Al final del día se miró al espejo mientras se sacaba el maquillaje. La diputada del Frente de Todos Gabriela Cerruti estaba en su casa con sus dos asesoras de redes sociales. Era enero de 2020. Zahira y Laura habían llegado unas horas antes para hacer unos videos sobre la Ley de Cannabis y la de Educación Ambiental y se estaban por ir. Les dijo que tenía ganas de decir algo más, algo fuera de agenda. “El problema que tengo es este”, dijo, todavía frente al espejo, y las chicas comenzaron a grabar.
“Ya cumplí cincuenta y cuatro, estoy bien, ponele. Me levanto a la mañana más arrugada. Tengo algunos dolores de rodillas, estoy menopáusica… Bah, ya pasé la menopausia. Tomo calcio. Tengo cincuenta y cuatro: esto significa que dentro de ¿cuanto, de seis? voy a pasar a ser lo que se considera en la sociedad una adulta mayor. Diciéndolo claramente y pronto, lo que voy a pasar a ser es una vieja, ¿okey?”
Desde que aquel video se volvió viral en Instagram, pasó poco más de un año, pero en el medio cambió el mundo. Lo que primero fue un multitudinario grupo de Facebook que hoy reúne a más de 30 mil mujeres de todas partes de América Latina, tomó la forma del libro La revolución de las viejas, que Planeta editó en diciembre pasado.
En plena pandemia, Cerruti escribió durante meses cada mañana –”de seis a nueve, a la hora en que no se despertó el mundo”– casi como algo terapéutico, igual que en cada etapa de su vida en que un tema la atravesó. “Fue lo que hice a los 32 años con Herederos del silencio –dice–, cuando conté cómo había sido vivir en Punta Alta en la dictadura militar sin saber todo lo que estaba pasando. Y mi familia me decía: ‘¿No podías tratarlo en terapia?’”.
Pero esta vez, la terapia fue grupal, e inmediata: “Cuando dije todo eso, la respuesta fue impresionante; empezaron a llegar mensajes de mujeres agradecidas: ‘Al fin alguien que lo dice’, ‘A mí también me pasa’’'.
Y se revolucionaron también todos sus planes: ahora proyecta una revista y un “bar de viejas”, y tiene decidido dejar la política institucional después de doce años.
El día en que nos encontramos en el estudio de Infobae, viene de señar un local en Honduras y Godoy Cruz: “Voy a poner el bar de viejas en el medio de Palermo Soho, en un lugar de jóvenes, porque siento que la diversión está permitida solo en la juventud. Y después nosotras solo podemos ir a tomar un té y un café. ¿Quién dijo eso? ¡A nosotras nos gusta tomarnos un whisky, un campari, bailar, reírnos! Las viejas rompemos la pista en los casamientos y en las fiestas de quince, tenemos una música que nos gusta, una manera de divertirnos que nos gusta, y tenemos que empezar a tener nuestros lugares, nuestros bares, nuestras salidas. Porque somos las mismas que hace veinte o treinta años y queremos seguir haciendo las mismas cosas. Y si cambiamos, cambiamos para mejor, para estar más seguras de qué es lo que queremos hacer.”
Dice que ella también cambió para mejor, que está mejor que nunca. Que ya no se llena de esa intensidad desgastante, ni se la pasa corriendo. Que elige los placeres: cuidar de sus orquídeas; la astrofotografía; caminar durante horas por el río; leer ya no tanto, porque con anteojos le embola; armar rompecabezas de 4000 piezas. “Para los que me critican –aclara– el tiempo de no hacer nada productivo me encanta. Y hay mucho tiempo libre. Laburo 20 horas por día y hago rompecabezas”. Y revoluciones.
–Te metiste con un tema con el que pocas se atreven en voz alta. ¿Cómo fue esa decisión de sacar del closet a la vejez?
–Fue como nos pasan las cosas a las mujeres en la vida, que de repente corremos un telón y está ahí. Yo siempre creo que uno no inventa nada, que uno lo descubre. Ya tengo 55, y cuando te hablan de la edad, te dicen: “Qué bien estás, no parecés de 55”, o “Qué bien te conservás”, ¡como si fuéramos una lata de sardinas! Bueno, yo parezco de los 55 de mi edad, lo que pasa es que... ¿qué imaginás vos como una mujer de 55? Y por ahí, ése es el problema: en lo que imagina la sociedad de lo que es una vieja, una mina de 55 o 60.
-Empezás a ser vieja para muchos...
-“Después de la menopausia, se termina la sexualidad de las mujeres”, ¿quién dijo?; “Después de la jubilación, la mujer pasa a refugiarse en su casa a cuidar a los nietos”. Yo no sé si voy a tener nietos, no sé cuándo me voy a jubilar, no sé si mis hijes van a querer tener hijos, no sé si voy a querer ejercer la abuelidad. Así como las mujeres hemos transitado un camino en el cual sabemos que podemos decidir libremente si queremos maternar o no, también sabemos que una cosa es disfrutar de los nietos y otra cosa es tener esa carga de “le dejo los chicos a mi mamá para que me los cuide seis horas”. ¡Basta!: cuidamos hijos, cuidamos maridos… ¿también tenemos que cuidar nietos?
-¿Qué se hace con los años, entonces?
-Ayer veía una nota extraordinaria de Madonna en el New York Times en la que empiezan diciéndole: “Estás bárbara para tus 60”. Y ella contesta: “¿Podemos dejar de hablar de la edad? No me hablaban de mi edad cuando tenía 30”.Y es un tema en todo el mundo: vamos a vivir muchos años. Vamos a vivir probablemente hasta los 80, los 90, los 100. Una amiga me dice: “Cuando se murió mi abuela a los 100 años, de ahí fui corriendo a terapia y le dije a mi psicólogo ‘No tengo proyecto para los próximos 50, yo tenía proyecto hasta los 60. Si voy a vivir 40 más, ¡no tengo proyecto!’. La vejez ha pasado a ser la etapa más larga de la vida, vamos a ser viejas, viejos, viejes, 30, 40 años, ¿qué vamos a hacer con esos años?
–En ese video que se viralizó, vos nombraste dos cosas que todavía son tabú: dijiste tu edad –porque hasta Madonna dice “No me hablen de la edad”– y que ya habías pasado por la menopausia.
–Yo creo que las causas se hacen hablando, como el Orgullo Gay o el Poder Negro, y que había que reivindicar la palabra vieja. “Vieja” está mal visto por los prejuicios que hay sobre la vejez. Porque las viejas en los cuentos son las brujas, las madrastras, las malvadas, las que se comen a Hansel y Gretel. En otras épocas y en otras culturas envejecer y ser viejo estaba cargado de sabiduría y poder dentro de la sociedad. Empieza a considerarse que ser vieja está mal, con todos esos prejuicios, porque el modelo no solo es patriarcal, sino que es productivista y consumista: si no sos parte del eje que produce y consume, no servís más... ¿Por qué la menopausia es un corte? Porque a pesar del feminismo, y a pesar de todo lo que hemos avanzado, se sigue pensando en la sexualidad como la reproducción. Ahora está tan invisibilizado y tan puesto efectivamente en el closet, como vos decís, que como las mujeres no hablamos de ese tema, muchas minas efectivamente creen que hay que dejar de coger después de la menopausia: porque estás más seca, porque no podés, o por lo que fuera. La verdad es que los hombres tienen las mismas diferencias biológicas a medida que pasan los años que las mujeres, tienen más dificultades para tener erecciones, pero no tienen ningún problema en tener la caja de viagra en el bolsillo.
–Vos hablás igual en tu libro de cómo ese modelo también es una carga para muchos varones en la vejez.
–Claro, de repente los tipos pueden hablar de viagra, salir con chicas jovencitas y lucir sus canas. Pero todo tiene siempre dos caras: también ese modelo de varón, el macho joven, vigoroso, que se le para siempre, que siempre está dispuesto y es el proveedor, es un plomo para los tipos. Imaginate que el tipo que no quiere tener sexo una noche, es un desastre. Hasta para él mismo, con una carga de complejos tremenda. Y nosotras venimos atrás de eso encima, porque tenemos que parecer jóvenes. ¿Viste que las propagandas son anti-age? ¿Cómo te vas a pelear con una edad? ¿Dónde se le ha ocurrido a alguien que nos tenemos que pelear con una edad de alguna manera? Tampoco esto significa la romantización de las vejeces, porque obviamente tenemos una cantidad de diferencias en nuestro cuerpo, y obviamente no es lo mismo si llegaste mal o transitaste mal la vida… Simone de Beauvoir decía: “No hay que cambiar la vejez, hay que cambiar la vida”. Hablar de la menopausia es un secreto entre mujeres, como fue la menstruación durante mucho tiempo, o el goce...
–Como lo fue el aborto. Una discusión en la que vos fuiste muy activa; de hecho “la revolución de las hijas” fue uno de los disparadores de tu libro. Decir, está buenísimo lo que pasa con las más chicas, pero ¿qué vamos a hacer con todas estas mujeres que están llegando solas a viejas porque pudieron tomar por primera vez decisiones que también tenían que ver con la autonomía: no ser madres, no tener marido, vivir por su cuenta...?
–Claro, porque no somos cualquier grupo de mujeres. Somos las mujeres de esta generación. Y ese fue el diálogo con las pibas, un hermoso diálogo entre las pioneras y las pibas que creo que en la última discusión del aborto quedó más claro. Ahora, nosotras en los 80 peleamos por el divorcio, por la patria potestad. Cuando yo era chica era propiedad de mi padre. Mi madre ni siquiera tenía derecho sobre mí: Una de las razones por las que no se separaban, es porque a la madre no le quedaba ningún derecho sobre el hijo. Hoy hay matrimonio igualitario, los chicos deciden su sexualidad y su género abiertamente, lo hablan. Nosotras tuvimos que dar todas esas batallas. En Estados Unidos hay un libro que se llama La Revolución de la Longevidad, que dice: “¿Alguien cree que los baby boomers, los que pelearon contra la Guerra de Vietnam, los que inventaron la juventud con Los Beatles, se van a ir a su casa porque tienen 60 años?” Bueno, yo creo que en la Argentina tampoco.
–Le hablás específicamente a la generación del 80, la tuya: la generación que peleó el divorcio de nuestras madres y el aborto de nuestras hijas.
–Somos esa generación bisagra que fue bastante invisibilizada. La última generación que creció en dictadura, la de Malvinas, ¡crecimos con nuestros amigos yendo a la Colimba! Me pasó cuando dije en el discurso del debate por la legalización del aborto, en 2018: “Somos las hijas de las viejas locas del pañuelo blanco, somos las madres de las pibas locas del pañuelo verde”. Fue hermoso, las chicas hicieron remeras, pero éramos de nuevo las del medio, nos dejaba en un lugar tironeado entre nuestras madres y nuestras hijas, que es generacional, pero muy simbólico de las mujeres en general: sos la madre de, la esposa de, la hija de. Me parecía que había que salir de ese lugar, correr ese velo de la historia y ponernos como protagonistas de lo que estaba sucediendo. Por eso cuando las pibas ahora se sienten rompiendo tabúes porque se pintan de verde, ¡nosotras éramos parte del under de Cemento, mi vida!
–Hoy esas viejas, decís, no tienen un proyecto individual, pero tampoco hay todavía un proyecto colectivo: no hay un proyecto desde el Estado, desde el mercado, ni un proyecto social.
-Absolutamente, yo creo que además tiene que ver con una cosmovisión general. El mercado solo nos mira para vendernos cosas. Ahora empezaron a cambiar, hay algunas campañas publicitarias de mujeres con canas, que empezaron a mirar a esa mujer desde otro lugar. Pero el Estado tiene políticas para el adulto mayor vulnerable, no para las viejas y los viejos en general. Te hablan desde el PAMI, desde los remedios, desde la jubilación, que además siempre fue un conflicto porque nunca alcanza, pero esa mirada deja afuera a una cantidad de gente con otras preocupaciones. Estamos discutiendo mucho, y es un avance enorme, el tema de los geriátricos. Los geriátricos fueron inventados como una manera de sacarse de encima el problema, como todos los asilos. El mejor geriátrico, el mejor pago, te quita tu autonomía, si no tenés la llave de la puerta de salida, no te podés ir cuando querés. Pensar que en algún momento otros van a decidir por vos meterte en un geriátrico o que vos lo vas a decidir para tranquilizar un poco la situación familiar, esa idea de que o mis hijos se van a hacer cargo de mí o que voy a terminar en un geriátrico, como futuro cercano, ¡es un horror! Entonces, ¿por qué no podemos pensar en casas donde haya más convivencia? Todas tenemos obviamente la fantasía de Grace & Frankie…
–¿Y de qué manera tradujo el grupo de las viejas ese aspiracional de la serie para que no fuera solo catarsis?
–Estamos trabajando en eso, en planes de viviendas colaborativas, grupos de casas, incluso el PAMI está haciendo un acuerdo con el Ministerio de Hábitat para llevarlo adelante. Pero creo que hay que pensar desde lo privado, lo social y lo comunitario en lugares de residencia donde puedas compartir algún espacio común y tener cerca algunas cosas que puedan resolver algunas necesidades. Esto en este momento del mundo se hace con una aplicación en el teléfono donde tengas el médico, el asistente gerontológico, que te hagan los mandados o lo que necesites resolver. Porque también lo de la cuidadora, la persona que se queda a vivir en tu casa… yo la veo a mi mamá, y digo: “Por ahí no querés meter a vivir en tu casa a alguien, no tenés ganas de levantarte todos los días y ver a un desconocido”. Creer que uno es diferente a como fue toda la vida porque envejece es parte del problema. “Bueno, ahora son como niños de nuevo, entonces tomo decisiones por ellos y les pongo una niñera”. ¡No! Soy una adulta responsable, quiero elegir mi vida hasta último momento. Y claro que tiene que ver con el feminismo: porque si nosotras podemos decidir qué hacemos con nuestro cuerpo a los 14, queremos decidir qué hacemos con nuestro cuerpo a los 70.
–Decís que eso de que los jóvenes son por naturaleza revolucionarios y los viejos conservadores es un prejuicio.
–Un poco se está dando vuelta el mundo. La idea de que uno cambia durante la vida es rara: nosotros fuimos los jóvenes que salimos a pelear por la Democracia y los Derechos Humanos. Pensar que nos vamos a convertir en viejos fascistas los que fuimos jóvenes progresistas es un error. Y también es cierto que los jóvenes se rebelan contra los espíritus de época, entonces en este momento del mundo en que el espíritu dice cuidémonos, seamos comunitarios, estamos atravesados por un virus que nos puede matar sencillamente porque no somos capaces de cuidar al otro, hay un sector que cree que la rebeldía pasa por pensar solamente en uno mismo. También creo que pensar que la juventud es maravillosa y son los mejores años también parece un mandato de alguien que no la vivió: porque la verdad es que es muy difícil ser joven. Para mí hubo un momento en la vida en que dije, qué suerte que ya soy grande. Así como hay un mandato para los varones, hay un modelo de juventud que es una pesadilla: entre los 25 y los 25 años tenés que salir, emborracharte, drogarte, tener sexo, decidir con quién vas a vivir, y de qué vas a trabajar.
–Tu hija Sofía es una de las personas que colaboró con tu libro. Ese diálogo es interesante porque te aleja un poco de una crítica posible que es desde qué lugar viene esta señora ahora a querer hacer una revolución, cuando ya tuvo su momento y podría dejarle espacio a las generaciones que siguen...
–Mi hija se ríe mucho de mí porque dice que hago la revolución en cada edad que atravieso porque necesito que las cosas funcionen mejor para mí en cada momento. Pero es cierto que uno se va a haciendo las preguntas que tienen que ver con la edad que tiene. Hacerlo con Sofía fue maravilloso y fue muy hermoso poder ver con ella los 80. Ese recorrido desde las ancestras, desde las pioneras, pensar en lo que dije en el discurso del cierre del aborto: “Somos la memoria del futuro”. Tenemos que pensarnos como herederas de las ancestras y ancestras de las que vienen, como parte de un camino.
–En ese sentido, me llamó la atención que al grupo de las viejas revolucionarias se sumaron también mujeres que tienen menos de cuarenta años.
–Creo que es un tema muy convocante porque es el lugar al que vamos a llegar todas: no sé qué otra cosa voy a hacer en la vida, pero vieja voy a ser seguro. En algún momento, me va a llegar. También nos pasó algo muy lindo el 8 de marzo que fue que se acercaron pibas que decían “Quiero que mi mamá se sume”.
–Para no caer tampoco en la santificación de las viejas, el otro día leía un tuit de una chica que decía: “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar, pero mi abuela me dice ‘ese vestido te hace obesa, nena’”.
–¡Es que somos eso! A partir de la revolución de las viejas, y de hecho el libro termina dedicado a mi madre, pensé mucho en esa relación. Porque lo primero que a mí me surge es: “Yo no quiero ser una vieja como mi madre”. No quiero estar amargada, no quiero quejarme de que mis hijos no me cuidan, no quiero ser una carga para mis hijos. Después, a partir de todo el relato, de encontrarme, de este año de pandemia, pensé en que si nosotras cuando éramos chicas teníamos otro contexto, ellas crecieron en el mayor oscurantismo. En el momento de las guerras mundiales, en el mundo del nazismo, de las dictaduras militares. Somos hijas de madres que no hablaban de sexualidad ni de goce: se dedicaron toda su vida a cuidar y para mantenerse activas en la vejez tienen que limpiar la casa todo el día o estar haciendo algo porque el ocio o el placer están mal.
-¿Y qué pasa con la soledad?
-No hay que romantizar la vejez: hay temas complejos, uno es la soledad. Japón tiene su Ministerio de la Soledad, Inglaterra tiene su Ministerio de la Soledad, España tiene su Ley de la Soledad. Hay un tema con la soledad no deseada: una toma decisiones en la vida que la llevan a determinado lugar sin saber que la consecuencia iba a ser esa. La soledad sobre todo de las minas grandes, porque los hombre se mueren antes, porque se separaron, porque se quedaron en el pueblo y los hijos se fueron a la ciudad, o de las que construyeron sus relaciones en torno a sus maridos, es un problema. Entonces nosotras armamos un Tinder de viejas, como digo yo, que es una aplicación para el teléfono en donde podés ver quienes están cerca para ir al cine, viajar, caminar. Ahora obviamente con la pandemia estamos esperando que las vacunen a todas…
–La pandemia justamente nos enfrentó a cosas que tienen que ver con la vejez: la lentitud, la soledad, qué hacer cuando se frenan las actividades.
–Ese mundo inexplorado para los que no somos viejos: en qué ocupas las 24 horas del día. Es esta aceleración que también tiene que ver con que seas viejo y desechable, porque si lo bueno es lo nuevo y lo último que podés comprar, ¿para qué te sirve lo viejo? La pandemia nos chocó con un mundo que necesita parar para respirar. Podemos hacer las cosas más lento, reencontrarnos, entender la importancia de tener un lugar lindo para vivir. La diferencia entre el privilegio de poder ver el cielo o no desde tu casa nos adelantó la vejez a todes.
–Hablás de la vejez como oportunidad de romper con los mandatos. El feminismo a muchas nos encontró con eso y después pareció por momentos volverse un nuevo mandato. ¿Cómo hacer para que esa revolución no sea un nuevo manual sobre cómo vivir la vejez?
–El proyecto de vida está lleno de mandatos. Ya no somos La familia Ingalls, pero tenemos que ser Madonna. Hasta tus amigas te preguntan “¿Cuánto hace que no cogés?’. Una vez la escuché a Julieta Ortega, que es como el símbolo del minón, diciendo “El sexo está sobrevaluado”, y me pareció genial. Esto de que el mayor momento de placer tiene que ser el sexo, también nos pone en ese lugar de la comparación con la amiga: a ver si tiene orgasmos que vos no, a ver si estaré acabando o no. Como que todo el tiempo hay un placer que está ahí y a vos no te corresponde. Y eso genera ansiedad. El gran tema del mundo en la pandemia y post pandemia es la salud mental no suficientemente hablado y tratado. Es un plomo ser como tenemos que ser, esa intensidad que está tan relacionada con la juventud que es que todo tiene que ser pasional y a veces es muy desgastante.
–¿No tenías miedo de que ocuparte de la vejez en un lugar tan machista como la política te volviera descartable a vos también, o te expusiera a más agresiones en las redes?
–La verdad es que tuvo una repercusión en la política impresionante, todo el mundo me decía “¡Cómo lo viste!”. Y después te empieza a pasar como con cualquier cosa que metés en la política que lo que creo es que lo achica, lo encorsetás. “Hagamos el Ministerio de la Vejez”, y me parece que es reducirlo. Si hay que hacer que haya cada vez más políticas públicas sobre el tema, pero no lo podemos reducir al “ministerio de”, es otra cosa: las olas son olas, son climas de época. Y con las agresiones, bueno, no voy a decir que no me molestan. Pero también me las banco, porque soy contestadora. Paro en el momento en que me pregunto quién está atrás de eso. Porque yo no creo que sean robots. Es una señora o un señor que seguramente en su vida cotidiana es el que se putea con el almacenero o el taxista, lo que pasa es que en las redes, sobre todo en Twitter, se encontró con que eso tiene algún tipo de repercusión.
–Vos tenés una postura política muy fuerte, pero muchas mujeres, muchas de las viejas, se acercaron más allá de eso.
–Tengo una postura político-ideológica muy clara, pero no se si es tan partidaria. Sí creo que hay una diferencia entre izquierda y derecha, y que los valores que me mueven tienen que ver con la izquierda: la equidad, la justicia, vivir en comunidad… Y para hablar de las vejeces tenés que salir de la idea individualista, porque la vejez es un lugar comunitario, de red, de encuentro, no te queda otra, sino es un lugar de mucha soledad. Me parece que eso es lo que nos atravesó.
–Hay algo que decís de alguna manera en el libro también que es que esto trasciende la grieta: la experiencia colectiva de las vejeces no tiene ideología.
–Ninguna. Y tenés muchísimas más cosas en común. Llegamos a una edad en la que nos damos cuenta de que la grieta es un gran invento de algunos varones. Yo tengo compañeras en el Congreso con las que si no nos llevaran a discutir sobre determinados temas estaríamos mucho más de acuerdo. Nos pasó con el aborto, pero nos pasa también con una cantidad de temas. También eso es parte de la decisión que tomé de que tengo que reelegir en diciembre y no lo voy a hacer. Podría reelegir y no tengo ningún problema, pero la verdad es que quiero trabajar desde un lugar social-político, no desde un cargo. Obviamente sé que las transformaciones se hacen desde la política, pero no tengo más ganas de tener un cargo.
–¿En dónde te ves en enero de 2022?
–Trabajando para que la revolución de las viejas sea una transformación social, recorriendo el país y Latinoamérica desde el liderazgo social. Lo que ya no quiero es tener un cargo institucional en la política. Me parece que lo hice, que fueron justo doce años, fue parte de un ciclo: periodismo, política, y ahora lo social. Que lo hice con mucho compromiso y tuve privilegios enormes en mi carrera como cerrar el debate del aborto, o hacerle la entrevista a Astiz cuando era periodista.
–Nada de quedarse quieta entonces. Eso de que te bajó la intensidad a lo mejor no es tan cierto como decís…
–La intensidad en el sentido de que no se me va la vida en cada instante, puedo pensar más lento. Hay otra noción de éxito. A veces digo que se me fue la ambición. Se me fue la ambición en el sentido capitalista, la idea de tener que llegar a algún lado, de tener determinadas cosas, de lucir de determinada manera. Si estás en política querés ser Presidenta; si sos cura, querés ser Papa: yo no quiero ser la Ravi Shankar de las viejas. Hoy no me interesa la meta, sino hacer. Tengo ganas de asentarme en el lugar en el que estoy y disfrutarlo.
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