Diego Viaggio, su hermano y su madre son los propietarios de la emblemática estancia El Ombú, que perteneció al general Pablo Ricchieri y que fue erigida en 1880 en San Antonio de Areco. En su niñez, ese campo -que fue adquirido por sus abuelos en 1934- fue testigo de sus vacaciones de verano y de divertidos fines de semana de esparcimiento y descanso. Sin embargo, Diego solo pasaba unos días y volvía a su casa de zona norte, un sitio que nunca se planteó abandonar hasta que la cuarentena lo hizo cambiar de opinión. Ahora, afirma que no piensa volver a la ciudad -salvo que algún trámite o situación especial se lo exijan- y levantará su propia casa en el campo familiar.
El 15 de marzo -apenas unos días antes del inicio de la cuarentena- tuvo que cerrar las puertas de su estancia, y dejó de recibir no solo al turismo internacional, sino también al nacional. “Es un negocio familiar, ya que mi madre -que es ingeniera agrónoma y maneja la ganadería y la agricultura- comenzó con el turismo en el campo. Así que después nos sumamos mi hermano y yo y nos empezamos a ocupar de la hotelería, que pasó a ser la parte más importante y la actividad principal”, le cuenta a Infobae.
“En la cuarentena, los tres nos quedamos acá. Ahora, los dos siguen yendo y viniendo de la ciudad, pero yo me quedé todo el tiempo y volví muy poco a Buenos Aires, solo por dos o tres días. Somos la cuarta generación en este campo y recibimos turismo desde 1993″, dice ahora Diego, quien en julio de 2020 y en plena cuarentena, le explicó a Infobae la dura situación económica por la que atravesaba su fuente de trabajo, que le daba empleo a 20 familias.
Fanático de los caballos, cuenta que desde pequeño disfrutaba mucho cada visita al campo, pero nunca pensó que podría instalarse allí definitivamente. De hecho, hace 10 años dejó su trabajo como profesional en una oficina del centro para unirse al negocio familiar. Luego, su hermano hizo lo mismo y los dos se dedicaron a ayudar a su madre en la explotación turística del campo.
“Cuando era chico, veníamos los fines de semana o a pasar los veranos, pero no había luz eléctrica. Era todo muy rústico y luego se fue modernizando. Hace unos 30 años se decidió abrir el hotel, entonces, empezamos a venir seguido por trabajo. Estudié administración de empresas y hasta hace 10 años trabajaba en una oficina en la Ciudad. Después, mi mamá me pidió que la ayudara con el campo, así que me fui metiendo de a poco: primero en la administración, pero jamás pensando en dedicarme al turismo. Además, hacía ambas cosas: seguía con mi trabajo y ayudaba a mi madre. Hasta que tuve que decidirme por alguna de las dos porque no me daban los tiempos. Y elegí el campo. Dejé Buenos Aires para venir a trabajar acá y ocuparme más. Después se sumó mi hermano, que también dejó su trabajo. La realidad nos fue llevando y acá estamos”, revela.
Por la cuarentena, aquel lugar en el que solo pasaba sus vacaciones y los fines de semana, empezó a convertirse -casi sin darse cuenta- en su nuevo hogar. En marzo del año pasado tuvo que cerrar el hotel, así que pensó que lo mejor era instalarse allá. “Era ideal para pasar la cuarentena por el aire libre, porque no había gente alrededor y, ni siquiera, teníamos que usar barbijo porque estábamos dentro de nuestro campo. Así que pudimos disfrutarlo como lo hacen los turistas, incluso, durmiendo en las habitaciones. Como la cuarentena se iba alargando, empezamos a resolver todas las cuestiones administrativas -algo que nos parecía impensado- y comenzamos a trabajar desde acá, incluso con el temor a la conectividad de internet que a veces es inestable. Pero finalmente nos adaptamos a todo y funcionó”, afirma e indica que ese fue el primer paso para comenzar a plantearse la posibilidad de mudarse definitivamente al campo.
Toda la parte administrativa -como el pago de impuestos, de gastos, la contabilidad, etc- siempre se había hecho en la ciudad, ya que Diego y su familia pensaban que era complejo si se hacía desde otro lugar. Pero se equivocaron y hoy finalizan un Zoom con un cliente para chequear las reservas online y, en sus ratos libres, se conectan a Netflix sin ninguna complejidad. “Si no hubiera sido por la pandemia, nunca hubiera pensado que iba a tener la conectividad apropiada para poder trabajar sin tener que moverme. Hizo que todo se fuera resolviendo solo y que funcionara perfectamente”, sostiene.
Los ocho meses que debió cerrar su hotel le permitieron ver las cosas de otro modo y hasta consiguió reorganizarse en familia. “Nunca me hubiera imaginado que iba a tener que cerrar por tanto tiempo. En este rubro, tenemos una temporada alta y baja muy claras y diferentes, en cuanto al ritmo de trabajo. Jamás cerramos en temporada baja, aunque se trabaje menos. Con la cuarentena no nos dejaron alternativa, pero entendí que incluso puede ser una buena opción para tomarnos las vacaciones todos juntos o hacer arreglos. Antes, jamás me hubiera permitido cerrar y ahora me doy cuenta que tomarse ese tiempo es bueno... y se puede hacer. Claro que un tiempo prudencial y solo para resolver temas de la empresa o para descansar todos a la vez”, reflexiona.
Otro punto a favor del campo es la tranquilidad con la que se vive a diario, la ventaja de las distancias cortas para moverse y el rendimiento del tiempo, factores en contra para quienes viven en la ciudad. “Para hacer cualquier cosa tenés que movilizarte y hacer una hora de auto, estacionar, etc. Para hacer un trámite sencillo o que te lleva un rato, perdés un montón de tiempo. Eso en el campo no me pasa, porque tengo todo acá. Lo mismo si tuviera que hacer un trámite en el pueblo de Areco: todo está a dos minutos de distancia. Estoy a 15 minutos del pueblo, así que todo es más expeditivo”, destacó.
Así que, a pesar de que en la cuarentena tuvo que cerrar el hotel y enfrentarse a la incertidumbre total en su fuente de trabajo, la experiencia que atravesó le sirvió para darse cuenta de que su futuro ya no estaba en la ciudad. “Planeaba vivir en el campo en algún momento de mi vida, pero mucho más adelante. Lo pensaba, pero era algo a lo que nunca le encontraba el momento y siempre lo pospuse. Pero la pandemia me aceleró las ganas y, también, la confianza porque, por ejemplo, dudaba en levantar mi casa acá por si no me adaptaba o extrañaba la ciudad. Pero ahora no tengo ninguna duda y la voy a empezar a hacer. Veo con total claridad que mi lugar está acá y no extraño nada de la ciudad”, afirma.
“Mucha gente empezó a venir al campo por la cuarentena y ahora no quiere volver a la ciudad. Cuando pudimos reabrir el hotel, vimos cómo la gente necesitaba salir del encierro. Vinieron personas que nos contaron que estuvieron nueve meses encerrados en sus casas y estaban desesperados: se notaba lo que disfrutaban estar al aire libre en medio del campo. Este es un lugar muy familiar y el año pasado los chicos la pasaron bastante mal, así que veía cómo acá podían disfrutar y jugar, ante la tranquilidad de sus padres.
Diego siente que, a pesar de todo, estos meses de pandemia le sirvieron también para mejorar su calidad de vida y mirar al campo con otros ojos. “Acá los tiempos son otros: todo se hace con más tranquilidad y la gente es más sencilla y afectuosa. A mí me costaba mucho hacer ejercicio físico en la ciudad. Acá, hasta logré poder tomarme el tiempo y tener ganas de hacerlo. Salgo a correr, aunque no me gusta. Cuando veía que la gente estaba encerrada, pensaba que era un privilegiado por abrir una puerta y estar al aire libre. Así que me pareció que era la mejor manera de aprovecharlo. Gracias al campo, incorporé ese hábito sano que me beneficia porque tengo hipertensión, así que necesitaba hacerlo. Logré correr 5 kilómetros, que para mí es un montón. En otro contexto, jamás lo hubiera hecho”.
Una de las pocas veces que fue a la ciudad, en medio de la cuarentena, volvió impactado. No se acostumbraba a ver a la gente caminando con barbijos y comenzó a valorar aún más la vida al aire libre que llevaba en el campo. “Me encontré con un panorama tan diferente que no lo podía creer. Todos con barbijos caminando por la calle, los locales cerrados... Me resultó muy llamativo, a pesar de que sabía que estaba pasando por las noticias. Hice el camino inverso, porque durante todo el encierro no lo usé jamás -ya que no teníamos huéspedes y no salía de acá- así que tuve que aprender a usarlo cuando reabrimos”, destacó.
A pesar de que disfrutaba de la vida en la ciudad, Diego guarda los mejores recuerdos de su infancia en el campo y asegura que la pandemia lo convenció de que el sueño que tenía en su infancia podía hacerse realidad.
“Me encanta el campo y el contacto con la naturaleza. Entre mi madre, mi hermano y yo tenemos más de 20 perros, así que ahora es más fácil organizarnos con su cuidado. Siempre anduve a caballo, pero ahora hacía bastante tiempo que no lo hacía. No solo me encanta andar, sino estar en contacto con ellos. Me gusta armar un corral en un lugar donde hay más pasto y llevarlos. Moverlos, agarrarlos en el medio del campo y que puedan crecer en libertad... Que estén sueltos. Pero eso lleva un montón de tiempo, así que desde hace muchos años que no había podido volver a hacerlo. Siento que pude reconectar con todo eso que tenía muy olvidado y, además, me ayudó a estar más cómodo y contento en el campo”, dijo.
“De chico, mi sueño era tener a mi caballo en mi jardín. Fantaseaba con poder llevarme uno del campo a mi casa de la ciudad... y que viviera conmigo en un jardín minúsculo que hay allá. Ahora mi deseo se hizo realidad: voy a hacer mi casa en el campo, pero con un gran jardín y muchos caballos. Siento que estoy cumpliendo el sueño de mi infancia”, finalizó.
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