El 25 de febrero de 2021, Nayla Zensich llegó a su casa de madrugada, justo cuando sus padres (Daniel y Solange) se estaban levantando para ir a hacerse un chequeo médico. Como nunca antes, ese jueves de verano, la joven de 21 años se ofreció a acompañarlos. Camino al Hospital Naval, Nayla bajó en la casa de su hermana mayor, en el barrio porteño de Mataderos, donde se quedó junto a sus sobrinos hasta que sus padres la pasaron a buscar una vez que finalizaron sus estudios clínicos.
“Subo al auto, me siento atrás, en el medio, me pongo el cinturón de seguridad, pero lo aflojo un poco y me acuesto. Quince cuadras después, dormía profundamente. De pronto me desperté con la sensación de que nos había chocado un tren”, recapitula Nayla. Lo que siguió fue una secuencia en cámara lenta acompañada por el sonido agudo de un “Piiiiiii”, que la aturdió.
“La vi a mi mamá que se golpeó la cabeza contra el vidrio y a mi papá, duro. Todo pasó en un segundo, pero me acuerdo de cada detalle. Nunca perdí el conocimiento”, explica Nayla y continúa con el relato. “Lo que pasó fue que estábamos cruzando la calle en una esquina donde no había semáforo y un colectivo nos chocó detrás de la rueda trasera, casi en el baúl, justo del lado en el que tenía apoyada la cabeza”, describe la joven, acerca del accidente automovilístico que marcó un antes y un después.
Nayla Zensich nació en Ezeiza, donde vive con sus padres y su hermano menor Guillermo, de 18. Hasta el 25 de febrero pasado, tenía una vida “activa”. Así la describe ella. Además de ir a la Facultad, donde cursa el tercer año de la carrera Nutrición, hacía ejercicio todos los días. “También, me gustaba sacar a pasear a mi perra, juntarme con mis amigas y salir a andar en rollers”, dice.
“PAPÁ, NO ME PUEDO MOVER”
“Nayla, ¿vos estás bien?”, le preguntó su papá. Ella le contestó que ‘Sí', pero hasta ese momento no se había movido. Cuando intentó hacerlo, dice, se dio cuenta de que no podía. “Mi cabeza mandaba la orden y mi cuerpo no respondía. Ahí me empecé a desesperar”, dice.
A pesar de los pedidos de Nayla para que la movieran de lugar (“Creía que si me cambiaban de postura el cuerpo iba a dejar de ‘pincharme’”), sus padres prefirieron no tocarla y llamaron al SAME. Aunque para ella la espera se hizo eterna, en quince minutos ya la estaban subiendo a una tabla inmovilizadora y colocándole un cuello ortopédico.
Del trayecto hacia el Hospital Piñero, donde la llevaron primero, Nayla recuerda el ida y vuelta con el médico que le iba examinando las piernas. “Por ejemplo, me tocaba el cuadricep derecho y me preguntaba si podía sentirlo. Me tocaba la rodilla y lo mismo. Ahí me di cuenta de que la sensibilidad la conservaba. El tema es que no podía moverme y había perdido la temperatura: del ombligo hasta la punta de los pies no siento ni frío ni calor”, cuenta la joven.
DEL DIAGNÓSTICO DEMOLEDOR A UN “MILAGRO”
Luego de varios estudios recibió el diagnóstico: una cuadriplejia ocasionada por la ruptura en una vértebra y una lesión medular.
“Los primeros tres días estuve en terapia intensiva sin moverme. Pensé que iba a quedar así para siempre, que no iba a volver a caminar”, apunta. Aunque habla con la voz firme y no escatima sonrisas, Nayla admite que tuvo varias crisis. “Al principio lloraba a cada rato. Cuando logré un poco de movilidad en las manos me pegaba en las piernas para moverlas, pero no podía. Creo que ese fue uno de los momentos en los que toqué fondo”, repasa.
Después de una segunda operación, sin embargo, comenzó a vislumbrar una luz al fondo del túnel. Fue luego de que los médicos del Hospital Naval le dijeran que, por su edad, tenía posibilidades de volver a caminar y mover los brazos, si hacía una buena rehabilitación.
Le recomendaron el Instituto FLENI. Pero cuando sus padres empezaron a averiguar, la obra social no lo tenía en cartilla. Pagarlo de forma privada costaba poco más de tres millones de pesos. Una cifra imposible para una familia de clase media, como los Zensich.
En esta parte de la historia cobra protagonismo Guillermo, el hermano menor de Nayla, a quien se le ocurrió hacer una “movida” en redes sociales.
“No sé de dónde sacó la idea, pero ofreció vender su riñón a cambio de dinero para pagar mi tratamiento. Publicó un video y una foto en Instagram, el caso se viralizó y la gente se solidarizó. Fue una locura: la primera noche ya habíamos juntado dos millones y medio de pesos”, cuenta Nayla y destaca el gesto de Coscu, un reconocido streamer argentino que realizó un vivo de cuatro horas, a beneficio, para ayudarla.
PEQUEÑOS GRANDES AVANCES
Con el dinero recaudado, el 22 de marzo, Nayla fue trasladada al FLENI, desde donde conversa con Infobae, acompañada por su papá. A partir de ese día su rehabilitación avanza sin prisa pero sin pausa.
“La idea es empezar a ganar fuerza y ganarle a la presión porque, al no tener movilidad, cuando me paran, se me baja la presión, me desplomo. Entonces lo que trabajamos en kinesiología es pararme, sentarme, pararme, sentarme. Para que la presión se vaya estabilizando”, explica Nayla que, a diario, comparte sus progresos en Instagram.
El apoyo incondicional de su familia y de su novio Matías, que se turnan para hacerle compañía (N. de la R. por protocolo solo puede estar acompañada por una persona) le dan fuerza. Desde que comenzó la rehabilitación, cada día es un volver a empezar. Al principio, cuenta Nayla, no podía lavarse dientes, sino que alguien tenía que hacerlo por ella. Ahora, gracias a una especie de “pinza” que le atan a la mano, lo hace sola.
De a poco, la joven de 21 años va ganando independencia y eso la motiva. Por más pequeño que sea, empezó a valorar cada movimiento. En los últimos días, por ejemplo, consiguió mover los dedos del pie derecho y eso la tiene contenta. Los dedos de las manos, aunque un poco torpes, también. “Todavía no lo suficiente como para tipear en el celular”, bromea.
“Muchas veces me canso o extraño mi casa y después pienso: ‘Tengo que hacerlo por mí y por la gente que donó plata sin conocerme y me está apoyando’. Ahora que estoy acá, que es lo que yo quería, tengo que valorarlo”, dice Nayla y, antes de despedirse, pide agradecer al SAME, al Dr. Pedro Mallo del Hospital Naval, al Círculo de Suboficiales de la Fuerza Aérea Asociación Mutual y a la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). A sus espaldas, sobre el respaldo de la cama, se lee un cartel que dice #TodosPorNay.
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