El actor y estatuista, Carlos A. Monzón, conocido como “Pupi”, dejó uno de los legados más importantes para quienes realizan estatuismo, la disciplina que se conocida como “estatuas vivientes”. Fue uno de los primeros artistas que empezó a hacer arte callejero en el país y su trabajo fue multipremiado en distintos concursos de estatuismo. A los 63 años, le preocupaba que su arte siguiera vigente y, por ello, desde siempre alentó a las nuevas generaciones, a quienes les enseñaba a componer personajes y compartía su gran experiencia a la hora de exponerse al público en la calle.
“Empecé mi carrera en 1994, bailando en patines en Plaza Francia, donde trabajé por 24 años. En Recoleta, estuve rodeado de turistas que me sacaban fotos y me decían que se llevaban mi recuerdo a todas partes del mundo. El primer personaje que hice fue un espantapájaros que se llamaba Eliseo. Mientras actuaba, aprendí a hacer estatuas y trajes mirando a otros artistas. Aprendí solo, nadie me enseñó nada”, contó el artista en su primer vivo en Facebook, en una charla con sus seguidores que aún puede verse en la página “Encuentro de Estatuas Vivientes en Olavarría”.
En ese video, Carlos cuenta que tuvo buenas y malas épocas, según la cantidad de monedas que recogía en su alcancía. Una tarde, estaba en Plaza Francia interpretando a un robot cuando unas artesanas le dijeron que le habían robado la lata donde su público le dejaba monedas. “Me la llevaron llena de billetes y monedas así que, a partir de ese momento, le empecé a poner cadena. La calle es brava, hay de todo. Trabajar bajo el rayo del sol es tremendo, porque en Plaza Francia no hay sombra. Tuve que plantar un árbol frente a la Iglesia del Pilar, esperando que me tapara el sol. Pero cuando creció se seguía filtrando entre las ramas y me daba igual. Ahí está mi lugar y hoy ese árbol es enorme”, afirmó en esa oportunidad.
Con un traje de hojalata y otro realizado con transmisores viejos, trabajó durante dos años ininterrumpidos para poder comprarse una moto. En pleno verano y cuando el calor apretaba, seguía firme dentro de sus dos disfraces, a pesar de que el sol no le daba respiro. Preocupados por él, muchos de los artesanos de la plaza se acercaban a golpearle el traje y le preguntaban si estaba bien. No podían entender que resistiera tantas horas ahí dentro.
El año pasado, la cuarentena lo tuvo a maltraer, ya que le impidió seguir haciendo lo que más le gustaba: dar vida a sus estatuas vivientes en una plaza o en alguna calle. “Nadie me enseñó a hacer trajes, ni nada. Todo lo que hago es gracias a mi imaginación”, reveló.
La pasión por las distintas ramas del arte lo acompañaba desde muy chico, cuando cantaba con una guitarra entre las mesas de un bar, mientras los clientes le regalaban alfajores de maicena y gaseosas. En la casa de su infancia, le gustaba subirse a un sillón y bailar haciendo equilibrio con una botella. “Siempre quise ser artista, desde muy chiquito. Incluso, estudié teatro y hasta tomé clases de cine con Pino Solanas”, recordó.
Carlos renegaba de las estatuas vivientes blancas y armaba sus trajes con diferentes materiales para que sean muy coloridas: sogas, latas, hebras de lana, caracoles, chapitas de cerveza y gaseosas, alambres, cadenas, monedas, cortinas, espejos, cascos de bicicleta, maderas, cañas de pescar, pistolas de agua, juncos, plumas, diarios, hilos, transmisores, cáscaras de papas, caños de escape y hasta tornillos daban vida a príncipes, caballeros antiguos, espantapájaros, bomberos, toreros, el Príncipe del Desierto, Aladino, el Ultimo Guerrero, el Guardián del Futuro, el Señor de los Espejos y hasta Michael Jackson. Su performance incluía música, pero también, una gran variedad de accesorios como pelucas, escudos, capas, vinchas, cinturones, alas y hasta zapatos de época, que también diseñaba según el personaje que interpretaba.
“Todo sirve, solo se necesita tener imaginación. Los artistas encontramos cosas en la calle que nos permiten armar nuestros personajes. Usamos muchas cosas recicladas, como manijas de mesitas de luz, cables de afeitadoras, hebillas y cierres de carteras... En la calle encontré muchas cosas. Una vez, vi una una lata de galletitas antigua e hice el casco del “Hombre de Hojalata”. Caminé un poco más, encontré seis latas pequeñas y con eso le hice el armadura. Con ese personaje estuve en muchos programas de televisión, incluso en el de Marcelo Tinelli y en Café Fashion”, expresó.
El genial artista compuso e interpretó a más de 40 personajes, a pesar de que no sabía dibujar. “No sé dibujar, pero me siento y pongo el personaje en mi mente. Busco cosas, las pego y las coso. Me pongo a pensar, hasta que le encuentro la vuelta y me sale el personaje. Siempre espero que, cuando salgo a la calle, al público le guste. La gente ve el trabajo del artista, pero lo más importante es el respeto y la humildad. Aprendí mirando, pero también, de mis compañeros. En la calle uno aprende muchísimo”, confesó el artista que nunca dejó la calle, a pesar de que se lució en publicidades, en la televisión y en teatros.
La Asociación Argentina de Actores (AAA) lo despidió a través de su página y de sus redes sociales, donde se expresa que fue un artista comprometido con los Derechos Humanos y las causas sociales. Integró el Grupo Las Estatuas, participando en marchas del 24 de marzo junto a la AAA y en las movilizaciones de Ni una Menos, en defensa de la Educación Pública y por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
La AAAA indica que, en su extensa trayectoria, Carlos A. Monzón obtuvo numerosos premios en los concursos de estatuismo del país, incluido un reconocimiento a su trayectoria en el último Encuentro de Estatuas Vivientes realizado en Bahía Blanca. “Es considerado el primer estatuista del país. Entre sus creaciones, se encuentran el imponente Robot Iluminado, creado con utensilios que recolectaba en la calle, coleccionaba y reciclaba; el Señor de los Espejos, minucioso trabajo artesanal que incluía miles de trocitos de cristal que cubrían la totalidad del cuerpo; su homenaje a un soldado de Malvinas o la interpretación del bombero con un bebé rescatado en sus brazos, entre tantos otros trabajos”, se lee en el sitio web.
En el vivo de Facebook del grupo “Encuentro de Estatuas Vivientes en Olavarría”, Carlos deja un gran mensaje para los artistas callejeros jóvenes que lo idolatraban y lo reconocían como su gran maestro. Allí, pueden repasarse todos sus consejos y hasta se puede ver su casa, donde en una habitación atesoraba todos sus trajes y recuerdos. Con la humildad de los grandes, los alentaba a seguir adelante a pesar de las dificultades propias de quienes trabajan en la calle, les revelaba los secretos de sus creaciones, les enseñaba sus técnicas y hasta les ofrecía su casa de San Fernando a los que vivían lejos de Buenos Aires, incluso a quienes venían de otros países.
Corría septiembre en plena cuarentena y se lamentaba por no poder trabajar en la calle, pero seguía haciendo sus trajes en su casa, aunque su repentina muerte hizo que muchos quedaran sin terminar. “Hoy, mis compañeros artistas y yo estamos encerrados sin poder hacer lo que nos gusta. Ojalá podamos salir adelante, aunque yo ya estoy de vuelta. Pero deseo que mi legado quede para mis compañeros, que les deje un aprendizaje, que les llegue lo que hago... A quienes la necesitan les ofrezco mi casa: es chica pero al menos se ahorran el hotel. Les enseño a los que recién empiezan, pero también, sigo aprendiendo de ellos. ¡Ojalá les deje un aprendizaje!”.
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