Primero tuvo que perdonar a su hermana mayor, que en los 70 optó por la lucha armada y a la que ningún esfuerzo de su familia -muy católica- pudo disuadir; peor aún, ella logró reclutar a sus dos hermanos más pequeños, adolescentes. La familia quedó diezmada. Pero Cristina Cacabelos eligió perdonar: “Eso me hizo sentir muy libre, muy en paz y muy serena”.
Ese perdón se hizo luego extensivo a los militares que secuestraron y desaparecieron a sus dos hermanos menores, José, de 18, y Cecilia, de 16. Esperanza Cacabelos, su hermana mayor, murió en un enfrentamiento.
En la Navidad del 2020, Cristina Cacabelos firmó, junto a Gabriel Francisco Enrique D’Amico, Vicente Espeche Gil, Ignacio José de Lafuente, Guadalupe Morad, Julio Ojea Quintana y Gerardo Semenzato, un documento titulado: “Carta Abierta a nuestros hermanas y hermanos argentinos”. El grupo comenzó a reunirse en marzo de 2016 “en la convicción de que la sociedad argentina padece todavía los dolores acumulados por sucesivas heridas históricas que no terminan de sanar”.
En el texto se alude a “la razonable posibilidad de que pudieran obtenerse informaciones sobre el destino dado a los restos” de algunas víctimas y “sobre la identidad de niños apropiados durante el cautiverio de sus madres”. “Otros países que también sufrieron la crueldad de luchas internas supieron crear instituciones que les permitieran blanquear las informaciones y lograr una interpretación veraz de realidades pasadas, e ir sanando sus heridas, creando condiciones superadoras de sus errores históricos”, dice la Carta.
Esa es la misión que Cristina encarna desde hace más de diez años, la de emprender un camino de diálogo y escucha que “nos permita reconstruir la fraternidad entre los argentinos, volver a reconocernos como hermanos”, como lo define en esta descarnada charla con Infobae.
Este viernes, a las 14 hs, participará de una nueva mesa de diálogo sobre la violencia de los años 70 -”Una mirada superadora de la disyuntiva histórica”- junto al ex ministro de Defensa Horacio Jaunarena, patrocinada por la Fundación Arché.
La iniciativa de esta carta abierta y el trabajo de filigrana, persona a persona, que viene desarrollando Cacabelos demuestran que existen argentinos que no comulgan con el sectarismo de muchos grupos de derechos humanos que han pasado del reclamo de verdad y justicia a la reivindicación acrítica de la violencia de un sector, en otras palabras, a la defensa de quienes no depusieron las armas en democracia y contribuyeron así al derrocamiento del gobierno constitucional.
— Cristina, venís de una familia que ha perdido a tres de sus miembros por la violencia de los 70. Una hermana murió en un enfrentamiento y otros dos hermanos están desaparecidos, y sin embargo mantenés diálogo con algunos represores presos. ¿Cómo y por qué llegaste a eso?
— A esa situación llegué pasando por una etapa primaria que fue haber perdonado a quien en realidad comenzó la destrucción de la familia cuando tomó las armas, mi hermana mayor, Esperanza. Ella ya estaba armada, después conoce a (su marido) un militante de la Juventud Peronista de izquierda, montonera, y ellos estaban armados. Al ver que ella mutaba su ideología y se ponía cada vez más consistente, papá intentó por todos los medios hacerla razonar, hacerle ver que se estaba dejando llevar por una ideología que no tenía bases sustentables. Somos una familia católica. Mamá rezaba, y guardaba silencio. Yo también intenté hablar con ella más de una vez, sobre todo cuando observé que además empezaba a involucrar a los dos más chicos.
— Ustedes eran cinco hermanos.
— Cinco hermanos. Quedamos dos nada más.
— Las dos del medio.
— Exactamente, yo y mi hermana Ana María que es la que me sigue. Entonces, lo primero que yo me pregunté a mí misma fue ¿qué siento por mi hermana?, viendo lo que está haciendo en casa, que está poniendo una bomba que va a implosionar y destruir como efectivamente pasó. Y descubrí que no tenía odio ni rencor, que la estaba perdonando. De hecho, se lo dije: yo te perdono y además te respeto, vos sos mayor de edad y tenés la libertad de elegir la forma de pensar y de vivir. Solamente le decía “por favor dejá a los más chiquitos”.
— Que en ese momento tenían... ¿qué edad?
— Ellos deben haber empezado alrededor de los 13, 14 años. Los chicos nunca estuvieron armados, nunca participaron de la lucha armada. Estaban recién ingresando como adherentes. Y cuando los detuvieron tenían 18 y 16 años. Además de los diálogos con los militares presos, también hablo con ex guerrilleros. Ellos me contaron cómo funcionaban entonces las organizaciones. Son diálogos absolutamente abiertos y muy sinceros. La pedagogía del diálogo la he propuesto yo siempre que han querido hablar conmigo: tiene que ser libre, abierto y reservado, por lo menos en lo que a mí respecta, lo que me cuenten yo lo puedo repetir pero no voy a decir quién me lo dijo.
— Un primer paso, decías, fue perdonar a tu hermana...
— Sí, y ese perdón me hizo sentir muy libre, muy bien, interiormente muy bien, muy en paz y muy serena. Entonces, una vez que perdonás a alguien que está cerca tuyo, después, el perdón hacia los militares, y hacia todos los grupos guerrilleros, porque en realidad, no fue un enfrentamiento entre dos grupos solamente, guerrilleros y militares. La violencia de los 70 abarca muchos otros aspectos. Es decir, están los guerrilleros, están los militares, hubo incluso sectores de la Iglesia que incentivaron a los jóvenes católicos y bien formados a tomar las armas. El que más intervino en eso, en el caso de mi hermana mayor, fue el padre Pichi Meisegeier, ya fallecido, que tenía un grupo en la Escuela de Historia en El Salvador, donde ella estudiábamos las dos, ella Historia y yo Derecho. Pero también los militares contaban con el consentimiento de un sector del vicariato castrense. Y además, hubo sectores de la sociedad y de la política, con valores tal vez más personales que generosos, a los que también les interesaba que existiera la violencia. Hubo un solo demonio: la violencia. Por eso cuando me preguntan ¿quién destrozó a tu familia?... bueno, todos estos grupos participaron. Entonces el perdón se extendió automáticamente a todos.
— Señalás bien que hubo responsabilidades mucho más generalizadas de lo que se cuenta.
— Sí, y si adoptás esa actitud, ahí es donde te encontrás con que si vos dialogas bien, si das mucho de vos y tenés mucho poder de escucha... se puede avanzar en el sentido de lo que decimos en la Carta Abierta. Porque el diálogo fundamentalmente es despojarnos de nosotros mismos, perdonarnos. Porque yo muchas veces me dije ¿qué cosas hice mal para que esto sucediera? ¿Qué es lo que no hice pudiendo haberlo hecho? Es una introspección muy profunda que hay que hacer porque esto no es gratuito. Uno también comete errores y se equivoca.
— ¿Cuándo empezaron estos diálogos?
— Hace más de diez años, sería por 2010, mi director espiritual me dice: Mirá, vos has recibido un don muy importante y me parece que tenés que compartir ese don con los demás. Le digo ¿a qué se refiere? A emprender una nueva misión en la Iglesia. Este año cumplo 54 años de servicio apostólico y pastoral para la Iglesia. Siempre que me necesitaban yo estaba. Ser misionero es servir. Le dije “bueno, déjeme ver cómo puedo empezar”. Yo tengo una fe muy profunda en el Espíritu Santo, sostengo que el Espíritu Santo me pone delante estas cosas. La primera persona con la que me contactaron fue el doctor Horacio Jaunarena, con quien conversamos muchísimo y estamos en la misma línea. Y un día me llama una señora y me dice “Cristina, el padre Fulano de tal me dio tu número, necesito hablar con vos lo antes posible”. Como mi esposo y yo habíamos tenido unos cuantos años como misión asistir a familias en riesgo, matrimonios que andaban mal, pensé que se trataba de eso. Pero cuando nos encontramos me cuenta que viene a hablar conmigo porque tenía a su marido preso desde hacía unos siete años. ¿Dónde está preso?, le pregunto. Y me dice que era militar y estaba con los de lesa humanidad.
— ¿Y cuál fue tu reacción?
— Imaginate el impacto interior que me causó. Digamos que para la gente yo tendría que estar en otra vereda. Pero yo nunca estuve en ninguna vereda, siempre caminé por el centro. Empezamos a dialogar bastante seguido y en un momento dado me dice “mi marido quiere conocerte”. Le digo “pero yo no puedo ir a la cárcel, no soy familiar”. Me dice que sí, que había que sacar una tarjeta (autorización de visita). Bueno, llegué a tener como seis o siete tarjetas.
— ¿De distintos penales?
— De Marcos Paz. Estaban todos en Marcos Paz en ese entonces. Un día la acompañé. No puedo olvidarme de aquel primer contacto porque ese hombre tenía la necesidad de desnudar toda su vida. Yo simplemente escuchaba y alguna pregunta le hice. Pero él quedó muy bien. Le conté en detalle la situación de mi familia y le dije que fui a visitarlo porque no guardo odio por nadie. Los he perdonado y para mí el perdón es lo único que vale y me siento muy en paz y muy libre. En verdad yo pensé que era el único que iba a hablar conmigo. Me dije, pobre hombre, vamos a cumplir con lo que dice Jesús en el Evangelio -”estuve preso y me visitaste”-, iré para Semana Santa, Navidad, cumpliré con el precepto. Pero a la semana siguiente me llama y me dice “Fulanito de Tal, que está también aquí, pidió hablar con vos”.
— ¿Qué creés que buscaban ellos en esa conversación?
— Creo que ellos en mí vieron... yo les digo “apareció la marciana”. Se encontraron con una persona que nunca habían tenido delante, que les hablaba con la tranquilidad y la serenidad con la que estoy hablando en este momento. Íbamos en el momento del almuerzo, así que venían al comedor, yo miraba todos los que estaban y se reunían muchos para dialogar. Ellos se sorprendieron frente a una persona que les estaba diciendo en la cara que los estaba perdonando y que estaba dispuesta a dialogar. Jamás pregunté nada. La pedagogía del diálogo que apliqué fue que, si veía que se iban por las ramas, yo hacía una afirmación, no una pregunta, una afirmación. En una afirmación vos me podrás decir estoy de acuerdo, fenómeno; pero si me decís “no estoy de acuerdo”, vas a defender tu posición. Ahí es donde realmente se empezaba a profundizar lo que ellos piensan, lo que sienten, y yo podía ir respondiéndoles desde el lugar que me dieron. Desde ese momento y hasta que empezó la pandemia iba todos los meses.
— Hace unos años un sobreviviente del centro clandestino de detención Mansión Seré, Claudio Tamburrini, dijo que no entendía por qué los organismos de derechos humanos y los familiares no les ofrecían a los represores algún beneficio o reducción de pena a cambio de la información que tuvieran sobre el destino de los desaparecidos. Y de los niños robados. Tamburrini decía que debían plantearse si les interesaba más la verdad o un posicionamiento político. Porque a Alfredo Scilingo, que fue el primero en dar detalles de los vuelos de la muerte, lo condenaron a más de mil años de cárcel, como para que nadie más abra la boca. Y de hecho así fue.
— Hubo un intento fallido de implementar aquí lo que se hizo en Sudáfrica. Soy renuente a tratar de trasplantar experiencias. Por empezar la sociedad sudafricana es tribal. En cada pueblo, si uno ofendía a otro, se reunía una especie de tribunal, se presentaban el ofensor y el ofendido y el ofensor tenía que pedir perdón y el otro tenía que perdonar y hacer un gesto de perdón. Esto se intentó acá con los llamados juicios por la verdad que duraron poco. ¿Y por qué? Porque los que se presentaron y dijeron lo que sabían fueron encarcelados y enjuiciados. Entonces, cuando les hablo de eso, me dicen “pero si nosotros lo intentamos y terminamos acá”. Hay gente de más de 80 años que se está muriendo sin la debida atención médica. Yo me pregunto, ¿están en la cárcel para cumplir una pena o como venganza? La venganza no es una palabra con la que yo cuente.
— Es que últimamente se agudizó un relato unilateral. Es verdad que no es lo mismo tener los recursos del Estado que ser un grupo armado insurgente. Pero eso no significa que los grupos guerrilleros no hayan cometido atrocidades…
— Yo tuve una experiencia muy interesante que fue haber podido contactarme con Héctor Leis, que fue montonero. Él escribió un libro que se llama Testamento de los 70. Me sorprendió porque él dice que no hubo un Estado represor, sino un Estado que repelió una agresión. Que sí es cierto que hay que diferenciar el poderío bélico, pero que no era tan diferente. Habla por ejemplo del tipo de armamento que los Montoneros recibían de Cuba. ¿Qué hacían los guerrilleros, ERP, Montoneros, FAR, FAP, etc? Por ejemplo, poner una bomba en la confitería El Ibérico de la avenida Córdoba [julio de 1975]. No había ningún militar. Ningún miembro del gobierno. Era toda gente común… Yo iba muchas veces iba a tomar café con mis compañeras de la Facultad. Murieron más de veinte personas. Siempre recuerdo al mozo. Un hombre que se rompía el alma trabajando todo el día ahí para alimentar a su familia. Y él cayó. Nadie habla de él. ¿Eso qué es? Un típico acto de terrorismo. El terrorismo busca crear terror en la sociedad que no está en ninguna de las dos posturas, para que nosotros nos corramos y ellos puedan pasar. Esto solamente se va a solucionar con un diálogo sincero y abierto.
— Hay ejemplos de cómo lo resolvieron otros países. Pero en Argentina no se termina de cerrar nunca. Hemos probado diferentes cosas, desde el juicio a algunos pocos, después los indultos, etcétera, pero luego se abrió todo como si no hubiera pasado nada.
— Después llegó un grupo que se apoderó de los derechos humanos como bandera propia, los despojó de los principios universales, los derechos humanos son universales o no son derechos humanos. Los hicieron bandera y con esa bandera al día de hoy están persiguiendo gente.
— ¿Cuál es la actitud de estos militares presos? ¿Qué plantean respecto de lo que pasó?
— Tendría que darte varias respuestas. Están los sectores más rigurosamente seguidores de la obediencia debida. Vale aclarar que los guerrilleros y los militares tenían la misma edad. Es una generación que se batió a duelo. ¿Qué edad tenía un teniente o un subteniente en ese momento? Hablando con los altos mandos yo les decía que tienen un problema en la formación de los futuros oficiales y es que se saltean un capítulo del Código de Justicia Militar: el militar por ser militar no renuncia a la objeción de conciencia. El joven egresa de los institutos de formación sin conocer ese derecho que tiene. Ahora, en la ESMA, y esto me lo contó una guerrillera que estuvo allí, las celdas daban a un pasillo por el cual pasaban los grupos de tareas con las órdenes que sus jefes les daban. Ella me contó que muchas veces se detenían en el pasillo a hablar entre ellos sobre cómo ejecutar una orden. Y muchas veces decían “esto yo no lo puedo cumplir”. Textuales palabras. Nadie lo quiere cumplir. En más de una ocasión decían “che, ¿cuánto tiempo nos puede tomar este procedimiento?” Entonces calculaban el tiempo, salían, iban, venían, y cuando volvían decían “mire señor, no encontramos nada…” Es decir, hubo dentro de las Fuerzas Armadas personas que de algún modo ejercieron la objeción de conciencia. Otros, y conozco algunos casos porque están detenidos, directamente al jefe le decían “yo no me presto a ese operativo y a ese accionar” y los separaban momentáneamente del grupo, los ponían en una oficina y después con el tiempo volvían. Pero ese jefe ya nunca le iba a pedir actos de esa naturaleza…
— Ahora bien, cumplir una orden de allanamiento y apresar gente es una cosa. Torturar es otra. ¿De eso hablan?
— Sí. Sí. Y en algunos casos ellos mismos me mandaron a hablar con guerrilleros que fueron torturados. Tenés que hablar con Fulano de Tal me dijeron un día. Yo he hablado con ese hombre, que fue apresado en Paso de los Libres, por el Ejército. Y fue pasando de jurisdicción en jurisdicción. Vio morir a un chico joven que no pudo superar la tortura. Pero fijate lo que me dice: “Cuando me dejaron libre yo fui a ver los jefes que me tuvieron preso”. Y dialogó con ellos y llegó a formar un grupo del cual surgió un trabajo muy interesante. O sea que de ambos lados hay personas con las cuales estamos en condiciones de empezar a ovillar un nuevo ovillo que atraiga a otros. A principios de año, le digo a este muchacho: “Te necesito para la primera mesa de diálogo que estoy armando, ¿te animás?” Y él -está en mi YouTube, publicado, por eso lo digo- dijo: “En un momento yo tomé las armas porque quise, pido perdón por eso. No voy a decir si las usé o no las usé. Pero pido perdón por lo que hicieron todos los que participaron de la organización en la cual yo estaba”. Él asumió la responsabilidad de todos los Montoneros. Yo eso no lo había escuchado nunca. También debo decir con justicia que los jefes de Estado Mayor de todas las Fuerzas Armadas hasta que subió este gobierno han tenido diálogo permanente conmigo y yo les hice una propuesta de diálogo ampliado que aceptaron y estuvimos trabajando mancomunadamente durante más de un año. Hasta me han prestado infraestructura para las mesas de diálogo con distintos estamentos que hicimos hace dos años.
— Qué te gustaría lograr con todo esto?
— Me gustaría que no quede como la experiencia de una sola familia. Me presto a que me entrevisten sobre esto para que quede ahí. Mi idea de seguir prestando este servicio es porque esto tiene que trascender hacia un camino superador. Vos dijiste muy bien: esto no se cerró. Para mí el año 70 es una llaga que quedó abierta que sigue manando pus y el pus es como el agua que se va filtrando entre todos los sectores de la sociedad. Todas las grietas de las cuales bien hablan hoy vienen de aquella primera grieta, que no supimos cerrar como cerraron todos nuestros vecinos. No nos vayamos a Sudáfrica, miremos a nuestros vecinos. Lo que estoy buscando con los diálogos, y por eso los amplío cada vez más, es encontrar entre todos un camino que nos permita transitar hacia la posibilidad de reconstruir la fraternidad entre los argentinos. Eso está totalmente quebrado. Volver a reconocernos como hermanos. El pensar distinto no nos hace enemigos, nos hace complementarios. Conozco un montón de gente atea o agnóstica, o que está en las antípodas de mi pensamiento, y yo siempre saco algo bueno, algo que me hace crecer a mí y podemos seguir conversando y transitando ese camino. Este es un camino superador, hasta ahora no se ha hecho nada en ese sentido y yo creo que es la única manera, dialogando. Porque dialogando siempre vas a encontrar una lucecita que te acerque y esa es la luz que te puede permitir caminar para que mis nietos no tengan que cargar con una mochila que no les pertenece.
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