El lunes 12 de abril de 2021 fue el último cumpleaños de Pamela Balcala. Lo pasó con su hija Brisa de tres años en su casa de la localidad de Santo Tomé en la provincia de Santa Fe. No hubo regalos, no hubo torta, no hubo velitas. Cumplió 32 años. No lo festejó, no le cantaron el feliz cumpleaños. Estaba aislada por coronavirus. Los íntimos la saludaron por videollamada: sus papás, que viven en la capital provincial, y su marido, que estaba internado en el consultorio 7 de Marzo del pueblo.
Esa noche durmió sola en su habitación. El ruido del teléfono la despertó a las tres de la mañana. Era el médico. Le informó que su esposo había hecho ya tres paros cardiorrespiratorios. Ella le suplicó que siguiera intentándolo mientras pensaba en su hija, en la orfandad, en los mensajes que le había enviado su esposo y que había naturalizado. “Me dijo que lo iba a intentar reanimar, pero que no podía hacer mucho más. Y no pudo hacer mucho más”.
Carlos Schweizer, de 34 años, diabético, trabajador del área de la Policía Municipal, inspector de tránsito, de licencia por ser paciente de riesgo, murió la madrugada del martes 13 de abril por coronavirus. En la misma sala donde falleció, separado por un biombo, estaba intubado su papá Jorge Schweizer, de 62 años, jefe del Departamento de Fotografía del Gobierno de la Provincia, propietario del diario local Santo Tomé Siglo XXI, también de licencia, también diabético.
Carlos y Jorge no sabían que los separaba una cortina. El hijo sabía que su papá estaba grave. Sus signos vitales estaban comprometidos. Ya había dado algún aviso: su muerte se vislumbraba, componía la figura de lo esperable. Lo que desconocía era que estaba del otro lado de la sala y que los atendían los mismos profesionales. No se lo contaron para preservar su salud emocional, su estado clínico. Tampoco le avisaron que había caído internada su mamá, Graciela Noriega, de 60 años y sin patologías preexistentes.
La pareja estaba intubada y en terapia intensiva cuando Carlos, uno de sus dos hijos, murió. Dos días después, el jueves 15 de abril a las tres de la tarde, Jorge no resistió más y lo que era previsible, pasó. Nunca se enteró que su hijo había fallecido. Dos horas después, Graciela, sin saber que su hijo y su esposo habían fallecido por coronavirus, murió. “Yo pensé que ella iba a quedarse conmigo para acompañarme. No estaba tan grave, incluso ese mismo día nos habíamos puesto contentos porque había mejorado. En dos días, el virus destruyó una familia, se llevó todo. Lo digo con calma pero todavía no lo puedo creer”, dice con tanta entereza como incredulidad.
En menos de 48 horas, el covid-19 desmembró a la familia Schweizer de Santo Tomé. Hubo conmoción en la ciudad santafesina: la propia intendenta Daniela Qüesta emitió un mensaje para despedir al “querido Charly” y su familia, y la Asociación de Prensa de Santa Fe manifestó en una carta sentida que los decesos “enlutan a nuestro sindicato y nos alerta para extremar los cuidados ante esta pandemia”. La vida siguió, el duelo permanece.
Pamela pregunta, ahora, si puede hablar más tarde: está en la calle haciendo diligencias. Se comunica al rato. Pasaron 17 días de su cumpleaños, 18 días desde el fallecimiento de su marido y 20 desde la muerte de sus suegros. “Mis mañanas cambiaron -explica-. Me la paso haciendo trámites que me llevan toda la mañana: pensiones, seguros, obra social”. También narra que debe emprender un seguimiento clínico por su contagio: la doctora le recomendó someterse a análisis de sangre y tomografías porque -estiman- que la cepa que los infectó es potencialmente más severa.
“Se lo dijo el médico a mi mamá -cuenta Pamela, desde arriba de un taxi-. Yo estaba aislada cuando mi marido falleció. Le pedí a mi mamá que fuera y se encargue de buscar sus pertenencias. Ahí le dijeron que nos había atacado una cepa muy fuerte: a él le tomó toda la parte pulmonar, tenía manchas en los pulmones”. A ella la sintomatología se le manifestó en los vómitos y en el dolor de cuerpo. Se infectó tres días después que su marido: él empezó con síntomas el viernes 2 de abril, ella el lunes 5. “No quedé muy bien, no quedé como antes. Me agito, me canso, me duele el pecho y eso que no tengo ninguna enfermedad previa. Tengo que agradecer que pude quedarme para cuidar a mi hija”.
Con su marido y sus suegros internados, con el virus obligándola al reposo, la sostuvo su hija. Pensó qué sería de Brisa si la internaran. Resistió. Su hija de tres años, que solo padeció días de tos, la acompañó en su cama cuando su mamá no podía levantarse por la fatiga corporal. Durante su aislamiento y la internación de su marido, el vínculo se restringió a las videollamadas por Whatsapp. Recuerda ahora -mientras se dirige al jardín de su hija-, los presagios anticipados por Carlos que ella había preferido soslayar. “Él me decía que tenía mucho miedo, que no se sentía bien. No los tomé con la seriedad con la que él me lo decía. Siempre creí que iba a volver. Me puse a revisar los mensajes que él me mandaba y me doy cuenta cuánto esperaba que se le pasara. Nunca imaginé este final”.
Pamela cree que el contagio empezó con la abuela de su marido, la mamá de Jorge, Amalia, una mujer de 90 años que estaba al cuidado de su hijo. El virus fue más benévolo con ella. También con el papá de Graciela, Alejo, un hombre de 87 años que estaba al cuidado de su hija. Los dos abuelos sobrevivieron al covid-19, los dos están vacunados con una primera dosis. Los dos tampoco saben que sus hijos murieron. Pamela está evaluando cómo contárselo, asesorada por profesionales.
A ellos también recurrió para encauzar la asimilación de su hija. Es el único momento de la charla en el relato de Pamela parece desvanecerse. El silencio es un segundo más largo y la respuesta emerge de una voz temblorosa. “Estoy por mi hija. Ella pregunta, es algo muy complicado. Tiene solo tres años y extraña a su papá y a sus abuelos. Llora, estamos en casa y los llama. Su pediatra me dijo que lo más importante es remarcarle que no van a poder volver así no los espera”. La psicopedagoga del jardín también le advirtió que en unos años el sentimiento de la pérdida será peor, que habrá que estar atentos a cuando crezca.
“Lo estamos procesando las dos juntas, acompañándonos. No sé qué voy a hacer ahora, espero que Dios me ayude para poder ser una buena madre y que ella pueda sobrellevar una vida linda”. Pamela ya tramitó el seguro de vida y la pensión, pero sabe que su sueldo como docente sustituta en jardines maternales y aún cursado el profesorado de nivel inicial no va a poder soportar la economía familiar que se valía fundamentalmente del sueldo de su marido y del sostén financiero de sus suegros. Será un contratiempo que deberá atender en el corto plazo. Desconoce cuándo, desconoce cómo.
La única certidumbre que hoy tiene Pamela es que no tendrá más un 12 de abril: no habrá más cumpleaños. “No voy a poder festejarlo nunca más. Es un recuerdo que no voy a poder borrar nunca. Mi cumpleaños ya pasó a tener otro significado”.
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