Telégrafo Mercantil, el primer diario de Buenos Aires: buenas noticias, censura y el riesgo de ser dueño de un medio en tiempos de virreyes

Hace 220 años aparecía, en esa gran aldea que era Buenos Aires, el primer periódico en lo que aún era el virreinato del Río de la Plata. Su director fue el español Francisco Cabello y Mesa, que se hizo buena y mala fama en Perú, Buenos Aires y España en esa dura misión de hacer un periodismo estrechamente controlado por el poder

El número 1. El Telégrafo nació el miércoles 1 de abril de 1801.

El virrey Gabriel de Avilés, en uno de sus últimos actos de gobierno ya que en pocos meses asumiría al frente del virreinato del Perú, apoyó y autorizó la publicación de un periódico. Valoraba el poder de la palabra. Eso sí: los originales debían pasar por los ojos del regente de la Real Audiencia. Y si el regente no pudiera, deberían hacerlo los Oidores Campuzano o Matalinares.

Así nació el 1 de abril de 1801 el primer periódico editado en Buenos Aires.

Intuitivo, un poco idealista, otro tanto materialista, más voluntarioso que talentoso, el español Francisco Antonio Cabello y Mesa fue el fundador del “Telégrafo Mercantil, Rural Político Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”. Había nacido en la provincia española de Extremadura por 1764 y con los títulos de abogado y de coronel del Regimiento Provincial Fronterizo bajo el brazo, quiso probar suerte en el floreciente virreinato del Perú, donde llegó a fines de 1789.

El 1 de octubre de 1790 editó en Lima el “Diario de Lima, curioso, erudito, económico y comercial”. Solía usar el seudónimo de Jayme Abúsate y Mesa. Cuando en Lima surgió otro periódico, el suyo quedó relegado y debió cerrarlo.

Para septiembre de 1800 se encontraba en Buenos Aires, una aldea habitada por 40 mil personas. Tenía la intención de regresar a España con su familia. En el Perú se había casado con María Dolores Rodríguez Blanco.

Pero algo le hizo cambiar de planes. En octubre le solicitó al virrey Marqués de Avilés autorización para la publicación de un periódico. Cabello y Mesa solo pidió una suerte de exclusividad: que fuera el único de Buenos Aires y así no sufrir la competencia, como le había ocurrido en Perú.

La publicación estaría además respaldada por una sociedad patriótica-literaria y económica, en la que solamente podrían participar españoles cristianos “limpios de toda mala raza”, y no se admitirían extranjeros, negros, mulatos, chinos, zambos o mestizos. En noviembre el virrey dio el visto bueno y le encargó al Consulado que le facilitase a Cabello y Mesa “todas quantas noticias, y auxilios necesite, y sean del resorte de ese Tribunal, para asegurar así los útiles efectos á que se dirigen sus Tareas”.

El que dio el visto bueno. El virrey Avilés, conocedor de la importancia de la palabra, autorizó la publicación del Telégrafo Mercantil.

Le advirtieron que debía moderarse en sus opiniones acerca de la religión, política, “a efectos de que no sea fosfórica la utilidad de este proyecto”.

Su primer número salió el miércoles 1 de abril de 1801 y sus ejemplares de 16 páginas se imprimían en la Real Imprenta de Niños Expósitos, la única existente en la ciudad. En su redacción -instalada en la actual calle Reconquista al 200, al lado de la Iglesia de La Merced- colaboraban Domingo de Azcuénaga, el Deán Gregorio Funes, Pedro Cerviño, Manuel de Lavardén, Manuel Belgrano (funcionario del Consulado), Juan José Castelli, Luis Chorroarín y Julián de Leiva, entre otros. El tesorero era el influyente Antonio José Escalada, futuro suegro de José de San Martín. Contaba con un tipógrafo, una persona que cobraba las suscripciones y otras dos que se encargaban de la distribución.

Los suscriptores estaban discriminados entre nativos y forasteros. Al comienzo habían 145 residentes y 101 forasteros y llegó a alcanzar los 236, contando a los 17 pueblos del interior del virreinato donde la publicación llegaba. El mayor número de suscriptores, más allá de Buenos Aires, estaban en Montevideo, con 25. El Consulado recibía 19 ejemplares, que eran repartidos entre los distintos funcionarios. Y un par de números se enviaban a la corte española.

El diario publicaba la lista de suscriptores, en los que constaba si era funcionario, militar o comerciante.

Para los vecinos de Buenos Aires, la suscripción era de 2 pesos mensuales; las del interior, 20 reales por cuatro meses, y los forasteros debían abonar en oro. Todos los pagos eran por adelantado. La suscripción mensual dejaba un saldo de 500 pesos fuertes, que alcanzaba a cubrir los gastos y permitía ofrecer premios en dinero para los que aportasen papeles inéditos relacionados a fundaciones de ciudades, pueblos y conventos. Se pagaban las primicias.

En los primeros seis meses, el diario comenzó saliendo dos veces por semana, miércoles y sábado. Luego solo los domingos, con más páginas. En total, se editaron 110 números, dos suplementos y 13 ejemplares extraordinarios.

Aparte, también publicaban la lista de suscriptores "forasteros".

En sus páginas se publicaron los primeros trabajos históricos del país. Es así que puede encontrarse la primera polémica en torno a los orígenes de Buenos Aires, en la que intervinieron Eugenio del Portillo, que escribió sobre “la muy noble y muy leal Capital de la Argentina”. Manuel de Lavardén publicó en el primer número su “Oda al Paraná”, que pasaría a ser la pieza más significativa de la poesía virreinal.

Cabello y Mesa se había propuesto informar sobre las artes y las ciencias, extender los conocimientos de los agricultores y adelantar los descubrimientos en historia, antigüedades y otras disciplinas, como la literatura y la medicina, dedicándole una parte importante al comercio. “Empiece mi pluma, en fin, a informar a los lectores de los objetos, progresos y nuevos descubrimientos”, escribió en el primer número.

El diario incluía avisos, con una variada oferta.

El contenido periodístico giró en torno a noticias comerciales, datos sobre navegación, noticias de Europa, poesías, opiniones de lectores y los avisos de venta, en donde se ofrecían, en un mismo nivel casas, carruajes y esclavos.

El fin

Dicen que Cabello y Mesa había perdido la confianza de sus suscriptores debido a sus opiniones cambiantes e impredecibles. El número de suscriptores no subió y las dificultades económicas no demoraron en llegar. Mientras que solicitaba que los consulados y los puertos de América se suscribiesen, el Consulado daba de baja la mayoría de las suscripciones, desencantado con el contenido de la publicación. Para colmo, el 8 de octubre publicó un texto elaborado años atrás sobre las “Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos-Ayres é Islas Malvinas, y modo de repararse” que no cayó para nada bien en las autoridades. Además, había criticado a los curas de las Sierras del Perú y la forma en que aplicaban sus votos de castidad. El representante local del tribunal de la Inquisición protestó, solicitó el secuestro de todos los ejemplares y el virrey Joaquín del Pino -que había asumido en mayo de 1801- le quitó la licencia y fue el fin para el diario.

Cuentas claras. Donde ahora está Plaza San Martín, funcionó una plaza de toros. Se publicaban las recaudaciones y próximas corridas.

Por un tiempo, Cabello y Mesa ejerció como abogado en la ciudad y se le negó el reconocimiento de su grado de coronel. Durante las invasiones inglesas justificó haber sido asesor letrado del general William Beresford para proteger a sus compatriotas del invasor. No le creyeron. Luego de esquivar un juicio por traición, se radicó en Montevideo, donde lucharía contra los ingleses en la segunda invasión. Fue herido, hecho prisionero y enviado a Europa. En España luchó contra el invasor francés, y cuando cayó prisionero se sumó a ellos y se frustró un viaje a América para hablar a favor de la causa francesa. Cuando Napoleón fue derrotado, el rey Luis XVIII desoyó los pedidos de auxilio de Cabello y Mesa y con el tiempo, subsistiendo haciendo traducciones y como profesor de castellano, regresó a España donde se cree que murió por 1824. Algunos dicen que frente a un pelotón de fusilamiento, otros de muerte natural. Curiosidades de la historia: la muerte del fundador del primer diario porteño fue un hecho del que se tiene poca noticia.

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