Luis Bernardo Fondebrider tenía 19 años cuando cambió su vida. Corría 1984, Argentina era un país con la herida de la dictadura en carne viva y él, un joven de clase media de La Paternal, el hijo de un dentista y una farmacéutica que buscaba en la carrera de Antropología de la UBA un mundo que le diera una visión amplia (”no sesgada”, en sus palabras) de las cosas. Había pasado el tiempo más oscuro de los Falcon verdes durante la escuela secundaria y aquel post adolescente, con las primeras flores de la primavera alfonsinista estaba, en ese momento, a una distancia intergaláctica de imaginarse en lo que se convertiría.
Treinta y siete años más tarde, Fondebrider carga sobre sus hombros el peso del prestigio. Fundó junto a otros compañeros durante aquel mismo 1984 el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) sin imaginar que se convertirían en referentes de esa ciencia trascendental para resolver crímenes, en especial de lesa humanidad.
Desde hace dos décadas este hombre de 57 años es el director del EAAF, una organización elemental (junto con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, CONADI) para desentrañar el nudo de memoria, verdad y justicia de Argentina. Pero también, para resolver o ayudar a resolver otros casos clave en la historia mundial: desde el análisis de los restos del Che Guevara en Bolivia a la investigación de las muertes de los chilenos Pablo Neruda y Salvador Allende; de las víctimas de la masacre narco en México a la identificación de soldados argentinos enterrados como NN durante la Guerra de Malvinas en el cementerio de Darwin.
Pero ha llegado el momento de decir adiós para Fondebrider. Hace apenas un mes recibió un llamado desde Ginebra, Suiza. Más específicamente, de las autoridades de la Cruz Roja Internacional. En diciembre del año pasado, él se había postulado para ocupar el puesto vacante de la Dirección de la Unidad Forense. “Fue todo bastante rápido, se desenvolvió de esa manera. Comuniqué al EAAF que me estaba yendo, lo tomaron bien, con tristeza y satisfacción porque me voy a empezar otra tarea similar pero diferente y se fueron dando las cosas”, resume Luis Bernardo, un hombre que ostenta la sabiduría de las pocas palabras.
Fondebrider viajaba por trabajo casi siete meses de los 12 que conforman cada año. Pero esto será diferente. Una mudanza sin fecha de regreso a la capital de uno de los países más ordenados y centrales del planeta. “Voy a estar a cargo de la Unidad Forense, compuesta por unas 100 personas distribuidas en 40 países del mundo, que se encarga de complementar otras áreas de la Cruz Roja”, agrega el antropólogo.
Eso quiere decir: ocuparse de familiares de víctimas de crímenes políticos o desaparecidos, personas detenidas, muertos en catástrofes. La Unidad Forense que conducirá desde el mes próximo Fondebrider asesora, da capacitaciones, aconseja a los Estados, vela por la dignidad y el tratamiento digno de los cuerpos de esas personas. “Tiene una tarea extendida. Va a ser un puesto con mucho trabajo pero no tanto viaje”, agrega Fondebrider.
El director del EAAF (Doctor Honoris Causa de la UBA desde 2014) no establece un origen claro para su vocación por la antropología, pero ha llegado lejos. Sí recuerda dónde empezó verdaderamente todo. Fue cuando llegó al país el antropólogo forense Clyde Snow en 1984, referente de la Asociación Americana por el Avance de la Ciencia. Había sido convocado por Abuelas de Plaza de Mayo.
“Eramos un grupo de amigos que estudiábamos antropología, arqueología, medicina y con la llegada al país de una delegación de científicos de EEUU, Snow convoca al Colegio de Graduados para que lo apoyara en el primer caso de exhumación de víctima de la dictadura, y al no tener una respuesta muy clara decide a través de otro muchacho, colaborador de Abuelas, contactarnos. Nos encontramos con él, lo pensamos un día y así fue que lo acompañamos en la primera exhumación que se hizo en Argentina con forma más científica. Fue en 1984 y así comenzamos la tarea”, relata Luis.
Aquel caso, trabajado en un cementerio de la zona norte del Gran Buenos Aires, no dio resultado positivo: “No encontramos a la persona que estábamos buscando pero nos dimos cuenta que lo que estábamos estudiando era de utilidad para personas que buscaban a sus familiares desaparecidos. Terminamos tarde de trabajar con él y él se fue y a los seis meses regresó para otro caso, nos convocó nuevamente y de esa manera estuvimos casi dos años hasta que formamos el EAAF”.
A Fondebrider y sus compañeros se les ocurrió que había que generar un espacio para los familiares, porque no querían que las exhumaciones las hicieran los sepultureros, ni que estuvieran médicos forenses porque muchos de ellos estaban vinculados a la Policía Federal, y a los crímenes de la dictadura.
“Fue brindar un espacio independiente para los familiares. Nadie de los que formamos el Equipo pensamos en dedicarnos a esto. Fue la coyuntura del país, la política, la necesidad de los familiares, sus luchas, lo que nos fue llevando de a poco”, explica.
Fondebrider fue protagonista de uno de los casos más emblemáticos del trabajo con víctimas de la dictadura. Fue quien junto a dos compañeros le comunicó en 1989 al poeta Juan Gelman, en Nueva York, la identificación de los restos de su hijo Marcelo, secuestrado en agosto de 1976 y asesinado dos meses más tarde de un disparo en la nuca. El EAAF encontró el cuerpo adentro de un tambor de 200 litros relleno de cemento. Pudieron detectar que el tiro que le dieron por la espalda fue ejecutado a menos de un metro de distancia.
Desde 1984, el EAAF trabajó en 55 países y cuenta con oficinas -además de la sede central, en el predio de la ex ESMA- en México, Nueva York y Sudáfrica. Sus integrantes trabajaron para resolver los crímenes del apartheid en Sudáfrica, las masacres en Timor Oriental y en Kurdistan, las femicidios de Ciudad Juárez, México, y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en el mismo país. Su prestigio es tanto que en 2020 fueron serios candidatos al Nobel de la Paz.
“La candidatura nos generó sorpresa y agradecimiento a las instituciones que nos propusieron pero siempre siendo conscientes de que hay otra gente en Argentina, como Abuelas de Plaza de Mayo, que fueron la guía para todos nosotros en este trabajo. Lo tomamos con tranquilidad, pensando que si venía bien y si no, no pasa nada, que fue lo que pasó”, ríe Fondebrider.
En julio de 2017, Luis Bernardo pisó por primera y única vez el suelo argentino de las Islas Malvinas. Estuvo allí dos meses junto a un equipo de dos argentinos, otro de tres ingleses y personal de la Cruz Roja, con la idea de extraer muestras genéticas de los soldados argentinos enterrados en Darwin como NN.
El EAAF trabajó sin descanso durante todo el invierno para comparar las muestras extraídas con la información aportada por las familias. Lo hicieron en 121 sepulturas que tenían la placa Soldado argentino solo conocido por Dios. Los cuerpos se analizaron desde el punto de vista multidisciplinario -genética, medicina, odontología y antropología-, se tomaron muestras y se volvieron a enterrar en cada sepultura. Al mismo tiempo, en el laboratorio del EAAF en Córdoba, se compararon las muestras aportadas por las 107 familias junto con las muestras que tomaron de los cuerpos. En la primera tanda identificaron a 90 soldados.
“El balance de Malvinas es muy positivo”, considera Fondebrider. Y agrega: “En primer lugar porque 115 familiares hoy saben dónde está su ser querido, es una deuda histórica del Estado argentino. Faltan siete cuerpos y ahora va a comenzar una segunda etapa por una sepultura específica. Es un modelo de diplomacia internacional entre Argentina, Inglaterra y Cruz Roja donde dos naciones pudieron sentarse y dialogar y llevar adelante un trabajo muy sensible. Como en todo emprendimiento no es mérito de una sola persona. Hubo mucha gente trabajando para que esto saliera bien, somos solo una parte, (la periodista de Infobae) Gaby Cociffi, el ex combatiente Julio Aro, el coronel Geoffrey Cardozo, los embajadores, mucha gente trabajó para que esto fuera posible y va a quedar como un modelo de trabajo”.
Fondebrider evoca poco de aquellos duros días en Malvinas. “Me pareció un lugar desolado, aislado, nadie quisiera vivir en Malvinas, es muy difícil vivir ahí por lo áspero del clima. Y más allá de la emoción de llegar al cementerio y verlo tan solo, después fue todo trabajo y no teníamos tiempo para pensar en otras cosas, fue una experiencia interesante y deja algo”, comenta, casi como evadiendo la emoción.
Después de 37 años llegó la hora para Luis Bernardo de dejar su primer y único trabajo de su vida. “Me dio la posibilidad de conocer otras realidades del mundo, otras culturas, otros hechos, religiones y de saber que el drama de la desaparición no es un drama solo argentino. También la posibilidad de conocer a miles de familiares del mundo que buscan lo mismo, saber qué pasó con su familiar querido y pedir justicia. En lo personal me hizo crecer y ser la persona que soy hoy”, reflexiona.
El 9 de mayo viajará de Ezeiza a Ginebra. Dejará atrás una historia de humanidad conmovedora. Se va con él a Suiza la figura de un hombre que desempañó parte de la historia reciente del país. “Es un momento agridulce, la partida de mi país, de mis amigos, de mi trabajo, pero también es la esperanza y el optimismo de empezar una nueva etapa de trabajo, en un lugar nuevo, muy prestigioso, con muchos desafíos. Estoy muy contento de que voy a poder aplicar todo lo que aprendí. Hice todo lo que podía hacer, haber compartido momentos inolvidables. Es un hasta siempre”.
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