Una pared es sólo una pared, hasta que alguien dice lo contrario. Hasta que alguien pone ahí algo más y la convierte en otra cosa.
Hace 25 años el poeta mexicano Armando Alanís Pulido se propuso, según sus propias palabras a lo largo de este cuarto de siglo: “Poner la poesía donde merece estar, en la calle”.
Alanis Pulido creó en 1996 en Monterrey, México, algo que comenzó como una experiencia personal y que hoy tiene millones de seguidores alrededor del mundo, “Acción Poética”.
La aventura consistía en salir a pintar a la calle, pero con reglas claras: letras negras, fondo blanco y no hablar ni de política, ni de religión.
A través de amigos en común, lo que Armando hacía en Monterrey llegó a los oídos de un tucumano, Fernando Ríos Kissner, que en ese momento no lo sabía, pero sería la clave para que el movimiento se extendiera como una vena de pólvora por América Latina.
-A mi siempre me pareció muy interesante pero yo nunca había pintado nada, sin embargo me parecía algo muy efectivo, me gustaba ver en la calle esos breves textos que me resultaban muy contundentes- le dice Ríos Kissner a Infobae en su casa, en el barrio del Abasto tucumano.
Es un caserón de dos plantas y al mismo tiempo un museo personal, en la que puede encontrarse en el baño una obra de Carlos Paéz Vilaró dedicada a Fernando, otra del dibujante Miguel Rep a mitad de un pasillo, entre decenas de cuadros que ocupan todas las paredes, de todas las habitaciones.
-Una amiga en común nos puso en contacto con Armando, él no sabía donde quedaba Tucumán creo, hablé con él y me dio las reglas básicas: letras negras, textos cortos, fondo blanco, nunca se iba a hablar de política, ni de religión, porque la idea era sumar y no dividir; y así empecé- cuenta.
Está sentado en la cocina con su laptop abierta, el pelo ensortijado y entrecano, los brazos tatuados. Alrededor suyo más cuadros colgados en esa que bautizó: Casa CITA, por el nombre de la casa-fábrica de papas fritas que funcionó en ese lugar hasta 1971. Fue sanguchería, taller y finalmente su casa.
La primera pintada de “Acción Poética” en Argentina sucedió, cuenta, en un paredón en el fondo de su casa anterior. Ahí tuvo una aproximación con el mundo del mural, de las escalas y la simetría. “Duermo poco, sueño mucho”, escribió esa vez.
-Todo es práctica, se adquiere con paciencia y así fue. Empecé a salir a la calle a pintar a las 12 de la noche esas paredes que uno cree que no son de nadie y me causó impresión que las primeras fotos que subí tuvieron una repercusión inmediata. En ese momento empecé a pensar que esto podía tener una fuerza que hasta ese momento yo no había advertido.
Cada vez se fueron sumando más personas a las salidas de Fernando, primero amigos, después amigos de amigos y para cuando quiso darse cuenta eran un grupo que todas las noches salía a escribir algo en algún rincón de Tucumán. Eso trajo aparejada una contradicción.
-Tuve un conflicto y fue que me sentía responsable de toda esa gente que estaba saliendo conmigo. Tenía miedo de que apareciera el dueño de la pared o por la seguridad misma de esa gente que me acompañaba, porque la ciudad era peligrosa de madrugada. Entonces ahí había algo que no me cerraba. Eran palabras amables las que escribíamos y me preguntaba “¿por qué darle a lo que hacíamos un carácter vandálico que no tenía?”.
Esa incomodidad durante aquellas primeras pintadas de madrugada en 2011, son las que lo llevaron a sumar reglas a la versión tucumana de “Acción Poética”. Reglas que lo cambiarían todo.
-A las bases que había hecho armando, que hasta ese momento pintaba solo, las completé. Y surge esta idea de no pintar paredes sin permiso, de poner al vecino por encima de todo y ahí creo que se da vuelta vuelta violentamente la tortilla, porque esto nos permitió trabajar de día y sumar a los vecinos, a los dueños de la cuadra.
-De pronto -sigue Fernando- de eso que parecía algo anónimo hecho por no sé quién, pasaron a circular imágenes de gente sin preparación artística, que se acercaba sólo por el hecho de participar. Empezaron a sumarse fotos de abuelos pintando, de amas de casa, de chicos chiquitos, eso hizo que muchos se dieran cuenta de que lo podían hacer ellos y dio pie a esta propagación vertiginosa. Yo empecé a recibir fotos con murales de Angola o de pueblos recónditos de América Latina, y de pronto me vi organizando “Acción Poética” no solo en Argentina sino en toda Sudamérica.
“Acción Poética” se convirtió, dice Ríos Kissner, en “una herramienta para poner a disposición de la gente”. La experiencia que había nacido artístico-literaria, a partir de las reglas que él sumó, abrió paso a una dimensión social el proyecto. Se convirtió en un canal para apropiarse del espacio, pero a partir de los sentimientos, las vidas y las realidades, de quienes habitaban cada lugar.
-Lo hemos hecho en cáceles, hospitales, inclusive editorial Santillana en su manual de cuarto grado incluyó a “Acción Poética” como una acción para los alumnos. La experiencia ha servido para tesis de grado. Yo por ejemplo recibí a un estudiante de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, que estuvo durante una semana investigando lo que hacíamos. La Universidad de Trabajo Social de Tucumán en tercer año incorporó por un tiempo a “Acción Poética” como modo de abordaje, rompiendo con las formas habituales de cómo los investigadores se aproximaban a las comunidades…- enumera, apenas algo de todo lo que nació con una pared pintada en el fondo de su casa en 2011.
A la lista agrega una experiencia en particular, la del Instituto Roca, donde van a parar los menores que son judicializados en Tucumán. Fueron varias jornadas, recuerda, en las que chicos, muchos de ellos que no sabían leer ni escribir, intentaron poner en palabras algo que quisieran decir en una pared, en ese lugar.
-Cuando les preguntabas que querrías escribir en una pared, lo primero que sale es el resentimiento, “muerte a la yuta” y cosas así. Pero pasado esto, cuando les pedís pensar desde otro lugar, en las personas que quieren, en lo que esas personas u otro chico ellos quisieran que lea cuando llegue, la cosa cambia. Surgieron cosas increíbles, recuerdo que uno propuso “Madre, paciencia” y que el mural que terminamos pintando, decía: “Aquí tu tiempo será un suspiro”.
“Acción Poética” rompe con las reglas del graffiti en el sentido más vandálico de la palabra y del mural en su sentido más estricto. Como en todo ejercicio de escritura, la clave es tener algo que decir.
-Hay cosas que me han criticado como “ese mural no tiene mucha poesía” o “le falta vuelo”, entonces es muy difícil explicar que la belleza no está ni siquiera en la pared, está en el proceso. Está en que un grupo de gente pudo pensar no desde la frustración, desde el desengaño, sino desde los anhelos. Para poblaciones que realmente están muy marginadas, la belleza está en poder decir estas cosas.
El barrio del arte en Tucumán
A diez años de “Acción Poética” la cabeza de Fernando Ríos Kissner está puesta en una nueva idea que ocupa la mayor parte de su tiempo y que tiene que ver con el barrio en el que vive, el Abasto tucumano, donde según sus propias palabras “cada baldosa cuenta una historia”.
-Desde hace algunos años se ha comenzado a reactivar el barrio, a reconvertirse. Estamos intentándolo un grupo de gestores culturales y artistas que estamos viviendo acá, de darle un sesgo cultural a este lugar- cuenta y la voz se le llena de energía, como si acabara de pintar un paredón en el fondo de su casa, convencido de que puede convertirse en mucho más.
Recuerda entonces que 17 años atrás, en La Habana, conoció a un local que lo llevó por fuera de la agenda turística de Cuba a conocer el teatro independiente de la isla. Obras que nunca hubiera visto de otra forma y que lo fascinaron. “Durante muchos años nosotros actuamos para espejos, sin darnos cuenta de que lo que teníamos que hacer era actuar para ventanas”, le dijo el cubano esa noche.
Esa idea de hablarle a los mismos, a los espejos, del arte para artistas y cercanos al arte, persigue a Fernando. “Ayer hicimos una muestra acá en la casa y yo conocía a cada uno de los que vino. Ni uno era vecino mío y me canso de invitar a mis vecinos”, se sonríe, y la escena que describe marca el lugar exacto de eso que quiere cambiar.
-Nosotros como gestores culturales trabajábamos sólo pensando en los propios y comunicamos a los propios. Es esta idea de trabajar para espejos y tenemos que trabajar para ventanas. Creo que también hemos quedado muy estancados en la comunicación, hemos quedado lejos de la comunicación de cercanía. Yo puedo poner algo en Instagram y lo van a leer quienes me siguen, pero el vecino de mi cuadra no lo va a leer jamás.
Por eso desde Casa CITA y otras tantas casas del Abasto, Fernando y otros intentan abrir los talleres, pegar panfletos, tocar timbres, acercar a la gente al artista y al artista a la gente. No sólo por la idea romántica -y al mismo tiempo cierta- de acercar el arte a la comunidad, sino también para darle un impulso a una microeconomía de artistas que muchas veces no encuentra un lugar.
-Tucumán debería ser la capital cultural del NOA. Aquí hay una actividad artística, teatral, gente que ni siquiera conocen los propios tucumanos y que debería ser el gran diferenciador de esta ciudad. Nunca vamos a tener una capital tan bonita como Salta, ni un cerro de siete colores, pero tenemos a nuestros artistas- explica, con la mirada puesta ahora no en las paredes, sino en la forma de meterse dentro de las casas.
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