La increíble historia del escritor valenciano que introdujo el arroz en Corrientes, se fundió, y el cine hizo millonario

Vicente Blasco Ibañez fue un asombroso personaje: novelista, político, periodista y promotor de colonias agrícolas en la Argentina. Duelista con suerte, cuando cayó en la ruina se salvó gracias a un inolvidable éxito de Rodolfo Valentino

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Enamorado de nuestro país, Vicente Blasco Ibáñez escribió "Argentina y sus grandezas".
Enamorado de nuestro país, Vicente Blasco Ibáñez escribió "Argentina y sus grandezas".

Estaban frente a frente, a veintiocho pasos de distancia, cada uno con una pistola en la mano. Y las armas sólo tenían dos balas en la recámara.

Eran las cinco de la tarde del 29 de febrero de 1904 y en una finca de Madrid, cercana al Paseo de las Delicias, las primeras sombras del anochecer le agregaban dramatismo a la escena.

El duelo era a muerte, de acuerdo a lo que habían convenido los respectivos padrinos.

A la izquierda, un hombre robusto, de barba y bigote. A la derecha, afeitado y de pelo corto, el teniente Juan Alastuey, experto tirador. En medio del silencio, se oyó el grito del juez del duelo:

-¡¡¡Fuego!!!…

Retumbaron los disparos. El del teniente pasó cerca de su oponente y se incrustó en el piso. El hombre de la izquierda -duelista habitual, pero siempre con espada- había apuntado al aire.

Queda una bala. Nuevamente gritó el árbitro:

-¡¡¡Fuego!!!

El hombre de barba y bigote volvió a disparar al aire. En cambio, Alastuey extendió su brazo, apuntó contra el cuerpo de su adversario porque esta vez no quería errar y apretó el gatillo. Sonó una detonación y el otro duelista cayó, mientras se llevaba la mano izquierda al costado derecho de su abdomen. Sus padrinos salieron corriendo hacia él, aterrorizados:

-¡¡¡Don Vicente, Don Vicente, por el amor de Dios!!!

Pero cuando llegaron a su lado se sorprendieron porque Don Vicente no estaba muerto, ni siquiera herido. No tenía un rasguño, nada.

La bala había pegado en la hebilla del delgado cinturón que sostenía sus pantalones. Allí quedó incrustada y el tal Don Vicente salvó su vida milagrosamente.

Fue diputado republicano y se destacó por sus vehementes discursos
Fue diputado republicano y se destacó por sus vehementes discursos

Don Vicente era Vicente Blasco Ibáñez, un escritor valenciano que dejó una vastísima obra: a lo largo de sus 61 años de vida publicó 63 libros. Pero la literatura era apenas una faceta de su personalidad. “Soy un hombre de acción”, dijo alguna vez el propio Blasco Ibáñez de sí mismo.

Y lo era.

El duelo a muerte del que salió vivo providencialmente había sido consecuencia de un discurso suyo en el Congreso de los Diputados, en el que acusó de “tenientillo desvergonzado” a un policía que lo había agredido en una manifestación callejera.

Blasco era republicano y antimonárquico y en seis elecciones ganó una banca como diputado representando a Valencia.

Fue rebelde, arriesgado y combativo como político y también como periodista.

Fundó y dirigió el diario matutino “Pueblo”, la herramienta que él consideraba imprescindible para apoyar a los sectores más débiles de la sociedad. El periódico tuvo enorme difusión por su posición combativa y Blasco lo recordó así muchos años después:

-¿Cuántas veces clausuraron mi periódico? No lo sabría decir exactamente. pero calculando el tiempo que fui a la cárcel por días, semanas y meses, puedo afirmar que la tercera parte de aquel período heroico de mi existencia lo pasé a la sombra o huyendo…

“Pueblo” también publicaba novelas y cuentos de autores españoles y europeos en entregas diarias y semanales. Eso fue muy novedoso, pero muy costoso. El diario empezó a darle pérdidas y Blasco tuvo que vender su casa de la Plaza Horno de San Nicolás, de Valencia, para pagar las deudas. Cuando trasladó a su familia a las oficinas del diario, y la redacción fue al mismo tiempo comedor y dormitorio, dijo:

-Será por poco tiempo, no tardaré en construir una casa frente al mar…

Su gran amor fue Elena Ortúzar,que fue retratada por Sorollajpeg
Su gran amor fue Elena Ortúzar,que fue retratada por Sorollajpeg

Y así fue. Construyó un chalé en la playa valenciana de La Malvarrosa, hoy convertido en el Museo Blasco Ibáñez, un reconocimiento tardío que sus contemporáneos le retacearon. La casa estuvo muchos años abandonada y el nombre del escritor fue ignorado durante un largo período. Por razones ideológicas y por diferencias de estilo, el ambiente oficial de la literatura no le tenía afecto. Por cierto, Blasco retribuía esa antipatía:

-Una reunión de literatos hablando de libros y de ellos mismos, es un alejamiento de la vida… Emplean seis horas en demostrar que Fulano es un animal… Yo les diría, ¿por qué no emplea usted su tiempo en demostrar que usted no lo es?

El director cinematográfico Luis Garcia Berlanga, que filmó una biografía sobre Blasco Ibáñez, dijo:

-Yo diría que junto a Rimbaud, Hemingway, Byron y tal vez Cervantes, Blasco pertenece a esa raza de hombres que necesitan beber la existencia a grandes tragos de pasión y de aventura… Su vida es incluso más atractiva que su su obra…

“Ojos verdes refulgentes, cabellos negros y rotunda figura”. Este era el estereotipo de belleza femenina que Blasco Ibáñez reiteraba en sus novelas. Se le adjudicaron muchos romances, varios de ellos relativamente secretos. “Tenía fama de mujeriego irredimible”, escribió Stella Maris Folguerá, autora de una entrañable semblanza sobre el escritor.

Pero como queda dicho, su obra literaria y su vida personal tuvieron límites imprecisos. Acaso por eso -a diferencia del modelo literario- el gran amor de su vida fue una mujer rubia y de ojos azules. Se llamaba Elena Ortúzar, era chilena y pertenecía a una familia adinerada de la clase alta. Estaba casada con el embajador de su país en Francia y por eso Blasco le escribió a un amigo:

-Por aventuras particulares de mi vida viví entonces temporadas cortas y numerosas en París. Me iba de Madrid a París como el que toma el tranvía…

Se habían conocido en el estudio del pintor Joaquín Sorolla, íntimo amigo de Blasco. Y luego de una relación tormentosa, cuando ambos ya estaban divorciados de sus respectivos matrimonios, se casaron y vivieron juntos en Menton, una hermosa villa de la Costa Azul.

Llegó a Buenos Aires en 1909 y sus conferencias fueron un suceso
Llegó a Buenos Aires en 1909 y sus conferencias fueron un suceso

En aquellos viajes a París Blasco no sólo encontró el amor de Elena, sino que también comenzó su romance con la Argentina.

Él mismo lo relató:

-En París fui presentado a Emilio Mitre, el director de La Nación, diario del que yo era corresponsal político… Y una noche que cenábamos en Chateau-Madrid me propuso que hiciese un viaje a la Argentina…

Así fue que el 6 de junio de 1909 Vicente Blasco Ibáñez llegó al puerto bonaerense. El propio diario La Nación reflejó así la noticia: “El recibimiento público a Blasco Ibáñez es uno de los más grandes que se han tributado en Buenos Aires a extranjeros notables. La multitud acompañó al escritor en todo su trayecto y el coche casi no podía avanzar.”

El empresario portugués Faustino Da Rosa, propietario del Teatro Odeón, lo había contratado para dar una serie de conferencias, junto al francés Anatole France. En aquellos años, Argentina era visitada regularmente por prestigiosos personajes mundiales, como Einstein, Clemenceau, Rabindanath Tagore, Jean Jaurés o Jacinto Benavente, cuyas presentaciones eran seguidas por una gran concurrencia.

Blasco dio doce conferencias, ante un público que en todos los casos colmó el teatro y quedó subyugado por el orador, que prefirió dejar de lado el tono doctoral y los entretuvo con charlas llenas de anécdotas y chistes. Sin dudas, tenía un particular sentido del espectáculo:

-Cuando doy una conferencia, el auditorio se llena de público entusiasta que paga su correspondiente entrada. Sería imperdonable aburrirlo…

Como consecuencia de esa respuesta popular, Blasco hizo una gira de siete meses por el interior del país. Quedó deslumbrado por el paisaje y por la vastedad del territorio, y en su recorrido fue tomando notas y apuntes, sacó fotos, reunió datos y acumuló información.

Ya estaba pensando en un nuevo libro. Al regresar a Buenos Aires, se entrevistó con el presidente José Figueroa Alcorta y recibió el apoyo del gobierno.

Así nació “Argentina y sus grandezas”, que presentó en agosto de 1910:

-Este libro, que dictó el entusiasmo y que va dedicado a la gloria de un pueblo admirable por sus rápidos adelantos, no ha sido escrito únicamente para los argentinos. Mi propósito es que sea leído fuera de la República, especialmente en Europa, donde grandes naciones de alta intelectualidad, depositarias de todos los conocimientos modernos, no tienen una visión exacta y perfecta de lo que son los pueblos jóvenes y progresivos de Sud América, al frente de los cuales marcha la Argentina.”

Su entusiasmo por la Argentina era desbordante. Y así lo escribió en su propio diario Pueblo:

-Los que quieran emigrar vayan a la Argentina, sin pensar en intelectualismo ni hacer vida sedante en cafés y tertulias… Desde España vayan dispuestos a trabajar y a ser agricultores y volverán ricos…

Contagiados por ese fervor, muchos de sus lectores decidieron dejar su tierra y buscaron un destino mejor en la Argentina.

Blasco Ibáñez en el norte correntino, junto a pobladores del lugar.
Blasco Ibáñez en el norte correntino, junto a pobladores del lugar.

En los cuatro años siguientes Vicente Blasco Ibáñez no hizo política, no escribió libros, no tuvo romances, ni ejerció el periodismo.

Sin embargo fueron los más intensos y comprometidos de su vida.

Porque en ese lapso fundó y dirigió dos colonias de inmigrantes valencianos en la Argentina.

Primero en Río Negro, en un lugar que bautizó Cervantes. Antes le había escrito a un amigo francés:

-Voy a establecerme en Argentina, en los confines de la Patagonia, en donde he adquirido vastos territorios gracias a los trescientos mil francos que me han producido las cien conferencias dadas en un año. En adelante sólo quiero ser un colono... Tengo alma de conquistador y sueño con empresas capaces de asombrar al mundo..

En la provincia de Corrientes, en el paraje que denominó Nueva Valencia y que hoy se llama Riachuelo, estableció la segunda y más importante de esas colonias.

En ambas se radicaron docenas de familias que cruzaron el mar con la ilusión de iniciar una nueva vida. Los nuevos apellidos empezaron a echar raíces: en Río Negro, fueron Saval, Maset, Ferrer, Peixo… Y Mogort, Folguerá, Morell o Carbonell en Corrientes.

El sueño era plantar arroz, el cultivo que los valencianos conocían perfectamente. Blasco Ibáñez lo había proclamado con ingenuo entusiasmo:

-La fecundidad de este país en el que jamás hace frío no puede decirse con palabras… Produce magnífico tabaco, algodón que es reputado como el mejor del mundo, pero que apenas puede explotarse por falta de brazos… ¡Y arroz, arroz igual al de Valencia! Baste decir que tiene terrenos idénticos a la Albufera, con la sola diferencia que la albufera de Corrientes es tan grande como media España…

No en vano Javier Varela, autor de una completa biografía sobre Blasco, lo había definido así:

- Un hombre desmesurado, de características encontradas, épico a veces, grotesco en otras ocasiones: héroe y villano, valiente y fanfarrón, generoso y arribista, escritor de genio y folletinista kitsch…

El escritor vivió en las dos colonias de inmigrantes valencianos que fundó en la Argentina
El escritor vivió en las dos colonias de inmigrantes valencianos que fundó en la Argentina

Inicialmente, todo era entusiasmo. Hablando de Nueva Valencia, la revista Caras y Caretas publicó:

-Lo que al principio parecía un sueño, fue tomando viso de realidad. Las poderosas máquinas propulsoras de agua para el riego de las tierras se estaban descargando y en el improvisado puerto se veía el hermoso remolcador comprado para el servicio de la incipiente población.

En Colonia Cervantes se nivelaron 1.800 hectáreas y se excavó un canal de riego desde el río Negro. Pero el agua no alcanzaba para la mayoría de las chacras, pese a que se instalaron bombas de agua, cuyos restos hoy se puede encontrar cerca de los Tres Puentes, cerca de la Ruta 22. Las casas que iban a construirse no pudieron edificarse porque no llegaba el dinero prometido por el gobierno, los acuerdos no se cumplieron y el proyecto comenzó a diluirse.

Ni ellos ni Blasco Ibáñez pudieron prever que -finalmente- el canal de riego se terminó de construir en 1921.

En Corrientes Blasco invirtió en instalaciones modernas, diseñó la arrocera y la huerta, construyó un muelle y hasta proyectó una planta de envasado. Dos poderosas máquinas de vapor trabajaban en la elevación del agua para riego y una chimenea de ladrillo alcanzaba los cuarenta metros de altura. Todo tenía el respaldo de excelentes condiciones de financiamiento, con créditos del Banco Popular Español de Buenos Aires y el Banco de Corrientes, y se contaba con el apoyo del gobernador Juan Ramón Vidal.

Los valencianos, cargados de nostalgias por la tierra lejana, siguieron bailando sus jotas y sus “albaes”. Pero de a poco se fueron subyugando por el chamamé.

También modificaron sus comidas. Por eso, a la ocasional paella y a la modesta fideuá muy pronto le agregaron la mandioca.

Y por primera vez, se sembró arroz en Corrientes. Nadie imaginó que en el lejano 2021 Argentina sería un gran productor mundial de arroz, con 190 mil hectáreas cultivadas, una cosecha de 1,3 millones de toneladas y un consumo interno de 600 mil toneladas al año.

Pero todo empezó a derrumbarse cuando a fines de 1914 se descubrió el vaciamiento del Banco Popular. También se conocieron las maniobras especulativas en el Banco de Corrientes, señalándose como responsable a Maximino Ruiz Díaz, socio financiero del emprendimiento. Una tremenda inundación, provocada por la inesperada creciente del Río Paraná, agravó la situación. El final se precipitó cuando cambió el signo político en el gobierno de la provincia.

Sin apoyo oficial, el proyecto de la Colonia Nueva Valencia fue desactivado.

Según la Estación Experimental Agropecuaria del INTA, recién en 1932 se retomó la producción arrocera en Corrientes.

El sueño colonizador de Blasco Ibáñez había terminado.

Blasco Ibáñez estuvo en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial
Blasco Ibáñez estuvo en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial

Algunos inmigrantes se dispersaron por distintas localidades del Alto Valle y de Corrientes y otros volvieron a Valencia.

Y lo mismo que a “los indianos” que en su momento regresaron a Extremadura, a los valencianos nativos que pegaron la vuelta los llamaron “los argentinos”. Por eso durante años y hoy mismo los jóvenes descendientes de aquellos colonizadores son “los nietos de los argentinos”.

¿Y Blasco Ibáñez? Se arruinó económicamente. Para pagar las deudas, tuvo que vender algunas propiedades que tenía en España. Cumplió el compromiso contraído con sus paisanos que habían dejado Valencia y transfirió las colonias.

En esas condiciones, regresó a Europa en un barco alemán. Pero era 1914, se había declarado la guerra y el buque quedó detenido frente a la costa francesa, esperando el permiso para entrar a puerto. Fue allí que escuchó una conversación entre dos pasajeros, uno francés y el otro alemán, que discutían sobre la guerra, que le dio la idea de un nuevo libro.

De inmediato se puso a escribir en su camarote. Y en esos meses de forzoso encierro bocetó lo que finalmente sería “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”.

Primera edición de su exitosa novela _Los cuatro jinetes del Apocalípsis_
Primera edición de su exitosa novela _Los cuatro jinetes del Apocalípsis_

Pero eso no fue todo. Cuando finalmente llegó a París logró entrevistar al presidente Raymond Poincaré, de quien obtuvo el permiso para visitar el frente y permanecer varias semanas en las trincheras. Luego lo contó en detalle:

-He pasado muchos días en el frente. He pasado noches en una trinchera, a ciento cincuenta metros de los alemanes, oyendo sus conversaciones… He vivido la misma experiencia ordinaria del combatiente. He presenciado un combate de artillería pesada, viendo como tiran los grandes cañones en pleno campo, borrando granjas y segando bosques… He oído el abejorro pegajoso de las balas de fusil , bajando instintivamente la cabeza…

Era el mismo Blasco Ibáñez del duelo a muerte, el de las conferencias exitosas, el de las colonias de inmigrantes. Ahora su obsesión era esa guerra que recién iba a terminar cuatro años después.

Y él tomó partido, a favor de Francia y en contra de Alemania. Le dijo a Francisco Sempere, su editor:

-Hagamos fascículos semanales, de 32 páginas, con imágenes y una lámina central…

Escribió, eligió las fotos, diagramó las páginas, en una febril actividad que incluyó novedosas ideas publicitarias, como un almanaque de regalo para los lectores, que decía en varios idiomas “Los aliados les desean felicidades en 1915”.

Fue un éxito resonante. Meses después reunió todos los fascículos en una obra de nueve volúmenes que se llamó “Historia de la guerra europea”.

Al mismo ya había terminado “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, una novela que tenía el rastro profundo de los cuatro años que había pasado en la vastedad de nuestro país. Su protagonista es un estanciero español dueño de miles de hectáreas en la Argentina, cuyos yernos, uno francés y el otro alemán, representaban los bandos en pugna en la sangrienta contienda.

Cuando se editó en España tuvo escasa repercusión. Hasta que dos años después se tradujo al inglés y la editorial Dutton & Company publicó “The Four Horsemen of the Apocalypse”. Pocas veces ocurrió algo igual: en marzo de 1919 se habían agotado sesenta ediciones y la venta alcanzó los 300 mil ejemplares.

Ni el propio Blasco Ibáñez pudo imaginar semejante suceso. Por eso había cedido los derechos de traducción por mil dólares, sin porcentaje por las ventas creyendo que nunca superarían ese valor. Pero el editor lo sorprendió, compensándolo con otros 20 mil dólares, una fortuna para la época.

El afiche de promoción de la película muda _Los cuatro jinetes del Apocalipsis_
El afiche de promoción de la película muda _Los cuatro jinetes del Apocalipsis_

Hasta que una mujer llamada June Mathis, descubridora de talentos y guionista de la Metro Pictures, leyó el libro y advirtió que Blasco Ibáñez escribía con descripciones casi cinematográficas y que el texto era como una sucesión de imágenes.

La consecuencia inmediata fue que le ofreció al valenciano otros 20.000 dólares por los derechos de adaptación para una película en la que debutaba un casi desconocido Rodolfo Valentino.

El estreno en 1921 fue un suceso fulminante. Valentino se consagró como el latin-lover de Hollywood y la escena en la que baila el tango vestido de gaucho pasó a ser un ícono universal, luego de haber soportado los cortes de la censura en muchos países.

La Metro -por su parte- no tuvo inconvenientes en exagerar que el texto de Blasco era “el libro más leído de todos los tiempos, a excepción de la Biblia”.

Blasco se había convertido en un hombre rico, luego de la debacle económica de Centenario y Nueva Valencia. La película le dio una inmensa popularidad en los Estados Unidos y sus ingresos crecieron a medida que recorría el país dando conferencias.

_Sangre y arena_ fue otra novela de Blasco Ibáñez que llegó a la pantalla.
_Sangre y arena_ fue otra novela de Blasco Ibáñez que llegó a la pantalla.

Los halagos también fueron académicos y la Universidad de Washington lo invistió como Doctor Honoris Causa en 1920.

Todo esto no impidió que el incansable Vicente Blasco Ibáñez siguiese planteándose nuevos desafíos. El cine era ahora su flamante pasión:

- Gracias a este nuevo medio de expresión, el novelista que por su nacimiento pertenece a un país determinado puede tener por patria intelectual la Tierra entera y ponerse en comunicación con los hombres de todos los colores y todas las lenguas, hasta con los que viven en los límites de un salvajismo recién abandonado…

Vicente Blasco Ibáñez  fue el introductor del arroz en Corrientes
Vicente Blasco Ibáñez fue el introductor del arroz en Corrientes

De inmediato la Metro filmó otra novela suya, “Sangre y arena”, también con Rodolfo Valentino, que con esta actuación se consagró definitivamente. Hubo una célebre remake con Tyrone Power y Rita Hayworth años después, en 1941.

Para entonces, Blasco Ibáñez ya había muerto. Falleció en 1928, en su finca de Menton, en los brazos de su amada Elena. Tenía 61 años y acababa de llegar de Extremadura, donde había permanecido varias semanas, para documentarse sobre la tierra natal de los conquistadores:

Fue infatigable, hasta su último suspiro.

No en vano había dejado escrito su epitafio: “El valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días de viaje de algunos valen más que los años de otros”.

Quizás por todo esto, su mejor novela fue su propia vida.

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