Los apasionantes secretos que guardó por siglos la casa de Rosas en pleno centro porteño

En Moreno 550, donde durante el siglo XIX se levantó la vivienda de El Restaurador, miles de objetos de aquella época salieron a la luz gracias a un minucioso trabajo arqueológico de rescate. Qué escondían los pozos de agua y de basura

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Aspecto de la gigantesca cisterna. El equipo le quitó el equivalente a 14 camiones de tierra. (Fotografía gentileza Dra. Ana Igareta)
Aspecto de la gigantesca cisterna. El equipo le quitó el equivalente a 14 camiones de tierra. (Fotografía gentileza Dra. Ana Igareta)

Todo comenzó cuando en la calle Moreno al 500, en pleno casco histórico de Buenos Aires, se realizaron tareas de demolición para la construcción de un edificio de 14 pisos y dos subsuelos. Las excavaciones para los cimientos dejaron al descubierto lo que los arqueólogos describen como un “monstruo histórico”: una descomunal cisterna de 8,30 metros de diámetro externo, de unos tres metros de altura, revestida de paredes de ladrillo de un grosor de medio metro. Su función: la de almacenar agua, un bien preciado en la ciudad.

Los arqueólogos sostienen que fue construida entre 1860 y 1870, cuando la vivienda había dejado de ser residencia particular para transformarse en sede de gobierno luego de la caída de Juan Manuel de Rosas y de correos y telégrafos entre 1886 y 1900.

Juan Manuel de Rosas
Juan Manuel de Rosas

Y si bien allí se hallaron importantes vestigios de nuestro pasado, el verdadero tesoro lo brindarían los cuatro pozos de balde (para extraer agua de las napas); las dos cisternas (que almacenaban agua de lluvia); los cinco pozos ciegos; tres pozos de basura, una letrina y una olla de descarte, construidos cuando se levantó la vivienda, se calcula que a fines del siglo XVIII.

Ellos fueron depositarios, durante siglos, de testimonios de la historia urbana y social de la Buenos Aires colonial.

Los pozos de basura y de agua hallados atesoran valiosos elementos de la vida cotidiana del Buenos Aires colonial. (Fotografía gentileza Ana Igareta)
Los pozos de basura y de agua hallados atesoran valiosos elementos de la vida cotidiana del Buenos Aires colonial. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

Ese terreno, situado en la manzana comprendida entre Belgrano, Perú, Moreno y Alsina, por entonces el sector más acomodado de la ciudad, había sido comprado por Juan Ignacio Ezcurra, el futuro suegro de Juan Manuel de Rosas. El todopoderoso gobernador vivió allí con su familia y hasta sería su despacho oficial hasta 1838, ya que el Fuerte (donde actualmente se levanta la Casa Rosada) era un edificio muy venido a menos, lleno de humedad y plagado de roedores. Solo lo usaba para actos oficiales. Luego de 1838, Rosas se mudaría al caserón que había mandado hacer en Palermo.

La doctora Ana Igareta, investigadora adjunta del Conicet e HiTePAC (Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad), perteneciente a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata, lideró un equipo de arqueólogos, arquitectos e historiadores de rescate del sitio. Cuando comenzaron los trabajos, remarcó a Infobae, debió solicitar el auxilio de más profesionales, debido a la magnitud de la obra, que suponía la exploración de 1500 metros cuadrados.

Cuando el país era todo rojo punzó. El rosismo estaba presente hasta en la vajilla. (Fotografía gentileza  Ana Igareta)
Cuando el país era todo rojo punzó. El rosismo estaba presente hasta en la vajilla. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

Otra de las dificultades era la inexistencia de planos originales de la vivienda y el equipo debió recurrir al auxilio de diversas descripciones.

Solo basta decir que con la tierra extraída de la cisterna se llenaron 14 camiones. Demoraron dos meses y medio en vaciarla, a pico y pala. Y solo se excavó la mitad que quedó en pie, ya que el resto había sido destruido por la construcción que había comenzado y que la justicia alcanzó a frenar.

Curioso recipiente de agua bendita, con la figura de la virgen. (Fotografía gentileza Ana Igareta)
Curioso recipiente de agua bendita, con la figura de la virgen. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

El verdadero tesoro fue hallado en los otros pozos. Ellos contenían objetos cotidianos descartados tanto por los dueños de casa como por los empleados domésticos durante varias décadas. Son miles de objetos fichados, entre los que se encuentran cientos de botellas y frascos hallados enteros y miles de trozos de loza inglesa y francesa, muy de moda entre las clases altas. Inclusive los arqueólogos se sorprendieron al toparse con hasta ocho platos enteros, que así fueron descartados, seguramente para comprar otros.

Asimismo, llamó la atención el hallazgo de frascos de veneno y de pequeñas botellas de agua bendita con formas de la virgen o del Vaticano. También se encontraron platos con la leyenda “Federación o Muerte”, típicos de la época rosista. El valioso patrimonio incluye ropa, zapatos, monedas, juguetes, herramientas, huesos de animales.

“Todo lo que se ha encontrado es una magnífica posibilidad de mostrar el pasado y que la gente se pueda conectar directamente a él”, destacó Igareta.

Parte de los objetos rescatados, muchos de ellos en excelente condición. (Fotografía gentileza Ana Igareta)
Parte de los objetos rescatados, muchos de ellos en excelente condición. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

Mano de obra esclava

El interrogante que enfrentaron los arqueólogos fue quién hizo esos pozos, de 15 metros de profundidad y de una vara (0,86 cm) de ancho. Era difíciles cavarlos y revestirlos en ladrillo. No todas las viviendas los tenían aunque sí podían verse en lugares públicos. Para ello se habrían empleado a esclavos que se distinguirían como poceros. Este oficio fue desapareciendo con la abolición de la esclavitud luego de 1853. Otro aspecto apasionante de estudio que se abre es sobre el cambio de tecnología aplicada a partir de un cambio en el sistema de mano de obra.

Con la caída de Rosas, la casa fue ampliada y durante una década, cuando funcionó como sede de gobierno, se construyó la monumental cisterna, que “nada tiene que ver con Rosas”, aclaró la doctora Igareta.

El equipo en plena tarea de clasificar lo encontrado. (Fotografía gentileza Ana Igareta)
El equipo en plena tarea de clasificar lo encontrado. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

Lo sorprendente fue que los arqueólogos dieron con vestigios dejados por los albañiles que construyeron la casa original, encontrándose muchos elementos en los antiquísimos cimientos relacionados a la cultura afroamericana y guaraní. Se sospecha que de esa obra participaron indígenas y esclavos que los jesuitas -que habitaban lo que es hoy la Manzana de las Luces- los cedían temporariamente a cambio de dinero para determinados trabajos.

Dentro del gigante: muchas veces, los especialistas debieron trabajar en condiciones desfavorables. (Fotografía gentileza Ana Igareta)
Dentro del gigante: muchas veces, los especialistas debieron trabajar en condiciones desfavorables. (Fotografía gentileza Ana Igareta)

Luego de funcionar como sede del correo, a comienzos del 1900 la casa fue comprada por los hermanos Raggio, demolida en su totalidad y en su lugar se construyó un edificio de dos plantas para que funcionase como inquilinato. A la cisterna gigantesca le levantaron dos muros internos para sostener -se presume- la estructura que sobre ella se levantó.

El equipo de profesionales dejó para lo último excavar el decantador, un pozo ubicado en el medio de la cisterna. Las ocho botellas, una pava y algunos otros elementos allí hallados fueron un premio extra de los que se contribuyen a desentrañar un rico pasado que aún está y que descansa bajo nuestros pies.

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