Acabamos de despedirnos cuando leo su mensaje por Whatsapp: “‘Tu hogar no es donde naciste; el hogar es donde todos tus intentos de escapar cesan’, Naguib Mahfouz”. La voz de Isha Escribano tiene la cadencia serena de sus mantras. “Acabo de usar esa frase en una parte del libro. Si querés ponerla, puede ser muy poderosa”, dice. Reconozco el oficio de mi colega de la vieja redacción de La Nación: la entrevistada que ahora me entrega en bandeja el copete de esta nota es entre muchas cosas coach espiritual, música y médica, pero también es periodista.
El libro del que habla es su autobiografía, que publicará a fin de año Random House, y que empezó a escribir en septiembre pasado. “Cuento lo que fui descubriendo, experiencias de viajes, entrevistas. En una parte hablo de un personaje del cuento The Post Office, de Rabindranath Tagore, que se llama Amal, que es un chiquito que está enfermo y ve el mundo desde su ventana –dice–. Y siento que hay un paralelismo, no porque yo sea chiquito ni porque esté enfermo, pero es como si por esa ventanita a través de la cual yo fui viendo el mundo, mi biografía apareciera como un hilo conductor de la historia de toda esa exploración y esa búsqueda hasta llegar a ser quien soy hoy, que es quien siempre fui”.
Quien era y quien siempre había sido se encontraron oficialmente en febrero de 2020, cuando recibió el DNI con rectificación de género número 9000 de manos del presidente, Alberto Fernández. Faltaba un mes para su cumpleaños. La búsqueda de Isha, nacida en Pergamino en marzo de 1969, había tomado más de 50 años.
Ser una mujer trans de su edad es un raro privilegio en nuestro país: la mayoría muere antes de los 40. Cuando empezó a contar su transición en su cuenta de Instagram, donde durante toda la pandemia guió meditaciones de las que participaron hasta 9000 personas por día, pensé en todo lo que habría aguantado para posponer tanto su felicidad. En el diario en el que nos conocimos cuando era una joven promesa de la crónica, a su padre, José Claudio Escribano, el ex secretario general de Redacción, los empleados le decíamos simplemente “El hombre”.
Isha, su hija mayor, cumplió –y rompió– con todos los mandatos tradicionales: tenía graves problemas de disciplina con los curas jesuitas del Colegio Del Salvador; estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires, aunque le parece un horror la medicina alopática; y trabajó en La Nación, hasta que, en 2001, se conmovió tanto al entrevistar al líder espiritual indio Sri Sri Ravi Shankar, que fundó El Arte de Vivir en la Argentina. Solo eso, en su familia, fue motivo de rechazo. “Si hubiese crecido en un contexto distinto, muchas cosas que cuento serían hasta conservadoras, pero donde yo me crié, todo era disruptivo”, dice.
Cuando terminó la carrera, se fue a vivir a Boston con una novia norteamericana de la que se había enamorado un año antes. A escondidas, compraba ropa de mujer para montarse frente al espejo cuando ella se iba. A los 28, después de años de terapia, pudo vestirse de mujer fuera de su casa por primera vez en boliches queer. Pero en Buenos Aires vivía con terror de encontrarse con alguien, así que esperaba fin de año para viajar, comprarse ropa, maquillarse y salir algunas noches. Siempre terminaba prometiéndose que no lo iba a hacer más. Siempre pensaba en el suicidio.
El año pasado, vio un posteo en Instagram de la cantante venezolana @SoyEmma, víctima de bullying, que decía: “Hoy decido vivir”. Isha, que editó cinco álbumes con su proyecto Indra Mantras, en el que integra textos sagrados del hinduismo con música pop global, le escribió una canción que después grabó para Lito Vitale. La primera estrofa dice: “Hoy decides vivir./ Emma, Emma, / Yo cuidaré de ti. / Caminito de piedras, de corajes, / de dudas y de sueños, / Para ser, al fin, sin miedos, / Una mujer. / Emma, Emma, valiente mariposa / de infinitas alas. / Emma, Emma, cambias sin cambiar.” Y casi escrito a medida para el Día Internacional de la Visibilización Trans, casi al final canta: “No hay nada más cruel que una flor no florecida.”
Para entonces, Isha ya había salido hacía meses de la etapa que ahora llama “cocoon, como de oruga”. Ni su padre, ni su madre, ni sus tres hermanas, ni sus tíos ni sus círculos de amistades le hablaron más, y muchas de esas personas jamás la llamaron por su nombre, que en sánscrito significa “el ser” y, en hebreo, “mujer”. Pero, como Emma, ella ya era una mariposa. “Ya no estaba triste: tenía mi identidad”. Había decidido vivir.
–Cargaste una identidad que no era la tuya casi toda tu vida. No muchos se atreven a ese “cambiar sin cambiar” después de tanto tiempo.
–No mucha gente se atreve a vivir la vida que quiere y que es acorde con su naturaleza, ya sea trans o lo que fuera. Yo me encontré en mi casa, después de haber hecho todo lo que hice en mi vida y me pregunté si era feliz. Y no, no lo era. Entonces dije: “Si no soy feliz, no tengo nada que perder.” Y cuando no tenés nada que perder, todo lo que te queda es por ganar. La pregunta es: ¿A qué nos estamos aferrando? ¿A qué le tenemos miedo? El miedo no es más que la contracara del amor. Me pone muy feliz tomar conciencia de que la humanidad se está despertando cada vez más a darse cuenta de que pertenecemos más allá del envase.
–Tu transición fue a los 50 años, cuando muchas chicas trans no llegan a los 40.
–Si yo hubiese transicionado antes, me hubiese suicidado: a mí me expulsó una gran parte de mi familia. Sentí la expulsión de un montón de lugares, de mucha gente. No lo hubiera logrado si no hubiese tenido herramientas, no solamente de oficio, profesiones, experiencia de vida, todo el conocimiento védico que vengo aprendiendo todos los días de mi vida hace veinte años, meditar, yoga, técnicas de respiración, el estudio de quien soy, el conocimiento de la antigua India... La presencia de un maestro espiritual, sobre todo en los primeros ocho años del camino, que tuve una relación muy personal, muy de amistad, muy de que él me llamaba a mi casa, o cada vez que nos veíamos teníamos un rato mano a mano, me ayudó a salir de un lugar oscuro y de evitar que hoy esté en una zanja.
–Durante mucho tiempo te despertaste con la pregunta “¿Desayuno o me suicido?”. ¿La espiritualidad te salvó?
–Sí y también la resiliencia de mi corazón. Me salvó haber sido fiel a mi corazón. Siempre había algo en lo que no transaba conmigo. Eso me ayudó muchísimo.
–¿Pudiste serle fiel a tu corazón pese a los mandatos que te impusieron, que iban más allá del género?
–Sí, de hecho mi existencia no se reduce a una identidad de género. Y toda mi vida en algún punto tuve que ir rompiendo modelos. Cuando me recibí en la Facultad de Medicina en la Universidad de Buenos Aires, yo no creía en esa forma médica. Es más, me parece un horror, un espanto. La medicina te forma para que conozcas de enfermedades, pero no te enseña cómo estar sana o sano. Yo practico otras formas de medicina, la Ayurveda por ejemplo. Cuando empecé a cantar, decían que me dedicaba a una actividad supuestamente hippie. Después, del folklore pasé a cantar mantras, otra cosa disruptiva. Yo soy vegana o vegetariana hace más de veinte años, no tomo alcohol hace más de veinte años... ¡Mucha gente se ofendió conmigo porque dejé de tomar alcohol! A mí me han dicho: “Si no se puede compartir la mesa, no se puede compartir la vida”, ¡por no comer carne! Es decir que todo el tiempo estuve rompiendo de alguna forma moldes. Cuando fundé El Arte de Vivir fue toda una conmoción en muchas personas de mi familia. Los viajes a la India, ¡tener un gurú ha sido motivo casi de espanto por parte de mucha gente, de rechazo! Y creo que la transición de género fue la cúlmine.
–En ese lugar disruptivo, nunca dejaste de destacarte. Ahora mismo, como una referente a partir de tu transición.
–Yo nunca viví mi vida como algo disruptivo, nunca hice algo en contra de, sino a favor de. Por ejemplo, la forma de medicina que yo practico, la practico porque siento que es una forma de vida conectada con los ciclos de la naturaleza, con la esencia. No lo hago en oposición, sino porque siento que está a favor de la vida. Mucha gente piensa, porque la sociedad misma nos lleva a pensar eso, que las personas que hacemos algo supuestamente disruptivo tenemos que ser marginales o mediocres. Ser una persona trans no quiere decir que tenga que drogarme o tomar alcohol, que es la principal droga de la sociedad y a nadie le parece intolerable ni ningún gobierno ha podido hacer nada en contra de eso.
–Fue una decisión también hacerte abstemia en su momento.
–No fue una decisión, cuando empecé a meditar, sucedió. Cada vez que decidís, decidís entre mal o peor. Yo no tuve nada que decidir. Empecé a meditar y mi cuerpo solo, ni siquiera lo pidió, no formó más parte de mi gama de posibilidades. Mi cuerpo nunca más quiso todo ese whisky y ese vino tinto, porque empecé a entender que es posible celebrar la vida sin necesidad de intoxicarme. No hace falta castigarte o tratarte mal, ni nada de eso por no vivir acorde a lo que te dice tu medio o por ser una persona que no está en el mainstream o no es normativa ya sea con su cuerpo, con su oficio, su matrimonio, con su forma de pensar, con sus ideas políticas. Ese éxito que tuve, entre comillas, es porque creo que algo que aprendí es la disciplina, que te hace libre en sociedades como la nuestra donde hemos tenido un montón de verdades impuestas por la fuerza y la cohesión, ya sea por medio de la religión, regímenes militares o herencias autoritarias, heteropatriarcales, jerárquicas, donde el raciocinio predomina sobre la intuición y las emociones. La disciplina de meditar te hace libre de una mente con estrés; la de hacer actividad física todos los días, te hace libre de los efectos adversos del sedentarismo. Pareciera que no pueden ir de la mano lo disidente y la disciplina, pero sí: en el caso de las personas disidentes es incluso más importante, porque si yo no hubiese tenido esa disciplina, me hubiese suicidado. Fue la disciplina de todos los días durante más de veinte años de hacer yoga, respiración, leer conocimiento, buscarme, sincerarme, pensar qué estoy haciendo, qué quiero hacer con el tiempo que me queda, la que me salvó. Si no hubiese tenido esa disciplina hoy no estaría acá. Y fijate que todas las personas que me llaman de la prensa, no lo hacen nunca para que comparta este conocimiento védico, ni por lo que hice desde la música o el periodismo, sino por el hecho de ser trans: se me reduce a un género, algo que en un par de años va a ser obsoleto. Y me pone muy feliz ser testigo y protagonista de ese cambio de paradigma tan profundo.
–También es cierto que elegiste ser protagonista de ese cambio al hacer pública tu transición y mostrarla en redes, igual que el gesto político al recibir tu DNI de manos del Presidente.
–Acá hay dos palabras clave, que tienen que ver con el Día de la Visibilidad Trans. Vos hablabas de elegir. Yo no elegí dejar de tomar alcohol, no elegí mi género, porque me visto de mujer a escondidas desde los tres años, pero sí elegí hacer pública mi vida y visibilizar otra historia. Elegí sacrificar mi privacidad en pos de sumar otro granito de arena, porque todo lo que no se muestra, lo que no se cuenta, no existe. Y lo que no existe, se margina. Y lo que se margina, no pertenece. Y si no pertenecés, te quedas en soledad. Y si te quedás en soledad, te morís. Esto es una cuestión de vida o muerte. Y no lo hago por mí, sino porque ninguna otra persona viva o que vendrá tenga que pasar lo que pasamos un montón de personas trans o de cualquier otro colectivo o grupo que no encaja en los mandatos sociales del momento.
–Visibilizar tu historia era costoso: venís de una familia tradicional en donde, por quién era tu padre, se jugaban además otras cosas.
–Por lo pronto, fijate que solamente puedo transicionar ya de muy grande y que en mi familia nunca pude decir nada de todo eso hasta que transicioné. Entonces, fijate que de eso no se habla. Sabía que en el momento que abriera la boca se me expulsaba del clan, que es lo que sucedió. A mí, antes de que el Presidente me diera el DNI, ya me venían llamando de muchos medios para entrevistarme, y cuando les preguntaba por qué, me decían que porque no reflejaba el arquetipo de persona trans que está en inconsciente colectivo, que suele ser alguien que se prostituye y es de clase baja: yo venía de un lugar que representa el establishment con muchísimo poder. Yo no estaba preparada para esa exposición en esa etapa, pero le conté que me estaban llamando a una tía mía de Pergamino, filósofa, supuestamente de la rama más liberal, y me dijo: “No te expongas para no generar más turbulencia en la familia”. Y ese “No te expongas” para mí fue muy jerárquico, muy autoritario y, además, discriminatorio, porque me estaba diciendo: “Al monstruo hay que esconderlo”. Para mí es re normal ser quien soy, y es hermoso ser quien soy. Hay un hashtag que dice #TransIsBeautiful: para mí es hermoso ser trans. O como se llame, ni siquiera tengo necesidad de definirme. Yo estoy re orgullosa de ser así, amo quien soy, me amo con mi alma, me parezco lo más. Estoy feliz, estoy orgullosa de todo lo que me animé a hacer, de la resiliencia de mi corazón que fue esperando, que fue aguantando. Nunca pensé que iba a transicionar, jamás. Y todo el caminito me fue llevando y hoy tengo un montón de herramientas para disfrutar la vida, para no estar en una zanja drogándome y prostituyéndome, y para ayudar a empoderar a un montón de personas: trans, gays, lesbianas, bisexuales, lo que sea, cualquier persona que está viviendo una vida que no tiene nada que ver con la que quiera. Ese mensaje para mi es hermoso, y poderlo compartir le da un sentido maravilloso a mi vida.
–Antes de transicionar, llamaste a tu familia y a tus ex novias para contarles.
–Los tres primeras semanas estuve en silencio. A veces la gente dice: “En el silencio vas al corazón, donde están todas las respuestas”. Pero para mí, cuando esa laguna se calma, al reflejarse la luna tal cual es para escuchar mi corazón, en ese lugar ni siquiera había preguntas. No hay nada que decidir. Todo es. Y todo empieza a fluir. Los dos primeros meses fueron de silencio. Después continúe tres semanas hasta que le conté a un amigo, a una amiga. Muchas personas ya sabían de mi historia. Consulté con un astrólogo védico que me dijo que en mi carta había una gran transición. Y empecé a contarle a familiares, amigos que sabían, ex parejas, músicos, gente del periodismo, a toda la gente que yo sentía que era importante en mi corazón le conté mi historia, a la mayoría desde cero.
–¿Cómo reaccionaron, y qué te pasó a vos con eso?
–Una semana terminé bajo la ducha vomitando cuarenta minutos sin parar. La frutillita del postre fue cuando la acompañé a mi mamá a su psiquiatra. Yo necesitaba que me apoyaran o que me cuidaran, no que me peguen, ya era bastante fuerte la situación. Y el mundo, por su parte, me exigía que yo lo entienda. A la única persona que le dije: “Lo que yo pueda hacer para alivianar tu malestar o lo que sea que sentís, lo voy a hacer”, fue a mi mamá. Entonces, ella vino conmigo a mi terapeuta, y yo fui a su terapeuta, que durante toda la sesión me trató en pronombre masculino. Yo no le hice ninguna observación para no molestar a mi mamá, porque era muy incipiente todo. Ahí negocié internamente, dije: “Vamos de a poco con mi viejita”. Pero fue tan insoportable no haber podido expresarle a esta psiquiatra, alguien que se ocupa de la salud, su brutalidad, su ignorancia, y casi su maldad, que terminé después de esa semana de haberle contado a todo el mundo, vomitando. Me acuerdo también de un tío que me dijo: “¿Y con quién vas a andar ahora?, ¿Con quién te vas a mover?”, como si yo fuera a entrar en algo oscuro, como si ser trans fuera de por sí algo malo.
–A lo mejor vomitar fue también liberarte de una parte del pasado que era tóxica, filtrar las relaciones que te forzaban a ser de otra manera.
–Lo hermoso para mi fue que cuando salté y empecé mi transición, se acabó todo. En el instante en que salté y fui a por mi vida, no viví más fingiendo nada. Y todo lo tóxico se empezó a ir: ahora atraigo gente que vive en esa vibración. Igual hay algo que me pasa hasta en algunas entrevistas o eventos públicos, donde más que un ser humano me siento un monito de circo, que te ponen ahí adelante y te dicen “esta publicidad la hacemos porque somos inclusivos”, o te llaman de una empresa para dar una charla porque es sobre diversidad. Y es un primer paso, pero la verdad de la inclusión es que el CEO de esa compañía me abrace de la cintura, me lleve con su grupo de amigos de Nordelta, y les diga: “Ella es Isha, es mi novia y estamos enamorados”. La diversidad es que te inviten a la fiesta, que te saquen una foto o te den un premio, pero la inclusión es que te saquen a bailar.
–Me quedo con la imagen del señor diciendo: “Ella es Isha, mi novia”, ¿estás en pareja ahora?
–Digo lo del hombre por decir algo arbitrario. Podría estar con una mujer o podría estar con un hombre. O con alguien del género que sea. No por ser una mujer trans tengo que estar con un hombre, la identidad de género no tiene que ver con la sexual. Igual, ahora estoy sola, pero si tuviera que imaginarme en pareja, sería con un hombre. No tengo el deseo de estar con nadie, creo que tiene que ver con los años de camino espiritual, que me fueron generando una menor necesidad de cosas externas.
–Bueno, tenés la libido puesta en muchas otras cosas también. Hace poco, por ejemplo, hiciste una campaña para una marca de medias. ¿Cómo fue pasar de montarte a escondidas a ser la imagen de una campaña de moda mainstream?
–Ironía de la vida que después de toda una historia de vestirme en la clandestinidad, de ir a comprar esas medias con culpa, con miedo, con la adrenalina de que alguien me esté viendo y que la que atiende o el que atiende detrás del mostrador te diga: “¿Son para tu novia?”. Eso en la Argentina, porque en Estados Unidos y en el exterior en general era más divertido. Y de repente, en el momento en el que te sincerás con vos, apenas empecé a mostrar mi transición en redes, la dueña de Mora me empezó a mandar medias de regalo, no como algo comercial sino validándome y diciéndome que era hermosa. Y después me propusieron ser parte de una campaña: las medias que yo modelé llevan mi nombre, se llaman Isha, por mí. El día que me hicieron las fotos jugaba, feliz.
–¿Cómo se lleva esa parte más frívola tuya de disfrute por lo que antes hacías a escondidas, que es verte linda, con la coach espiritual?
–La espiritualidad no es más que el camino para conocer quien soy, y la persona que estudia quien es no se obnubila por las cosas de este mundo. ¡Pero las cosas de este mundo están para que las disfrutemos! Todos los días respondo unos 300 mensajes privados de Instagram, que buscan paz, amor y alegría. Aunque a veces algunos ven otra cosa: me critican si me pongo rouge, o a ver cómo me pongo el pelo. Tiene que ver con un preconcepto de la espiritualidad. A mí me gusta expresarme y vestirme como quiero y no le voy a dar explicaciones a nadie. Y además, es una forma de mostrar que ser espiritual no quiere decir que tenés que estar vestida de blanco con una sonrisita de idiota y sin mostrar toda la mugre que te está pasando por tu mente.
–Algunos lugares en donde se supone que hay disrupción, después hay de nuevo mandato.
–Totalmente. El tema es que el ser humano está entrenado para encajar en algo. Por eso mi lema es: “No se trata de encajar, se trata de florecer”. Cuando caí en El arte de vivir, me gustaba mezclar mantras con Blackbird, con Inconsciente Colectivo, o en candombe, en rap, reggae, en cueca, en Bossa Nova… Me decían: “No, no se mezcla”. A mi me salía así con amor y con respeto. Lo mismo pasa cuando me dicen que si soy trans, entonces tengo que pensar esto, tengo que votar tal partido, tengo que estar a favor de tal ley, ¡de vuelta tengo que encajar! No se trata de encajar, se trata de florecer. Y Dios es tan perfecto que hizo un jardín donde no hay una flor idéntica a ninguna, o seríamos una ciudad comunista, con todos los edificios grises. La belleza de este mundo es que todos somos lo mismo, todo esto es la misma sustancia, y al mismo tiempo hay una individualización. Y es muy importante que cada persona pueda manifestar su individualidad y vivir acorde a eso. Que es la sociedad la que nace de cada persona, y no al revés.
“¿SABÉS LO QUE ME COSTÓ SER LIBRE?”
En esa lista de personas a las que Isha citó para contarles sobre su transición estaba su padre. Se encontraron por última vez en Semana Santa de 2019, cuando ella ya había empezado su tratamiento hormonal: “Le pude decir todo lo que no le había podido decir nunca. Al final me abrazó, me deseó suerte y nunca más lo vi. No me hablo con él, ni con mi tres hermanas, ni sobrinos, ni sobrinas, ni tíos, ni primas ni con los círculos de amistades que eso conforma. Con mi madre volví a encontrarme una vez, pero no me volvió a hablar más. Las únicas personas de la familia que han estado verdaderamente cerca son cuatro primos y primas segundas que amo, un hermano y tres hermanas: Magua, Feli, Pablo y Loli Cerruti, que son una rama que están mucho más en el corazón, y menos pendientes de lo social. Es gente con la que me identifiqué desde la infancia. Y desde el momento en que soy Isha es que ‘linda que estás’, fuimos a comer, me llaman, tres de elles vinieron a la entrega del DNI”.
El acto fue organizado por su ex alumno del Arte de Vivir Wado de Pedro. El ahora ministro del Interior se había ofrecido a acompañarlo al Renaper a iniciar el trámite de su nuevo documento. En la biografía Escribano: 60 años de poder y periodismo en La Nación, de Hugo Caligaris y Encarnación Ezcurra, que acaba de publicar Planeta, está el relato del acercamiento entre el entonces Subdirector y el futuro presidente Néstor Kirchner, que Alberto Fernández, como su jefe de Gabinete, intentó en su departamento en 2003. La consecuencia de ese encuentro fue el editorial en el que Escribano sentenciaba que la Argentina había “resuelto darse Gobierno por un año”. Convertido desde entonces en enemigo del kirchnerismo, sería él el que dejaría su cargo un año y medio después.
Si hubo un gesto contra su padre en que Fernández haya sido quien le dio su nuevo DNI, Isha prefiere ignorarlo: “Yo creo que fue desde el amor, y que si me usaron, es porque mi testimonio de vida es útil para abrir corazones. De todas formas, mi familia no me hablaba hacía un año”.
El último capítulo del libro de Caligaris y Ezcurra está dedicado a la relación de Escribano con Isha, pero apenas si la llama así. Elige, en cambio, referirse a ella por su nombre muerto: una buena síntesis de por qué es necesario celebrar hoy el Día de la Visibilidad Trans y de por qué a Isha le costó tantos años “decidir vivir”, como dice su canción. “Es lo que todavía les sucede a las personas trans: son humilladas, violentadas, expulsadas de sus familias, se les niega el acceso al trabajo, a la salud, o si van son maltratadas, como lo hizo conmigo la psiquiatra de mi madre. Es lo que hace que la gente termine suicidada o asesinada”, dice.
–¿Leíste lo que dice de vos la biografía de tu padre?
-Ese libro es una ofensa hacia mi persona y hacia muchas personas que tienen un nombre, una identidad y una libertad que no solo no se respeta, sino que se violenta y se denigra. Si yo no tuviera herramientas, esto me hubiera matado. Tengo un resto enorme y unos huevos tremendos. ¿Sabés lo que me costó ser libre, lo que me costó no matarme, lo que yo he sufrido ahí? ¡No tenés una idea! Tampoco quiero poner en mi voz a la de todo el colectivo transgénero o travesti, que por ahí no se identifica conmigo, o no tiene nada que ver conmigo. Yo no puedo hacer de mi voz la de todas las mujeres trans, aún cuando la sociedad me ha dado un lugar muy grande de luz.
–Yo diría que tu revancha es tu luz, pero ya sé que a vos te va a parecer un concepto horrible.
–¡Esa es una visión totalmente espantosa! Porque yo no lo vivo como una venganza, yo no estoy en contra de. Yo estoy del lado de lo que soy y de lo que siempre fui. No tengo que darle revancha a nadie. La revancha, si es que existe, es la mente de esa persona en la almohada cada noche. El Universo está haciendo las cuentas, yo no tengo que llevarlas. El Universo anota como un almacenero lo que te llevaste y le vas a pagar a fin de mes, y yo no soy quién para cobrarme esas cuentas. Yo no estoy en contra de nada, vine a este mundo a traer luz y empecé por mi propia vida. Este mundo no necesita nadie que lo cambie: necesita gente que brille y sea feliz, es el derecho de cada ser humano. Hay una frase que me dijo China Zorrilla cuando la entrevisté: “Yo veo la paloma herida y me duele el cazador”. ¿Qué mente puede hacer eso? Una mente que sufre. A esas personas, compasión.
–Pensaba en Amal, el chiquito del cuento de Tagore. En tu historia, cuando casi te morís por un absceso sacroilíaco, a los 15 años; vos también fuiste un poco –y no solo metafóricamente– ese chiquito que estaba enfermo.
–Sí, totalmente. Y con ganas de suicidarme, con depresiones, con tristeza, ¡los curas me dieron la extremaunción! Amal tiene la dulzura de El Principito, que es mi ídolo. Me encanta porque en el mundo se piensa que nuestra sensibilidad es nuestra vulnerabilidad, y es nuestra fortaleza. El mundo no se dio cuenta, sobre todo los hombres. ¡Los hombres están muertos de miedo! No se dieron cuenta todavía de que su sensibilidad es su fortaleza. La madera se quiebra. El junco y el agua no.
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