El día que Perón incitó a dar leña a los opositores: bombas, incendios y una inflación incontrolable

El 15 de abril de 1953 el presidente Juan Domingo Perón habló desde el balcón de la Casa Rosada. Su propósito era el de atacar a los comerciantes especuladores que, según él, provocaban inflación, pero el estallido de dos bombas en el medio del acto hizo que propusiera a la multitud “a dar leña” a los opositores

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El incendio de la sede
El incendio de la sede del Jockey Club provocó la pérdida de un valioso patrimonio cultural.

En la comisaría 2ª, los policías ametrallaban a preguntas al hombre rubio, que hablaba un español justo para hacerse entender, pero que sus respuestas no convencían. Lo apresaron cuando pretendió salir corriendo de la boca del subte de la Línea A abriéndose camino a los empujones y maldiciendo en inglés cuando estalló la segunda bomba en Plaza de Mayo. Sospecharon que podía ser un agente extranjero. Dijo llamarse Esteban Jacyna, un norteamericano que vivía en Brasil y que había sido contratado por el Gran Circo Norteamericano para domar elefantes, dato inverosímil que sin embargo fue corroborado al día siguiente. Fue el primero de una larga lista de detenidos por las dos bombas que hicieron estallar mientras Perón se dirigía a una multitud congregada en Plaza de Mayo.

El martes 14 de abril por la noche, los argentinos se enteraron por la radio que la CGT convocaba para el día siguiente a una concentración en Plaza de Mayo en apoyo a la política económica. El gobierno había lanzado una campaña contra el agio y la especulación y creía que con la clausura de almacenes y mercados frenaría el costo de vida, que en 1953 llegaría al 27,4%.

La ley 12983 de Represión de la Especulación, el Agio y los Precios Abusivos, terminaba criminalizando a los comerciantes que aumentaban los precios o que acaparaban mercadería. Las penas iban desde multas, clausuras, prisión y hasta deportación. En los noticieros que se emitían en los cines y las notas en los diarios se multiplicaron las imágenes de almacenes y mercaditos de barrio con la faja de clausura.

Con la aplicación de la
Con la aplicación de la ley contra el agio y la especulación, se sucedieron las clausuras de comercios.

El propio Perón les había advertido a los comerciantes que él mismo saldría a controlar los precios y que pondría a inspectores a recorrer los comercios. “Y si todavía eso no es suficiente, les voy a poner la tropa y a culatazos los voy a hacer cumplir”.

Abril no había comenzado bien para el gobierno. El 9 había aparecido suicidado de un tiro en la cabeza Juan Duarte, cuñado del presidente y su secretario privado. Al comentar el suicidio, la gente en la calle rumoreaba que “solo falta saber quién lo hizo”. A Duarte lo estaban investigando en el gobierno por supuestas maniobras en el mercado negro de la carne.

El dinero no alcanzaba. El gobierno había congelado los salarios por dos años y solo existían los aumentos por productividad.

El secretario general de la CGT, Eduardo Vuletich anunció un paro general para que todo el mundo pudiera asistir. De todas maneras, ya existía la costumbre de los punteros y delegados de tomar lista. Dirigiéndose a Perón, el líder gremial afirmó que “nosotros, los trabajadores, estamos para secundarlo, para obedecerle consciente y voluntariamente…”.

El presidente Juan D. Perón
El presidente Juan D. Perón cuando habló desde el balcón de la Casa Rosada la tarde del 15 de abril de 1953.

A las cinco de la tarde del día siguiente, el presidente salió al balcón de la Casa Rosada. Se cantó el Himno Nacional y la marcha peronista. Luego de Vuletich, fue el turno del primer mandatario. Apuntó a los comerciantes. “Hace pocos días dije al pueblo, desde esta misma casa, que era menester que nos pusiéramos a trabajar conscientemente para derribar las causas de la inquietud creada a raíz de la especulación, de la explotación del agio por los malos comerciantes. En esto, compañeros, ha habido siempre bajos mirajes producidos por los intereses”.

Iba a continuar con otra frase cuando todos se sorprendieron con el ruido de una explosión y una humareda. Había estallado una bomba en el bar del hotel Mayo de Hipólito Yrigoyen 420. Perón dijo: “Compañeros, estos, los mismos que hacen circular los rumores todos los días, parece que hoy se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba”.

Y ahí mismo, la segunda explosión, esta vez en la boca del subterráneo. El presidente dijo que no dejaría que se salieran con la suya por más bombas que arrojasen y prometió individualizar y castigar a los responsables. Y remató: “Creo que, según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”.

La gente, envalentonada, bramó: “¡Leña! ¡Leña!”. Perón redobló la apuesta: “Esto de dar la leña que ustedes me aconsejan, ¿por qué no empiezan ustedes a darla?”

“Señores, aunque parezca ingenuo que yo haga el último llamado a los opositores, para que en vez de poner bombas se pongan a trabajar en favor de la República, a pesar de las bombas, a pesar de los rumores, si algún día demuestran que sirven para algo, si algún día demuestran que pueden trabajar en algo útil para la República, les vamos a perdonar todas las hechas”, cerró el presidente.

Los atentados de Plaza de
Los atentados de Plaza de Mayo dejaron un saldo de 5 muertos, casi un centenar de heridos, y daños en la estación del Subte A.

Los atentados terroristas arrojaron un saldo de cinco muertos: Osvaldo Mouche, Salvador Manes, León Roumeaux, Mario Pérez y Santa D’Amico, y 93 heridos. También descubrieron un tercer explosivo que había sido colocado en la terraza del Banco Nación, pero que no llegó a estallar. Cerca de las 19 horas Perón se dirigió al Hospital Argerich a visitar a los heridos.

La respuesta no demoraría en llegar.

Incendios

Un grupo enfiló por avenida de Mayo a la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, en Rivadavia 2150. Al grito de “Judíos, váyanse a Moscú” ingresaron por una ventana, tiraron a la calle miles de libros de la biblioteca obrera “Juan B. Justo” e hicieron una fogata en la calle. Luego, con un camión rompieron la puerta de entrada, prendieron fuego al archivo del diario La Vanguardia y las llamas terminaron por incendiar todo el edificio.

Luego se dirigieron a la Casa Radical, en Tucumán 1660. Papeles, libros y muebles también ardieron en la calle y además hicieron fuego en la planta baja, pero que no afectó a los pisos superiores. Así mismo fueron presa de las llamas libros de la sede del Partido Demócrata Nacional, en Rodríguez Peña 525.

Frente de la Casa del
Frente de la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, en Rivadavia al 2100. Con el tiempo hubo que demoler el edificio.

Ya bien entrada la noche enfilaron a la sede del Jockey Club, en Florida 559. Mientras los socios escaparon por donde pudieron, los agresores incendiaron el edificio, perdiéndose una valiosa pinacoteca, que incluía dos obras de Francisco de Goya, y fueron presa de las llamas unos seis mil libros. El presidente de la entidad llamó infructuosamente a la policía y a los bomberos. A la mañana, el edificio se derrumbó.

Al día siguiente, el diario oficialista Democracia se refirió a “las llamas purificadoras”.

Los operativos policiales para dar con los responsables de la colocación de los dos artefactos explosivos ocuparon las siguientes semanas. Cayeron radicales, socialistas, opositores, todos sospechosos de llevar adelante alguna actividad contra el gobierno, pero sin pruebas concretas del atentado.

El 12 de mayo fueron detenidos Roque Carranza y Carlos González Dogliotti como los autores materiales del hecho, acusados de estar en combinación con Jorge Firmat y Federico Gotlling. Carranza, un ingeniero industrial recibido en la UBA, dijo que siempre buscaban a los ingenieros, a los que consideraban más idóneos en la fabricación casera de explosivos. Pero se defendió explicando que se trataban de bombas de humo o de estruendo. Esa explicación no lo salvó de terminar en una celda en la Penitenciaría de Las Heras hasta junio de 1955 cuando fue sobreseído provisionalmente.

De nuevo en la plaza el 1 de mayo por el Día del Trabajo, Perón echó más leña al fuego: “Yo les pido, compañeros, que no quemen más, no hagan más de esas cosas, porque cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar”.

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