En abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld era un escritor consagrado. Tenía 57 años y desde los 21 había empezado a publicar en distintas editoriales. Desde cuentos infantiles hasta divulgación científica, ya que estaba cursando Geología en la UBA. Sin embargo, el gran aporte de Oesterheld había sido el de narrar para que las historietas cobraran vuelo literario, con personajes muy diversos de los cuales, sin duda, El Eternauta, sobresalía. Una historia de ficción basada en una invasión de extraterrestres donde un hombre común, Juan Salvo, adquiere un papel protagónico. Oesterheld, con mucha imaginación y alegorías cervantinas, mostraba cómo la única resistencia a la opresión o a una invasión debía ser colectiva.
“El único héroe válido es el héroe en grupo”, era el mensaje. Imposible pensar El Eternauta sin el trabajo en grupo que hacían Oesterheld y Francisco Solano López, el sobresaliente dibujante que daba vida a Salvo.
Hacía ya 20 años que había parido El Eternauta y su esposa Elsa, además, había parido a sus cuatro hijas. Oesterheld estaba en La Plata, en la absoluta clandestinidad, porque había consagrado su vida a la militancia en Montoneros. Al igual que sus cuatro hijas, Estela, Diana, Beatriz y Marina. Las cuatro habían nacido casi al hilo, entre 1953 y 1957. Las cuatro habían ido durante la primaria al colegio Northlands, bilingüe, privado, que quedaba cerca de la casa familiar de Beccar. Gran parte del secundario, por problemas económicos, tres cursaron en colegios públicos.
La vida de Héctor, Elsa y sus cuatro hijas atravesó muchos momentos de felicidad familiar. En una biografía imprescindible (Los Oesterheld, Sudamericana, 2016) Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami cuentan, además, citando a su esposa Elsa, que a Héctor le decían Sócrates por la cultura general que desplegaba. No sólo eso, cuando se conocieron ella tenía 17 y él 24. Se casaron cuatro años después, cuando Héctor se recibió de geólogo, “después de ocho años de una carrera errática, con varios aplazos, períodos inactivos y otros en los que intentaba compatibilizar exámenes con sus funciones como becario alumno de YPF o como corrector de La Prensa”, apuntan las autoras.
Tres décadas después, en aquel abril de 1977, siendo el escritor consagrado, el padre de la historieta, Héctor debía enmascararse, lo buscaban para eliminarlo. Ya lo habían hecho con parte de su familia, ya se había lesionado el vínculo con Elsa.
Primero dos hijas
El periodista Ricardo Grassi, que coincidió con Oesterheld en el semanario El Descamisado, refiere el impacto que creó la militancia en la pareja: “Tenían una visión crítica del mundo y de la Argentina, pero no se involucraban en ninguna (…) Con Elsa dejaron de entenderse cuando él empezó a comprometerse políticamente con el peronismo y ella no estuvo de acuerdo (...) Sus cuatro hijas montoneras han sido determinantes y, siguiéndolas, ‘el Viejo’ se ha convertido en un intelectual militante de la izquierda peronista. Elsa no pudo acompañarlos, pero no solo por un empecinamiento racional: amaba la vida que había construido en Beccar, que ahora Oesterheld considera burguesa. No es el peronismo el problema sino que sus hijas y él han pasado de la palabra a la acción. Elsa se ha quedado sola”.
Para ese abril de 1977 en que Héctor Oesterheld estaba en La Plata, Beatriz y Diana ya habían “perdido”. Beatriz, secuestrada en junio de 1976, cuando tenía 21 años y estaba en una relación amorosa con Carlos “Juan sin Tierra” Della Nave. También Della Nave fue secuestrado tres meses después. “Juan sin Tierra” había colaborado con Rodolfo Walsh en tareas de intercepción de comunicaciones para la Inteligencia de Montoneros.
Diana Oesterheld, la segunda hija, había sido capturada en Tucumán en agosto de 1976 cuando tenía 22 años y estaba embarazada de seis meses. Las investigaciones de Nicolini y Beltrami indican que la tuvieron mucho tiempo en Tucumán y que no pueden confirmar lo que algunos sugieren: que la hayan trasladado a Campo de Mayo para parir. Héctor, su padre, supo antes de ser secuestrado que Diana estaba embarazada. El cuerpo de Diana nunca apareció. A su compañero, Raúl Araldi, cuadro montonero, lo mataron en Tucumán. Tenían un hijito de un año, Fernando, que los militares dejaron en la Casa Cuna de esa provincia.
Nadie iba a pensar, ni Juan Salvo, el personaje de El Eternauta, ni Héctor Germán Oesterheld, su autor, ni Solano López, que le daba vida a Salvo, ni tampoco Diana y Raúl, que Fernando iba a dar una muestra de sangre para tratar de encontrar al hermano o hermana. Sin embargo, ese registro hematológico sirvió para que Fernando, muchos años después, en 2013, cuando ya era escritor y fotógrafo, fuera llamado por los Antropólogos Forenses para identificar los restos de su papá.
La Plata, la captura
Rodolfo Walsh y Héctor Germán Oesterheld habían coincidido en el diario Noticias. Walsh porque era jefe de la sección Policiales y colectaba información para su labor de Inteligencia. Oesterheld, consagrado, lograría que muchos lectores militantes empezaran a leer el diario de atrás para adelante, porque en la contratapa estaba La Guerra de los Antartes, una historieta con marca militante. Eso había sido a fines de 1973 y principios de 1974. Y era como si hubiera pasado un siglo.
A Walsh, que tantas cosas había hecho en la ciudad de las diagonales, lo habían capturado 33 días antes de ese 27 de abril en San Juan y Entre Ríos, en la capital. Había desenfundado una pistolita para evitar caer vivo. Le metieron las balas suficientes para que llegara muerto o casi muerto a la ESMA.
En cambio, a Oesterheld lo llevaron vivo. Se cree que en La Plata. Lo que pudieron confirmar Nicolini y Beltrami es que para entonces él hacía de “enlace” con la Conducción Nacional de Montoneros. Sin embargo, no resultó posible precisar el lugar.
Un hombre en la mira
Fue autor de una historia del Che Guevara, a un año de la muerte del guerrillero argentino-cubano, en plena dictadura de Onganía. “En septiembre de 1968, Héctor fue a lo de Alberto Breccia y le propuso hacer una biografía del Che Guevara”, señalan Nicolini y Beltrami. La mención no es menor porque indica cuál era el pensamiento de Oesterheld y cómo podía darle visibilidad a través de su arte a su mirada.
Las autoras cuentan que “el 10 de enero, a pocos días de salir a la venta (la historieta del Che), La Nación publicó un editorial advirtiendo sobre el peligro de una historieta que pretendía la captación ideológica mediante la desfiguración de la verdad histórica”. Seguía el editorial: “Ha sido realizada con los tintes más sombríos y toscos, propios de posturas revolucionarias que hasta en sus concepciones estéticas están ya superadas…”. También, añaden que el autor recibió llamados de la SIDE y de la embajada de Estados Unidos, “con una estrategia que simulaba ser ajena a cualquier intimidación”.
El geólogo, políglota, que vivía en Beccar, sabía el rumbo que tomaba.
En ese momento, Oesterheld había sido llamado para recrear El Eternauta precisamente junto al talentoso dibujante Breccia en la revista Gente de editorial Atlántida. No eran muchos quienes podían atravesar las fronteras y abrirse puertas cuando la censura del dictador Onganía los disuadió o prohibió abiertamente.
Pero Oesterheld podía crear personajes con nombres en inglés y dar un mensaje universal de ternura y épica, de atrapar lectores con crónicas bélicas o con invasiones extraterrestres, era capaz, además, de comprometerse y transmitir su ideario de una sociedad justa.
Sherlock Time, Ernie Pike y Mort Cinder y el sargento Kirk son personajes cuyas aventuras transcurren en San Isidro, en la Europa de la Segunda Guerra, en el Imperio Babilónico o en la Guerra Civil de Estados Unidos. El mundo tan ilustrado como fantástico de Oesterheld era leído y mirado en las viñetas por públicos de lo más diversos.
La cruda realidad
Sin embargo, Oesterheld nunca creó un personaje de ficción que fuera capturado tras el secuestro y desaparición de dos de sus hijas, un yerno, el compañero de la otra y un nieto por nacer mientras que otro nieto se salvó por haber sido enviado a una casa cuna.
No se trató de un resultado de la imaginación. Era lo que le estaba pasando a él mismo. Ese gigante de la literatura y la historieta pasaría vivo y recibiría tormentos por muchos meses en, por lo menos, tres centros clandestinos de detención. Se convertía en su propio Mort Cinder, conviviendo con la muerte de sus compañeros de cautiverio.
Estela, la mayor de las cuatro hijas de Héctor Oesterheld y Elsa Sánchez, la que había empezado a ver otras realidades, no de ficción, en la Facultad de Filosofía, fue sorprendida por un grupo de tareas el 1° de julio de 1977, intentó escapar y le dispararon. La cargaron herida en una camioneta rumbo al hospital de Adrogué. Y ese fue el último rastro que pudieron encontrar Nicolini y Beltrami. Su compañero, Raúl “el Vasco” Mórtola, caía unas horas antes en el mismo operativo. Todo indica que fue fusilado cuando intentaba esconderse en una casa.
Oesterheld también supo en su detención clandestina que la última de sus cuatro hijas que seguía en libertad, Marina, fue secuestrada en noviembre de 1977, embarazada de ocho meses, junto a Alberto Seindlis.
Elsa Sánchez de Osterheld, acostumbrada a la vida familiar tumultuosa y alegre, estaba sola y la tragedia la golpeaba. Entre junio de 1976 y diciembre de 1977, sus cuatro hijas, dos nietos por nacer, sus tres yernos, el novio de la otra y su propio marido, pasaban a la categoría de desaparecidos y muertos.
El psicólogo Eduardo Arias dio testimonio ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, creada en 1984 por Raúl Alfonsín, de haber compartido cautiverio con el creador de El Eternauta. Fue a fines de diciembre de 1977, cuando Oesterheld llevaba ocho meses en condiciones de prisionero. Arias contó que los guardias les permitieron sacarse las capuchas y les dieron un cigarrillo como regalo de Navidad además de unos minutos para confraternizar y conversar.
Los últimos en verlo con vida fueron los sobrevivientes Javier Casaretto, Arturo Chillida y Juan Carlos Benítez, que habían sido secuestrados a fines de 1977 y permanecieron en El Vesubio hasta mediados de enero de 1978. Los tres coincidieron en que tenía la cabeza vendada.
Narraciones imprescindibles
Las periodistas Nicolini y Beltrami, que dedicaron cinco años a registrar doscientos testimonios, dicen, al principio, en Los Osterheld: “Mi nombre es Elsa Sánchez de Oesterheld y soy la mujer de Héctor Germán Oesterheld, famoso en el mundo por haber escrito la historieta El Eternauta. En la época trágica de este país desaparecieron a mis cuatro hijas, mi marido, mis dos yernos, otro yerno que no conocí, y dos nietitos que estaban en la panza. Diez personas desaparecidas en mi familia. Pero prefiero recordar los años en los que fui feliz”.
Elsa recibió el cuerpo de Beatriz, la primera de sus hijas en caer en manos de la dictadura, el 7 de julio de 1976, cinco días después de ser muerta en un simulacro de enfrentamiento. Un mes después se producía el secuestro de Diana, en Tucumán. El hijo de un año, Fernando, fue rescatado de la Casa Cuna de Tucumán, por la familia de su compañero Raúl Araldi.
La casa donde vivían Raúl, Diana y el pequeño Fernando fue apropiada por el feroz represor Roberto “el Tuerto” Albornoz y se la dio a una mujer, amante suya, para que la usara como vivienda. Muchos años después, recién en 2009, la Justicia tucumana desalojó a la usurpadora y devolvió la casa a los herederos de los damnificados. El “Tuerto” Albornoz vivió libre muchos años pero a partir de 2003 arreciaron las causas por delitos de lesa humanidad en contra suyo. El de Araldi Oesterheld fue uno de ellos. Murió en 2019 estando con el beneficio de la prisión domiciliaria.
Fernando Araldi Oesterheld ingresó como NN pero su madre había tenido la precaución de dejar su documento con el niño. De modo que, a diferencia de muchos otros niños, pudo ser recuperado gracias a que alguien se comunicó con la familia paterna. Fernando, ya crecido, busca a su hermana/o, el que su madre tenía en la panza cuando la secuestraron. Además, es fotógrafo, escribe poesía y ha publicado libros.
En septiembre de 1976, cuando además de Beatriz habían desaparecido Diana y su compañero, el Ejército allanó la casa de Beccar. Elsa estaba acompañada de la mujer que hacía las labores domésticas, María Arce García, quien dio testimonio de ese allanamiento. Tanto Elsa como María dijeron que no solo buscaban a Héctor sino que un oficial dijo a Elsa: “A sus hijas las vamos a matar a todas”.
Todavía, dos de ellas estaban con vida. Elsa había quedado sola, como se dice más arriba. Acaso luego encontró en Abuelas de Plaza de Mayo y en el movimiento de derechos humanos un lugar de contención, de protagonismo sereno y de testimonio vibrante.
Además, el cariño de muchos colegas y compañeros de su marido y de sus hijas le dio cobijo. Elsa solo pudo enterrar a su hija Beatriz. No tuvo la posibilidad de hacerlo con las otras tres ni con su marido.
Transmitió una dignidad y una serenidad difícil de comprender para las pautas culturales en las que creció. Quizá, en los personajes de ficción creados por Héctor y que habitaban su casa de Beccar, encontró alguna energía extra. Murió a los 90 años.
El recuerdo del director de El Descamisado
Grassi, que dirigió el semanario montonero el Descamisado, registró en “Periodismo sin aliento” muchos pasajes que refieren a Oesterheld. “A Héctor, el maestro mundial de la historieta, tenemos algo audaz para proponerle. Ya ha creado todos los personajes que nuestra generación conoce: Sargento Kirk, Bull Rocket, Ticonderoga, Ernie Pike, Mort Cinder, Sherlock Time, Patria Vieja, Watami, Joe Zonda, El Cobra, Randall, Nekrodamus (…) Oesterheld escucha con atención: ¿es posible hacer una historieta de izquierda pero sin personajes estereotipados que lanzan solemnes mensajes políticos y bajan línea? Sonríe, como si la inquietud no le fuera ajena.”
Grassi retoma con la respuesta: “La historieta -dice Oesterheld- es un género literario, un modo para contar una historia que, como cada género, tiene sus reglas. Sin ellas no se sostiene y nadie la lee. Es necesario incluir todo lo que requiere un cuento. No son las frases célebres de los protagonistas sino la humanidad de los personajes y el renovarse de la trama los que atraerán al lector y lo atraparán hasta el final. No se trata de hacer discursos sino de crear un clima que permita transmitir de un modo natural lo que buscamos decir”.
Luego menciona los condimentos que contribuyeron a que El Eternauta tuviera vida. “El desafío consiste en que logremos inventar una historieta con contenidos y valores nuevos. Por ejemplo, un héroe que observe las cosas desde un punto de vista distinto. O que deba necesariamente actuar en colaboración con otros personajes. Así, sin decirlo, en nuestras historias podemos introducir la noción de pueblo, de gente común y solidaria; en definitiva, el héroe colectivo”.
Grassi reconstruye esos diálogos, sucedidos en 1974, y recuerda que: “Hubo un primer Eternauta en 1957 -el mismo año en que Walsh escribió Operación Masacre-, y otro de 1969, que expone una evolución similar a la de quienes nacíamos a la política”.
Así surge la historieta que incluirá El Descamisado: “América latina: 450 años de guerra”. Fueron 34 entregas, que comenzaron con La España imperialista y La Rebelión de Tupac Amaru y luego se centraron en el siglo diecinueve. Sin duda, la idea era llegar hasta el veinte, pero el cierre del semanario lo impidió.
La valija de Elsa y los nietos
En 2019, al cumplirse el centenario del nacimiento de Héctor Germán Oesterheld, Elsa y sus dos nietos, Martín Mórtola Oesterheld y Fernando Araldi, donaron a la Biblioteca Nacional el contenido de una valija con historia.
En esa valija, durante años, Elsa guardó -y escondió de la represión dictatorial- cuentos, guiones, microrrelatos, sueltos informativos, apuntes e ideas apenas insinuadas, índices y sumarios, posibles cronogramas de entrega, proyectos (muchos de ellos finalmente sin concretar), algunas frases ininteligibles, textos sin título, sin referencias ni fecha, que Héctor había escrito. Con ellos se realizó la muestra “Palabra de Oesterheld”, donde por primera vez el público pudo verlos.
Años antes de ser secuestrado, en una entrevista, Oesterheld explicó cómo había surgido la idea de su historieta más famosa. Respondió: “El Eternauta comenzó siendo un cuento corto, de apenas 70 cuadros. Luego se transformó en una larga historia, una suerte de adaptación del tema Robinson Crusoe. Me fascinaba la idea de una familia que quedaba sola en el mundo, rodeada de muerte y de un enemigo ignorado e inalcanzable. Pensé en mí mismo, en mi familia, aislados en nuestro chalet y comencé a plantearme preguntas”.
No sabía que la sufriría en carne propia.
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