Fue una trágica historia que para muchos tuvo un final casi veinte años después. El 22 de junio de 1889 en Esmeralda al 500, en la ciudad de Buenos Aires, un hombre recibió dos disparos en la cabeza. Los transeúntes lo llevaron aún moribundo a la botica de José Memmier, en la esquina de la calle Tucumán, mientras el agresor era detenido a escasas cuadras. El muerto era Ricardo Ramón López Jordán, el autor intelectual del alzamiento contra Justo José de Urquiza. A dos meses por cumplir 67 años y luego de diez de exilio en Uruguay había sido indultado por el presidente Miguel Juárez Celman, e intentaba recomponer su vida cerca de su esposa e hijos y pretendía ser reincorporado al Ejército y recuperar su jerarquía de general.
Esa mañana, antes del almuerzo, había ido a dar un paseo. A pesar de las amenazas de muerte que había recibido, se había negado a una custodia que le había ofrecido Alberto Capdevila, jefe de la policía. Moriría a manos de Aurelio Casas, de 27 años, quien dijo que así vengaba a su padre, mandado a degollar por su orden.
Pero la historia de la venganza no convenció y todas las suposiciones remitieron a lo que había ocurrido 19 años atrás en el Palacio San José, en Entre Ríos, en el trágico atardecer del 11 de abril de 1870.
Ese lunes santo era coronado con una tarde apacible. Justo José de Urquiza, nacido en 1801, gobernador de Entre Ríos, le gustaba sentarse en la galería de su magnífico palacio cerca de donde sus hijas, Dolores, familiarmente llamada “Lola” de 17 y Justa de 15, tomaban lecciones de música en dos pianos a la vez. En otro ambiente, se percibían los juegos de Micaela, Flora y Teresa, otras de sus hijas. Conversaba con su administrador mientras otros empleados y funcionarios de su gobierno trabajaban en ambientes cercanos.
Urquiza se había transformado en el hombre fuerte de la provincia cuando el gobernador Pascual Echagüe había sido derrotado en Caaguazú en noviembre de 1841. Al mes siguiente, fue nombrado en su lugar. Derrotó a Rosas en Caseros y cuando en Pavón dejó el campo libre a Bartolomé Mitre, su prestigio para muchos dejó de ser tal. No lo entendieron cuando apoyó al gobierno en la guerra del Paraguay y los viejos federales se resintieron cuando no movió un dedo en favor de los levantamientos de los caudillos del interior.
En las elecciones a gobernador de 1864 impuso a José María Domínguez quien venció a Ricardo López Jordán. Este era su amigo, colaborador y además estaban emparentados. Jordán había hecho toda su carrera política y militar a su lado; era visto como un soplo de aire fresco, pero en 1868 por respeto a quien había hecho toda su carrera política y militar bajaría su candidatura cuando Urquiza anunció la suya.
La conspiración
Fue en la estancia que López Jordán tenía en Arroyo Grande donde se armó el golpe. El plan consistía en sorprenderlo en su casa, tomarlo prisionero y luego de obligarlo a renunciar se le ofrecería la opción de retirarse a la vida privada o irse al extranjero. Pero no todos estuvieron de acuerdo: los hermanos Querencio y Robustiano Vera pretendían ir más allá. Jordán alertó: “Quiero que me cuiden a la familia de Urquiza”.
El ataque estaría al mando del coronel Simón Luengo, apoyado por Robustiano Vera y por José María Mosqueira. También serían de la partida los capitanes Facundo Teco y Angel Alvarez; el teniente Agustín Minuet y otros como Pedro Aramburú y Juan Pirán. Posteriormente se sumarían Ambrosio Luna y Nicomedes Coronel, también conocido como Nico, que era mayordomo de San Pedro, una de las estancias del gobernador.
Esa tarde su esposa Dolores Costa estaba en el dormitorio amamantando a Cándida. Tenía 36 años y se habían conocido con Justo José por 1851. Ella se fue a vivir a San José, tuvieron dos hijos y en octubre de 1855 decidieron regularizar su situación, celebrada en la capilla del palacio. Aún se comentaba sobre la visita del presidente Domingo Faustino Sarmiento, en un gran gesto de reconciliación de dos personalidades por años enfrentadas. El sanjuanino había llegado en un buque de guerra el 2 de febrero y Urquiza lo esperó en el muelle con diez mil hombres formados, muchos de ellos lucían los uniformes usados en Caseros. Al día siguiente, aniversario de la batalla que desalojó a Rosas del poder, siguieron las celebraciones.
López Jordán no toleró ese acercamiento y Dolores se preocupó por los rumores de que atentarían contra la vida de su marido.
El ataque
Los atacantes se dividieron en grupos. Unos, al mando del mayor Vera, controlarían al puñado de infantes que ocupaban una barraca; otro, con el capitán Mosqueira al frente tomaría la puerta posterior del palacio y el restante, a cargo del capitán Luengo, ingresaría por el frente.
Ese lunes 11 de abril a las 19 horas, el medio centenar de hombres estaba frente al Palacio San José, una construcción que Urquiza había comenzado a levantar en 1848 y que terminaría en 1860. Tenía 38 habitaciones, tres patios, dos grandes jardines, una capilla y hasta un lago artificial. Lo adelantado de la época lo marcaba su sistema de agua corriente y la iluminación generada con gas acetileno. Dicen que los propios lugareños la bautizaron como “palacio” aunque formalmente era la “Posta San José”.
Media hora después se desató el infierno. Los atacantes redujeron a Carlos Anderson, el jefe de la guardia e ingresaron según lo planeado. A los de la casa le habían llamado la atención el ruido de galopes, cada vez más intensos. La alarma cundió cuando se escucharon disparos y gritos. Las últimas luces del atardecer dificultaban distinguir qué era lo que sucedía.
Urquiza se incorporó rápidamente y comenzó a transitar por la galería y comprendió de qué se trataba. “¡Abajo el tirano! ¡Viva el general Ricardo López Jordán!” gritaban los intrusos. El gobernador entró en sus habitaciones y le pidió a su esposa un arma. La mujer le alcanzó un rifle y enseguida lo empezó a cargar. Afuera, en el patio, era todo disparos y más gritos. Dolores, una de sus hijas, ajena a la situación, entró al dormitorio porque Micaela, una de sus hermanas menores, la molestaba y no la dejaba tocar el piano.
Urquiza se asomó a la puerta y disparó. El proyectil le rozó el rostro a Alvarez. Los agresores respondieron el fuego y Urquiza fue impactado por una bala arriba de su labio superior. Lo hizo caer y arrastró a su esposa. El uruguayo Nicomedes Coronel, el primero en entrar, vio a Urquiza aún con vida. Ambas mujeres lo abrazaban. Su hija Dolores, con un espadín, quiso defenderlo. Pero Coronel lo apuñaló cuatro o cinco veces; la autopsia no fue concluyente.
Su hijita Micaela, aterrorizada, se había escondido debajo del piano y pudo escabullirse cuando uno de los agresores la corrió con su sable.
Los agresores quisieron violar a las mujeres pero el propio Luengo lo impidió. Luego, dueños de la situación, obligaron al mucamo que les sirviera comida a sus hombres y abandonaron el palacio.
Al otro día, por la tarde, López Jordán se enteró del resultado de la operación, que tenía otra fase. Porque mientras asesinaban a Urquiza, habían hecho lo propio con dos de sus hijos en Concordia. Justo Carmelo fue muerto a puñaladas cuando percibió que lo atacaban y Waldino fue lanceado contra el paredón del cementerio. Eran amigos cercanos de López Jordán.
Este se hizo nombrar gobernador por la legislatura y el presidente Sarmiento lo acusó de sedición y envió fuerzas, lo que desencadenó un largo conflicto armado entre el gobierno central y Entre Ríos que terminaría en diciembre de 1876 cuando López Jordán fue capturado. El 12 de agosto de 1879 se fugó de la cárcel de Rosario y se asiló en Uruguay.
Durante el día 12, los restos de Urquiza fueron velados, durante horas de dolor y temor por posibles ataques, en la casa de Ana Urquiza y Benjamín Victorica en Concepción del Uruguay, y al día siguiente se los sepultó en el cementerio local. Por seguridad, su esposa se fue a vivir a Buenos Aires a una casa de dos plantas, en Lavalle al 1500. En San José, su viuda transformó la la habitación de la tragedia en un oratorio, con un altar dedicado a la Virgen del Carmen, del que su marido era devoto; las manchas de sangre que dejó al apoyarse en la puerta fueron conservadas. Hizo grabar una lápida de mármol: “En esta habitación fue asesinado por López Jordán mi malogrado esposo el Capitán General Justo José de Urquiza a la edad de 69 años el día 11 de abril de 1870 a las siete y media de la noche. Su amante esposa le dedica este pequeño recuerdo”.
Por temor a la revancha de los jordanistas, Dolores Costa llevó en secreto el féretro de su marido a una cripta en la Basílica de la Inmaculada Concepción. Recién el 6 de octubre de 1951 se lo halló detrás de un tabique, que simulaba una pared.
La viuda administró los bienes familiares y hasta fundó dos colonias, Caseros y San José. Tampoco se olvidó de girarle dinero al exiliado Juan Manuel de Rosas, tal como lo hacía su marido, y siempre cejó por el esclarecimiento del asesinato. Por eso no extrañó que la esposa de Aurelio Casas, el que había matado a López Jordán en 1889, recibiese setenta mil pesos que recolectó entre familiares y amigos. Casas, condenado a cadena perpetua, fue indultado el 25 de mayo de 1919.
Dolores falleció el 8 de noviembre de 1896, manteniendo el recuerdo vivo de quien, en San José, el odio y la intolerancia habían matado en sus propios brazos: el amor de su vida.
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