Los increíbles recuerdos del edecán de Isabel: López Rega y su “resucitación” de Perón y Massera eligiendo a Videla al frente del Ejército

El capitán Aurelio Carlos “Zaza” Martínez fue edecán naval de la ex presidenta en el agitado año de 1975. Testigo privilegiado de la intimidad en Olivos, la Casa Rosada y Chapadmalal, su encuentro con el autor de esta nota está plagado de anécdotas, algunas desopilantes y las más, trágicas

Guardar
Isabel, enferma, recibe a Monseñor
Isabel, enferma, recibe a Monseñor Adolfo Tortolo el 25 de julio de 1975. Detrás, el edecán Carlos "Zazá" Martínez

Hace muchos años, mientras preparaba mi libro “Nadie Fue”, tuve un largo encuentro con el capitán de navío Aurelio Carlos “Zaza” Martínez, el edecán naval de María Estela “Isabel” Martínez de Perón a partir de enero de 1975. El relato, que fue grabado, constituye un valioso testimonio y permite conocer cómo era la intimidad de la viuda de Juan Domingo Perón en las distintas instalaciones presidenciales. Además, es un relevamiento de los intrincados días de 1975 que condicionaron el futuro argentino y dieron pie al 24 de marzo de 1976.

“Antes de ser edecán naval de la presidente Isabel Martínez de Perón, yo tenía conocimiento de la mecánica interna de lo que era la Presidencia de la Nación. La había frecuentado. Conocía como eran los estamentos, las funciones de edecán, del jefe de la Casa Militar y cuáles eran los procedimientos. Las había apreciado en los gobiernos de (Juan Carlos) Onganía, (Roberto Marcelo) Levingston y (Alejandro Agustín) Lanusse. No sabía entonces que me encontraría con situaciones y mecánicas desconcertantes que a diario deparaban sorpresas. A fines de 1974, Isabel Perón decidió el relevo de los edecanes que habían estado durante el período (Héctor J.) Cámpora, (Raúl) Lastiri y (Juan Domingo) Perón, y sobre el comienzo de su presidencia. El edecán de la Fuerza Aérea había sido el vicecomodoro Medina, hombre vinculado al peronismo, de ideas peronistas y con amistades dentro del partido. Por el Ejército, el primer edecán en el año 1973 fue el coronel Juan Carlos Corral, peronista y yerno de un general de la “vieja guardia peronista” (el general Morelo, que fue Secretario de la S.I.D.E.). Luego, Corral, pasó a desempeñarse en el 74 como jefe de la Casa Militar. Su sucesor como edecán, fue el teniente coronel Alfredo Díaz, hombre muy peronista y yerno de otro viejo general peronista.

Isabel habla escoltada por el
Isabel habla escoltada por el edecán Martínez, Lopez Rega y José María Villone

El día 2 de enero de 1975 asumimos los tres nuevos edecanes. El nuevo jefe de la Casa Militar era el capitán de navío Ventureira y los tres edecanes teníamos directa relación con los comandantes generales. El edecán del Ejército, teniente coronel Vivanco, venía de ser el año anterior ayudante del teniente general Leandro Anaya. El edecán de la Fuerza Aérea, era el vice comodoro Gutiérrez, que venía de ser ayudante del comandante general de la Fuerza Aérea, brigadier Héctor Luis Fautario y su hombre de confianza. Y por la Armada, soy designado yo, que era hombre de confianza y muy vinculado al almirante Eduardo Massera. Con respecto al jefe de la Casa Militar, capitán de navío Ventureira, se había desempeñado el año anterior en el gabinete político del almirante Massera.

Ese 2 de enero, concurrimos a Olivos. La primera sorpresa cuando vamos a asumir los cargos, fue que el jefe de la Casa Militar no fue puesto en funciones por la Presidente de la Nación, sino que asumió ante José López Rega. Según la costumbre el jefe de la Casa Militar asumía ante el Presidente, y luego el jefe de la Casa Militar ponía en funciones al jefe de Granaderos -- que escolta y custodia al presidente -- y pone en funciones a los edecanes presidenciales. José López Rega fue el que presidió la ceremonia y nos pone en funciones. Entiendo que invoca su carácter de secretario privado de Isabel de Perón. Nos da directivas y a partir de ese momento empezamos a ver y a notar cambios llamativos.

En la residencia de Olivos, además del chalet presidencial donde se alojaba la presidente, hay otro chalet a unos 60 metros que también ocupaba, con un despacho de verano, una sala de audiencias, un hall amplio, donde estaba el despacho de los edecanes y dos despachos: uno que era de la jefe de la Casa Militar y otro que lo había tomado López Rega. La Casa Militar contaba con el departamento de Ceremonial y Audiencias del Presidente de la Nación, manejado por la Casa Militar. A partir de ese momento, López Rega, pasó a manejar las audiencias, sin la participación de la Casa Militar. La intromisión de López Rega es total en todas las cuestiones y la Casa Militar quedó a sus órdenes. En la Casa Rosada, el Presidente de la Nación ocupa un salón que debe tener aproximadamente sesenta metros cuadrados y cuyos fondos dan a la calle Rivadavia. Luego un pequeño escritorio donde hay una mesa de audiencias. Contiguo a ese salón, existía una sala de unos treinta metros que era el despacho del edecán y al lado de éste se hallaba otro que era denominado el “despacho de trabajo del Presidente”. Al llegar nosotros, como edecanes, nos encontramos con la gran sorpresa que López Rega, nos echa del lugar que nos correspondía, enviándonos a un salón de visitas generales donde también estaba la custodia policial.

De esta forma, el lugar de López Rega quedó prácticamente unido al de Isabel Martínez de Perón sin nuestra presencia de por medio. La segunda gran sorpresa fue la alteración a la mecánica normal usada hasta el momento. Diariamente, el edecán concurre a Olivos en el auto presidencial, alrededor de las 8 de la mañana, espera la salida del presidente, lo recibe, y se dirigen a la Casa Rosada en el automóvil presidencial, sentados en el asiento trasero del vehículo. Desde ese instante el edecán lo acompaña al Presidente desde la explanada hasta su despacho. Al terminar las tareas diarias, el edecán entra al despacho presidencial, salen juntos por un pasillo, se dirigen al ascensor presidencial, un hermoso ascensor antiguo de madera tallada que fue regalado por la Infanta Isabel de España cuando vino para la conmemoración del Centenario (1910). Suben en la explanada de la calle Rivadavia al coche presidencial -- el edecán sentado junto al Presidente y dándole su derecha-- llegan a la residencia de Olivos y en la entrada del chalet lo despide. Cuando en mi primer turno llego a Olivos como edecán, me encontré con la sorpresa que el ministro de Bienestar Social y secretario privado, comparte el chalet con una mujer viuda, la presidenta. Con el tiempo vamos tomando dimensión de las cosas insólitas que ocurrían. Por ejemplo, cuando salíamos del chalet, López Rega se ubicaba rápidamente en el asiento de atrás junto con la señora Presidente, sin siquiera ofrecerme ir en el asiento delantero, sino mandándome en algún auto de la custodia.

Isabel dialoga con Julio González
Isabel dialoga con Julio González en presencia de los edecanes

De repente me encontré con el hecho insólito de viajar de regreso en un auto con efectivos de la Policía Federal y con Dolores Ayerbe, la secretaria privada de la señora presidente, que demostraba actitudes de disgusto frente a lo que ocurría en la intimidad presidencial. La situación llegó a hacerse insostenible hasta que fue despedida de ese importante puesto por López Rega. Ella venía de ser secretaria de Isabel de Perón, desde su época de vicepresidente. Cuando llegamos a la Casa Rosada, comentamos el hecho entre los edecanes y tomamos la decisión de no ir nunca más a Olivos a recibir a la presidenta, y que sencillamente la esperaríamos en la explanada de la Casa Rosada cuando ésta llegara desde Olivos.

Esta actitud nuestra, no sé si fue notada o no, ya que no provocó ninguna reacción ni en Isabel Perón ni en López Rega. Otro hecho significativo (porque todas estas cuestiones se precipitan en dos o tres días): Como edecán más antiguo de la presidencia de la Nación, me correspondía como alojamiento una casa situada en la calle Austria, a pocos metros de la avenida Las Heras. Era un resabio del pasado, porque era contigua a la antigua residencia presidencial que tenían los presidentes, hasta Perón en 1955 (donde hoy está la Biblioteca Nacional). De esa manera siempre iba a haber un edecán próximo al presidente. En 1974, esta casa la había habitado el anterior edecán, el capitán de fragata Pedro “Pirincho” Fernández Sanjurjo. El 1º de enero de 1975, había quedado en desalojarla, para que yo la pudiese ocupar con mi familia como correspondía. Ese día, Sanjurjo me informó que López Rega le había pedido la llave de la casa, aduciendo que no pertenecía más a los edecanes. A partir de ese momento creo que fue ocupada por su custodia y ciertos elementos que quizás no sabíamos en qué raras funciones andaban.

Isabel preside la reunión del
Isabel preside la reunión del gabinete presidencial

Ante estas anormalidades que ocurrían, esperé la llegada del almirante Massera (creo que había ido de inspección a Azul o a Puerto Belgrano), pedí verlo a cualquier hora de la noche en su residencia en la avenida del Libertador. Pude verlo a la madrugada y le expuse que era insostenible esta situación, porque prácticamente denigraba mi jerarquía. Massera me respondió: “Su jerarquía queda a cubierto y lo único que le pido es que soporte todo esto, porque a usted se lo puedo pedir porque va a comprender la situación, pero esta situación es difícil que la comprenda otro jefe de la Armada”.

Siempre dentro del círculo presidencial, fuimos notando que López Rega colocaba “filtros”, personas, para ser interpuestas entre el personal militar de la presidencia y la presidenta para provocarle un aislamiento total. Al principio, figuraba como dama de compañía la señora Nélida “Cuca” Demarco, esposa del que luego sería ministro de Bienestar Social, con la que Isabel Perón había trabado una gran amistad durante el exilio en España. Luego, cuando cayó en desgracia (temporariamente), apareció un matrimonio que convive en el chalet con Isabel. Juegan a las cartas, siempre están entre nosotros e Isabel y son motivo de respeto por el servicio... ahora lo increíble es que este matrimonio, de apellido Porta, estaba compuesto por el peluquero de la señora y su mujer. Cuando por alguna razón se ausentaba, López Rega, designaba a una persona para evitar un acercamiento entre nosotros y la presidente. Esa función varias veces la ocupó (lo que significaba entrar y salir del chalet presidencial y viajar con ella en el automóvil) el secretario de Deportes, Pedro Eladio Vázquez, a su vez el médico personal de Isabel Perón.

En el mes de febrero de 1975, Isabel decidió ir a pasar sus vacaciones a los conocidos bungalows de Chapadmalal. Todo fue reacondicionado. El sector fue delimitado por alambrados, se chequeó a todos los vecinos de la zona y se desviaron rutas. Esto insumió un sistema de seguridad de cerca de 200 hombres que estaban bajo la supervisión del jefe de seguridad que en ese entonces era el mayor Roberto Bauzá, y como segundo, su compañero de promoción, el mayor Carlos Alberto “Mula” González que más tarde fue jefe del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército.

Los bungalows principales estaban en un sector que formaban una cierta herradura con una plazoleta en el medio. Empezando estaba el bungalow de Isabel de Perón, la que estaba acompañada por “Rosarito” una mujer de edad que había traído de España. Una de sus principales funciones era la de pasear los caniches que había dejado Perón.

El 17 de octubre de
El 17 de octubre de 1975, Isabel saluda a la concurrencia en Plaza de Mayo y atrás el edecán naval, Carlos Menem e Italo Luder

Luego venía un bungalow en el que estaba Luissi (alias “Luiggi”), su jefe de custodia personal, un hombre muy leal a ella, con sus hombres de confianza. Después venían los chalets de huéspedes, y uno de esos era el que ocupaba dentro de esa jerarquía presidencial, un matrimonio que lo hacía cada vez que concurrían Lastiri y Norma López Rega: era el peluquero Miguel Romano y su esposa. Me quedó grabada la imagen de que cada vez que iba a la playa, Romano, con un físico muy delgado, llevaba un traje de baño que era más parecido a un bikini blanco que los clásicos shorts que usa un hombre normal. Nosotros teníamos, a escasos metros del lugar, nuestros chalets. En uno vivía el jefe de seguridad con el jefe del servicio de comunicaciones de la presidencia. En otro el jefe de la Casa Militar. A continuación los dos edecanes que habíamos concurrido a prestar servicio durante el verano (de 1975), que éramos el teniente coronel Vivanco y yo. Y por último el chalet, donde habitualmente estaba el personal de aviones, en línea directa con el aeropuerto de Camet. El avión presidencial estaba siempre a disposición, y además había desde Camet a Chapadmalal, un servicio de helicópteros. Este servicio de helicópteros, transportaba a los ministros que venían a ver a la presidenta. Los ministros tenían que ajustar sus llegadas a las actividades de la señora presidenta. Esperando el momento de sus audiencias pasaban largos ratos en nuestro chalet conversando sobre distintos temas.

Hay una anécdota que me quedó grabada y es la siguiente: El vicecomodoro Medina luego de ser edecán y de ser reemplazado por Gutiérrez, pasa a desempeñarse como jefe de aviones de la Presidencia y depende directamente de la Casa Militar. El vicecomodoro empieza a hacer tratativas y a manejar directamente él (cosa también insólita), la compra de un Boeing 747 para la Presidencia de la Nación para ser habilitado como “Tango 01”. Recuerdo prospectos y proyectos de este avión, en el cual se iban a hacer modificaciones de gran lujo, como una suite presidencial.... detalles de la vajilla que se iba a comprar y todas las demás cosas. Pero mucho me llamaba la atención que no interviniera la Fuerza Aérea que era el organismo acreditado.

En uno de esos viajes de helicópteros, concurre a Chapadmalal, el ministro de Economía, Alfredo Gómez Morales, para ver a la presidenta. Espera en nuestro chalet conversando... tocábamos el tema del campeonato mundial de fútbol (1978). Recuerdo un comentario de Gómez Morales, que decía que no era conveniente organizarlo en la Argentina. En su carácter de ministro de Economía, habló de todo el gasto de infraestructura que iba a demandar (ponía como ejemplo el cemento y hierro de construcción), restando material y presupuesto a todo el resto de las obras públicas necesarias o bien al problema de las viviendas.

Estábamos conversando, entró abruptamente como era su costumbre José López Rega a nuestro chalet. Traía un papel en la mano y le dice al ministro: “Doctor, ¿me puede firmar acá”.

- ¿Qué es eso? - le preguntó Gómez Morales

Y le dice “... ah, es el decreto para comprar el Boeing 747”.

-¿Pero cómo voy a firmar este decreto si todavía no he estudiado la cuestión? Este es un tema complejo que tenemos que verlo y cuando lo estudie firmaré...”, fue la respuesta de Gómez Morales.

-”No, no, no... fírmelo ya, por que mire... ya firmó la presidenta, se lo hice firmar”.

O sea, que había hecho firmar el decreto a Isabel de Perón sin el estudio correspondiente. Pero además, otro detalle fue que cuando se lo hace firmar apoya el papel en la pared de entrada Le hago notar que como la pared es rugosa se va a romper todo el papel. De esta misma forma, he visto manejar muchas cosas.

Isabel Perón acostumbraba a levantarse temprano y se dirigía a la pequeña playa privada que tenía el sector de los bungalows. Salíamos a hacer paseos por la zona balnearia. En oportunidades íbamos a Mar del Plata y caminábamos por la avenida San Martín, donde infinidad de gente se acercaba, trataba de tener autógrafos, trataba de besarla. Gente en la mayoría de los casos humilde. A Isabel de Perón le encantaba caminar y era llamativa la resistencia que tenía. En los paseos, solíamos también ir por la zona de Playa Grande, y recuerdo que en una oportunidad fuimos a una fábrica de sweaters en donde causó gran conmoción. También concurría a la sucursal que la casa de peinados Pozzi en Playa Grande. En otra ocasión, en Buenos Aires, sucede un hecho que pinta la personalidad de Isabel Perón en una de las caminatas. Nos habíamos bajado en el Monumento de los Españoles en la avenida del Libertador y atravesamos los jardines Atravesamos todo el frente del hipódromo de Palermo y pasábamos frente a la escuela primaria “Granaderos de San Martín” que queda justo en Libertador y Olleros. Al pasar frente a la escuela, salen apresuradamente de la misma la directora del colegio y algunas maestras. Emocionadas, le dicen a Isabel: ”Señora que honor que pase frente a la escuela una ex alumna que ha llegado a presidenta. La invitamos a usted a que pase a visitar el aula que usted ocupaba, para que recuerde esos tiempos”. Isabel Perón se negó, demostrando que había cortado con todo su pasado.” No, no tengo interés...” y siguió caminando.

José López Rega me llamaba “Martincito”. Sobre él tengo anécdotas imborrables. El día de la crisis de junio con el sindicalismo, la residencia de Olivos era un hervidero. Ese día, a las siete y media de la mañana, me estoy poniendo el uniforme y noto un cosquilleo en el dedo gordo del pie izquierdo. Le pido a mi ayudante que me cambie los zapatos porque no podía caminar bien. A la tarde, en la puerta del toilette de la entrada de Olivos, donde esperaban (Oscar) Ivanisevich y López Rega, al verme llegar, me pregunta: “Está mejor de la uña encarnada?...yo sé todo”. No lo había hablado con nadie. Más tarde, enfrente del ministro de Defensa y el comodoro Baigorria, López Rega me dijo con tono burlón, señalando su cuello: “Eh, ‘Martincito’, a sus amigos se les quedó el golpe aquí”. Solo atiné a responderle: “Mire ministro, si yo hubiera hecho un golpe contra usted, desde ya usted no estaría aquí”. Como lo conocía bien y nos respetábamos, le agregué para desviar la conversación: “En el único que no estuve fue en el de 1951. En el del ’55 estuve. En “azules y colorados” fui siempre azul y gané. En el ’73 dije que ganaba el peronismo y acerté”. López Rega se me acerca un poco más, y en tono de confidencia dice: “No, aunque usted hubiera hecho todo eso, yo lo perdonaría porque dentro suyo tengo una brasa que habita”.

Isabel se despide de sus
Isabel se despide de sus colaboradores antes de viajar a descansar a Ascochina

Cuando termina ese agitado día y me estoy retirando del chalet presidencial, cerca de la una de la madrugada, él, que siempre me acompañaba hasta la puerta. Me dice: “En su casa pasó algo durante la tarde o casi la noche, pero intervine yo y se solucionó todo”.

Cuando llegué a casa estaban todas las luces prendidas. Mi esposa me cuenta que a mi hija, al caer la tarde, le agarró un fuerte ataque de tos. No quiso llamar al médico porque esperaba a que llegara para llevarla al hospital. Pero a la medianoche se curó.

El viernes 27 de junio, columnas obreras llenan Plaza de Mayo reclamando por sus aumentos salariales, con fuertes críticas a López Rega, el centro de todos los insultos.

“A mediodía la Casa Rosada queda al cuidado de la Casa Militar. La señora de Perón se va a almorzar con José López Rega a Olivos. La plaza comienza a llenarse de gente, sus cánticos eran agresivos, pero a nadie se le ocurrió acercarse a la Casa Rosada para entrar o golpear sus puertas. En esas horas, desde la residencia presidencial, me llama López Rega. Estaba con la presidenta al lado, se podía escuchar su voz.

‘¿Qué tal? ¿Cómo esta todo por allí?’, me preguntó

‘Mire, acá hay mucha gente y las opiniones están divididas’.

“¿Están divididas?”

‘Sí, la mitad de la plaza lo putea a usted y la otra mitad a (Celestino) Rodrigo’”.

En otra ocasión, mientras tomaba su cognac “Lepanto”, me confesó: ‘Mire, le voy a contar, yo a Perón lo hice resucitar. Me di cuenta que Perón ya era senil y yo necesitaba un Perón lúcido para volver a la Argentina. Pero sólo me servía para la primera etapa. Sin Perón no se podía volver, entonces le devolví su temperamento y su carácter, la alegría mental y el orgullo’. Ante estas cosas yo no respondía nada. En mi fuero interno lo trataba de ‘colifa’. Hablaba siempre de la “energía”. López Rega me explicó que la senilidad de Perón se traducía en “haraganería”. ‘Por eso, contaba López, le devolví la energía y volvió a ocuparse de los temas’. Contaba también que a Isabel la estaba preparando para gobernar (ya era presidenta). Los discursos se los preparaba él con letra grande y tinta verde, por eso aquella vez en el balcón de la Plaza de Mayo cuando hablaba, López Rega aparece a su lado musitando por lo bajo sus palabras.

La presidente Isabel Perón entre
La presidente Isabel Perón entre el general Videla y el almirante Massera

En agosto, durante la crisis del Ejército y la caída del teniente general Alberto Numa Laplane, en esas horas, la residencia de Olivos se fue llenando de funcionarios, sindicalistas, las legisladoras amigas y asesores de todo tipo. Primaban, a grandes trazos, dos líneas de acción. Una que instaba a la presidente a designar al general Alberto Samuel Cáceres Anasagasti, jefe del Primer Cuerpo, y descabezar a la institución. Apoyaban esta tesitura Lorenzo Miguel, el ministro Emery y sectores nacionalistas críticos de José López Rega. La otra, pujaba por respetar el orden de antigüedad, posición que conducía a Delía Larroca a la comandancia. Respaldaban la idea, Ítalo Argentino Luder, Antonio Cafiero, Casildo Herreras y otros sindicalistas.

La balanza la inclinó el almirante Emilio Eduardo Massera, de la siguiente manera: Llamó por teléfono a “Zaza” Martínez y le preguntó: ¿Dónde está la presidente? “Arriba en su habitación” fue la respuesta. “Bueno, haga que no baje hasta que yo llegue a Olivos. Quiero hablar con Jorge Garrido” (el ministro de Defensa).

Como a la media hora arribó a Olivos. La casa principal estaba inundada de funcionarios y dirigentes. El hedor a cigarrillo era casi insoportable. Apenas entró a la vieja casona de Olivos, se instaló en un pequeño despacho con chimenea que está inmediatamente a la derecha y ordenó: “Haga venir a Garrido”. Pocos minutos después entró el diligente escribano con una sonrisa. Massera, sin diplomacia, fue al grano: “Dígame, pedazo de pelotudo, desde cuándo a usted los sindicalistas le eligen al comandante en jefe del Ejercito.” Poco más tarde conversó a solas con la Presidente. El general Delía Larroca se automarginó (sabía que había una intriga en su contra que lo relacionaba con el contrabando de caballos) y se impuso el orden del escalafón. Fue designado Jorge Rafael Videla (tercero en antigüedad). El 1º de septiembre, como comandante general del Ejército, Jorge Rafael Videla realizó su primer encuentro con la presidente.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar