Un plan secreto, un funcionario con copas de más y una tormenta política: a 35 años de la frustrada mudanza de la capital a Viedma

Raúl Alfonsín soñaba descentralizar el país y armó un proyecto que mantuvo en secreto durante meses. Pero hubo una filtración inesperada de un hombre del gobierno que había bebido demasiado y habló de más. Los planes tuvieron que acelerarse y se desató un tsunami político. Cómo el plan quedó en el olvido

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Alfonsín propone el traslado de la Capital Federal, 1986

Se esperaba que la mañana del domingo 13 de abril de 1986 fuera tranquila en la quinta de Olivos. El presidente Raúl Alfonsín, como todos los fines de semana, desayunaría leyendo los diarios. Luego se abrigaría y recorrería los jardines conversando con alguno de sus ministros. El frío no era problema; para eso estaba el poncho tejido marrón que ponía sobre sus hombros.

Esas caminatas siempre eran fructíferas. De ellas surgían soluciones e ideas. Pero nada de eso fue posible.

Apenas tomó la pila de diarios y los fue desplegando para ver sus títulos principales, un ramalazo de indignación recorrió al presidente. No podía entender cómo uno de sus mayores planes había llegado a los diarios. Precisamente al título principal y a las tres primeras páginas de Clarín. El título era sobrio. No necesitó de adjetivos ni grandilocuencias para provocar una tormenta política y un domingo frenético para los funcionarios radicales.

“Analizan el traslado de la Capital a Río Negro”, decía. El secreto había sido develado.

Por las siguientes 48 horas nadie durmió. La filtración hizo adelantar los planes.

Hacía meses que en el gobierno estaban trabajando en el proyecto. Lo habían bautizado Proyecto Patagonia y era mucho más amplio que el traslado de la capital a Viedma. Entre otras cosas proponía la provincialización del territorio nacional de Tierra del Fuego, un plan de radicación de empresas en la zona patagónica con ventajas impositivas, la conversión de la entonces Capital Federal en provincia con el anexamiento de buena parte del Conurbano bonaerense (se llamaría Provincia del Río de la Plata) y también incluía lo que quedó algo velado en el recuerdo: una reforma constitucional.

Esa reforma habilitaría la reelección del presidente, vedada en la Constitución que estaba en vigencia, y propulsaría un sistema parlamentarista como el que Alfonsín procuró negociar en el Pacto de Olivos, aunque haya quedado diluido en la Reforma del 94. Esta enumeración demuestra que pocos años después el resto de los principales postulados del Plan Patagonia se cumplieron aunque no durante el gobierno de Alfonsín. Y los que dejaron de cumplirse, el traslado de la Capital y el desmembramiento de la Provincia de Buenos Aires, eran las medidas verdaderamente revolucionarias, las que tenían legítima fuerza transformadora.

Tapa del diario Clarín que
Tapa del diario Clarín que adelantó los planes del gobierno radical

Al día siguiente del titular del diario se empezó a conocer más del plan mientras los funcionarios se reunían en continuado, los llamados telefónicos se cruzaban trabajosamente por el pésimo estado de las líneas y los técnicos trabajaban con denuedo para tener listo todo el bagaje normativo preparado.

La nueva capital estaría en Viedma, en Guardia Mitre y en Carmen de Patagones. Es decir ocuparía territorio de las Provincias de Buenos Aires y de Río Negro.

Por ello el 15 de abril, Alfonsín se dirigió a La Plata para enfrentar a la legislatura provincial y hacer ingresar el proyecto. Lo acompañó el gobernador Alejandro Armendariz, quien días después presionado por la oposición peronista tuvo que salir a defender parte del territorio provincial y asegurar que no iban a ceder todo el Conurbano.

A la noche, en un discurso leído de media hora de duración y ante el Consejo para la Consolidación de la Democracia, Alfonsín lanzó por Cadena Nacional el Plan para una Segunda República Argentina -el nombre indica lo elevadas que eran las expectativas-. Junto a él, en una larga mesa, los miembros del Consejo escuchaban con atención al presidente, sentado en la cabecera.

Alfonsín anuncia el traslado de la capital a Viedma

La elección de estos oyentes calificados no fue casual. Era una forma de legitimar la iniciativa. Dirigentes de todo el arco político, juristas de renombre, María Elena Walsh y René Favaloro eran algunos de sus miembros.

Esa noche con lectura pausada, Alfonsín dio a conocer a la población la magnitud del plan. De todas las medidas anunciadas, la que impactaba más era la de la mudanza al Sur.

Al día siguiente, el 16 de abril, Alfonsín viajó a Viedma. Fue recibido por el gobernador radical de la Río Negro Osvaldo Álvarez Guerrero, los ministros y los legisladores provinciales en los jardines del Ministerio de Economía. En un acto formal, el presidente entregó el anteproyecto y luego se dirigió al balcón para hablarle a la multitud que se había reunido. Los medios calcularon que había más de 15 mil personas.

Alfonsín junto al Dr. René
Alfonsín junto al Dr. René Favaloro

Ese de 1986 era un Alfonsín en la cumbre de su capacidad oratoria. Más allá de la solvencia que se reconoce a cada una de sus intervenciones públicas, al de esa época le sobraba algo que le falta a los demás. Poder de convicción. Estaba convencido y convencía. Era un Alfonsín ecuménico, que no hablaba sólo para los suyos. Eso ya había pasado durante la campaña electoral, con su rezo laico, el recitado del preámbulo de la Constitución que sedujo a las masas.

Alfonsín era un extraordinario orador: templado, articulado, enérgico, que sabía redondear las frases, con carisma, manejando con maestría la tensión dramática: un funambulista de la palabra. Ése, el del balcón de Viedma, fue un discurso sereno, poco enfático, que no buscó enardecer a la multitud, que esquivó las subrayados demagógicos, pero pedagógico y esclarecedor.

Pidió no quedar preso de luchas partidarias, anteponer el bien nacional a los intereses coyunturales. Estaba pidiendo que la oposición y su mayoría en el Senado no trabaran esta idea. Después expuso las principales motivaciones del proyecto. Por un lado propulsar el federalismo y por el otro activar el territorio patagónico.

Y también repitió ese hermosa frase que ya había formulado para impulsar la idea: “Hay que crecer hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío”.

Raúl Alfonsín durante su discurso
Raúl Alfonsín durante su discurso en Viedma

El del traslado de la capital a VIedma fue el intento de Alfonsín para terminar con el centralismo, con la dependencia del país de Buenos Aires. Fue una propuesta realmente federal. Buscaba sacar del centro a la Capital y a Buenos Aires, para conseguir modelar un país más equilibrado, más centrado.

Además de la desburocratización y la descentralización, el proyecto impulsaba una zona poco explotada del país como la Patagonia. Tendría un importante efecto demográfico, económico y político. El poder político se alejaría de la zona en la que reinaba el poder político.

En medio de los anuncios, una de las preocupaciones del círculo cercano al presidente era determinar cómo se había filtrado la noticia. Omar Livigni, el corresponsal del diario en la Patagonia se enteró de la noticia a principios de abril. Alfonsín había viajado en secreto a Río Negro en varias ocasiones, alojándose en la casa del gobernador Álvarez Guerrero. La fuente de Livigni fue un funcionario rionegrino al que le gustaba el alcohol.

Juan Vital Sourrielle Bernardo Grinspun
Juan Vital Sourrielle Bernardo Grinspun y Raúl Alfonsín. El Plan Austral se resquebrajaba, las elecciones legislativas del 87 fueron un Waterloo para los radicales, los levantamientos militares se daban a repetición y a los empresarios no les pareció una gran idea la mudanza

Las encuestas previas no demostraban demasiado interés en la población por el tema. Sin embargo una vez anunciada, la medida recogió amplia consenso. El gobierno hizo ingresar el anteproyecto de ley por el Senado. Ahí obtuvo aprobación. En diputados la victoria fue aplastante. La oposición se mostró cautelosa. Álvaro Alsogaray fue un férreo opositor por entender que toda la operación era demasiado costosa. Los principales referentes peronistas con Antonio Cafiero a la cabeza sólo opinaron que tal vez no era el momento más adecuado para encarar semejante cambio aunque debieron reconocer que era necesario.

Miles de trabajadores se trasladaron a Viedma. Allí, supusieron, habría trabajo. Y quienes llegaran primero tendrían más posibilidades. Algunos inversionistas se apresuraron a comprar terrenos que en un tiempo, estaban seguros, valdrían diez veces más. Viedma se había convertido en la Meca.

El Papa Juan Pablo II visitó la ciudad en lo que se entendió como una bendición a la futura capital; mandatarios internacionales como José Sarney también viajaron hacia allí.

Rápidamente el gobierno impulsó la creación del Ente para la Construcción de la Nueva Capital (ENTECAP). El Ente diseñó planos y maquetas. Hubo estudios económicos, de impacto ecológico, demográficos y energéticos. Imaginó obras hidráulicas, edificios públicos, barrios enteros, hospitales, puentes, colegios, universidades y embajadas, todo bordeando el curso del Río Negro.

Una nueva ciudad soñada, para ser el centro de un nuevo país. La Brasilia argentina. Se estimó un costo de 2.300 millones de dólares. El plazo para la mudanza y para la concreción de las obras era de doce años. El nuevo siglo encontraría al país con su nueva capital.

Demasiado tiempo para un país inestable sin objetivos de mediano y largo plazo. En el que la inmediatez todo se lo devora. En una entrevista que se público póstumamente Alfonsín reconoció como el gran error de su gestión no haber concretado la mudanza a Viedma. Que ese hubiera sido el gesto definitivo para transformar el país.

Hábil declarante, eligió una frase contundente para expresarlo: "Me tendría que haber mudado aunque sea en carpa a Viedma. Eso hubiera cambiado todo".

Alfonsín repetía ese hermosa frase
Alfonsín repetía ese hermosa frase que ya había formulado para impulsar la idea: “Hay que crecer hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío”

El Plan Austral se resquebrajaba, las elecciones legislativas del 87 fueron un Waterloo para los radicales, los levantamientos militares se daban a repetición y a los empresarios no les pareció una gran idea la mudanza. Fernando González en su libro Crónicas de un país adolescente cuenta una charla del intendente de Viedma, Juan Cabalieri, con Amalita Fortabat en la que la empresaria le dice que ella no cree que el plan se termine concretando pero que, en caso de que así fuera, ella estaba dispuesta a aportar el cemento.

El ENTECAP siguió con sus estudios y planos. El trabajo era serio y detallado. Aunque también soportó denuncia de dispendios por el alquiler de sus oficinas o por la cantidad de personal contratado; vistos a la distancia ninguno de los gastos pareció ser excesivo teniendo en cuenta que se estaba diseñando una nueva ciudad.

Pero la inflación arrasó con las esperanzas. La situación económica y el colapso del país postergaron toda posibilidad de cambio. Luego la hiperinflación, las elecciones del 89 y la salida apresurada del poder de Alfonsín.

Carlos Menem nombró un nuevo funcionario a cargo del ENTECAP. Pero la ilusión de continuidad duró sólo un trimestre. En noviembre el Ente fue disuelto y la ilusión del cambio archivada. Sin embargo, la ley de traslado de la Capital siguió vigente durante muchísimos años y cada tanto alguien la desempolvó. En 2007, el diputado Héctor Recalde solicitó su derogación.

Casi tres décadas después de su anuncio, el 21 de mayo de 2014 quedó formalmente derogada con la sanción del Digesto Jurídico Argentino en el cual no estaba incluida. La derogación hizo honor a su historia; la ley fue dejada de lado por omisión, sólo por ser excluida del Digesto, sin una declaración formal. No se sabe si los legisladores olvidaron su existencia, si creyeron que ya estaba derogada o decidieron que su silencio era una declaración de principios, el final que el proyecto merecía.

El traslado de la capital a Viedma es uno más de nuestros fracasos recientes. Pero es uno sobre los que menos se ha reflexionado. Ha quedado en el olvido con velocidad. Fue, tal vez, el último gran proyecto nacional.

Su historia demuestra que el intento fue mucho más que una declaración oportunista, que tuvo mayores visos de realidad de lo que nuestro recuerdo permite recrear. Fue un desengaño, un fracaso del que todavía no se ha contado la historia definitiva.Es, también, la gran ucronía de nuestro pasado reciente. ¿Qué hubiera pasado si la capital se trasladaba a Viedma? Una pregunta cuya respuesta inquieta.

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