Una historia desopilante en la rebelión carapintada: el general, José De Zer y los secretos del “pozo que habla”

El domingo 19 de abril de 1987, en medio de la máxima tensión, llegaron a Campo de Mayo, las tropas conducidas por el general Ernesto Alais cuya misión era poner fin al acuartelamiento de los sublevados bajo las órdenes de Aldo Rico. Alais se negaba a hablar con los periodistas. Sin embargo, un emisario suyo pidió por el periodista estrella de Nuevediario. El diálogo entre el militar y De Zer no fue sobre la sublevación sino sobre los detalles de un show televisivo con extraterrestres incluidos

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Aldo Rico, líder de la
Aldo Rico, líder de la rebelión carapintada de 1987 (Télam)

Los cronistas y movileros que montaban guardia cerca de Campo de Mayo rodearon el jeep y bombardearon a preguntas al hombre flaco, de pelo canoso, que bajó de él.

-¿Qué te dijo? ¿Va a parlamentar? ¿Va a atacar?

José de Zer sonrió y empezó a responder:

-No, no me dijo nada, quería saber…

La historia que sigue se la contó Horacio Margalejo, por entonces uno de los conductores de Nuevediario, a uno de estos cronistas a fines de los ochenta.

José De Zer y el pozo que hablaba

Corría 1987 y gobernaba Raúl Alfonsín. Eran los tiempos de Alejandro Romay en Canal 9 y el momento de mayor gloria de Nuevediario, donde José de Zer ya había impuesto una manera de hacer móviles que poco tenía de periodismo tradicional pero que era un verdadero éxito como show. Todo un estilo que, quizás, había alcanzado su clímax en sus jadeantes subidas al Cerro Uritorco para encontrar extraterrestres al grito de “¡Seguime Chango!”, dirigido al camarógrafo Carlos Torres que corría detrás tratando de mantenerlo en foco.

José de Zer (izquierda) en
José de Zer (izquierda) en Nuevediario

De Zer no se tomaba las cosas en serio, pero jamás se reía. Era su expresión y su manera de presentar “la noticia” lo que hacía que para muchos esa ficción fuera realidad.

Igual que cuando, hacía apenas unos días, se había arrodillado micrófono en mano al borde de un pozo cercano a la estación del Ferrocarril Provincial, en La Plata, para sumergir todo el largo de su brazo tratando de captar lo que el pozo decía. Porque la noticia era ésa: “Hay un pozo que habla”.

La “noticia” empezó cuando un parapsicólogo platense aseguró que había escuchado voces provenientes de un pozo de cemento que estaba en 7 y 98, por entonces una zona muy poco poblada de las afueras de la capital provincial. También dijo que había tomado dos fotografías, y les mostró a José De Zer y a su inseparable Chango dos imágenes borrosas que, sostenía, pertenecían a un enanito verde metido en el fondo del pozo. Casi seguro un extraterrestre capaz de hablar en cristiano.

José de Zer en Nuevediario, la ciudad extraterrestre

Durante toda una noche, De Zer y el Chango habían montado guardia junto al pozo, no porque esperaran ver al o los enanitos sino porque sabían que, bien producida, la “nota” causaría furor entre los seguidores de Nuevediario.

La escena cumbre la obtuvieron cuando José, en un rapto de inspiración, metió su brazo, micrófono en mano, por la boca del pozo para capturar unas palabras que nunca se escucharon.

La rebelión carapintada

Pero en la Semana Santa de 1987 los shows periodísticos se interrumpieron bruscamente en Nuevediario.

La rebelión carapintada liderada por el teniente coronel Aldo Rico puso en vilo al país.

Todo comenzó el martes 14 de abril, cuando el ministro de Defensa de Alfonsín, Horacio Jaunarena, dispuso la baja del mayor Ernesto “el Nabo” Barreiro, reconocido como jefe de los torturadores del centro clandestino de detención cordobés de La Perla.

Cuando apenas tenía el grado de teniente primero, el temible general Benjamín “el Cachorro” Menéndez lo había puesto a cargo de obtener información de los detenidos aplicando los tormentos más horrorosos que en la inmensa mayoría terminaban con el asesinato. Además, Barreiro, bajo las órdenes de Menéndez había formado parte del “Comando Libertadores de América” –una especie de Triple A cordobesa- durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón.

El general Alais, encargado de
El general Alais, encargado de sofocar el levantamiento militar (Télam)

Para 1987, el prontuario del por entonces mayor del Ejército había llegado a los tribunales cordobeses y la fiscalía había comprobado al menos seis casos de tortura y uno de homicidio. El trámite judicial llevaba más de un año y al momento en que la Cámara Federal de Córdoba lo citó a declarar, Barreiro directamente no fue. La Justicia, ante el desacato, ordenó a la autoridad militar que fuera trasladado -y confinado- en otra unidad militar, distinta a la que reportaba. La policía cordobesa actuaría como auxiliar de Justicia y llevaría a Barreiro al Regimiento de Infantería Aerotransportada.

Sin embargo, al llegar el grupo de efectivos militares, la oficialidad se amotinó.

Se había prendido la mecha. Poco después, Aldo Rico, un teniente coronel condecorado por su desempeño en el conflicto de Malvinas, rompió la cadena de mandos.

La rebelión carapintada estaba en marcha. Rico se había instalado en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo y se erigió como el líder de la rebelión. Todo escalaba: ya no era un desafío a la Justicia para evitar los juicios por los crímenes de la dictadura sino que era un llano y liso desacato a las instituciones de la democracia.

Raúl Alfonsín no podía retroceder.

Los rebeldes, con las caras embetunadas como si fueran a la guerra, reclamaban una “solución política” para los centenares de citaciones judiciales contra oficiales de las tres fuerzas armadas por las violaciones de los derechos humanos cometidas durante la dictadura, que había terminado menos de cuatro años antes. También pedían el desplazamiento de la cúpula del Ejército, buscando despegarse de responsabilidad en la represión ilegal.

La ciudadanía salió a la calle a repudiar el levantamiento militar.

Alais, a paso de tortuga

Siguiendo las indicaciones de Alfonsín, el jefe del Ejército, general Héctor Ríos Ereñú, ordenó dos movimientos para sofocar la rebelión.

Por un lado, desplazó tropas del Cuarto Cuerpo de Ejército, con sede en La Pampa, hacia Córdoba para recuperar el Regimiento 14, donde se había refugiado Barreiro. Por el otro, ordenó al jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, el general de brigada Ernesto Alais, que se dirigiera desde Rosario hacia Campo de Mayo para reprimir a los sublevados.

Muy pronto se vio que las tropas comandadas por Alais avanzaban a paso de tortuga, lo que dio rienda suelta a una serie de rumores conspirativos: que el jefe del Segundo Cuerpo estaba de acuerdo con los sublevados, que les estaba dando tiempo para organizar su defensa, que llegado el momento de actuar desobedecería las órdenes de Alfonsín.

Raúl Alfonsín en la tensa
Raúl Alfonsín en la tensa semana Santa de 1987

Años más tarde, el propio Alfonsín aclaró las verdaderas razones de la lentitud del avance de Alais: “La orden que impartí era que la acción debía comenzar el domingo 19 a las 10 de la mañana, mientras teníamos tiempo para ver si por vía de la negociación deponían su actitud. Yo quería evitar el derramamiento de sangre. Esa era mi preocupación. Lo que pasó fue que el plan no se comunicó a la prensa, y por eso siempre se habló de la lentitud del General Alais. No fue así. El domingo a las 7 de la mañana, (las tropas leales) se encontraban en Campo de Mayo para cumplir la acción y solo esperaban una orden mía. Mientras, seguíamos las reuniones en Casa de Gobierno, y recibíamos informes de Campo de Mayo, sobre ciertas reuniones que mantenían Rico con algunas personas que intentaban mediar, y otros que intentaban sacar provecho de la situación”, contó.

Pero en esos días dramáticos, nada de eso se sabía. Por eso, cuando la madrugada del Domingo de Pascuas, las tropas comandadas por Alais llegaron finalmente a las cercanías de Campo de Mayo, los periodistas que informaban desde allí se desesperaron por conocer sus planes.

El general, el periodista y el pozo

Cuando se produjo el levantamiento, José De Zer dejó de lado tanto los pozos parlantes como los extraterrestres para montar guardia frente a Campo de Mayo, esperando la llegada de Alais, que “venía viniendo” pero nunca llegaba.

Cuando finalmente llegó, el general guardó silencio, rechazando sistemáticamente los pedidos de hacer declaraciones o ser entrevistado.

Decenas de periodistas estaban en esa espera infructuosa cuando, de repente, un jeep conducido por un teniente se acercó al lugar donde montaban guardia y preguntó por José De Zer.

–Soy yo – dijo José, como si hiciera falta.

–Venga, por favor, el general quiere hablar con usted – le dijo el teniente.

Al rato, Alais y De Zer caminaban solos por una loma ante la lejana y envidiosa mirada del resto de los cronistas. ¿Qué planes le estaría revelando?

José De Zer fue llamado
José De Zer fue llamado por el general Alais en pleno levantamiento militar. No fue para hablar de cómo reprimirían a los sublevados, sino que el militar quería conocer los detalles del "pozo que habla"

Una hora más tarde, José volvió sonriendo y todos lo rodearon para que les contara qué le había dicho Alais.

– ¿Qué te dijo? ¿Va a parlamentar? ¿Están negociando? ¿Va a atacar? –lo acosaron.

De Zer, con una sonrisa en los labios y la mirada brillante, mantuvo un silencio teatral que parecía interminable. Cuando logró que todos se callaran, les respondió:

–No, no me dijo nada… Quería que le contara si es verdad lo del pozo que habla.

Final de los protagonistas

José De Zer murió diez años después de este episodio, en abril de 1997, con apenas 56 años. Había sido la estrella de Nuevediario entre 1984 y 1994.

En cuanto a Alais, años después, cuando se derogaron las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida -promulgadas por la presión carapintada-, fue detenido acusado de crímenes de lesa humanidad cometidos cuando era jefe del regimiento de Infantería 19 con base en Tucumán. Fue condenado y falleció a los 86 años, en febrero de 2016, en el hospital del penal de Ezeiza.

Barreiro, el iniciador de ese levantamiento, eludió la Justicia por muchos años. Tras la derogación de las leyes que podían llevarlo a prisión, viajó a Estados Unidos y se instaló en una pequeña localidad de Virginia. Creyó que la Justicia de ese país iba a ampararlo y se equivocó. Luego de un proceso de extradición que llevó un tiempo más largo que la lentitud de los tanques de Alais, finalmente, en 2007 fue detenido en Virginia, llevado a Washington y desde allí enviado a Buenos Aires.

Su prontuario, para entonces, era mucho mayor. La cantidad de testimonios que lo acusaban era abrumadora: fue imputado por 228 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas, 211 imposiciones de tormentos agravadas, 65 homicidios calificados, 13 imposiciones de tormentos seguidos de muerte y la sustracción de una menor.

Fue condenado a cadena perpetua.

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