¿Quién era Chuca? Hace días que la pregunta se repite en Twitter, la red social que Florencia Kravetz amaba y en donde desde ayer a la mañana la lloramos todos los que la quisimos a ella. Para quienes la conocimos, era imposible no hacerlo: Chuca era la fuerza, la risa y el humor a prueba de todo, hasta del cáncer injusto que se la llevó cuando era tan feliz.
Tenía 47 años y una extraordinaria carrera como abogada y defensora del Pueblo por los derechos humanos: varios recordaron en estos días que fue la primera en presentar amparos por el matrimonio igualitario en la Ciudad de Buenos Aires. Tenía un amor, Nicolás, que la acompañó hasta el final con entereza y también con esa ironía genial que era su sello. Tenía una terraza que era su pequeño paraíso terrenal, tres gatos a los que adoraba –Chicho, Fox y Mandinga– y la perrita Milagros, a la que adoptó hace dos años: se enamoró al instante cuando supo por este medio que la habían rescatado de un arroyo del sur del Conurbano.
Tenía devoción por sus sobrinos. Era hermana del actual jefe de Gabinete y responsable del área de Seguridad del Municipio de Lanús, Diego Kravetz, y cuñada de la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña. Y tenía amigos. Infinidad de amigos. Amigos de todos los colores y algunos amigos que no se sentarían en la misma mesa, pero se sentaban en la suya: a “la Duquesa del Whisky” –como ella misma se definía en su biografía de Twitter– le encantaba cocinarles, juntarse con ellos a comer y tomar rico. Son los que desde el jueves último, cuando Nicolás avisó a sus seguidores que el estado de salud de Flor se había agravado, hicieron del hashtag #FuerzaChuca una tendencia.
“Hay un hilo rojo que nos une a todos y se llama Chuca”, me dice una de sus mejores amigas, Vanina Scetta, camino al cementerio de La Tablada, donde Florencia fue enterrada el martes por la tarde. “Le salía fácil ser familia. Hay gente que lo fuerza, ella no: es ese tipo de persona con la que te resultaba fácil estar. La gente la quería porque no había nada impostado, notaban su generosidad”. Entonces cuenta una historia que se repetirá en cada testimonio, y que reconozco porque estuve ahí: “Eran las tres de la mañana y me decía ‘Recién llegué a casa’. ‘¿Y dónde estabas?’, ‘En una comisaría, porque tal estaba preso y me quedé hasta que lo largaron’. O me decía: ‘Le conseguí laburo a tal, que conocí por Twitter; tal otro estaba bajón y lo invité a tomar unos mates’. Le hacía un lugar a todo el mundo. ¡Nos enojábamos porque nunca cortaba con la gente: te quería para siempre! Yo soy de Mar del Plata y cuando falleció mi papá se tomó el Flechabus y fue hasta allá sin avisarme. ‘Era donde tenía que estar’, me dijo. Esas cosas hacía. Era así”. Chuca se indignaba porque Vani no había visto Star Wars, ni Rocky, ni Duro de Matar: “Éramos totalmente diferentes. Nunca nos gustaron la misma música ni las mismas películas. Yo no tomo alcohol. Pero sabía leer mis intenciones y emociones como nadie, y cada salida con ella era una aventura: era un imán para gente rara y rota como yo, como todos, bah. Era eso: un imán”.
Desde París, su amiga Gaelle “Bubi” Legrand, me escribe sobre esa “hermana de otra madre” que conoció en Buenos Aires. “Te van a decir mucho sobre todo lo que Flor hizo como abogada. Y era así, estaba siempre lista para luchar contra todas las injusticias. Yo tengo esta: la noche en que me presentó a Nico, su pareja, en un bar de Palermo, ella iba a conocer a los amigos de él. Estaba radiante. Aún así, salimos a tomar aire, vio una situación con la policía a unos metros y se acercó para ver qué estaba pasando y si se necesitaba algo. Siempre salía corriendo a ayudar: era de fierro”. Pero, por sobre todas las cosas, dice Bubi, Chuca era “la de las carcajadas que no terminaban, la que te decía lo que tenías que escuchar –y no lo que querías escuchar–, la que siempre estaba sin importar la hora, la que vaciaba sus placards y su heladera cuando te invitaba a comer. Y detrás de toda esa fuerza y brillo, era una de las personas más sensibles, protectoras y dulces que conocí. Escondía sus preocupaciones con su humor ácido y su optimismo. Incluso mientras estaba enferma, no podía dejar de preguntarte cómo estabas vos o si necesitabas algo”. Tenía planes para después: “Hace unos días volvimos a hablar del viaje que haríamos cuando todo pase, a Budapest. Quería recorrer Europa del Este y se había puesto a buscar pasajes para ella y Nico. Y habíamos quedado en ir juntos. Porque era imposible decirle que no. Tenía esa risa contagiosa y ese no sé qué que hacía que la siguieras en todas”.
El periodista Nicolás Lucca conoce a Florencia hace ocho años, pero la siente su amiga de toda la vida. “Nunca la vi sin una sonrisa. Hasta cuando te contaba algo malo te tiraba una sonrisa, como para mostrarte que iba a salir de ahí. Es lo que muestra su tuit fijado: ‘En términos de eternidad esta encarnación es irrelevante’. El mensaje es ese, dejá de preocuparte tanto”, dice. Está, como todos hoy, “en carne viva”. Para él, Chuca eran “los mejores rulos de la historia” y también los abrazos de verdad: “Te hacía saber que te abrazaba. Fue parte de mi recuperación de mi primer tratamiento psiquiátrico: me obligaba a salir. En grupos descoordinados, llegabas y estaba ella, porque unía: en las salidas con Florencia conocías gente que jamás habrías conocido por culpa de la grieta, y es que ella estaba por encima. Todos fuimos mejores después de conocerla”. Era una amiga muy presente: “Su última enseñanza es que ella enferma me llamó un par de veces y tuvimos conversaciones de dos horas porque yo estaba mal. Se cagaba de risa de su enfermedad. Me decía: ‘Me banqué cada quilombo, mirá si no me voy a bancar esto’. Y se apoyaba en Nico, con él la vi radiante. Nunca la había visto tan feliz con alguien”.
Somos muchos los que, como la periodista Silvina Márquez, conocimos a Chuca por Twitter. Ella hizo de esa red que tantas veces es campo de batalla un lugar de encuentro y cosas buenas. En los últimos meses, era el espacio en donde compartía con acidez su pelea diaria contra el melanoma. “Nico es divino y tiene su humor, entre los dos potenciaban los chistes –dice Silvina–. Hace poco ella escribió ese tuit que dice: ‘Me pasé toda la vida enfrentando a policías armados con la letra de la ley. Cómo me iba a matar un lunar con un gen mutado’. Es muy triste y muy doloroso pensar que se lo tomó de esa manera hasta el final. Pero ella era así: una persona muy valiosa que vivía pendiente de los demás, de que los otros no sufrieran más de lo necesario”. Silvina recuerda entonces una marcha por el Día de la Mujer a la que fue con Chuca. “Estábamos al lado de la Catedral, y estaba toda la hilera de autos del operativo policial. Y ella va y les muestra su tarjeta: ‘Soy la doctora Florencia Kravetz, de la Defensoría del Pueblo, cualquier cosa voy a estar por acá’. Lo hacía para advertir que los manifestantes no estaban solos, que había gente que los cuidaba. Era decirles ‘Ojo con los desbordes’. Lo mismo que cuando desalojaron el Indoamericano: se fue a las 3 am y estuvo hasta que terminó para asegurarse de que la gente estuviera bien. Después de cada manifestación, si había detenidos se quedaba esperando despierta hasta que los largaran. Ese rasgo, su compromiso con la Justicia y los Derechos Humanos la define también en lo personal, porque tiene que ver con estar pendiente del otro, era una persona con esa integridad”.
Sus colegas abogados Fátima Noriega y Mariano Heller también conocieron a Florencia por Twitter, pero alguna vez terminaron acompañándola a una comisaría para ayudar a liberar a un amigo al que habían detenido. “Estuvimos tres horas tratando de ver cómo hacíamos, porque ella era así: estaba dispuesta a ayudarte todo el tiempo”, cuenta Fátima, que agrega: “La quería todo el mundo, de los dos o los mil lados de la grieta. Siempre llegaba a las juntadas con sus whiskies y sus vinos y terminábamos las noches a las carcajadas”. Fátima recuerda que tuvo que pedirle “un favor enorme que a ella le costaba y nos cambió la vida”. También que cuando se enfermó su gato, Chuca la llamó de la nada para decirle que le había conseguido un turno con un especialista que había salvado a Chicho, el más viejito de los suyos: “Siempre estaba dispuesta a ayudar. Era una mina que disfrutaba completamente de la vida, de la comida, de la bebida. No podías no reírte con ella, por eso la gente la quería tanto”. Mariano agrega: “Es tan injusto todo, estaba enamorada, disfrutando de su casa nueva. Y Nico era un crack total que la acompañaba”.
Encuentro a Jorge Salazar Capón y Damián Bernath volviendo de la Tablada: son la pareja que logró casarse en la Ciudad de Buenos Aires el 3 de marzo de 2010 gracias al amparo que presentó Florencia. Damián es quizá uno de los más viejos amigos de Chuca. Se conocieron hace 30 años, cuando ella tenía 16 y había ido de viaje a las Cataratas del Iguazú con una amiga; terminaron siendo novios. “Perdí a una ex novia, a mi gran amiga... y a nuestro ángel de la guarda”, dice Damián y se suma Jorge en altavoz. La historia del primer matrimonio igualitario comenzó en la casa de Chuca, en una picada de amigos “y fue por amor, no por militancia”. Damián cuenta: “Estábamos hablando de nuestro futuro y nos preguntó, ‘¿Ustedes se quieren casar?’. Si se animan, yo presento un amparo. Se enfrentó a todo: a la Iglesia, a la Justicia. Así era”.
Los tres construyeron un vínculo indestructible; Jorge es además el veterinario de las mascotas que Chuca tanto amaba. “Nos respetábamos en nuestras diferencias, nunca fueron un impedimento. Flor vivió la vida como quiso vivirla y eso es algo que no mucha gente puede hacer: fue muy feliz en sus decisiones, y siendo feliz hizo feliz a mucha gente; era generosa, se reía con ruido, a carcajadas. Era genial. Queríamos ir juntos a Budapest. Nos queda el enojo de que siempre decíamos que, como no teníamos hijos, cuando fuéramos viejos nos íbamos a cuidar entre nosotros: en eso no cumplió”.
Nomi Lebersztein completa la tríada indisoluble que forma hace quince años el grupo de chat 24/7 con Chuca y Vanina Scetta. “Nos conocimos por Twitter; ni sé como empezamos a seguirnos, pero la invité a mi casa. Mis hijos me decían: ‘¿Y si son asesinas seriales?’ Nunca más nos separamos: era como si viviéramos las tres juntas. Formamos una especie de familia”. Chuca también conoció por Twitter a su novio, Nico: “La acompañó con amor y cuidado. Sabíamos que estaba enferma y que era duro, pero el desenlace final fue muy rápido. Agradezco que él haya estado ahí. Era una mina absolutamente desprendida. Siendo compradora compulsiva, le decías ‘qué linda remera’, y se la sacaba y te la daba. Era generosa con sus cosas, con sus tiempos, con todo. Y era buena. Demasiado abierta y demasiado buena”.
¿Quién era Chuca? Algo de lo que me dijo Vanina todavía resuena: “Chuca quería ser amada y siento que fue muy amada. No hay nada más lindo que irse siendo amado. Ese es un consuelo enorme para todos los que la quisimos”. También vuelvo a pensar en algo que me dijo Nicolás Lucca: “En lo egoísta, agradezco que haya sido mi amiga, en lo altruista que haya pasado por este mundo”; y en eso de que todos fuimos mejores después de conocerla. Reviso mis chats con ella, los de cuando nos sentíamos eternas: hablamos de amores, nos prometemos tragos –la Duquesa del Whisky me enseñó a tomar Boulevardier–; un 3 de junio, para una marcha de Ni Una Menos, me dice que está atenta, como algo “extracurricular”, por si algo se complica y “nos lleva la cana”. Y es que estar atenta y para todos, como si fuéramos únicos, era lo que hacía siempre. Su último mensaje es de hace poco: dice “sos un sol”. Pienso en esa rubia hermosa y ruluda, en esos rulos que adoraba. En esa rubia brillante y en cómo todo giraba a su alrededor cada vez que aparecía. Y no tengo dudas: el sol era ella.
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