Luego que el suizo expusiera su plan que ya le había adelantado por carta, el doctor Emilio Solanet, médico veterinario, profesor universitario y experimentado criador de caballos criollos, pensó que el hombre ni llegaría a Rosario. Es que Aimé Félix Tschiffely tenía el propósito de demostrar la nobleza del caballo criollo y su superioridad sobre cualquier otro, uniendo Buenos Aires con Nueva York.
Nacido en Suiza en 1895, se recibió de docente y se radicó en Gran Bretaña para ejercer su profesión. Tiempo después estaría en Buenos Aires como profesor de educación física en el colegio quilmeño San Jorge, donde trabajó cerca de nueve años.
Tschiffely, animado por los relatos de los gauchos y de la pampa de Roberto Cunnighame Graham, le propuso a Solanet, dueño de la estancia El Cardal de Ayacucho, comprarle dos caballos, pero éste se negó. Sin embargo, el criador lo instó ponerlo a prueba, sometiéndolo a rutinas en las que lo hacía cabalgar largos recorridos bajo un sol ardiente o con lluvias torrenciales.
Superadas las pruebas le regaló dos caballos de la tribu del cacique tehuelche Liempichún, en Colonia Sarmiento, Chubut. Eran Gato y Mancha. El primero era un bayo gateado de 16 años y el segundo un overo rosado, de 15. Gato había sido domesticado rápidamente mientras que Mancha era más arisco.
La partida fue el 24 de abril de 1925 desde las puertas de la Sociedad Rural. El equipaje de Tschiffely constaba de mapas, una brújula, un barómetro, dinero, una manta, un Winchester, una carabina y un revólver. Había decidido llevar a un perro, pero al ver que los caballos se ponían nerviosos con él, el can quedó en Buenos Aires.
Muchos de los que fueron a despedirlo se mostraron incrédulos por la travesía que emprendería. En medio de sonrisas socarronas, jinete y caballos enfilaron hacia Rosario, luego pasaron por Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy. Acorde al detallado relato que escribió para la revista Caras y Caretas a su regreso, contó que 39 días después había llegado a Perico del Carmen, en Bolivia. Allí debió permanecer cinco semanas internado al contagiarse una enfermedad luego de haber explorado antiguas tumbas indígenas.
Fue difícil el trayecto hacia La Paz y usaba los lechos secos de los ríos para evitar la densa vegetación. En este tramo se quejó de la poca hospitalidad de las etnias quechua y aymará porque no le prestaron ayuda ni le indicaron el camino a seguir.
La preocupación del jinete era la de enfrentar las dificultades para alimentar a los caballos, que hasta comían hojas secas. Enseguida Tschiffely aprendió a conocer a sus fieles amigos: Gato era manso y humilde, al que siempre le pasaban todas: caídas, rodadas y tropiezos; mientras que Mancha era el más precavido, el que antes de dar un paso sobre un terreno al que no veía seguro, estiraba la pata izquierda y paraba las orejas. Mancha era el que desconfiaba de los extraños, no se dejaba ensillar ni montar por nadie, salvo por Tschiffely y dominaba a Gato, mucho más dócil.
“Si mis dos criollos tuvieran la facultad del habla y la comprensión humana, iría Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos; pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha”. Era tanto el apego de los animales por el suizo que nunca tuvo la necesidad de atarlos.
Luego de descansar en La Paz, pasaron por el sur del lago Titicaca, Cuzco y Ayacucho, por alturas que llegaban a los cuatro mil metros.
De Ayacucho a Lima el trayecto fue un verdadero infierno. A la altura y el calor, Tschiffely le quedó el recuerdo de los mosquitos y otros insectos que se ensañaban con él y con los animales.
En una parte del trayecto, el guía que los acompañaba desapareció en medio de una fuerte tormenta de nieve, y los caballos estuvieron perdidos cuatro días en la montaña. Tuvieron un merecido descanso en Lima, donde arribaron el 6 de enero de 1926.
Le costó hallar agua cuando bordeó la costa del Pacífico. En Quito se quedaron unos 25 días. Debían reponer fuerzas porque sabía que hasta Colombia había muy malos caminos. Cuando el suizo arribó a Medellín, le advirtieron que le sería imposible pasar por tierra a Panamá por los grandes pantanos del valle del río Atrato. Con un vapor llegaron a Colón el 24 de noviembre de ese año y descansaron en la base militar norteamericana. Los caballos fueron atendidos por veterinarios porque ambos tenían una enfermedad en la piel.
La siguiente etapa no sería mejor que las anteriores. Pequeños senderos, cortados por riachos, arroyos y pantanos. Para llegar a Costa Rica, lo auxiliaron dos guías para orientarlo en la espesa selva de Talamanca y abrirse paso a machete. Había días en que no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro.
Los indígenas le enseñaron a cazar monos, los que se pelaban con agua caliente y se guisaban con yuca y plátanos. Cuando había suerte comía patos silvestre y puercos de los montes.
Luego de que hombre y animales sufrieran varias caídas al cruzar el cerro de la Muerte, en Costa Rica, el 15 de abril de 1927 alcanzaron la ciudad de San José. Tuvieron que ir a El Salvador en barco, ya que transitar por Nicaragua era extremadamente peligroso: había una guerra civil y ambos bandos estaban escasos de caballos.
En México, un clavo mal puesto por un herrero lastimó una pata de Gato. Fue asistido en Tapachula, una localidad del Estado de Chiapas, y luego llevado a la ciudad capital. Tschiffely debió comprar un caballo para transportar la carga.
Desde Jalisco tuvo la compañía de una escolta militar por la cantidad de bandidos que dominaban la región. Sin embargo, el intenso calor hizo que cuando llegaron a Oaxaca solo llegara un pequeño puñado de ellos, ya que la mayoría lo habían abandonado. Para colmo de males, Tschiffely contrajo paludismo.
Cuando el 2 de noviembre de 1927 entró a la ciudad de México, lo recibió una multitud. Al frente estaba Gato, ya curado, con un collar de flores que pendía de su cuello, “con su mirada infantil y soñadora”, como lo describió Tschiffely. Ya el suizo era una suerte de héroe nacional, al punto que organizaron una corrida de toros y fiestas en su honor.
En Texas tuvo problemas para obtener agua y forrajes y, cuanto más se adentraba en Estados Unidos, más se veía obligado a cambiar de ruta, ya que los automóviles espantaban a los animales. En la ciudad de Saint Louis, Tschiffely debió dejar nuevamente a Gato y terminó el periplo solo con Mancha, en Washington.
A pesar de determinar que en esa ciudad había finalizado el viaje, fue con su caballo en ferry hasta Nueva York, donde hizo un recorrido triunfal con Mancha por la Quinta Avenida. En las escalinatas del City Hall fue recibido por el alcalde James John Walker y le organizaron un homenaje.
Como en esos días se desarrollaba una exposición equina en el Madison Square Garden, los caballos fueron exhibidos allí por unos días. En Washington, Tschiffely fue recibido por el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca.
Rechazó la oferta de un coronel millonario de comprarle los animales por un dineral. “Prefiero volver pobre pero con ellos, a volver millonario pero sin mis dos bravos y fieles caballos criollos”. Jinete y animales retornaron a Buenos Aires en el vapor Pan America; lo iban a hacer en otro que terminaría naufragando. Llegaron a la Dársena Norte el 20 de diciembre de 1928. Habían recorrido en dos años y medio algo más de 17 mil kilómetros en 494 etapas.
Le propusieron exhibir a los caballos en el zoológico de la ciudad, pero quiso que continuaran sus vidas en el campo de Ayacucho, de donde habían partido.
Tschiffely permaneció un tiempo en el país y donó sus pertenencias y recuerdos del viaje al Museo de Luján. Lamentó haber perdido en algún punto de la travesía una cabeza reducida de mujer, que le habían regalado los jíbaros. En 1933 se casó con Violet Hume, viajó a Estados Unidos y luego se estableció en Gran Bretaña y escribió varios libros.
Años después visitó El Cardal. Asomado a la tranquera, solo le bastó silbar para que los dos fieles caballos aparecieran de la nada al galope. No lo habían olvidado.
Gato murió el 17 de febrero de 1944 a los 36 años y Mancha el 24 de diciembre de 1947, a los 40. Los enterraron en El Cardal. Por indicación de Solanet, un taxidermista rescató sus cueros y ambos caballos se exhiben en el Museo del Transporte de Luján.
Tschiffely falleció en Londres el 5 de enero de 1954. El 13 de noviembre de ese año llegaron sus restos al país y fue inhumado, en medio de un impresionante homenaje gauchesco, en el cementerio de la Recoleta.
En Argentina, el 20 de septiembre fue declarado Día Nacional del Caballo, en homenaje a la fecha que culminó el histórico periplo. Desde el 22 de febrero de 1998 las cenizas de Tschiffely descansan en El Cardal junto a sus fieles amigos. Qué mejor que continuar el viaje juntos.
SEGUIR LEYENDO: