Monseñor Jorge Lozano: “Vivimos en una sociedad que no escucha los clamores ni al que piensa distinto”

La mirada de un obispo argentino que trata de unir “escritorio con territorio”, que hoy ocupa un rol clave en el CELAM, que este viernes presenta un nuevo libro escrito “a ocho manos” y que no duda en afirmar que en la sociedad argentina hay mucha luz pero también mucha oscuridad

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(Télam)
(Télam)

— Acontecimientos eclesiales como la asamblea que están preparando -y de la que hablaremos enseguida- suelen tener una oración propia. La de esta Asamblea es muy bella. Destaco una frase: “La Asamblea se confía a la escucha, el diálogo y el encuentro”. ¿Cómo estamos en el continente con estas tres vertientes: escucha-diálogo-encuentro?

— Estas tres palabras tienen una raíz evangélica profunda y una presencia muy fuerte en las enseñanzas del Papa Francisco. En torno al año 2000, en los primeros tramos de la asamblea arquidiocesana en Buenos Aires, la cosa fuerte que salió fue “el ministerio de la escucha”. La necesidad de que la Iglesia se ponga en actitud de escucha. La gente quiere hablar, quiere contar. No tenemos que empezar hablando sino escuchando. Cuando realizamos algún tipo de misión evangelizadora vamos y decimos lo que queremos compartir. Pero primero tendríamos que escuchar. El Papa Francisco, en este hermoso documento Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), cuando nos dice qué esquema sencillo tomar para la misión cuando es casa por casa, nos dice que lo primero es saludar y escuchar. Escuchar es fundamental en el ámbito de la evangelización pero también le doy un valor social. La sociedad en la que vivimos es una sociedad que no escucha. Dice cosas pero no escucha. No escucha ni al que piensa distinto, no escucha tampoco los clamores. El Papa Francisco tiene una expresión muy fuerte en Laudato si’: “Tenemos que escuchar tanto el clamor de los pobres como el grito de la tierra”. Lo que tenemos que escuchar no solo son palabras también son gemidos, gritos de nuestros jóvenes que no encuentran trabajo, de los adolescentes que encuentran en la droga lo único en lo cual pasar el tiempo el fin de semana, o el narcomenudeo para quienes salen a buscar trabajo y no lo encuentran. Nuestra sociedad no sabe prestar atención. La otra palabra es “diálogo”. Cuando uno escucha recién está habilitado para poder hablar. Para que no sea un encuentro de monólogos sino que la dinámica de diálogo pueda ser una escucha mutua en la búsqueda de alguna alternativa superadora. Y el encuentro que es la culminación de la escucha y el diálogo porque el diálogo nos acerca y nos muestra que estamos más unidos de lo que pensamos, hay valores que tenemos en común que nos pueden ayudar a superar la situación de crisis que vivimos.

Usted extrapoló una realidad eclesial a la realidad social en general. Hoy los obispos argentinos dieron a conocer una carta, “Salir juntos y mejores”, con un diagnóstico de algunas cuestiones que estamos viviendo en la Argentina. En ella se pide asumir que nuestro país sufre pobreza, exclusión, falta de trabajo, enfrentamientos políticos. A su vez se exaltan valores del pueblo argentino como la generosidad del personal de salud, otras personas que por sus roles esenciales nos permiten seguir con nuestra vidas casi de modo habitual aun en pandemia. ¿Dónde encuentra luz usted en este contexto?

— Yo veo mucha luz en nuestra gente. Nos ha sorprendido la generosidad y la entrega de tanta gente. Todos conocemos docentes. Sabemos lo que ha implicado duplicar y hasta triplicar la cantidad de horas dedicada a la preparación de las clases. Las mamás y papás de niños: sabemos lo que han tenido que lidiar para que sus niños en casa, a veces en ambientes reducidos, puedan pasarla de la mejor manera posible a veces sabiendo que necesitan de otra situación para crecer y que no se la podían brindar en ese tiempo. Pienso en el personal de seguridad, de salud. También en sacerdotes, religiosas, miembros de Cáritas que se han multiplicado para literalmente buscar comida para los que están pasando hambre. Pienso también en lugares en los cuales poder recibir a los que están en la calle y necesitan un plato de comida aun en tiempo de aislamiento. Hay mucha luz. Tanto desde la solidaridad como desde la experiencia de fe. En esta Semana Santa que ha concluido he palpado mucha luz en nuestra gente que quiere rezar, que ama a Dios, que quiere expresarlo. Tenemos muchas luces. Pero también tenemos mucha oscuridad. Mucho espíritu de la avivada, de “a ver si le sacamos alguna ventaja” a una situación en particular, el “sálvese quien pueda”, el que “mientras yo esté bien, los demás que revienten”… Esta declaración que acabamos de publicar tiene que ver con algunas expresiones en el título que son muy comunes: estamos todos en la misma barca, nos salvamos todos juntos o no se salva nadie. Salimos todos juntos mejores o peores, porque también en la pandemia sale lo mejor y también lo peor de nosotros. Desde gente que se involucra y quiere sacar lo mejor de sí o otros que hacen exactamente lo contrario. Salimos juntos y salimos mejores: ese es el deseo y el signo de esperanza.

Entre el 20 y el 21 de abril se llevó a cabo la 1a asamblea plenaria del 2021 – virtual- de los obispos argentinos y en ella usted como autoridad del CELAM (*) presentó un acontecimiento que involucra a toda la Iglesia católica de América Latina y el Caribe: la Asamblea Eclesial. ¿De qué se trata?

— Hace dos años, en mayo de 2019, en una asamblea de obispos de todo el continente, se le pidió a la nueva presidencia que le solicitara al Santo Padre que nos convocara como obispos de Latinoamérica y el Caribe a una nueva conferencia general de episcopado. La última fue en 2007 en Aparecida, Brasil. Es una asamblea con formato propio de América Latina, las Iglesias de otros continentes no hacen este tipo de recorridos y experiencias que nosotros sí hacemos por la particularidad de nuestra Iglesia. A esa asamblea en 2007 asistieron unos 200 obispos que durante 20 días se reunieron, compartieron preocupaciones y elaboraron un documento que nos está orientando como Iglesia en este tiempo. Cuando le plantean esto al Papa, él les dice que de aquella conferencia de 2007 todavía hay muchas cosas por aplicar. Mejor hagan un encuentro de pueblo de Dios o algún otro formato para fortalecer las orientaciones que allí se consignaron, dijo. Y esta idea fue madurando: hacer una asamblea del pueblo de Dios, una asamblea eclesial, de la cual no solo participen obispos sino también sacerdotes, religiosas, religiosos, diáconos, laicos y laicas, adultos, jóvenes, miembros de las comunidades originarias, de sectores excluidos. Así se podrían juntar los pareceres y el discernimiento en común de diversas vocaciones, carismas, ministerios. Es lo que estamos trabajando: es una propuesta nueva, no ha habido algo así a nivel regional. Sí en las diócesis. Por ejemplo en la arquidiócesis de Buenos Aires, estando Bergoglio como arzobispo, comenzó un proceso de asamblea arquidiocesana, y actualmente están trabajando en un sínodo, hay unas 15 diócesis en la Argentina que estamos realizando un camino de asamblea convocando a miembros de distintas vocaciones. Pero hacer esto a nivel continental es una novedad que nos entusiasma y a la vez nos enfrenta a un desafío muy importante.

Leyendo el riquísimo material que está en la página web de la Asamblea Eclesial, vi que el horizonte que se proponen es 2031-2033. Nos estamos acostumbrados a planear a tan largo plazo. ¿Cómo hacen ustedes, como equipo de trabajo, para imaginar un mundo y una Iglesia en ese mundo en un horizonte tan extendido?

— Estos años expresan fechas significativas. En el 2031 se cumplen 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego. Es un momento muy importante para la evangelización en el continente. Nos orientamos hacia esa fecha no solo como memoria histórica sino como recuperación de una identidad. En el 2033 se cumplen los 2000 años de la muerte y resurrección de Jesucristo. Esto es un acontecimiento de nivel universal. Nosotros valoramos mucho el camino que estamos realizando. No sabemos qué orientaciones vamos a tener en el 2028, no es esa la idea de esta asamblea sino, mirando aquel horizonte, decir ¿qué es lo queremos proponer como camino? La Asamblea Eclesial está en marcha. Se celebrará del 21 al 28 de noviembre pero todas estas reuniones preparatorias ya son parte de la asamblea que no es un acontecimiento sino un camino. Después del 28 de noviembre, cuando concluya formalmente, habrá un tiempo para recoger las orientaciones y un tiempo para su aplicación. Como cuando sale un documento del Papa o las conclusiones de un sínodo y nos preguntamos: ¿Esto a qué nos está llamando?

¿Cómo recibieron los obispos argentinos su presentación de la Asamblea Eclesial de ayer a la mañana?

— Muy bien. Me alegró mucho el entusiasmo porque, no recuerdo ahora cuántos, sé que hubo más de 20, 25 intervenciones, el que quería preguntaba o hacía un comentario, y en todas destacaron el entusiasmo que genera, la novedad. Algo que me ayudó mucho también: esta novedad es posible solamente en América Latina, en otro continente sería muy difícil imaginarlo. Por eso esta Asamblea no solo es relevante para nosotros sino también como modelo y proyección de la Iglesia en otros lugares del mundo. Señalaron también cómo enriquece y potencia cada diócesis, cada comunidad: tener la mirada en el 2031 nos libera de cortoplacismo, de tener respuestas solo de coyuntura o espasmódicas a la realidad, nos permite anticiparnos, tener una actitud proactiva para discernir cuáles son los desafíos.

— ¿Cuánto ayuda la virtualidad para estar más unidos en esta pandemia? La virtualidad como opción para vencer las distancias.

— Hemos podido avanzar y mantener muchísimas reuniones gracias a la virtualidad. Y tampoco podríamos imaginar una participación tan amplia, desde México a Argentina, e incluso pensando en latinoamericanos que viven en otros continentes, en Estados Unidos, en Canadá, en algunos países de Europa, comunidades que pueden elaborar aportes desde su experiencia de raíz latinoamericana obligados a migrar.

En los documentos preparatorios de la Asamblea eclesial se habla de “los signos de los tiempos que impactan en la vida de los pueblos”. ¿Cuáles son esos signos de los tiempos que entran en colisión grave con los pueblos latinoamericanos y cómo va quedando conformada la fe después de esos momentos de crisis entre la realidad y la persona?

— La cuestión ambiental es un signo importante por lo propositivo porque, gracias a Dios, vamos teniendo una conciencia ambiental cada vez mayor pero también de riesgos serios. Me refiero a la Amazonia porque es ahí donde está puesta la mirada particular de Francisco. Pero también lo vemos con respecto a nuestra patria, nuestras casas, nuestras ciudades, realizamos el tratamiento de los residuos, el modo en que se contamina el aire, el agua. Hay ahí una preocupación muy seria. La falta de equidad: Latinoamérica no es el continente más pobre peor sí el más desigual de planeta. La diferencia que hay entre ricos y pobres es muy muy grande. Otros desafíos tienen que ver con la falta de valoración del cuidado de la vida. Estos desafíos vistos desde la fe nos llaman a dar una respuesta comunitaria. La evangelización no es explicar conceptos sino mostrar cómo el encuentro con Jesucristo a mí me produjo tal o cual situación, o expectativas, me renueva en la esperanza, el servicio, la solidaridad. Y de nuevo esas tres palabras se aplican a la experiencia de fe: escucha, diálogo, encuentro.

Como Iglesia argentina, ¿ya se sabe cómo será la participación en la Asamblea Eclesial?

— Todavía no está resuelto a nivel continental, no solo en la Argentina. Con el equipo de trabajo estamos viendo cómo por un lado conformar una cierta proporcionalidad entre las diversas vocaciones: cuántos obispos, sacerdotes, consagradas, laicos. Y también ese “cuántos” deberá tenerse en cuenta para la metodología que garantice lo participativo y a su vez también podamos llegar a algunas conclusiones en común tomando en cuenta que este tiempo de escucha hasta el mes de julio son meses para llegar a todos entrando a la página web.

Usted hablaba del clamor de los pobres y algo de eso está en el título del libro que van a presentar junto a los tres amigos que trabajaron en la redacción: Claudia Carbajal, Emilio Inzaurraga y Carlos Vigil. “Clamor de los pobres, gemido de la tierra” - Despertar el sueño de una humanidad fraterna. Cuéntemos, por favor, de este nuevo libro que sale a la calle este viernes.

— A lo largo de los años, con estos tres amigos hemos compartido distintas tareas tanto en la Pastoral Social como en la Comisión Nacional Justicia y Paz. A partir de esto fuimos elaborando insumos, realizando investigaciones, escribiendo artículos. Vimos que era muy bueno el material que teníamos, le dimos una forma unitaria, actualizamos cifras y datos duros. Para la realidad argentina tomamos los datos del Observatorio de la Deuda Social de la Pontificia Universidad Católica Argentina y para los datos a nivel continental los de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) particularmente las proyecciones y diagnósticos referidos a este tiempo de pandemia, así que el libro está sumamente actualizado en cuanto a los datos. Los iluminamos con enseñanzas particularmente de Francisco, o tomamos el documento de Aparecida y otros textos…

…leí por ahí un título que decía: “Un libro escrito a ocho manos”…

— ¡Sí! Algo que también me venía como imagen es que intentamos unir el escritorio y el territorio. Porque no son elaboraciones abstractas, alejadas de la realidad ni tampoco son solamente descripciones de la realidad. A partir de las descripciones, muchas veces conflictivas, la reflexión y la búsqueda de alternativas y el estudio. Estoy muy contento porque pudimos armonizar estas dos dimensiones que tienen que ir juntas para poder expresar lo que Jesús quiere de nosotros en este tiempo.

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* El CELAM presta servicios de contacto, comunión, formación, investigación y reflexión a las 22 Conferencias Episcopales que se sitúan desde México hasta el Cabo de Hornos, incluyendo el Caribe y las Antillas.

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