio, pero es totalmente falso que Pierre lo haya hecho. No fue ninguno de los dos. En la ceremonia presidida por el rey de Suecia, sólo estuvo Henri Becquerel quien, si de invisibilización hablamos, es el gran ninguneado de esta historia. Pero como luce barba y bigote no sirve para sustentar el relato.
Al igual que esos investigadores que, en vez de ver si los hechos corroboran o no sus hipótesis, prefieren mutilar o disfrazar la realidad para que ésta encaje en sus hipótesis, convertidas en dogmas, así opera hoy con demasiada frecuencia la tan mentada perspectiva de género.
Como escribió Jacques Heers en su extraordinario ensayo Le Moyen Age, une imposture (La invención de la Edad Media), en el que desmonta muchas falacias sobre el mundo medieval, “las ideas preconcebidas y una grave falta de lecturas van de la mano, porque se está más cómodo para espetar grandes verdades a la sombra de la ignorancia antes que provistos de ejemplos que puedan matizar o contradecir” [N. de la R: la traducción es mía].
El Nobel volvió populares a los Curie, muy a su pesar. Cero invisibilización de Marie. Su historia de amor, su trabajo llevado a cabo en duras condiciones, el hallazgo de un material que desprendía luz y calor, con propiedades cercanas a la magia, fueron todos elementos muy atractivos para el público. La prensa los perseguía.
“La demolición de nuestro aislamiento voluntario fue la causa de un verdadero sufrimiento para nosotros”, dijo Marie. “Todo el año transcurrió sin que yo fuese capaz de hacer ningún trabajo… evidentemente no encontré la manera de defendernos del despilfarro de nuestro tiempo, y sin embargo es algo muy necesario. Es una cuestión de vida o muerte desde el punto de vista intelectual”, escribió Pierre por su parte.
Entonces, sobrevino la catástrofe: el absurdo accidente callejero en el que Pierre Curie perdió la vida. El 19 de abril de 1906, cerca del Pont Neuf, en París, el notable científico fue atropellado por un carro con caballos. Marie quedó sola con sus dos hijas Irene, de 9 años, y Eve, de 2. Pese al dolor y al quiebre que esto representó en su vida, rechazó una pensión: “Tengo 38 años y soy capaz de mantenerme a mí misma”. Sí aceptó ocupar la cátedra de su marido en la Sorbonne. En noviembre de 1906 dio su primera clase en un anfiteatro repleto que la recibió con una ovación.
Pese a que ya se vislumbraban los usos medicinales e industriales del radio, los Curie no lo patentaron, renunciando así a volverse millonarios. Además fueron muy generosos al compartir los resultados de sus trabajos con todo el que quisiera conocerlos.
A Pierre Curie lo describían como extremadamente modesto. Su esposa lo era también. Marie no abandonó nunca los vestidos negros que la cubrían del cuello a los pies.
Ambos se agotaron en el trabajo. Ignoraban aún los efectos que los rayos pueden tener en el estado general de salud de una persona. Pierre llevaba siempre una muestra de radio en el bolsillo para exhibirlo en cualquier momento. A Marie le gusta tener el frasquito con la sustancia mágica en la cama y verlo brillar en la oscuridad.
En la Biblioteca Nacional, donde se conservan los cuadernos de notas de los Curie, a los investigadores se les hace firmar una declaración admitiendo que conocen los riesgos de acceder a papeles que todavía están cargados de radioactividad.
Sus descubrimientos revolucionaron la ciencia y en particular la medicina. El film Madame Curie muestra bien -intercalando la biografía con escenas del futuro- las consecuencias que tuvo, para bien y para mal, el desarrollo de la radioactividad: en un extremo la radioterapia contra el cáncer, en el otro, la bomba atómica.
Fue Pierre el primero en intuir las aplicaciones médicas de los rayos, a partir de la propiedad del radio de destruir células enfermas. En Francia la radioterapia es llamada curieterapia.
En 1911 Marie recibió su segundo Nobel, “en reconocimiento a sus servicios en el avance de la química por el descubrimiento de los elementos radio y polonio”.
En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, Marie usó estos avances para montar un servicio de radiografía con 20 aparatos móviles y más de 200 instalaciones fijas. Ella misma recorrió las trincheras y los hospitales de campaña al volante de esos vehículos -bautizados como “Petites Curies”- para asistir a los heridos. La radiografía permitía detectar las municiones o las esquirlas de bombas alojadas en el cuerpo de los soldados a la vez que definir con más precisión quiénes debían ser amputados y quienes podían salvar sus miembros.
Marie Curie murió de leucemia, el 4 de julio de 1934. Fue la primera mujer sepultada en el Panteón de los grandes de Francia.
Ella nunca olvidó mencionar la contribución de Becquerel a sus estudios y mucho menos los méritos de su esposo. No hay huellas de que lo criticara, sí de sus elogios al trabajo de él.
Por ejemplo, al recibir otra distinción, en 1904, declaró: “Hemos sido galardonados, el señor Curie y yo, con la medalla Davy, y me ven muy feliz, sobre todo por mi marido, por esta nueva demostración de simpatía. ¡Él trabaja tanto!”
Cuando viajó a Estocolmo en 1911 para recibir el segundo Nobel, en su discurso dijo: “Hace unos 15 años, la radiación de uranio fue descubierta por Henri Becquerel, y dos años después el estudio de este fenómeno se extendió a otras sustancias, primero por mí, y luego por Pierre Curie y por mí misma”.
Y siguió: “... la tarea de aislar el radio es la piedra angular del edificio de la ciencia de la radiactividad y creo que por ello me reconoce la Academia Sueca (...) Me gustaría recordar que los descubrimientos del radio y del polonio fueron realizados por Pierre Curie en colaboración conmigo (...) También estamos en deuda con Pierre Curie por la investigación básica en el campo de la radiactividad, que llevó a cabo en solitario en colaboración con sus alumnos. El trabajo químico destinado a aislar el radio en estado de sal pura, y caracterizarlo como un elemento nuevo, lo realicé especialmente yo, pero está íntimamente relacionado con nuestro trabajo común. Por lo tanto, siento que interpreto correctamente la intención de la Academia de Ciencias al asumir que la concesión de esta alta distinción está motivada por este trabajo común y, por lo tanto, rinde homenaje a la memoria de Pierre Curie”.
Todo esto no significa que no haya habido mujeres relegadas ni una desigualdad en el acceso a derechos como la educación, en ciertos países y épocas, o a la participación política. Pero ello no autoriza a deformar la historia.
Lo lamentable es que el film no destaque una verdad que la vida de Marie Curie confirma ampliamente: que los avances y los logros de las mujeres a lo largo de la historia no fueron arrancados a los varones en una guerra de sexos, sino fruto de la colaboración entre ambos géneros, del trabajo y los sentimientos compartidos, del respeto mutuo. La imagen de una denigración y desvalorización constante y total de la mujer que hoy lleva a una condena absoluta a todo varón por el solo hecho de serlo, es un dogma del feminismo hegemónico que no refleja con justicia el pasado ni el presente de la humanidad.
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