En 2007 Diego Omar Suárez tenía 14 años cuando se dio cuenta que le gustaba bailar. En aquel momento apenas un gusto, algo que le hacía bien en los ratos libres, sentir el ritmo corriéndole por el cuerpo y moverse solo en su habitación. Entonces no lo sabía, pero su vida acababa de cambiar para siempre.
Unos años después, al final de un día que para él había empezado temprano yendo a clases y terminado tarde luego de su turno en el hipermercado de Salta capital en el que trabajaba, se puso a buscar videos de baile en YouTube: “Yo estaba en segundo año de la carrera de Recursos Humanos, ese día estaba en mi pieza cansado de estudiar, de trabajar, cuando veo un video de un chico bailando como robot y no me lo pude sacar de la cabeza. Inmediatamente me puse a imitarlo”.
Lo que vio Diego fue a un chico que hacía popping, un baile callejero surgido en 1970 en California y que consiste en contraer los músculos del cuerpo creando un efecto “robótico”, al ritmo de una canción. Mucho más físico que su versión más conocida, el llamado “baile del robot”. Para el que lo ve, resulta hipnotizante.
Diego practicaba frente al espejo en sus ratos libres, se convirtió primero, dice, en “el payaso del trabajo”, una gracia que sus compañeros le pedían, de la que se asombraban y que los divertía, pero que además, nadie podía imitar. “Un sábado pasó que fui a un karaoke y en un momento de baile empiezo a hacer los pasos y la gente empezó a aplaudirme, ahí fue cuando me di cuenta de que había algo, de que gustaba eso que hacía”.
Un chico que baila en la calle
El mismo día que obtuvo su título en la carrera de Recursos Humanos, Diego renunció al hipermercado donde trabajaba y cargó un parlante hasta la peatonal de la capital salteña, dispuesto a ver qué pasaba.
“Tenía miedo de quedarme bailando solo, pero se juntó gente e hice una buena gorra, lo que junté era más o menos lo que ganaba en un día de trabajo en el hipermercado. Eso me tranquilizó porque mi mamá me había dicho ‘vos acá me traes plata a la casa’. Ella es maestra, somos cinco hermanos y teníamos que ayudar”.
Desde ese momento Diego empezó a hacer hasta siete shows por día, de lunes a sábado, para que eso que a él le gustaba hacer, además le permitiera vivir. Cuando terminaba, a veces de madrugada, se quedaba frente a su reflejo en las vidrieras, practicando.
“Un día que había bailado mucho tiempo y hecho una gorra grande, volví a casa y le pedí a mi mamá que contara la plata. Era bastante, en ese momento ella entendió que había chances de vivir de esto, pero claro, no le gustaba que trabajara en la calle”, recuerda.
Diego también aprendió gajes del oficio del artista callejero, por ejemplo, que en los primeros minutos de baile necesitaba juntar una buena cantidad de gente porque de lo contrario la policía no iba a tardar en sacarlo. Varias veces fue el público el que obligó a los agentes a dejarlo actuar, era clave para eso llamar la atención.
El traje que lo cambió todo
-Siempre tuve la idea de que si bailo como robot tengo que parecer un robot, entonces apareció la idea de las luces.
No fue fácil. Durante un mes juntó todo lo que ganaba, guardó cada peso que le dejaban en la gorra, para juntar la cantidad que le habían pedido en Salta por un traje luminoso. Pero lo estafaron, él les dio la plata y desaparecieron.
-Fui con otra persona y le pedí que aunque sea me hiciera el sombrero. Cuando me lo puse la primera vez escuché la reacción de la gente ‘woaaahhh’ y dije, ‘tengo que hacer el traje entero’.
Por internet se contactó con alguien en Buenos Aires que le cobraba tres veces más de lo que a él acababan de robarle en Salta, pero que le dijo que podía hacer lo que él le pedía. Diego estaba decidido y se arriesgó, pero tampoco ahora las cosas salieron bien: “Me mandó un traje, pero a la semana se rompió. Las costuras se abrieron y no estaba hecho para lo que yo hacía, moverme, arrastrarme, se destrozó totalmente. Las piernas eran tablas rectas, no me dejaban mover y a nadie le gustaba”.
Entonces Diego volvió a ese lugar en el que había empezado todo: su computadora. A través de tutoriales de YouTube aprendió a usar una pistola led y empezó a confeccionar él mismo el traje que había imaginado para su personaje. Algunos meses más tarde, después de pruebas y errores, había nacido: Michelo.
Michelo, un robot luminoso que revolucionó la calle y TikTok
Cuando en 2014 Diego empezaba a pensar en un traje, TikTok ni siquiera existía. La red social del momento, la de mayor crecimiento durante el 2020, es la versión “para el resto del mundo” de la aplicación china Douyin.
El traje de Michelo, de cuero negro con luces led que van cambiando de color, su sombrero de ala, sus lentes de contacto especiales y la luz que sale dentro de su boca, fueron creación de Diego, que tuvo que convertirse en un ingeniero autodidacta.
El éxito de Michelo fue instantáneo. Llenaba las veredas en los shows y la policía tenía que intervenir para que el público no bajara a la calle y complicara el tránsito.
Con lo que ganó en esos primeros meses pudo comprarse una cámara Nikon D-5300, para registrar en video lo que hacía. Abrió entonces un canal de YouTube al que subió más de 200 videos, pero las visualizaciones no pasaban de las 80 o las 90. Otra vez las cosas no salían como esperaba.
-Después probé con Instagram, hasta pagaba publicidad para que se viera lo que yo hacía, pero no funcionaba tampoco. Cuando descubrí TikTok, el año pasado, subí algo con el traje, ya sin esperar nada y en un día tuve 20 mil visitas.
En ese momento decidió hacer “un último intento”, dice, y esta vez funcionó. Michelo y TikTok se cruzaron en el momento justo: “Un día me levanto y me estaban siguiendo 20 mil personas, después fueron 40 mil, 60 mil y empezó a subir como espuma”.
Michelo2.0, el usuario de este robot salteño, tiene hoy casi 8 millones de seguidores. Está entre las 600 cuentas más seguidas de la red social a nivel mundial y el objetivo de Diego ahora es poder estar entre las 100 primeras. Es el argentino con más seguidores en TikTok.
TikTok llevó el personaje a una nueva dimensión. La gente empezó a seguirlo por la ciudad, a buscarlo, para sacarse una foto o hacer un video. Muchas veces es tanta la gente que se junta a su alrededor que no lo dejan grabar los contenidos que hoy son los que le permiten vivir de lo que hace.
-Mi personaje es famoso sobre todo afuera de Argentina. Me escriben de páginas famosas de otros países, con 20 millones de seguidores, para saber si pueden mostrar mis videos, me ve gente de Indonesia, de Arabia. Los que más me siguen y me apoyan son de Estados Unidos, gracias a ellos puedo solventar todos los gastos que tengo.
A través de las transmisiones “en vivo” que se hacen a través de Tik Tok, los usuarios que se conectan, su audiencia virtual, puede enviarle “monedas”, “créditos”, que se traducen como “la plata de TikTok”, pero que puede canjearse por dinero real.
Desde el momento en que el número de “monedas de TikTok” superó lo que Diego puede ganar en un día bailando varias horas en la calle como Michelo, las transmisiones en vivo se convirtieron en su trabajo principal.
-Ya no hago más la gorra, pero hago 15 o 20 videos por día, invierto muchas horas. Hay gente que ni siquiera sabe que soy argentino, muchos cuando me vieron con la catedral de fondo se sorprendieron. Yo no le hablo al país o a Salta, yo le hablo al mundo, pero desde acá. Me gusta mostrar que estoy acá, en mi ciudad, en mi tierra.
El éxito en la plataforma trajo también pedidos para promocionar aplicaciones, lugares, hacer apariciones, lo que poco a poco empezó a traducirse también en nuevos ingresos. Incluso por estos días negocia con un programa de televisión en Estados Unidos, que quiere llevarlo a grabar a Los Ángeles.
“Hay famosos que tienen menos seguidores que yo, pasa que es una red nueva y quizás ellos no suben videos todos los días, para mí esto es un trabajo”, explica el salteño de 29 años, que piensa y repiensa cada paso que dará su robot.
-Quieren que vaya a grabar a Los Ángeles y yo lo primero que pienso es que no quiero descuidar mi red social, el boom que estoy teniendo, que sigue creciendo y en el que estoy trabajando durísimo.
En paralelo, la red social sigue creciendo y cada vez son más los famosos los que intentan subirse a la ola, con contenidos detrás de los que cada vez hay estructuras más grandes. Miles de dólares invertidos en equipos de filmación, de edición, contra los que se vuelve difícil para los usuarios competir desde habitaciones adolescentes. Para Diego es “la creatividad”, desde donde él da pelea. “Soy consciente de que un día se puede terminar, entonces no voy a tener problema en volver a actuar en la calle, pero ahora aprovecho el momento”.
Fotos: Punky Fernández
SEGUIR LEYENDO: