En 1999, Guillermo Jaim Etcheverry escribió La tragedia educativa, y en 2019, Educación: la tragedia continúa. Hoy afirma que en este tema no puede decirse que 20 años no es nada; 20 años son muchos y, lamentablemente, en ese período, “si hubo cambios, fueron para peor”.
Con este duro diagnóstico, se inició la semana pasada un nuevo ciclo de la Diplomatura en Cultura Argentina del Instituto de Cultura (CUDES) que, en palabras de su director, Roberto Bosca, “fue concebida, en abril de 2009, como un regalo a la Argentina en su Bicentenario, como la caricia de un aliento”.
El título elegido en aquella ocasión -Argentina y su laberinto- sigue siendo actual diez años después, dijo Bosca. “Y el subtítulo, Puntos de partida para el Tercer Centenario, es porque este programa no es solamente para refugiarnos de un clima inhóspito, para quedarnos en la coyuntura, sino para preparar el futuro, tarea de todos, no exclusivamente de una dirigencia”, agregó.
¿Qué mejor que empezar por la educación? Todos los argentinos consideramos que debe estar en el tope de la agenda, aunque cierta dirigencia y muchos funcionarios, la mayoría lamentablemente, no parecen encarnar esa urgencia.
En opinión de Guillermo Jaim Etcheverry, médico, investigador, ensayista y rector de la UBA entre 2002 y 2006, algo positivo de la pandemia sería haber “vuelto a poner a la educación en debate y llevado a los padres a ver lo compleja que es la tarea docente”.
En los países desarrollados, el porcentaje de gente con educación universitaria completa oscila entre 30 y 40 por ciento. En Argentina es de 14 por ciento. De cada 100 jóvenes que egresan de la escuela primaria, solo 50 terminan la secundaria. Y numerosas evaluaciones demuestran que muchos chicos terminan el secundario con dificultades para leer, escribir y hacer razonamientos abstractos. Además hay una gran desigualdad. Los niveles socioeconómicos más altos reciben más años de educación y también hay diferencias notables en la calidad de la enseñanza que reciben.
Tal fue, abreviado, el diagnóstico de Jaim Etcheverry. “Poca gente con altos niveles de instrucción, gran desigualdad en la educación que se imparte y graves problemas de calidad”, resumió.
La educación, dijo, está en crisis en todo el mundo occidental, y se debe a un cambio de concepción sobre la función de la escuela, el rol del maestro y el valor de los aprendizajes, todo ello producto de que “la sociedad occidental está mutando radicalmente”.
Para describir el contexto en el que se da este cambio de concepción, citó a varios pensadores, como el italiano Claudio Magris, que señala que en estos tiempos se privilegia lo superficial, lo efímero, el artificio, la espectacularidad, el éxito como medida del valor del ser humano, en contraposición con la duración, la profundidad, la jerarquización, que antes eran valoradas. Y a Alberto Manguel que denuncia “el elogio de la facilidad y la negación de la inteligencia”. El no actuar impulsivamente y tener profundidad de análisis son cosas del pasado.
En contraposición, Etecheverry citó a Christine Lagarde: “Hay que pensar menos y trabajar más”. Y, como réplica, de nuevo a Manguel: “Nadie que piense compra unos jeans rasgados por 300 euros”.
El efecto de esta nueva concepción es que se dedica poco tiempo a la comprensión de los procesos detrás de los hechos. “Vivimos en un puro presente”, dijo.
Y el impacto en la educación es que “se dejó de lado la función esencial de la escuela que es el acceso al conocimiento”.
Hoy la escuela da excesiva atención a los problemas psicológicos y sociales, siguió diciendo. “Pero la escuela además de dar de comer tiene que dar herramientas intelectuales”, agregó, y reivindicó una definición de educación que no es moderna pero vigente, la de Hesíodo, de hace 2800 años: “Educar a una persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser”. “Mostrarle sus posibilidades. Y eso se hace a través de la puesta en posesión de la herencia cultural, del conocimiento, que les corresponde por el solo hecho de ser seres humanos”, dijo.
Aprender a aprender: es un latiguillo de la pedagogía actual. Se cree que se puede enseñar a aprender sin enseñar nada
Pero las tendencias pedagógicas actuales disminuyen la importancia del contenido de la enseñanza. Se parte del principio de que lo importante son los aspectos metodológicos.
“Aprender a aprender: es un latiguillo de la pedagogía actual -señaló-. Pero antes se enseñaba a aprender enseñando algo; hoy se cree que se puede enseñar a aprender sin enseñar nada, y cuando se necesita un dato o información se busca en Internet y listo. Pero lo importante es la búsqueda, la persona que busca, las herramientas que tiene para ello. Hay una gran diferencia entre información y conocimiento. Es fácil crearse una ilusión de saber: bajo cosas de Internet, guardo, miro apenas, me doy una vaga idea, leo los títulos y listo. Eso no es conocer. Es la tendencia a la levedad. El conocimiento se adquiere con esfuerzo, con trabajo personal. Hoy eso está desvalorizado”.
Por eso es crucial la lectura: es una manera de introducir a los jóvenes al tiempo lento de lo humano, de la imaginación y de la reflexión, explicó. “Todas las creaciones humanas son resultado de ese tiempo lento. Por eso nuestros chicos tienen derecho a saber que hay otro tiempo. Esa lentitud que hoy les negamos a las nuevas generaciones. La escuela sigue siendo la única institución social en la cual los chicos pueden acceder a esas posibilidades de lo humano y no van a tener otras chances porque hoy hay una batalla por la atención de la gente que busca hacer plata con nuestro tiempo.”
También destacó un concepto del papa Francisco en referencia al hecho de que vivimos en una sociedad que privilegia lo joven, el presente, y desvaloriza el pasado.
Cuando visitó Brasil en 2013, el Papa dijo: “Cuando aislamos a los jóvenes cometemos una injusticia: les quitamos su pertenencia. Los jóvenes tienen una pertenencia, a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe, y no debemos aislarlos de eso. Ellos son el futuro de un pueblo, pero no solo ellos: el otro extremo de la vida, los ancianos, también son el futuro de un pueblo. Un pueblo tiene futuro si va a adelante con las dos puntas, con los jóvenes, con la fuerza, y con los ancianos, porque ellos son la sabiduría de la vida”.
Y agregó Etcheverry: “La relación entre generaciones es el sustento de la educación. Pero ese lazo se está debilitando, como se está debilitando el pacto educativo entre educadores y padres. Se ve a la escuela como un lugar de opresión”.
Cuestionó a continuación a los padres que repiten la frase hecha: “Tengo mucho que aprender de mis hijos”. “Los chicos no son pichones de Bill Gates porque manejen una computadora -ironizó-. Los mayores tenemos que volver a asumir nuestra responsabilidad, nuestra obligación es no dejarlos a merced de los grandes monopolios del entretenimiento y la información. Se sigue necesitando mayor capacidad intelectual para escribir una poesía que para manejar una tablet, contrariamente a lo que piensan algunos”.
El propio Steve Jobs dijo en 1995 que no hay tecnología que resuelva la crisis educativa, recordó Etcheverry, porque la educación tiene que ver con las personas.
Tenemos por delante una nueva epopeya educativa, convocó. “Para ello, la tarea docente debe ser socialmente valorada. Tiene que ser una profesión tan apetecible como cualquier otra. Los países que han mejorado su educación es porque han revalorizado la tarea docente y han hecho que los mejores se dediquen a eso. Hay que tratar de atraer a los mejores a la tarea de enseñar. En nuestro país hoy no sucede eso. No estamos consiguiendo atraer a la profesión docente a los mejores estudiantes”, advirtió.
“Si la sociedad no privilegia la labor docente es inútil cualquier otro esfuerzo en educación”, insistió.
Por otra parte, hay que elevar el nivel de la formación docente. Y para ello no basta con ponerle la etiqueta de universitaria, dijo. Eso es vivir de apariencias. Y, como en la enseñanza escolar, uno de los problemas centrales de la formación docente es que se pone mucho acento en los aspectos teóricos y doctrinarios de la educación y poco en los contenidos de lo que se debe enseñar.
“¿De qué docentes nos acordamos? -preguntó- Del que sabía mucho de algo, que transmitía pasión por eso que sabía y exigía mucho. Porque se exige a quien se piensa que puede dar más. Alguien que nos interesa tanto como para exigirle. Esa es una dimensión que hoy está perdida. Hay un derecho de los chicos a ser exigidos. Ser exigido demuestra ese interés que tiene el niño, el alumno, para los padres y para los maestros. No exigir, es señal de desinterés”.
“Somos herederos y constructores de la herencia cultural”, dijo y citó un poema de Borges: “El frontispicio del castillo advertía: ya estabas aquí antes de entrar y cuando salgas no sabrás que te quedas”.
La docencia, entonces, consiste en enseñar a apropiarse de su herencia y a tomar conciencia de su trascendencia como persona, fue su conclusión, al cierre de esta clase inaugural.
La Diplomatura del CUDES, que se dicta provisoriamente en modo virtual por la pandemia, reúne a un cuerpo de profesores que son personalidades destacadas en todos los aspectos de nuestra cultura: de la historia al cine, pasando por la literatura, el folklore, la religión, la pintura, la arquitectura, etcétera.
En este curso, había dicho también Bosca en la presentación, se dicta “una materia que se dejó de enseñar en la escuela o no nos enseñaron bien”, que consiste en “valorar con gratitud nuestro patrimonio propio y unirnos en la construcción de nuestra casa común”.
“Entenderse es el camino; lo otro es la autodestrucción. Enriquecernos con el otro, no destruirlo”, dijo. Y, en línea con el eje de la clase de Jaim Etcheverry, concluyó: “En la diplomatura ponemos a los argentinos en posesión de su herencia”.
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