Muchas veces cuando nos encontrábamos con Gustavo Cerati la conversación viraba hacia algo que a los dos, y a muchos más de nuestra edad -ambos nacimos en 1959-,nos gustaba y respetábamos: la música disco. Esas músicas diseñadas para bailar en las discotecas, con bajos bien marcados y percusión machacante. De mi lado no salía mucho más allá de los discos, pero del lado de Gustavo siempre hacía otras referencias, componiendo tiempo y espacio se interesaba más por la circunstancia en la que la discomusic se desarrollo.
En la última mitad de la década del 70 las luchas por el respeto y la aceptación de las minorías estaba en su apogeo. La música disco fue la banda de sonido de esos reclamos. Minorías étnicas, sexuales, religiosas, políticas, artísticas, todas estaban reclamando el respeto que merecían y a veces escaseaba.
Pues bien, el gran aporte que tuvo la era de las discotecas a la cultura de masas es que en esos lugares nocturnos, creativamente iluminados y con música exclusiva, no inclusiva, por lo general todos eran iguales. Lo mismo un burro que un gran profesor, los gays, los hetero, los trasvestidos, negros, blancos, orientales, ricos, pobres, latinos, altos, bajos, gordos y flacos, en la discoteca todos estaban en la misma, como en una especie de ceremonia hedonista, las personas una vez que cruzaban la puerta de entrada escuchaban lo mismo, bailaban lo mismo, tomaban los mismo, se drogaban con las mismas drogas y usaban los mismos baños.
En la disco, Mick Jagger y cualquier otro sujeto por una horas eran iguales. El que se destacaba reinaba por algunas horas a través del baile, del look o de algún comportamiento extravagante en ese templo del placer y el pecado olvidándose lo acontecido en cuanto se volvía a la vereda. Lo que ocurría en las discos quedaba en las discos. De ninguna manera manera eran logros transferibles.
El concepto más cercano en el tiempo de la jerarquía VIP abolió lo bueno de las discos. El concepto de very important person estaba totalmente encontrado con el génesis de las discotecas, donde la gracia obviamente estaba en ese plano de igualdad al que todos tenían acceso.
De eso hablábamos a veces con Gustavo, y con otros amigos ocasionales. Ese mundo hedonista y accesible tenía su terreno en las discotecas y su tiempo de acción era el sábado a la noche. Un universo lleno de neones y altos decibeles que se plasmó casi a la perfección en la película Saturday Night Fever contando la historia de Tony Manero, en una genial interpretación de John Travolta, que hacía de un triste muchacho empleado de una pinturería en Brooklyn -que en esos años era un barrio periférico a Manhattan-, que se pasaba la semana trabajando de día y ensayando por la tarde coreografías con su amiga en los salones de baile, para por fin llegado el sábado ponerse sus mejores ropas y salir rumbo a la la discoteca donde merced a su eximia destreza y buen gusto bailando lograba un reconocimiento de los parroquianos que lo hacían el rey de la noche. Hasta que ya de madrugada, terminada la fiesta, volvía en tren a su barrio con sus amigos a seguir su vida oscura y rutinaria entre su casa y la pinturería. Como una especia de Sísifo urbano, a esperar el sábado siguiente para volver a sentirse rey.
Ese embrujo del sábado a la noche está presente en casi todas las culturas, en el tango por ejemplo Tony Manero es Garufa, ese tango magistralmente interpretado por Tita Merello que dice en su letra:
“Durante la semana meta laburo
Y el sábado a la noche sos un doctor
Te calzas las polainas y el cuello duro
Y te venís pal centro de rompedor...”.
En el mundo del rock, quien pintó para siempre ese espíritu del sábado a la noche de la más precisa y comprensible manera fue Moris. Mauricio Birabent, con el imbatible 4x4 de justamente Sábado a la noche, un rock a lo Dr Feelgood que compuso en esos años locos, en 1978 en Madrid donde estaba viviendo y salió en su primer álbum europeo llamado Fiebre de vivir. Uno de esos discos que cambiaron gran parte del mundo para los jóvenes en España y un poco mas tarde en Argentina.
Para variar las cosas estaban difíciles en el país, así que a mediados de los 70 Moris se va a España igual que Aquelarre. El rock todavía era una utopía en la madre patria, y acá ya teníamos para hacer 5 discos de grandes éxitos. Moris junto a Litto Nebbia fueron los dos solistas mas inspirados y fértiles del rock argentino en medio de una maraña de bandas que ya habían sellado el adn de nuestro destino rocker.
Almendra, Manal y Vox Dei eran las bandas iniciáticas mientras Moris y Litto ya habían desarmado sus grupos originales, Beatniks y Los Gatos para darla solos. El asunto se empezaba a espesar hasta que en el 76 la cagamos feo, así que volaron los pájaros cantantes, Litto a México y Moris a España.
Madrid ya había despertado de la pesadilla franquista y comenzaba a construirse la Ruta del Bacalao, rutina nocturna que consistía en recorrer la mayor cantidad de bares que fuera posible hasta que se hiciera de día. Se dormía hasta la noche siguiente y otra vez de parranda hasta que se hiciera de día, otra vez a dormir hasta que a la noche... bares. No es una vida muy recomendable pero digamos que acá los mirábamos con profunda envidia, era preferible -decíamos- morir así que en medio de balas ajenas.
Aquelarre y Moris ya habían grabado varios discos y llenado varios estadios pero el mundo no estaba globalizado así que los españoles ni noticias del rock argento. Los de Aquelarre encararon para el circuito de las incipientes bandas de rock que todavía estaban lejos de considerarse importantes allá, al tiempo que Moris encaró para el circuito de pubs y bares que empezaban a descontrolar a la muchachada. Armado apenas con su guitarra nuestro héroe empieza a dar cátedra de rock en castellano por Madrid y aledaños hasta que pasó lo inevitable, alguien se dio cuenta que semejante talento y energía tenía que convertirse en éxito.
Es cuando aparece otro amigo de la casa en la historia. Vicente El Mariscal Romero, era el Dj de radio y conductor más escuchado por la monada madrileña, un rocker de pura cepa que en los 90 y 1 a 1 mediante (un peso, un dólar) tuvimos en Buenos Aires unos cuantos años, contratado por Rock&Pop.
El Mariscal es ante todo un progresista que conecta cabos desatados, desde personas hasta marcas y estilos, un encantador de serpientes al que es imposible no querer. Recorrió Europa haciendo programas de rock por radio y produciendo shows y grupos, oficio que seguramente aprendió del enorme Rosko con quien compartió aire en radio Netherlands, en esos años la radio más vanguardista en lo musical de todas las conocidas. Desde mí siempre le estaré reconocido por haberle susurrado mi nombre al oído a Michel Peyronel cuando trajo a Rosko para trabajar en su radio Nostalgie, que era musicalizada por mi hermano Niyo. Mis noches pasando música con Rosko son una 45 intelectual en cualquier discusión que pueda mantener con un disc jockey.
Lo importante en todo este relato es que una noche de Bacalao el Mariscal se topa con Moris, el argentino rocker, vaya a saber uno en cual de los pubs donde tocaba y queda fascinado del show. Alguien, siempre en el rock hay un alguien esencial que se pierde en la memoria del tiempo y nadie sabe quién es, los presenta y es ahí cuando deciden hacer un demo con las canciones y llevárselas a algún sello hasta lograr un contrato de grabación. Lo que les hablaba del progresismo Mariskero.
En el sello rocker Chapa Discos se interesan y ¡bingo!, vamos a hacer un disco. Había un escollo no muy trágico pero para destacar, Moris no tenía banda y lo que se escuchaba de moda entre los chavales era el rock garagero de los británicos Dr Feelgood de manera que había que pelar groso si se quería hacer ruido.
Deciden, Mariscal mediante, recurrir a unos chicos argentinos que andaban por ahí destacándose entre la multitud de bandas nuevas que salían todos los días para ser eso nomas, bandas de un par de shows y a otra cosa. Pero esto no hacían eso, estos venían dándole duro, gastando texanas en los escenarios. Se llamaban Tequila y eran otros dos exiliados argentinos: Ariel Rot y Alejo Stivel, más un veinteañero Julián Infante que ya era un guitarrista sensacional, sensacional digo de causar sensación.
Acá parafraseo al mismísimo Moris contándome de Sábado a la noche.
“Sábado a la noche lo venía tocando en pubs bastante antes de grabarlo. Pero la grabación fue muy rápida, metimos un montón de coros masculinos y femeninos, muchas guitarras eléctricas y mucho entusiasmo, además de que muchos vivieron la canción. Aparte, yo le hice a la banda Tequila unas partes dibujadas tipo comics, mostrándole cómo el muchacho gastaba dinero por ahí. Después vino una cosa rara de que algunos hippies dijeron que había mucho ripio, es decir unas rimas muy fuertes...”.
Y Moris canta:
“... Saben yo trabajo en un bar de Hortaleza
Soy el camarero que te pone la cerveza
Curre en la semana y esa es toda mi riqueza
Sábado a la noche me lo gasto en una mesa”.
“Pero sin embargo eso fue parte de la gracia del tema, además que lo cantaba yo -sigue Moris. Por suerte el tema salió en single, y después lo grabó Miguel Ríos que estaba en lo mejor de su trayectoria. Así es que salió muy bueno y lo sigo tocando con la misma intensidad desde esa época...”.
Y sí, el Sábado a la noche de Moris es Travolta y es Garufa. Aunque hace más de un año que el sábado a la noche ya no es lo que era, el espíritu está latente en todos todavía, aunque nos hagamos los que “no sé de qué hablás”. Sin ir mas lejos, en mi programa de radio de los sábados a la noche hace un par de semanas empecé con Sábado a la noche de Moris y comprobé que el espíritu del sábado a la noche está intacto. Y no rezo, pero esa noche recé para que jamás se pierda.
Gracias a Antonio Birabent por su eterna amistad y desinteresada colaboración cada vez que lo necesito.
Y Gracias enormes a Moris por su generosidad y su afecto.
SEGUIR LEYENDO: